Monseñor Schneider habla de la familia en el mundo actual  

Julian Kwasniewski: Gracias, Excelencia, por concedernos esta entrevista. Ante los incesantes asaltos de que es objeto la familia desde todos los flancos, Roma incluida, me gustaría hablar con V.E. sobre el lugar de ésta en el mundo actual. A veces se desatan polémicas entre los católicos conservadores sobre si es legítimo seguir viviendo en el mundo de hoy con espíritu misionero. Una alternativa que se suele plantear es aislarse totalmente en un ambiente rural para cultivar las virtudes y tradiciones de la Iglesia. Dado que Dios llama a cada uno a servirle de una manera particular, se supone que está bien hacerlo. ¿Podría llegar un momento en que el mundo moderno estuviera tan empapado de corrupción que ya no resultase saludable para la mayoría de los cristianos? ¿Ha llegado ese momento?

Athanasius Schneider: Nuestro Señor envió a los Apóstoles a todas las naciones para predicar el Evangelio. En aquellos tiempos, la mayoría de las naciones estaban imbuidos en el paganismo y vivían una vida con frecuencia inmoral. San Pablo amonestó a los primeros cristianos a no retirarse al campo, sino a dar testimonio en medio de un mundo corrupto: «Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación torcida y perversa, entre los cuales resplandecéis como antorchas en el mundo» (Fil.2,15).

La misión de la Iglesia y del Cristianismo consiste en que la Palabra de Nuestro Señor es la luz del mundo y en que «no puede esconderse una ciudad asentada sobre un monte» (Mt.5, 15). La misión de la Iglesia consiste en conquistar el mundo entero para Cristo e implantar su reinado social sin miedo a la corrupción moral generalizada de una sociedad determinada. El texto de la Carta a Diogneto de los primeros cristianos (que data de finales del siglo II), siguen siendo oportunas y dignas de tener presentes. Vale la pena citar el siguiente pasaje:

Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos. Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (abortos). Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aun así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad. En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo (cap.V).

La verdad es que el catolicismo nunca adoptó el método de la secta Amish, que trata de mantenerse apartada del mundo exterior.

J.K.: ¿Considera que la acelerada difusión de la ideología de género en los últimos cinco años ha transformado radicalmente la sociedad secular, hasta el punto de que no sea conveniente que las familias se expongan a situaciones que puedan causarles confusión a sus hijos? ¿Deberían los católicos tener espacios seguros y libres de semejante depravación?

A.S.: Los padres católicos tienen el deber de proteger a sus hijos de la depravación moral que en nuestros días ha penetrado en casi todos los colegios públicos y privados del mundo occidental. La solución no está en aislarse por completo de la sociedad, sino en crear nuestros propios espacios seguros: por ejemplo, escolarizando a los hijos en casa, colegios católicos, asociaciones juveniles, cursos bien estructurados de capacitación y formación, encuentros de jóvenes y de adultos y marchas y peregrinaciones.

J.K.: ¿Qué opina de la tecnología actual? ¿Le parece una buena práctica ascética y espiritual reducir el empleo de las redes sociales o incluso abandonarla del todo? ¿Cómo se puede mantener una actitud equilibrada entre «salir al encuentro de la gente» y fomentar otros medios de comunicación?

A.S.: Los medios que utiliza la tecnología actual no son malos en sí; lo que pasa es que con frecuencia se hace mal uso de ellos. La virtud cristiana está en emplear bien la tecnología de hoy. Se trata de la virtud cardinal de la prudencia, y sobre todo la de la templanza. Por ejemplo, es más fácil abandonar totalmente un teléfono celular (móvil) o internet que utilizarlos con la virtud de la templanza, que nos produce méritos sobrenaturales. Es importante que, si se puede elegir, se dé prioridad a la comunicación física directa sobre la virtual o en línea. Los católicos debemos promover la cultura de lo concreto, de la visibilidad y el sentido común. Una cultura católica con esas características refleja la verdad profunda de la Encarnación de Dios, el método de la Encarnación.

J.K.: En su libro The Springtime That Never Came, habla de evitar la gimnasia mental generada por la confusión teológica. ¿Considera que los católicos tenemos el deber de estar enterados al menos mínimamente de las noticias de la Iglesia, aunque sean desalentadoras? ¿O está bien, o incluso es meritorio, no prestar atención a las controversias teológicas y litúrgicas suscitadas por el actual sínodo mundial y otras noticias por el estilo?

A.S.: El católico no puede vivir en un invernadero. No debemos huir de la realidad, sino encararla, por muy desalentadora que sea.  El católico tiene la obligación de conocer su fe. San Pedro nos advierte: «Estad siempre prontos a dar respuesta a todo el que os pidiere razón de la esperanza en que vivís; pero con mansedumbre y reserva, teniendo buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados sean confundidos los que difaman vuestra buena conducta en Cristo» (1 Pt. 3,15-16). Desde luego, no es necesario que el católico de a pie esté enterado al detalle de las polémicas teológicas y eclesiásticas. Le basta con estar al tanto de las principales noticias y temas de debate en la Iglesia. De hecho, tiene que hacer uso de moderacióon al seguir los portales de noticias en internet.

J.K.: En el volumen de ensayos que hace poco publicó Joseph Shaw, el autor afirma que la familia es algo más que una institución natural; dice que es también un sacramento, y por tanto tiene un efecto único y máximo en el conflicto actual: «El efecto del sacramento consiste en hacer inquebrantable el vínculo natural del matrimonio, santificar el amor natural de los esposos y reforzar con la asistencia de Dios sus esfuerzos naturales en la crianza de los hijos». Estos dones sacramentales no se otorgan a «asociaciones de laicos, revistas ni parroquias». ¿Infunde el sacramento del matrimonio a los esposos una gracia peculiar para vivir en el tiempo que les haya tocado en la historia? ¿Podría afirmarse con razón que dicho sacramento infunde las fuerzas para hacer frente a los males de hoy, males que los casados de otros tiempos no tuvieron que afrontar?

A.S.: Dios elevó el matrimonio natural a un nivel sobrenatural y sacramental a fin de infundirle la capacidad moral de cumplir su misión en el mundo. Por constituir una iglesia doméstica, los matrimonios y familias católicos tienen de por sí la capacidad y el deber de contribuir a la civilización del amor.

Juan Pablo II, el Papa de la familia, afirmó:

«La familia misma es el gran misterio de Dios. Como “iglesia doméstica”, es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la iglesia doméstica y en el amor que se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones. (…) A través de la familia discurre la historia del hombre, la historia de la salvación de la humanidad. He tratado de mostrar en estas páginas cómo la familia se encuentra en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor. A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre. La familia será fuerte de Dios» (Gratissimam sane, 19,23).

La familia católica siempre obtendrá la capacidad espiritual para resistir los males del mundo y santificar las realidades terrenas de las gracias del sacramento del matrimonio y la eficacia de la Cruz de Cristo. A este respecto, S.S. Juan Pablo II escribió:

«Que el Señor Jesús nos recuerde estas cosas con la fuerza y la sabiduría de la cruz (cf. 1 Co 1, 17-24), para que la humanidad no ceda a la tentación del “padre de la mentira” (Jn 8, 44), que la empuja constantemente por caminos anchos y espaciosos, aparentemente fáciles y agradables, pero llenos realmente de asechanzas y peligros. Que se nos conceda seguir siempre a Aquel que es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)» (Carta a las familias Gratissimam sane, nº23).

J.K.: Últimamente varios autores han propuesto el patriarcado, que el varón sea el cabeza de familia, con miras a fomentar que se vuelve a entender bien cuál es el cometido de cada sexo. Ahora bien, en los ambientes tradicionalistas se explica en muchos casos de un modo simplista, y muchas mujeres que aspiran a tener una feminidad y una familia auténticas se sienten rebajadas por afirmaciones que en apariencia dan a entender que son menos juiciosas o capaces que los hombres. ¿Cómo se puede restablecer el concepto del patriarcado como algo que ennoblece, protege y sirve a la mujer?

A.S.: El verdadero concepto del patriarcado es el católico, no el pagano ni el mundano. Que el varón sea la cabeza del matrimonio y de la familia es algo que se basa en el orden de la creación. El pecado original dañó gravemente el orden de la creación, y junto con él la jefatura del varón en el matrimonio y en la familia, infectándolo con el vicio egocentrista y orgulloso de la sed de poder. Con las gracias de la Redención, y de manera especial con el sacramento del matrimonio, Cristo sana esa herida del alma del varón y de ese modo su función directiva en el matrimonio y en la familia se puede asemejar a la paternidad de Dios y al amor redentor de Nuestro Salvador Jesucristo.

Las enseñanzas de San Pablo a este respecto arrojan mucha luz esclarecedora y son una exhortación constante a todo marido y padre: «los varones deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. 29 Porque nadie
jamás tuvo odio a su propia carne, sino que la sustenta y regala, como también Cristo a la Iglesia» (Ef. 5,28-29). La esposa que es amada y respetada por su marido nunca se sentirá desvalorizada porque su esposo sea el jefe. Él será la cabeza, pero ella es el corazón. Los dos dependen totalmente el uno del otro. Si la cabeza ejerce autoridad prescindiendo del corazón, habrá tiranía y frialdad espiritual. Y si el corazón tiene rienda suelta irreflexiblemente, habrá desorden e inestabilidad espiritual.

J.K: El auge que está experimentando la Misa Tradicional está estrechamente relacionado con las más florecientes comunidades católicas, las que tienen más jóvenes y familias más numerosas. ¿Cómo ve los ritos tradicionales en cuanto medios para entender mejor la naturaleza del varón y de la mujer y su lugar en la sociedad y en la familia?

A.S.: La Misa Tradicional transmite de una manera excelente los valores de un mundo sobrenatural, sublime, jerárquicamente estructurado y hermosamente ordenado. Esos valores atraen a toda persona que ya esté en un nivel natural, dado que los fenómenos naturales irradian la grandeza del orden jerárquico y una belleza serena, haciendo que se sienta espontáneamente atraídos incluso los que no son creyentes. Con más razón es así para el alma del cristiano que conoce la Fe católica y cultiva el sentido de la fascinación religiosa. Quien cree de una manera verdaderamente católica siempre está empapado del amor filial, que está inseparablemente ligado al temor filial y la reverencia a Dios. La Misa Tradicional manifiesta sin ambigüedades la belleza de las funciones complementarias de ambos sexos en el culto público a Dios. Que en el presbiterio sólo haya ministros varones representa a Cristo el Esposo, y al estar el rito prefijado hasta los más mínimos detalles semejan soldados en formación. Las mujeres ocupan su lugar en la nave de la Iglesia con la cabeza cubierta como Nuestra Señora, las santas mujeres de las Escrituras y las grandes santas de la Iglesia. Todo ello contribuye en gran manera a que una familia se beneficie en su vida diaria de las ventajas y la belleza de un orden establecido por Dios.

J.K.: ¿Le parece que todo lo que está haciendo el papa Francisco para poner trabas al Vetus Ordo, así como su aceptación y promoción de una teología no tradicional del matrimonio y la sexualidad, son más bien un ataque al amor verdadero que una forma de promoverlo?

A.S.: Por desgracia, así es. En primer lugar son un ataque al principio de la Tradición, la Sagrada Tradición. En esencia, tras ese ataque se oculta un rechazo del principio de inmutabilidad del orden natural y las verdades divinamente reveladas. Y como la Misa de siempre representa y proclama insistentemente el principio de inmutabilidad, se ha hecho blanco de odio y persecución, ya que es una viva amonestación a quienes promueven en la Iglesia una teología y una moral no tradicionales.

J.K.: Con frecuencia, los sacerdotes que critican la Misa de siempre dicen que concede excesiva importancia al celebrante o que no le permite ocupar su lugar en la asamblea de Dios, donde todos son iguales. ¿De qué modo ha influido lo que V.E. piensa de semejantes afirmaciones en su manera de celebrar el rito tradicional, en particular la liturgia pontifical? ¿Cómo debe integrar una sana cultura católica las familias seglares y clericales?

A.S.:  Todo lo contrario. La Misa de siempre impide que el celebrante se convierta en protagonista de un espectáculo, pues consiste en un ritual preciso que no permite que el celebrante introduzca palabras ni gestos de su cosecha. Una celebración fiel en lo externo y lo interno del rito tradicional de la Misa le deja al sacerdote la grata impresión de que al participar en el sacerdocio ministerial de Cristo no es más que un siervo, un siervo de Cristo, que es siempre el principal celebrante. Los fieles cumplen su función particular en la Misa tradicional, que expresa muy a las claras la verdad del sacerdocio común de Cristo. Están en la nave y siguen, sobre todo con el corazón, los ritos externos que realiza Cristo-Cabeza por medio de sus ministros. Esto refleja de una forma muy bella la armonía del Cuerpo Místico de Cristo, que se caracteriza por su jerarquía, orden y paz. Como dijo San Pablo, « » (1 Cor. 14:33).

J.K.: Para terminar, ¿podría decirnos algo sobre los libros que ha publicado en los últimos años, The Springtime That Never Came,The Catholic Mass, y Christus Vincit? ¿Cuál de ellos le gusta más? ¿Cuál recomendaría a todos para empezar?

A.S.:  A quien desee ver un panorama general de las dolencias espirituales que aquejan a la Iglesia y a la sociedad secular, , le aconsejaría Christus vincit, que señala y verifica el origen de dichas enfermedadesy propone algunos remedios para su curación con vistas a  un futuro prometedor. También recomendaría The Catholic Mass, en el que intenté exponer la impresionante belleza teológica, espiritual y ritual, en particular de la Misa Tradicional, y propuse la centralidad de Dios con medidas concretas para sanar la gravísima herida litúrgica que padece la Iglesia de hoy, el antropocentrismo. Si no se restablece la centralidad de Dios en la liturgia, no habrá verdadera reforma de la Iglesia. El cardenal Joseph Ratzinger afirmó: «La Iglesia existe y vive de la celebración adecuada de la liturgia, y está en peligro cuando Dios deja de ocupar el lugar primordial en la liturgia, y por consiguiente en la vida» (prefacio a la edición rusa de su libro Theology of the Liturgy), y: «La Iglesia se mantiene en pie o se cae por la liturgia. La celebración de la sagrada liturgia es el centro de toda renovación de la Iglesia» (Reflections on the Liturgical Reform, en Looking Again at the Question of the Liturgy with Cardinal Ratzinger, ed. Alcuin Reid [Farnborough: Saint Michael’s Abbey Press, 2003], p. 141).

(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)

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Mons. Athanasius Schneider
Mons. Athanasius Schneider
Anton Schneider nació en Tokmok, (Kirghiz, Antigua Unión Soviética). En 1973, poco después de recibir su primera comunión de la mano del Beato Oleksa Zaryckyj, presbítero y mártir, marchó con su familia a Alemania. Cuando se unió a los Canónigos Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, una orden religiosa católica, adoptó el nombre de Athanasius (Atanasio). Fue ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1990. A partir de 1999, enseñó Patrología en el seminario María, Madre de la Iglesia en Karaganda. El 2 de junio de 2006 fue consagrado obispo en el Altar de la Cátedra de San Pedro en el Vaticano por el Cardenal Angelo Sodano. En 2011 fue destinado como obispo auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajistán), que cuenta con cerca de cien mil católicos de una población total de cuatro millones de habitantes. Mons. Athanasius Schneider es el actual Secretario General de la Conferencia Episcopal de Kazajistán.

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