Hay en Italia un periodista que escribe sobre temas eclesiásticos y se lamenta de que hay una serie de intelectuales y publicaciones católicos de tendencia tradicional a los que enumera meticulosamente acusándolos de rehuir un debate que el mencionado columnista considera obligado dada la importancia del tema: los presuntos mensajes codificados que el único papa legítimo, Benedicto XVI, transmitiría para demostrar la impostura del antipapa Jorge Mario Bergoglio. Al periodista en cuestión no le molestan las críticas de que ha sido objeto, sino las que todavía no le han hecho, y que con dicho silencio impiden que a su reconstrucción de lo que está sucediendo en la Iglesia se le preste la atenta, serísima y profunda consideración que a su juicio merece.
Como entre las publicaciones a las que acusa de no haber expresado su parecer sobre él y su obra se encuentra Corrispodenza romana, no tenemos inconveniente en satisfacer su deseo: se llama Andrea Cionci, y apreciamos sus artículos hasta los primeros meses de 2020, cuando al parecer perdió la brújula con la pandemia al igual que otros prometedores ingenios.
Cionci se jacta de haber publicado centenares de artículos y un libro del que se han vendido 12.000 ejemplares y que se ha traducido a dos idiomas, pero se engaña pensando que esos números correspondan a un amplio consenso del público. El motivo de su éxito es la curiosidad que suscitan sus rebuscadas tesis entre lectores ávidos de sensacionalismo. La vana curiositas que, como explica Santo Tomás, es la forma viciosa del deseo de conocer (Suma teológica, II-II, q. 167), enfermedad de la mente de la que debe guardarse todo católico. Por esa razón, no consideramos necesario dar publicidad a su libro y sus artículos sin que se nos reproche por ello.
La falta de eco que ha tenido su supuesta investigación sobre el cónclave de 2013 obedece además a que pretende hablar de una cuestión no sólo seria, sino dramática, relativa a la vida de la Iglesia, careciendo de la menor competencia para ello. De ello Cionci no tiene formación católica ni canónica, pero se ve que le falta sentido común más que espíritu católico, sentido que es indispensable para abordar problemas delicados y complejos que afectan la vida de las almas. Los supuestos expertos a los que cita para justificar sus tesis los cita indebidamente, porque ninguno de ellos comparte sus ideas. La única técnica que demuestra dominar es la del sofisma.
La abdicación de Benedicto XVI y el modo en que se llevó a cabo son considerados por numerosos estudiosos y por destacados miembros del Sacro Colegio cardenalicio un grave error. Para Cionci, sin embargo, se trata de una astuta maniobra del papa emérito para poner entre la espada y la pared a su rival Francisco. Cionci ha acuñado la palabra autoimpedimento para describir una situación inédita en la que Benedicto, único pontífice verdadero, combate de manera oculta al usurpador Bergoglio. Según él, Benedicto se expresa de una manera críptica comunicándose mediante una clave que sólo Cionci es capaz de descifrar. Pero si el lenguaje de Benedicto es intencionalmente secreto, no se entiende por qué Cionci, que es admirador suyo, lo revela al mundo entero. Ya sea directamente o por medio de su secretario monseñor Georg Gänswein, Benedicto ha desmentido en muchas ocasiones la tesis según la cual sigue siendo el papa reinante. Eso sí, para Cionci todo desmentido es una confirmación, porque a su juicio si Benedicto dijera que Cionci está loco, éste se apresuraría a declarar que, en un sentido espiritual, la locura puede significar el paso a un nivel superior de conciencia. No es casual que en las cartas del Tarot el Loco cambie de significado dependiendo de cómo se vaya desarrollando el juego: negativo si está invertido y positivo caso contrario.
Afirma Cincio que el profesor Roberto de Mattei, director de Corrispondenza romana, «no se ha dado cuenta de que la legitimidad de Bergoglio es canónica, a años luz de distancia de lo que es una legitimidad teológica». Lo cierto es que es el propio derecho canónico, por encima incluso de la doctrina teológica, lo que hace inconsistente la tesis de Cionci, para quien la Iglesia estaría próxima a su fin a causa de una sucesión ilegítima en el pontificado. Al parecer desconoce que la Iglesia es necesariamente, por su propia naturaleza, una sociedad visible. Pío XII lo expresó en estos términos: «La Iglesia Católica es el gran misterio visible, porque es visible su Cabeza en la Tierra el Vicario de Cristo, visibles son sus ministros, visible su vida, visible su culto y visibles la obra y la acción que lleva a cabo con vistas a la salvación y la perfección de los hombres» (Discurso del 4 de diciembre de 1943).
Si la Iglesia Católica no fuera visible, sería irreconocible, y puede y debe ser reconocida por todo hombre en este mundo precisamente por las propiedades visibles que la caracterizan. Esta visibilidad se debe principalmente a la sucesión apostólica, característica exclusiva de la Iglesia Católica romana. Quien declara que se ha interrumpido la sucesión apostólica se coloca entre las numerosas taifas heréticas de las que San Alfonso María de Ligorio hizo un compendio exhaustivo que nunca pierde vigencia (Storia delle eresie colle loro confutazioni, Phronesis, Palermo 2022). San Agustín señala que en orgullo hunden su raíz todas las herejías y apostasías de la fe (Sermón 46, nº18). Sólo un hombre lleno de presunción puede anteponer su propia opinión al juicio de la Iglesia universal fundada por Dios. Para mortificar esa forma de orgullo mental que es la vana curiositas, podría venir bien sustituir la lectura matutina o vespertina de tantos blogs pseudocatólicos por las esclarecedoras meditaciones de Adviento del gran abad de Solesmes don Prosper Guéranger (1805-1875). Las palabras de la liturgia explicadas por el P. Guéranger hablan de tinieblas que sólo Dios puede disipar y heridas que sólo su bondad puede sanar: las de la Iglesia, que son las tinieblas en las que está inmerso quien se niega a aceptar su Misterio.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)