La misa tradicional y los pueblos de la tierra

El italiano Massimo Faggioli, profesor de teología de la universidad de Vilanova en Filadelfia (EEUU), famoso por ser uno de los críticos más duros en las redes sociales del episcopado norteamericano y de todos cuantos le parezcan no estar lo suficientemente entusiasmados con el papa Francisco y sus proyectos revolucionarios, terció, como no podía ser de otra forma, en el debate posterior al motu proprio Traditionis Custodes. No estuvieron ausentes en su argumentación, como es su costumbre, los nuevos loci theologici a los que la «subjetividad» e «historicidad» que Jean Daniélou reclamaba para la teología parecen haber arrastrado a los nuevos (valga la redundancia) nouveaux théologiens de twitter: argumenta ad hominem, ad baculum y plenitud de ignoratio elenchi, es decir, de «hombres-de-paja» y caricaturizaciones grotescas de los argumentos de sus adversarios. No puede negarse que, en esto, Faggioli sea un fidelísimo discípulo del papa Francisco, cuyo amor a las descalificaciones personales ha sido demostrado abundantemente.

Entrevistado sobre el tema por The Illinois Times hace ya más de un año, Faggioli declaró lo siguiente: «No es una accidente que todos estos católicos de la misa antigua sean blancos, porque una de las cosas que ocurrió después del Vaticano II fue una “inculturación” de la liturgia (…). La misa en latín es blanca y europea por definición, porque es un producto de la Iglesia Católica del siglo XVI».

Estamos aquí, en primer lugar, ante una afirmación patentemente falsa: considerar que la misa tradicional se remonta al siglo XVI –cosa negada incluso por historiadores para nada sospechosos de «integrismo» como Jungmann o Bouyer o por cualquiera que tenga el mínimo conocimiento sobre la materia–, ignorando que el misal romano codificado por san Pío V era el mismo misal que circulaba impreso o manuscrito desde siglos atrás, que recogía la multisecular liturgia gregoriana del clero romano, cuyo canon se remonta a tiempos apostólicos. Pero, más allá de eso, queda la pregunta: ¿fue la misa antigua un obstáculo para la «inculturación» de los pueblos no europeos y «no blancos»?

Démosle la palabra a José Carlos Mariátegui (1895-1930), escritor y pensador marxista peruano, uno de los ideólogos del indigenismo latinoamericano, que, refiriéndose a la recepción del catolicismo por parte de las poblaciones prehispánicas luego de la conquista, escribe: «El catolicismo, por su liturgia suntuosa, por su culto patético, estaba dotado de una aptitud tal vez única para cautivar a una población que no podía elevarse súbitamente a una religión espiritual y abstractista»[1]. Luego cita a Emilio Romero, estudioso de la cultura andina originario del Altiplano puneño: «Los indios vibraban de emoción ante la solemnidad del culto católico».

El gran acervo artístico del Barroco andino atestigua también la fascinación que los pintores y escultores indígenas sintieron por la liturgia tradicional católica. No hay monasterio o iglesia del sur andino del Perú que no conserve alguna representación de la misa ad orientem, muy frecuentemente vista por los artistas andinos como una suerte de axis mundi, donde el mundo visible se une con el invisible. Felipe Guamán Poma de Ayala, escritor indio de inicios del siglo XVII, representa en su crónica ilustrada la Santa Misa, incluso con monaguillos y sacristanes indios. Juan Santa Cruz Pachacuti, otro escritor indio del mismo periodo, no puede evitar que su intento por reconstruir la arquitectura y ritualidad sagrada de los antiguos incas del Cusco acabe impregnado de influencias tridentinas. Vemos, entonces, que, aun cuando no habían transcurrido ni siquiera ochenta años de la llegada del primer sacerdote católico al Perú, la liturgia tradicional católica ya había cautivado la imaginación de un pueblo no occidental, ágrafo y que hablaba una lengua radicalmente distinta al latín.

Quizás alguien podría aducir que esa aceptación de la misa tradicional fue, a pesar de todo el entusiasmo ulterior por parte de los indígenas, al fin y al cabo forzada. Aun asumiendo esta lectura errónea del proceso de evangelización, lo cierto es que el entusiasmo por la misa no estuvo circunscrito a los pueblos conquistados militarmente por Occidente. El caso más clamoroso es el del Japón del siglo XVI, donde la Iglesia solo contó con algunas décadas de libertad y, sin embargo, la influencia de la misa tradicional fue también inmensa. Está de sobra comprobado que la ceremonia que representa de manera más profunda el alma japonesa, la ceremonia del té o Chanoyu recibió una gran influencia de la liturgia católica tridentina, en particular de la misa rezada. Sen Rikyu (1521-1591), el más grande maestro del té de todos los tiempos, que diseñó la versión oficial del ritual, contó entre sus siete discípulos más cercanos a dos cristianos, e incluso algunos sostienen que su mujer e hija fueron cristianas. Como apunta el antropólogo Herbert Plutschow: «En más de un solo aspecto, la ceremonia del té contiene sorprendentes similitudes con la misa católica». Más aún, el tempura, uno de los platos más famosos de la gastronomía japonesa, se origina en la abstinencia de carnes exigida por las témporas del calendario litúrgico tradicional. 

Parece ser más bien que en el mismo periodo en que los «muy occidentales» y «muy blancos» alemanes e ingleses abandonaban los rituales católicos tradicionales por la simplicidad vernácula y «moderna» de las seudo-liturgias calvinistas, los pueblos no occidentales los abrazaban con entusiasmo.

Una prueba muy significativa de este arraigo entre los pueblos del mundo se encuentra en la conversación que tuvo Ralph Wiltgen SVD con monseñor Wilhelm Duschak, vicario apostólico de Calapan, en una zona isleña y con población tribal de las Filipinas en noviembre de 1962, durante las primeras sesiones del Concilio. Monseñor Duschak planteaba en aquella fecha tan temprana una «misa ecuménica, despojada de añadiduras históricas», dicha en «voz alta, en lengua vernácula y cara al pueblo (…) Cuando se le preguntó si su propuesta tenía origen en el pueblo al que él servía, respondió: “No, pienso que ellos se opondrían, al igual que se oponen muchos obispos. Pero si se pusiera en práctica, creo que la aceptarían”»[2]

¿Qué hacía que la misa tradicional se haya inculturado tan exitosamente y haya sido tan amada, en sí misma, por las poblaciones no occidentales? A que su pietas, su sacralidad, su misterio y su hieratismo cautivan a todas las sociedades tradicionales, que conservan universalmente un sentido de lo jerárquico y del respeto piadoso a lo ancestral.

Más bien una reforma litúrgica antropocéntrica y desacralizante sería ajena a las sensibilidades profundas de estos pueblos. Y el antropocentrismo y la desacralización son patrimonio exclusivo del Occidente revolucionario moderno.

En este punto cabe preguntarse si existe alguna manifestación cultural, sea en Oriente u Occidente, que haya surgido de la reforma litúrgica, que, de acuerdo a sus inventores, estaba orientada al diálogo con el  «hombre moderno», con ese «pueblo moderno», en palabras de Paulo VI, «ávido de la palabra clara, inteligible, traducible a la conversación profana» y por el que valía la pena hacer el «sacrificio de inestimable valor» de perder el «lenguaje de los siglos cristianos», la «lengua angelical»[3].  No vale la pena referirse a la supuesta «vitalidad» que significa la superabundancia de manifestaciones de la contracultura de masas moderna que han invadido las misas y demás funciones litúrgicas, porque, como es evidente, se trata de elementos extrínsecos que informan al Novus Ordo como sujeto pasivo, mientras este se manifiesta incapaz de informar nada, ni siquiera a él mismo. Esa supuesta «vitalidad» se parece más a la vida que rezuma un cadáver en descomposición: cierto, muchas formas de vida pululan allí, pero el cadáver en sí mismo está muerto y se pudre.    

Sin embargo, David Allen White, antiguo profesor de literatura de la Academia Naval de los Estados Unidos, y converso al catolicismo, encontró a fines de la década de 1990 al menos una manifestación cultural contemporánea que se originó desde el Novus Ordo: «La misa del Novus Ordo, en los treinta años que lleva existiendo, nos ha dado mala música, mala literatura, pútridas danzas litúrgicas. Pero, de hecho, solo ha dado origen a una sola cosa que sí prendió y se convirtió en culturalmente significativa. Y cuando oí que era aquello, casi me caigo de la silla, pero es cierto. La Nueva Misa nos ha dado una sola cosa que la cultura reconoce y esa es…Beavis y Butthead, esa horrenda serie animada para adultos que todos sus hijos conocen por MTV. Escuché a su creador hablando en televisión. Le preguntaron cómo se le ocurrió la idea. Y él contestó: «Bueno, estaba sentado en misa en mi secundaria católica y realmente no estaba prestado atención. Entonces el sacerdote dijo: “Este es el cuerpo de Cristo” y un tipo detrás de mí empezó a hacer “heh heh heh heh heh heh heh”, y de repente capté toda la cosa en mi mente y empecé a dibujar a Beavis y Butthead».

He ahí una manifestación de inculturación del Novus Ordo y su capacidad para inspirar creaciones culturales. ¿Habrá valido la pena el «sacrificio de inestimable valor» del que hablaba Paulo VI?


[1] José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Editorial Minerva, Lima,  1988, p. 172.

[2] Ralph M. Wiltgen, El Rin desemboca en el Tíber. Historia del Concilio Vaticano II, Criterio Libros, Madrid, 1999 [1967], pp. 45-46.

[3] Paulo VI, Osservatore Romano, 27 de noviembre de 1969, citado en Romano Amerio, Iota Unum, Criterio Libros, Madrid, 2003  p. 422. Vale la pena citar un fragmento más grande de esta alocución referida a la destrucción del latín como lengua litúrgica auspiciada por él, para comprender el grado de confusión en la mente del pontífice entonces reinante: «Perdemos, de este modo, el lenguaje de los siglos cristianos, nos convertimos casi en intrusos y profanos en el recinto literario del lenguaje sagrado, perderemos incluso gran parte del incomparable tesoro artístico y espiritual que es el canto gregoriano. Tenemos, pues, motivos para lamentarnos y hasta turbarnos. ¿Con qué sustituiremos esta lengua angelical? Se trata de un sacrificio de inestimable valor (…). [Pero] vale mucho más entender el contenido de la plegaria que conservar los viejos y regios ropajes con los que se había revestido; vale mucho más la participación del pueblo, de este pueblo moderno ávido de la palabra clara, inteligible, traducible a la conversación profana».

César Félix Sánchez
César Félix Sánchez
Católico, apostólico y romano. Licenciado en literatura, diplomado en historia y magíster en filosofía. Profesor de diversas materias filosóficas e históricas en Arequipa, Perú. Ha escrito artículos en diversos medios digitales e impresos

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