El último paso de Bergoglio hacia el abismo

Hace unos años Bergoglio, sin esperar respuesta, se preguntó intencionadamente: «¿Qué es la verdad? ¿Qué puedo decir de la homosexualidad, de los divorciados y los abortistas?»

Hasta ayer (al cumplirse el primer decenio de su pontificado), aun sin decirlo explícitamente, permitía errar y hacer el mal en la práctica, sin teorizar nada de forma explícita. Tal ha sido hasta ahora la táctica de Bergoglio; con todo, ahora (al dar comienzo el segundo decenio del pontificado) ha pasado a la segunda fase exponiendo claramente su teoría del mal moral que debe ejercerse como si fuese el bien (Sínodo de la sinodalidad, y Declaración sobre los padrinos trans y homosexuales del 8 noviembre de 2023).

De hecho, el pasado 8 de noviembre cambió de táctica afirmando explícitamente el error y la degeneración moral, erigida como principio o decreto.

Estas son las consecuencias de la apertura a la modernidad iniciada por el Concilio Vaticano II. De hecho, cuando se niega -con Hegel- el principio primero especulativo de identidad y no contradicción (sì=sí, no=no, sí≠no) se pierde también el principio primero de orden práctico o la sindéresis, bonum faciendum, malum vitandum, que se apoya en el de identidad (bien=bien, mal=mal, bien≠mal), con lo que pierde la noción de bien y de mal, de modo que se los confunde y se toma el mal por el bien y viceversa, llegando así a reconocerse las uniones homoafectivas…

Todo es por tanto lícito en la práctica, sea el divorcio, el aborto o la homosexualidad. Ante todo, no es necesario debatir en exceso teórica ni dogmáticamente esas cuestiones, que ya han sido superadas por la práctica y la vida moderna, e incluso por la novedosa pastoral exhortativa bergogliana.

Efectivamente, la verdad ya no es «la conformidad del intelecto con la realidad», como enseñaban Aristóteles y Santo Tomás, sino «la conformidad del intelecto con las exigencias de la vida contemporánea» (Maurice Blondel).

En vista de que las exigencias de la vida moderna requieren toda clase de depravación teórica (negación de los primeros principios especulativos de por sí notorios y evidentes) y práctica (negación de la sindéresis: «Hacer el bien y evitar el mal»), ahora es necesario tolerar sin preocuparse por la verdad y la moral objetiva, natural y sobrenaturalmente revelada.

El principio de identidad (sí=sí, no=no), que era el cimiento de la filosofía clásica (Socrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca…) hasta la patrística (San Agustín) y la escolástica (San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino), fue negado por los sofistas en la antigüedad y ha constituido el eje de la filosofía moderna, sobre todo la de Hegel, que se basa en la contradicción como medio para alcanzar el conocimiento filosófico (tesis, antítesis, síntesis).

Las consecuencias prácticas, éticas y morales de semejante rechazo de la razón proceden sobre todo de la filosofía postmoderna y contemporánea a partir de Nietsche, Marx y Freud, según la cual es necesario alterar el sistema de valores morales clásicos y cristianos para sustituirlos por uno diametralmente opuesto que considere bien lo que era el mal y mal lo que era el bien.

Se puede afirmar que la praxis de Francisco es equiparable a la filosofía postmoderna y supera la moderna, supera el Concilio e inaugura el espíritu del Concilio Vaticano III en perpetua evolución, abierto y nunca concluido, lo mismo que el Sínodo de la Sinodalidad (4-29 de octubre de 2023), así como la evolución creadora de Teilhard de Chardin, que tiende al Cristo cósmico, que sería una especie de punto omega.

Ahora bien, Lucifer es el patrono de la modernidad y la posmodernidad. Es más, según Santo Tomás de Aquino (S.Th., I, q. 63, a. 7), cayó repentinamente tras el primer instante de su creación porque por un pecado de soberbia naturalista deseó y prefirió el bien proporcionado a las fuerzas de su naturaleza angélica al sobrenatural de la visión beatífica de ver a Dios cara a cara; o bien, por un pecado de orgullo inmanentista, quiso tener la bienaventuranza sobrenatural como algo debido a su naturaleza angélica en vez de como un don de Dios (S. Th., I, q. 63; Contra Gent., lib. III, cap. 110; De malo, q. 16, a. 2, ad 4).

Estos dos errores, y sobre todo el segundo, los volvemos a encontrar en la teología modernista condenada por San Pío X (Pascendi, 1907) y por Pío XII (Humani generis, 1950), y lo han sostenido principalmente Henri de Lubac en su libro El misterio de lo sobrenatural(1946), condenado por Pío XII en los años cincuenta. Más tarde, De Lubac sería convocado como perito para el Concilio por Juan XXIII en 1960.

La culminación del nihilismo es, por tanto, una reedición del titanismo del siglo XIX1, el prometeísmo y el luciferismo. Eritis sicut dii, prometió Satanás en el Paraíso Terrenal a Adán y Eva (la mujer del diálogo… y del Diablo), pero por querer ser dioses acabaron mal, y por eso estamos en este valle de lágrimas. Ícaro quería volcar con alas que él mismo se había construido, pero se derritieron con el calor del sol, con lo que el pobre no llegó al cielo sino que se estrelló contra el suelo.

Pues bien: el Concilio quiso dialogar (como Eva) y hacer suya la modernidad como categoría filosófica2, y luego en el postconcilio no sólo teólogos, sino hasta los peritos conciliares más prestigiosos e incluso conferencias episcopales enteras sacaron conclusiones tanto en el terreno dogmático como en el moral que son comparables al espíritu del 68 que prepararon la Escuela de Frankfurt y el estructuralismo francés.

Por ejemplo, en 1965 Herbert Marcuse llamó en Eros y civilización ( ) a liberarse de la realidad tanto ontológica como moral, y exaltó la rompedora fuerza revolucionaria de la homosexualidad. En 1969, Jean Paul Sartre promovía el incesto como liberación de la familia (Tout, nº 12), y en 1977 se pronunció a favor de la pedofilia (Le Monde, 26 de enero).

De hecho, estas ideas sesentayochescas las volvemos a encontrar en el famoso catecismo holandés de 1966 y en el de la Conferencia Episcopal Belga de 2010, que toman partido por la homosexualidad y hasta por la pedofilia.

Véase también el curso de formación religiosa católica titulado Una strada di stelle (un camino de estrellas), con nihil obstat del presidente de la Conferencia Episcopal Italiana cardenal Angelo Bagnasco  (protocolo nº. 811/2010) del 19 de noviembre de 2010. El capítulo Creyentes en diálogo señala en las páginas 73 y 74: «Todas las religiones son un camino hacia Dios, como explica el texto que te presentamos. En un pueblo de ciegos se oyó decir que llegaría un rey a lomos de un elefante. Ninguno de ellos había estado nunca en presencia de un elefante, y se decían: «¿Cómo será el animal?” En cuanto éste llegó, se acercó un pequeño grupo para conocerlo. El primero le tocó la trompa, el segundo un colmillo, el tercero una oreja, el cuarto una pata, el quinto la panza y el último la cola. Cada uno volvió a su casa convencido de saber exactamente cómo era el elefante. «Es fantástico –dijo el primero, el que le había tocado la trompa–; muy lento y blando, y fuerte un poco más allá». «¡No!», exclamó el que le había tocado un colmillo–; ¡es corto y muy duro!» «Os equivocáis los dos», dijo el tercero; «es liso y suave». «Qué va», dijo el cuarto, que lo había tocado por una pata; «es como un árbol». Finalmente intervinieron los otros dos: «Es como una pared». «¡No, es como una soga!» Por último intervino uno que veía bien y dijo a los ciegos: «Todos estáis en lo cierto. Todas esas partes juntas componen un elefante.» La fábula de los ciegos y el elefante demuestra que hay muchas maneras de llegar a Dios. Entre sí parecen muy diversas, pero en realidad todas tienen características comunes». En resumidas cuentas: para la Conferencia Episcopal Italiana -como para el esoterismo y la Masonería- ninguna religión es en sí verdadera, ni siquiera la católica, pero si las tomamos en conjunto llegaremos a la verdad. Sólo son diversas en apariencia, pero en realidad, tomadas en conjunto son todas iguales, y por eso se reunieron en Asís desde 1986 hasta 2012, y más tarde Bergoglio firmó en Abu Dabi en 2019 una declaración en la que afirmaba que todas las religiones han sido queridas positivamente por Dios, y no sólo permitidas por Él.

A raíz del pecado original, hay en el hombre tendencias e inclinaciones desordenadas que lo impulsan al mal. Son las tres concupiscencias: soberbia, avaricia y lujuria. De ahí la capital importancia de educar las pasiones o apetitos sensibles del hombre. No se trata de eliminarlos ni suprimirlos, sino de educarlos y subordinarlos al intelecto y a la voluntad3. Al haber abandonado la moral y la ascética del tomismo y la Contrarreforma para adherirse al modernismo moral y ascético al que Léon XIII denominó americanismo en Testem benevolentie, el teilhardismo (desde los años veinte y treinta), el Concilio Vaticano II, el 68 y el postconcilio han abierto la puerta al ímpetu y la capacidad destructiva de las pasiones desordenadas. Se ha preferido no enseñar más a sublimar y dominar las pasiones, a enseñorearse de ellas para orientarlas al bien, sino que, a la manera de Freud, se las ha dejado a la merced del desorden, que lleva al hombre a hacer el mal. Así fue como se llegó al catecismo holandés, al belga y a la actual apertura en la práctica a dar la Comunión a los divorciados, los convivientes y los homosexuales (octubre-noviembre de 2023).

Hay que vivir con arreglo a como se piensa (fe y buenas obras). De lo contrario se termina por pensar (luteranamente) como se vive (pecca fortiter sed fortius crede). Algunas cosas desagradables han sido pensadas y planificadas por el teilhardismo (el eterno femenino), el Concilio (conformidad ilegítima con la modernidad) y el postconcilio (la posmodernidad), y ya hemos llegado al paroxismo del Concilio Vaticano III, inaugurado en la práctica de manera extraoficial por el papa Francisco, que tras diez años de pontificado ha pasado de la práctica a la teoría del mal, no sólo permitida en la práctica, sino justificada doctrinalmente.

Pero un error (el Concilio) no se corrige con otro error (el Concilio Vaticano III que pidieron Küng, Martini y Bergoglio), ni con una verdad a medias (la hermenéutica de la continuidad tan proclamada y no probada por Benedicto XVI4), sino con la verdad afirmada y vivida en su integridad.

Por ejemplo, cuando después del humanismo y el Renacimiento estalló la rebelión protestante, la Iglesia se interrogó y comprendió que las ideas falsas y las relajadas costumbres humanistas del Renacimiento se habían infiltrado en el clero y el pueblo católico, y quiso reformarse mediante el Concilio de Trento, durante cuyas sesiones la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino estaba abierta ante el altar de la asamblea conciliar tridentina. Así nació el esplendor teológico y ascético de la Contrarreforma (segunda escolástica y espiritualidad ignaciana), fruto de la cual han sido insignes teólogos y doctores de la Iglesia y grandes santos.

Hoy hace falta, con la gracia de Dios, reeducar la totalidad del hombre: en lo físico, en cuanto a las pasiones sensibles, las ideas y el comportamiento moral y sobrenatural. Lo que nos salvará no será la moralidad del Concilio, ni siquiera el diálogo interreligioso de un Concilio Vaticano III, sino la Verdad, que es Jesucristo, heri, hodie et in saecula y el tradidi quod et accepi.

No nos hagamos más ilusiones; la revolución (individual, familiar, económica, social y hasta religiosa) ya se ha quitado la máscara y habla sin disimulo. Tras el aparente compás de espera del pontificado de Benedicto («un paso atrás»), la subversión teológica ha recobrado su ímpetu («dos pasos adelante»), que de antropocéntrico ha pasado a ser antropolátrico y hasta ateo.

Veremos -y con lo de octubre y noviembre de 2023 ya la estamos viendo- la abominación desoladora en el lugar santo con mucha más fuerza de lo que hemos tenido que aguantar desde hace 51 años (desde el 11 de octubre de 1962) para acá. La táctica bergogliana de, inicialmente, hablar sin teorizar para dejar hacer y destruir (durante el primer decenio de su pontificado) y más tarde declarar teorícamente dando valor normativo a la degeneración, es una avalancha que sólo la omnipotencia divina podrá detener.

A esta última y enésima salida (8 de noviembre de 2023) seguirán en el lapso de breve tiempo cien más, y aún más radicales. No tengo intención de dejarme arrollar por esta marea de horrores filosófico-teológicos, inicialmente, prácticos y al cabo de diez años también teorizados. No se puede, es demasiado veloz y destructiva, una especie de tsunami (a)teológico. Lo único que se puede hacer es aguardar con paciencia a que Dios intervenga, pues Él no puede permitir que esta furia devastadora avance hasta el infinito y lo aniquile todo.

La cólera divina se cierne sobre nuestras cabezas mientras Bergoglio hace cuanto puede por desafiar a Dios con continuos ultrajes y blasfemias. Quién sabe si las guerras de Ucrania y de Palestina son el comienzo de los dolores.

Pantaleus

1. Las palabras Ni Dios podrá conmigo estaban escritas sobre la popa del Titanic, tragado por las olas en 1912, las cuales son más que pequeñas con relación a Dios que una gota de rocío. Igualmente, cuando el hombre se disponía a pisar por primera vez la Luna, el 13 de julio de 1969, Pablo VI dijo: «Con esta empresa el hombre se manifiesta gigante, se muestra divino; no en sí, sino en su principio y su destino. Honor al hombre, honor a su dignidad, su espíritu y su vida»

2. El P. Yves Congar, creado cardenal por Juan Pablo II, escribió que el Concilio Vaticano II viene a ser un equivalente de la Revolución Francesa en la Iglesia. Es más, hizo propio el trilema de 1789: libertad, igualdad y fraternidad, con su doctrina de la libertad religiosa (Dignitatis humanae), la de la colegialidad (Lumen gentium), que equipara papado y episcopado, y la del ecumenismo, que crea una fraternidad de todas las religiones (Nostra aetate y Unitatis redintegratio).

3. S. Th., I-II, qq. 22-48.

4. Il secolo d’Italia del 8 de julio de 2010 declaró. «La reciente sesión de nombramientos en el Vaticano en la que Benedicto XVI promueve el grupo de Communio, revista que fundó Von Balthasar en 1972, y cuya alma era Ratzinger. Von Balthasar, Lubac y Ratzinger crearon la revista para contrarrestar Consilium, fundada en 1965, y que después del Concilio adoptó una postura ultraprogresista, con Karl Rahner, Küng y Schillebeeckx.

Como vemos, Ratzinger, incluso siguiendo a Danielou, De Lubac, Speyr y Von Balthasar, continuadores de la doctrina de la apocatástasis de Orígenes, condenada tantas veces por la Iglesia, es demasiado moderado para Bergoglio, que lo quiere superar en la misma línea de acción de Rahner, Küng y Schillebeeckx. El combate dialéctico entre Concilium y Communio continúa, y actualmente con Bergoglio la rahneriana Concilium le gana a la balthasariana Communio de Benedicto XVI.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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