El pasado 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís, se inauguró la XVI Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos para hablar del tema de la sinodalidad. Numerosas declaraciones y opiniones encontradas han precedido y están acompañando el encuentro. El pasado día 2, en vista de diversas «declaraciones de Prelados de alto rango (…) que son abiertamente contrarias a la constante doctrina y disciplina de la Iglesia, y que han generado y siguen generando gran confusión, así como la caída en error entre fieles y demás personas de buena voluntad», cinco cardenales han manifestado «su más profunda preocupación al Romano Pontífice». Por ese motivo, han expuesto al papa Francisco cinco dubia relativos a algunas cuestiones en cuanto a cómo se debe interpretar la divina Revelación, así como sobre la bendición de parejas del mismo sexo, la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia, la ordenación sacerdotal de mujeres y el arrepentimiento como condición indispensable para la absolución sacramental (aquí).
Los cinco purpurados son el alemán Walter Brandmüller, el estadounidense Raymond Leo Burke, el mexicano Juan Sandoval Íñiguez, el guineano Robert Sarah y el chino Joseph Zen Ze-kiun, que a su vez afirman estar seguros de que el recientemente fallecido cardenal George Pell «compartía estos ‘Dubia’ y habría sido el primero en suscribirlos».
El mismo día 2 de este mes, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó una respuesta del Papa a los dubia que, al igual que los propios dubia, era anterior a su publicación (aquí).
El pasado 10 de julio, los cinco cardenales mencionados plantearon sus dubia al Papa y al Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Al día siguiente, 11 de julio, Francisco respondió con una carta de siete páginas escrita en español. La carta no satisfizo a los cinco cardenales, y el 21 de agosto reformularon sus dubia a fin de que el Papa los respondiese con un sí o un no, «para obtener una respuesta clara basada en la doctrina y disciplina perennes de la Iglesia». Al no haber recibido respuesta, los cinco prelados decidieron el pasado día 2 hacer públicos sus dubia.
Con todo, la cronología de los hechos tiene una importancia secundaria. Lo cierto es que, según Francisco, su carta del 11 de julio intenta responder a los nuevos dubia del 21 de agosto. La respuesta del Pontífice suscita interrogantes aún mayores que los provocados por los dubia de los cardenales. De hecho, el Sumo Pontífice se vale de un recurso dialéctico que ya usó en Amoris laetitia para contradecir, o al menos debilitar, sirviéndose de un caso concreto, la regla general de la fe. Encontramos un ejemplo de ello en uno de los puntos más controvertidos, el de la bendición de las parejas homosexuales. Primero da la impresión de que el Papa confirma la doctrina tradicional, pero luego añade que «en determinadas circunstancias», la posibilidad de no cumplir la norma se dejaría al criterio de los sacerdotes. Así al menos es como ha sido interpretado su ambiguo lenguaje por la prensa internacional, sin que nadie la desmienta.
En vísperas de la inauguración del Sínodo, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha respondido con términos análogos a los de Dominik Duka, arzobispo de Praga, que en nombre de la Conferencia Episcopal Checa ha planteado diez preguntas relativas al acceso a los sacramentos para los divorciados vueltos a casar. El Dicasterio respondió que el Papa «permite en ciertos casos y tras un adecuado discernimiento» que los divorciados que se han vuelto a casar puedan acceder a los sacramentos aunque no observen la castidad, y añadió que esta indicación debe considerarse «magisterio ordinario de la Iglesia» (aquí).
En vista de esta situación, hay quien ha señalado que es útil plantear dubia cuando ello permite al Papa reitera sin términos ambiguos la doctrina católica, pero no cuando el resultado es que aumente la confusión entre los fieles. Ha habido igualmente quien ha objetado que cinco prelados de entre los 242 que componen actualmente el Colegio Cardenalicio son una minoría insignificante. Por otra parte, ninguno de los cinco purpurados ejerce cargo alguno en la Curia o en una diócesis, y tres de ellos superan además los noventa años. Es más, todos tienen que reconocer que los dubia son razonables, están bien formulados y ante todo son coherentes con el magisterio perenne de la Iglesia. Su importancia radica en lo que manifiestan: que existe mucha inquietud ante el proceso revolucionario de que es víctima la Iglesia.
Igualmente, hay quien ha observado que los dubia no son la expresión más elevada de disentimiento que se puede dirigir lícitamente a las autoridades eclesiásticas. La Correctio filialialis del 16 de julio de 2017 (https://www.correctiofilialis.org/es/) supuso la expresión más enérgica de resistencia al papa Francisco dentro de los límites permitidos por el derecho canónico. Aun así, a pesar del gran impacto que tuvo la Correctio filialis, la fuerza de los dubia es mayor todavía, porque sus autores no son teólogos ni intelectuales, sino cardenales de la Santa Iglesia de Roma, que entre sus deberes tienen el importantísimo de elegir al Vicario de Cristo. No había voz que pudiera expresarse con más autoridad. Hay que añadir, además, que el cardenal Gerhard Ludwig Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe e invitado por el papa Francisco a participar en el Sínodo, ha aprobado públicamente el documento a pesar de no ser uno de los firmantes (aquí). Y tampoco se puede excluir que los próximos días o semanas otros cardenales y obispos agreguen su adhesión, dado que, como declaró el cardenal Burke en su discurso del 3 de octubre en el encuentro de la Nuova Bussola, «muchos hermanos en el episcopado y también en el Colegio Cardenalicio apoyan esta iniciativa, aunque no figuren en la lista oficial de firmantes». (aquí).
Asimismo, hay que destacar que Francisco no ha llamado rebeldes ni herejes a los cinco purpurados; al contrario, ha demostrado que se toma en serio sus consultas. En su respuesta a la tercera pregunta de los cardenales, Francisco se dirige a ellos afirmando con un deje de ironía: «con estos dubia ustedes mismos manifiestan su necesidad de participar, de opinar libremente y de colaborar, y así están reclamando alguna forma de sinodalidad en el ejercicio de mi ministerio». Es evidente que dentro del ideario político del papa Francisco está la idea de transformar el Sínodo en una especie de parlamento de la Iglesia, con partidos y corrientes que se enfrentan dialécticamente, pero también es verdad que entonces no se podrá ejercer ninguna censura contra quien exprese públicamente su fidelidad a la Iglesia de siempre.
Hay también quienes, en el bando tradicionalista, critican a los cardenales pero no por haber afirmado explícitamente que las desviaciones del sínodo son consecuencia de los errores del Concilio Vaticano II. Como es natural, es cierto que la comisión que ayudó a los cardenales, sobre todo en la difusión del documento, está integrada por eclesiásticos y laicos afines a la llamada hermenéutica de la continuidad. Ahora bien, los dubia no expresan esa corriente, históricamente fallida e incapaz de congregar una auténtica resistencia al proceso de autodemolición de la Iglesia, y que puede ser compartida por un sector muy amplio, que comprende no sólo tradicionalistas y conservadores, sino también a todos los católicos que juzgan cuanto pasa en la Iglesia a la luz de la verdadera fe y la sana razón.
Por otro lado, en estos momentos de confusión todo ejército pone sus efectivos en formación y todo regimiento alza sus banderas. No es casual que el mismo día en que los cardenales dieron a conocer su notifica el arzobispo Carlo Maria Viganò publicase un discurso en el que expresa sus convicciones sobre la invalidez de la elección del papa Francisco por vicio de consenso. Según monseñor Viganò, Francisco habría ganado la elección mediante dolo, con miras a hacer «todo lo contrario de lo que mandó Jesucristo que hicieran a San Pedro y sus sucesores: confirmar a los fieles en la fe (aquí)».
Entre los que sostienen que Bergoglio es papa, aunque indigno, y quienes lo consideran un usurpador elegido con el fin de destruir la Iglesia, la distinción no es sólo semántica, sino de contenido. En esta hora de profunda aflicción por la Iglesia, hay una brecha abierta en la Iglesia entre quienes consideran antipapa a Francisco y quienes, como nosotros, rezan para que el Señor «non tradat eum in ánimam inimicórum éiu». Mientras tanto, en Roma, como escribe Guido Horst en el Tagespost (aquí), la pregunta principal que se plantean obispos, arzobispos y cardenales reunidos no tiene nada que ver con los temas que se discuten en el Sínodo, sino con otro: ¿cuál será el próximo papa?
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)