Al día siguiente de las exequias de Benedicto XVI, el horizonte que se perfila en el Vaticano tiene los perfiles indefinidos del caos. El primer elemento de confusión, relativo al nombre por el que debe referirse al difunto pontífice, ha sido puesto de relieve por su propio funeral. Es evidente que Benedicto XVI ha sido un nombre de cortesía, porque desde el 28 de febrero de 2013 hay un solo papa en el Vaticano, que es Francisco, como ha sostenido varias veces en los últimos días el propio monseñor Gänswein, secretario de Benedicto. Según los canonistas, habría sido más correcto llamarlo cardenal Josef Ratzinger, o tal vez monseñor Ratzinger, dado que sólo el título de obispo imprime carácter.
Desde luego, el funeral no ha sido el que corresponde a un papa que reinaba. Prueba de ello es que no sólo que la Santa Sede sólo invitó a dos delegaciones oficiales (Italia y Alemania), sino también algunos pequeños detalles, como por ejemplo la nota verbal que se difundió el pasado 31 de enero a los embajadores en las que se les pedía que asistieran en traje oscuro y no de gala. Este homenaje tan moderado motivó a la vaticanista Franca Giansoldati a escribir en Il Messaggero del pasado 6 de enero: «El funeral más estrambótico de la historia de la Iglesia contemporánea tendría que haberse atenido a un protocolo realmente solemne y con luto oficial en el Vaticano, pero en vista de que Ratzinger ya no reinaba, ni siquiera las banderas blanquiamarillas ondeaban a media asta. También se echó en falta el piquete de guardias suizos en torno al féretro, y los caballeros que portaron el ataúd no vestían frac. Sólo el decano de sala vestía uniforme de gala».
Por otra parte, el contrapunto de este funeral de mínimos ha sido el homenaje rendido al ex pontífice por más de 200.000 fieles que han querido presentarle sus respetos por última vez durante los tres días que el féretro estuvo expuesto al público. Multitudinaria manifestación que dio prueba del afecto del que siempre gozó Benedicto, y que ha llevado a los medios de prensa a poner de relieve la existencia de dos partidos enfrentados en el Vaticano. El diario Libero del pasado día 5 titulaba en primera plana Ajuste de cuentas entre dos papas. Por su parte, Nico Spuntoni escribió en Il Giornale del día 8: «Como en una tormenta perfecta, durante los días en que estuvo expuesto el cuerpo de Benedicto y se celebraron sus honras fúnebres circularon adelantos de un libro (Nada más que la verdad) y una entrevista de su fiel secretario particular monseñor Georg Gänswein en la que manifestaba su estupor por haber reducido sus funciones como Prefecto de la Casa Pontificia hace tres años tras la polémica suscitada por el libro del cardenal Robert Sarah en defensa del celibato sacerdotal, por haberse presentado a Ratzinger como supuesto coautor del mismo. Un ruido parecido ha suscitado una respuesta de Gänswein sobre Traditionis Custodes, el documento por el que Francisco abrogó de facto la autorización concedida a la Misa Tridentina en 2007: «Creo que el papa Benedicto leyó este motu proprio con mucho dolor», afirmó el arzobispo alemán al diario Die Tagespost. Gänswein ha sido objeto de duros ataques por ciertas personas autorizadas. Las revelaciones del ex prefecto han dado lugar a que se hable de que existen en la Iglesia divisiones que se agudizarán después de la muerte de Benedicto XVI. Y en efecto, algunos cardenales y obispos ya están admitiendo que hay tensiones».
Un artículo de Massimo Franco en Il Corriere della Sera del pasado día 8 llevaba por título Tras el adiós a Ratzinger, el frente tradicionalista se opone a Francisco. Entre los exponentes más destacados de dicho frente, además de a monseñor Gänswein, cita Massimo Franco al cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y al flamante presidente de la Conferencia Episcopal de EE.UU., Timothy Broglio. En el mismo diario, portavoz del progresismo, Gian Guido Vecchi escribe: «En el ámbito de la oposición tradicionalista a Francisco se multiplican los intentos post mortem de usar a Benedicto XVI como bandera y crear un supuesto conflicto entre dos pontífices que no ha existido en la realidad» (Corriere della Sera del 10 de enero)
Salta a la vista que la maniobra tiene por objeto achacar a los conservadores la culpa de un enfrentamiento cuyos principales artífices son en realidad actualmente los obispos alemanes, tan activos en su camino sinodal. No se atribuye la menor responsabilidad al papa Francisco, que a pesar de la grave dolencia que le debilita las fuerzas sigue utilizando mano dura, como hizo el día de Reyes al anular la autoridad del Vicariato de Roma con la constitución apostólica In ecclesiarum communione. Se desconoce lo que se habló en el encuentro del pasado día 9 entre el Papa y monseñor Gänswein, pero sin duda alguna eso aumenta la incertidumbre. Por otra parte, el inesperado fallecimiento del cardenal George Pell el pasado 10 de enero creará nuevos problemas al frente conservador. El cardenal australiano, absuelto de toda acusación, tenía una marcada personalidad, y con su capacidad de organización podría haber desempeñado un papel importante en el periodo previo al cónclave que muchos ven ya próximo en caso de muerte o de renuncia de Francisco. Además, recuerda monseñor Gänsewin, entre los papables, «muchos que están considerados más liberales, por emplear un término que todos entienden, fueron ascendidos a cargos importantes durante el pontificado de Benedicto» (Nada más que la verdad). Entre los nombres indicados por el Prefecto de la Casa Pontificia están los principales cardenales del ala progresista, como Jean Claude Hollerich (arzobispo de Luxemburgo, 2011), Luis Antonio Tagle (arzobispo de Manila, 2011) y Matteo Maria Zuppi (obispo auxiliar de Roma, 2012). La divisoria de aguas entre ratzingerianos y bergoglianos no está por tanto tan clara. No se puede negar que cada vez reina más la confusión. En una situación así, ¿qué otra cosa se puede hacer que limitarse a vivir y actuar como todos los días, con espíritu de plena fidelidad a la Iglesia y de total abandono a la Divina Providencia?
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)