El éxito de la manifestación del 20 de junio en Roma contra la ideología de género ha sido lo suficientemente arrollador casi como para eclipsar el eco mediático de la encíclica Laudato sì del papa Francisco, presentada hace dos días en el Vaticano. La práctica coincidencia de ambas noticias ha dado pie al sociólogo Marco Marzano de la Universidad de Bérgamo para hablar de una «confrontación entre dos iglesias”: la primera “ha aplaudido masivamente la encíclica que ha dedicado el Papa a temas sociales y ecológicos”; la segunda “se ha volcado en las calles de Roma para defender la familia tradicional y rechazar la igualdad sexual y toda concesión de derechos a las parejas homosexuales” (Il Fatto Quotidiano, 21 de junio de 2015).
La primera iglesia, a la cual Marzano define como “progresista o conciliar”, es la que “puede por fin levantar la cabeza gracias a un pontífice que concede prioridad en sus intervenciones a muchos de los temas y sensibilidades que desde hace tiempo caracterizan al progresismo católico (…) El empuje que procede de las intervenciones en este sentido es tan fuerte que hoy el Sumo Pontífice se ha convertido de hecho en la voz más escuchada por la izquierda internacional”; la segunda iglesia es aquella que se ha congregado en la plaza de San Giovanni. El diario Il Fatto la define como “derecha beata”, mientras que Alberto Melloni* la considera “un ejemplo de catolicismo activo «integrado por “católicos convencidos de que la familia que es objeto de ataque es la formada por «padres y madres, a la que el magisterio eclesiástico llamaba en un tiempo matrimonio si se casaban por la Iglesia o concubinato público si los casaba el alcalde (…) Como si el inevitable cambio de costumbres convocara a la Iglesia a batirse en duelo en el terreno de la legislación en vez de darse golpes de pecho y leer el Evangelio” (Corriere della Sera, 18 de junio).
La irritación en los ambientes progresistas por el éxito de la manifestación del 20 de junio es comprensible. Pero si la tentativa de enfrentar al papa Francisco con los manifestantes es engañosa, lo cierto es que la ideología de género no es prioritaria para el Sumo Pontífice, del mismo modo que para los congregados en la plaza de San Giovanni la ecología no supone desde luego el problema que reviste mayor gravedad. Es más, la «Iglesia enfermería” de Francisco no desea crear frentes ideológicos contrapuestos, mientras que la manifestación de Roma, como ha afirmado entre aplausos uno de los que disertaron en la plaza, Gianfranco Amato, ha querido ser “el primer acto masivo de resistencia a la imposición de la dictadura del pensamiento único por parte de un lobby que no tiene nada que ver con el pueblo”.
La mobilización de la plaza de San Giovanni ha revelado además la existencia de un distanciamiento entre la base católica y la cúpula de la Conferencia Episcopal Italiana. Si es cierto, como escribe el vaticanista Giuseppe Rusconi, que el secretario general de la CEI, Nunzio Galantino, ”se ha esforzado (y cómo) por abortar la manifestación y ha tratado después de «ahogarla en la cuna” (www.rossoporpora.org), el éxito representa “una dura llamada de atención a la realidad para Galantino, para los dirigentes de Comunión y Liberación, para la asociaciones católicas asociadas al poder”. Por otra parte, pocos obispos se han adherido públicamente a la manifestación, y mientras los principales diarios italianos le han dedicado bastante espacio en sus primeras páginas, en el “Avvenire”** del 21 de junio, el artículo principal está dedicado a las medidas que va a aprobar el Gobierno para regular los juegos de azar, y el editorial a la masacre de Charleston en Estados Unidos.
Un observador laicista como Pierluigi Battista ha señalado que una manifestación tan masiva como la del 20 de junio “ha hecho estallar el sentimiento larvado de una parte considerable del mundo católico, pero que no viene de arriba; la mobilización no se ha originado en los púlpitos. (Corriere della Sera del 21 de junio). La manifestación de la plaza de San Giovanni “ha sido la expresión de un frente de rechazo más extendido de cuanto alcanzan a imaginar los medios de difusión”. Rechazo de los mitos progresistas, pero también rechazo de la estrategia minimalista del episcopado italiano. “Aquí en Roma –prosigue Battista– se ha visto un gesto de rechazo, una sutil línea de fractura, una impaciencia que difícilmente podrá escapar a la atención de la jerarquía eclesiástica”.
Ahora bien, si la base se emancipa de la cúpula, ¿quién guiará y orientará al pueblo católico? “Alguien ha intentado aprovecharse de la iniciativa, pero no se lo hemos consentido”, ha declarado el portavoz del Comité para la Defensa de Nuestros Hijos, Massimo Gandolfini, en la conferencia de prensa del pasado 8 de junio. En realidad, un personaje que goza de las simpatías de Gandolfini ha sido quien ha intentado beneficiarse, y lo ha hecho a lo grande. El protagonista indiscutible, aunque resulte molesto, del acto del 20 de junio, el que ha lanzado un desafío abierto a la Conferencia Episcopal Italiana, ha sido Kiko Argüello, fundador histórico del Camino Neocatecumenal. Kiko ha marcado el ritmo y la marcha de la manifestación, la ha sostenido con elevados gastos, ha mobilizado a sus seguidores, que constituían dos tercios de los presentes en la plaza, y sobre todo se ha impuesto ante el micrófono imprimiendo con su sello a la manifestación una interminable catequesis a modo de conclusión.
La manifestación era contra la ideología de género pero, ¿en nombre de qué? Ninguno de los que hablaron aludió a la ley de Dios ni a la ley natural, cuando la violación de ambas es una culpa mucho más grave que las injusticias que sufren los niños huérfanos. Sólo Kiko Argüello se ha atrevido a dar un contenido religioso al acto, empuñando como un pastor de la Iglesia su gran cruz procesional. Durante su intervención, que se puede escuchar en youtube, Kiko ha intentado explicar “qué significa ser cristiano hoy en día”, y lo ha hecho indicando el camino neocatecumenal como la vía que conduce a una fe adulta: una fe purificada de fórmulas dogmáticas y doctrinales y reducida a puro “kerigma”, anuncio de un acontecimiento del que el propio Kiko se hace intérprete y profeta. El carácter inconexo e ilógico de su exposición (“pinceladas de artista», como él lo define) es parte de su “teología de la historia”, resumida en el “canto final del Apocalipsis” al que la multitud ha unido su voz bajo la lluvia.
Kiko Argüello nunca ha respondido a tantas preguntas como se le han dirigido desde hace décadas sobre su concepto de la Iglesia, del sacramento del orden y de la Eucaristía. El precio a pagar por la defensa del matrimonio y de la familia no puede ser el abandono y oscurecimiento de verdades que pertenecen al depósito de la Fe, como la existencia de una sola verdad salvífica, de la que la Iglesia es portadora, o que la Misa no sea un banquete festivo sino la renovación incruenta del sacrificio de la Cruz. Y la alternativa a la dejación de funciones de los obispos no puede ser la reinterpretación del cristianismo por parte de un movimiento carismático y antiinstitucional. La fe, o es integra, total, o no es. Para ser hereje no es necesario negar todos los dogmas; basta con negar pertinazmente una mínima verdad de la fe o de la moral católica. Quien niega un solo dogma los niega todos y debe ser considerado hereje porque cree o no cree, no basado en la autoridad de Dios para revelar, sino basándose en su propia razón: lo que él llama fe es en realidad su opinión personal, y no tiene ninguna atribución para exigir que otros sigan su opinión particular.
El entusiasmo despertado por la concentración del 20 de junio pasará, pero en el horizonte se vislumbran enormes problemas religiosos y morales. Para afrontarlos, lo que importa no es un encuentro multitudinario. No es la fuerza de los números ni el impacto mediático, sino la integridad de la doctrina. No la capacidad de coaligarse, sino decidir con coherencia. Sólo así se podrá convocar la ayuda del Cielo. Y sin la intervención de Aquél que todo lo puede, toda batalla está perdida.
(N. del T.)