El eclipse de Dios en la actualidad es una realidad contundente sobre todo en occidente y desde la “puntilla” que supuso la revolución del mayo francés, en 1968, como penúltimo capítulo de la degeneración moral iniciada con el espíritu de la ilustración dos siglos antes. Ese eclipse ha sido de sustitución: el centro deja de ser DIOS para ser ocupado por el ser humano. La prioridad antropológica sobre la teológica es el veneno que ya comenzó a instilar Lutero en el siglo XVI con su herejía de libre interpretación bíblica.
Pero hemos de constatar que dicho eclipse ha traído como consecuencia sociológica la desaparición, gradual y al inicio disimulada, del sentido sano de vergüenza personal amén de la desaparición de la idea de pecado no sólo como ofensa a Dios sino también como perjuicio grave de la propia persona. De hecho ya hay no pocos cristianos que desconocen, o abiertamente niegan, la existencia del infierno y la posibilidad cierta de la condenación eterna al morir en pecado sin arrepentimiento.
¿En qué podemos constatar esa evaporación de la vergüenza personal? ¿Hay ejemplos de la vida cotidiana para que este breve artículo no sea acusado de demagogia?; veamos algunos ejemplos que a todos nos resultarán muy pero que muy cercanos:
Hoy no existe ninguna vergüenza a la hora de reconocer, en público, convivir en pareja sin estar casados. Que se afirme esto en televisión radio… no es de extrañar habida cuenta de la repugnante línea editorial de la inmensa mayoría de los medios informativos, incluso aquellos que, al menos de título, se llaman “católicos”; pero que se afirme en el seno de familias católicas es un cáncer de la peor especie, y lo es porque se combina por una parte la prepotencia (del todo ridícula) de quien vive en pecado, con el complejo de debilidad de quien aún no vive engañado por la ideología del sistema (ni por le herejía modernista) y permanece callado (o sea otorgando) con la excusa absurda de “perder la cercanía” a la vez que con el errado argumento buenista que lleva a considerar que el pecado carece de relevancia si va acompañado de alguna actitud vital de honradez en el trabajo y/o solidaridad temporal del tipo “ong”.
Tampoco hay vergüenza alguna a la hora de expresar la indiferencia en relación a la vida sacramental y, esto si que clama al cielo, la jactancia de proclamar una mayor “sinceridad” de vida con respecto a los que siguen siendo fieles al mandato de ir a Misa dominical y/o confesar con frecuencia. Y se suma a este dislate la inoportunidad de más de un predicador (yo lo he escuchado) que, con afán de babosear al mundo, llegue a decir que más auténtico es el cristianismo de algunos que no van a la Iglesia que a los…”tontos” (falta que diga eso) que su acudimos viviendo los mandatos.
Son dos ejemplos a mi parecer muy representativos y cotidianos que reflejan el miserable nivel al que se ha rebajado nuestra sociedad que en otro tiempo era de verdad cristiana. Ese argumento de rebasar la supuesta “hipocresía” de esconder el pecado ha mostrado toda su debilidad. Y no se trata de hacer retrocesos históricos pero si de aprender de la historia pasada. Cuando la tendencia era ocultar el pecado (incluso aunque no hubiera propósito de enmienda) al menos se mostraba un RESPETO (lo digo en mayúscula queriendo), si, un respeto por DIOS y por su ley. Y esa manera de actuar podía llevar a un posterior arrepentimiento y conversión. Pero si se pierde del todo el sentido de pecado, si no solo vivimos en pecado con auto engaño, sino que además nos jactamos de esa condición y nos atrevemos a condenar al que sigue siendo fiel a la verdad, ¿qué esperanza queda?
Es evidente que todo proceso futuro de regeneración moral habrá de pasar, necesariamente, por una recuperación de la sana vergüenza personal para, desde ahí, deconstruir la absurda y ridícula posición de prioridad y centro que el ser humano ha edificado en una especie de indigno símil a la ambición humana y anti-tea de la torre de babel.