El problema moral de la guerra nuclear

El problema moral de la guerra nuclear

Roberto de Mattei

18 de junio de2025

La guerra entre Israel e Irán, que se superpone a la que se libra entre Rusia y Ucrania, genera cada vez más alarma en el panorama internacional. Dejemos de lado el contexto histórico, político y económico en que se han dado y se están combatiendo estas guerras, y centrémonos en el problema moral que se vislumbra. En la época de la guerra fría, el equilibrio entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, estaba garantizado por la estrategia de la disuasión o destrucción mutua asegurada, según la cual, gracias a su eficacia destructiva, las armas nucleares servían para disuadir al enemigo de lanzar ataques que podían tener consecuencias devastadoras. El único objeto de los arsenales nucleares era neutralizar las armas nucleares (Herman Kahn, Filosofia della guerra atomica, tr. it., Il Borghese, Milán 1966, p. 138). En la época postmoderna que ha venido tras la caída del Muro de Berlín ya no existen reglas internacionales compartidas. Entre otros ejemplos,Vladimir Putin ha invocado el uso de las armas nucleares como medio de reequilibrar la inferioridad militar en el terreno de las armas convencionales, e Irán como objetivo estratégico para destruir el estado de Israel. Una de las reglas de la disuasión consistía en no tomar el nombre de la bomba en vano. La escalada verbal a la que asistimos podría conducir a una guerra real antes de lo que imaginamos.

La pregunta de fondo que se plantea es la siguiente: ¿sería lícita una respuesta nuclear a un ataque de las mismas características, o una guerra atómica es en sí, como sostenía el papa Francisco, intrínsecamente inmoral. El 24 de noviembre de 2019, durante una visita a Hiroshima, declaró: «El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas». ¿Es ésta la doctrina de la Iglesia?

Para resolver este complejo problema moral, es preciso recordar que a lo largo de más de un milenio la Iglesia ha enseñado constantemente la legitimidad de una guerra librada por causas justas. Después de San Agustín y Santo Tomás, esta doctrina ha sido desarrollada en sus diversos aspectos por los grandes teólogos españoles de la segunda escolástica, como el dominico Francisco de Vitoria (1483-1546) y el jesuita Francisco Suárez (1548-1617), y ha sido asimismo expuesta por los grandes moralistas y sociólogos católicos del siglo XX, como los padres Antonio Messineo (1897-1878) y Johannes Messner (1891-1894).

A pesar de ello, la época moderna ha conocido la aparición y el desarrollo de las armas nucleares, químicas y bacteriológicas, que no solo se distinguen de las convencionales por su capacidad destructiva, sino por su naturaleza. Son, en efecto, armas de destrucción que no distinguen y afectan por igual a inocentes y a los propios combatientes en una medida desproporcionada a los resultados que se desean alcanzar.

Pío XII abordó la cuestión en varias discursos, en particular en la alocución del 30 de noviembre de 1954 ante los participantes en la VIII Asamblea Médica Mundial, en la que se preguntó:

La guerra total moderna, singularmente la guerra atómica, biológica o química, ¿está permitida en principio? No puede subsistir duda alguna, sobre todo a causa de los horrores y de los inmensos sufrimientos provocados por la guerra moderna, que desatar ésta sin justo motivo (es decir, sin que se halle impuesta por una injusticia evidente y extremadamente grave, inevitable de otro modo), constituye un delito digno de las sanciones nacionales e internacionales más severas. Ni siquiera en principio se puede proponer la cuestión de la licitud de la guerra atómica, química y bacteriológica, sino en el caso en que se la juzgue indispensable para defenderse en las condiciones indicadas. Y aun entonces es preciso empeñarse por todos los medios en evitarla mediante acuerdos internacionales o señalar a su empleo límites muy claros y precisos para que sus efectos queden circunscritos a las exigencias estrictas de la defensa. Cuando, sin embargo, el empleo de este medio lleva consigo una tal extensión del mal que se escapa totalmente al control del hombre, su utilización debe rechazarse como inmoral. Aquí ya no se trataría de la defensa contra la injusticia y de la necesaria salvaguardia de posesiones legítimas, sino de la aniquilación pura y simple de toda vida humana en el interior del radio de acción. Esto no se halla permitido por ninguna razón.


Estas palabras de Pío XII dan a entender que el empleo de las armas nucleares, químicas y bacteriológicas sólo está permitido en el caso de una injusticia sumamente grave que sea imposible evitar por otros medios, y siempre que haya posibilidad de limitar sus efectos.

El abate Bernard de Lacoste Laraymondi, director del seminario de Écône de la Fraternidad San Pío X, en un artículo publicado en 2019 en La porte latine sobre este tema (https://fsspx.news/es/news/es-inmoral-la-bomba-atomica-29868), sintetizó perfectamente la postura católica:

Según el quinto mandamiento de Dios, nunca está permitido matar directamente a una persona inocente. Esto es inherentemente malo. Es un pecado mortal contra la justicia. Por lo tanto, incluso en una guerra justa, matar a un gran número de civiles para presionar a los enemigos y obligarlos a rendirse es un proceso gravemente inmoral. Sin embargo, si se trata de matar indirectamente a una persona inocente, la cuestión es más sutil. Esto está permitido bajo las siguientes condiciones:

-Que la muerte de los inocentes no sea deseada, sino solo prevista, permitida y tolerada.

-Que la muerte de los inocentes no produzca el bien deseado. San Pablo dice que no está permitido hacer el mal para lograr el bien.

-Que exista una causa proporcionada.

Esta última condición es la que corre el riesgo de no cumplirse en el caso de la bomba atómica. Por ejemplo, si, mientras bombardean una base militar enemiga importante, se mata indirectamente y sin intención a dos o tres civiles, existe una causa proporcionada. Pero si, para matar a cinco soldados enemigos, se corre el riesgo de provocar la muerte de cientos de civiles, la causa no es proporcionada. Sin embargo, la bomba atómica es muy mortífera. Su uso solo es legal si los daños causados a la población civil son muy limitados. Por este motivo resulta difícil justificar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.

Pero, ¿deberíamos entonces concluir que la bomba atómica en sí misma es inmoral? Ciertamente no. La moralidad de un arma no proviene de su naturaleza sino del uso que los hombres hacen de ella. (…) La dificultad reside en los efectos destructivos de esta bomba: son terribles y difíciles de controlar. Sin embargo, no es imposible imaginar una situación en la que habría pocas víctimas inocentes de las armas nucleares. Se trata de aquellos casos en los que el objetivo militar enemigo está claramente aislado. Por ejemplo, si una poderosa base militar enemiga está situada en medio de un desierto, o en una isla escasamente habitada en el Océano Pacífico, entonces, si la guerra es justa, el uso de una bomba atómica podría estar moralmente permitido, siempre que la potencia de la bomba sea proporcional, en la medida de lo posible, al tamaño del objetivo. Esta bomba también podría ser lanzada legítimamente sobre una escuadra en el mar muy lejos de la costa.

Sin embargo, hay que reconocer que tal situación no es frecuente, y que, por tanto, la mayoría de las veces, el uso de la bomba atómica no está justificado, debido a la desproporción entre la muerte de muchas personas inocentes y el resultado militar deseado.

En resumidas cuentas: para que una guerra sea justa es necesario que no sólo sea bueno y justo el fin, sino también los medios que se utilizan para combatir. En una guerra nuclear, el fin puede ser bueno, por ejemplo en el caso de una agresión inesperada, pero es difícil que los medios sean buenos cuando su empleo supone la muerte de decenas de millares de civiles inocentes que resultan un objetivo directo. La moral tradicional no admite la máxima maquiavélica según la cual el fin justifica los medios. Ningún mal hecho con buena intención se puede excusar, «como algunos [que] afirman, (…) “Hagamos el mal para que venga el bien”» (Rm.3,8).

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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