En su primera salida de la urbe romana, el papa León XIV se encaminó a un lugar poco conocido para la mayoría pero muy querido para algunos devotos marianos: el santuario de la Madre del Buen Consejo de Genazzano.
Genazzano es una localidad medieval que perteneció a la antigua familia feudal Colonna. Está enclavada en las faldas de los montes prenestinos, a unos 45 kilómetros de Roma. En el corazón de dicha aldehuela de calles angostas se alza un santuario agustino en el que se venera una imagen de la Virgen cuya historia es digna de ser conocida.
En el siglo XV, el pueblo albanés, capitaneado por la legendaria figura del príncipe Jorge Castriota, conocido como Scanderbeg (1405-1468), se defendió con uñas y dientes de los invasores mahometanos. Al cabo de veinte años de heroica resistencia contra Mehmed II, el defensor de la cristiandad albanesa falleció agotado de tanto batallar el 17 de enero de 1468. Scanderbeg era un gran devoto de una antigua imagen de la Virgen con el Niño Jesús conocida como Santa María de Escútari. Escútari es una de las ciudades más antiguas de Albania, y se halla próxima a la frontera de Montenegro. Su santuario era un foco de devoción al que muchos acudían, y gracias a la ayuda de Nuestra Señor de Escútari, Scanderbeg había conseguido derrotar a ejércitos muy superiores al suyo. En vísperas de su muerte, antes de que Albania cayese en manos de los turcos, sucedió un milagro extraordinario. La Virgen se apareció en sueños a dos de sus devotos soldados, llamados Sclavis y Georgis, y les anunció que su imagen abandonaría Escútari antes de que país perdiese la fe, y les pidió que la siguieran. Mientras Sclavis y Georgis rezaban ante la imagen, ésta se separó de la pared y, envolviéndose en una nube blanca, se elevó en el aire y se dirigió al mar. Los dos soldados, llevados en manos de ángeles, atravesaron el Adriático con Ella.
Hacía algún tiempo que la Virgen se le había aparecido a una devota señora de Genazzano, Petruccia di Nocera, terciaria agustina, y le había mandado edificar un templo en el que llegado el momento oportuno se albergaría una imagen suya. Petruccia, actualmente venerada como beata, dedicó sus modestos recursos a restaurar una capilla dedicada a la Madre del Buen Consejo, que estaba en precario estado.
El 25 de abril de 1467, durante la festividad de San Marcos, bullendo las calles de gentío a la hora del crepúsculo, comenzó de repente a sonar sin motivo aparente la campana de la iglesia en construcción. Todos se acercaron corriendo y vieron descender del cielo una nubecilla blanca, y cómo se instalaba la pintura de la Virgen de Escútari en una de las paredes de la iglesia en construcción. Al poco rato llegaron unos soldados albaneses que afirmaban haber seguido a la Virgen hasta allí. La población quedó estupefacta, no sólo por el prodigio que presenció, sino por los numerosísimos milagros que en el espacio de pocos años realizaría allí la bienaventurada Virgen María. Todos quedaron registrados ante notario, y fueron confirmados por el papa Pablo II, que envió legados e inspectores. En las actas notariales de Genazzano se conservan incluso los nombres de seis albaneses que entre 1468 y 1500 llegaron a la pequeña localidad del Lacio y atestiguaron que en efecto se trataba de la Virgen de Escútari, prodigiosamente desaparecida pocos años antes.
La antigua capilla y fue ampliada y se levantó un santuario dedicado a la advocación que llegaría ser conocida como Madre del Buen Consejo. El milagroso icono sigue todavía en la capilla lateral izquierda, protegida por una verja de hierro forjado del siglo XVII. Se trata de una pintura de una delgada capa de yeso que mide 31 cm de ancho por 42,5 de altura. Hay otro milagro además de la traslación que lo caracteriza: la pintura está como suspendida un dedo del muro y no está fijada sobre éste (Raffaele Buonanno, Memorie Storiche della Immagine de Maria, SS. Del Buon Consiglio Che si venera in Genezzano, Tipografia dell’Immacolata, Napoli 1880, 20 ed., p. 44).
A lo largo de los siglos, desde San Pío V y pasando por León XIII –que incluyó la advocación de Madre del Buen Consejo en la Letanía Lauretana–, hasta llegar a Juan XXIII y Pablo VI, los papas han confirmado esta devoción, y además de por ellos ha sido venerada por numerosos santos como San Pablo de la Cruz, San Juan Bosco, San Alfonso María de Ligorio y San Luis Orione. Uno de los grandes devotos de la Madre del Buen Consejo en el siglo XX fue el profesor Plínio Correa de Oliveira, que recibió de Ella una especialísima gracia: la íntima certidumbre de que llegaría a cumplir su misión contrarrevolucionaria. La Virgen de Genazzano ayuda de manera particular a quienes en momentos críticos de su vida tienen necesidad de certeza y orientación. Es la Madre del Buen Consejo la consejera por excelencia, y por medio de Ella podemos obtener auxilio en las pruebas, incertidumbres y dificultades de la vida. Al implorarle nos sentimos envueltos en su mirada y la concesión de sus gracias se nos garantiza en singulares alteraciones cromáticas y de su fisonomía.
El papa León XIV, que siendo cardenal celebró el 25 del año pasado la Santa Misa en el santuario con motivo de la festividad de la venida de la Madre del Buen Consejo, se dirigió a Genazzano en la tarde del pasado sábado 10 de mayo, y recordó que había estado allí en varias ocasiones. «La presencia de la Virgen –declaró– es un regalo tan considerable» para los habitantes de la localidad latina que «exige una obligada correspondencia: así como la Madre nunca abandona a sus hijos, vosotros también debéis ser fieles a vuestra Madre».
Esta apelación es válida para todo católico que en esta difícil coyuntura de la historia del mundo y de la Iglesia se dirija con confianza a la Virgen María venerándola como Madre del Bueno Consejo.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)