«Así el Prelado o los otros Señores que tienen súbditos, viendo que el miembro de su súbdito se infecta por la podredumbre del pecado mortal, si le aplica solamente el ungüento de la lisonja sin la reprehensión, jamás le sanará, sino que infectará a los otros miembros inmediatos que es tan unidos al mismo cuerpo, esto es, con un mismo Pastor.» Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, a Santa Catalina de Siena.
La mayoría hemos tenido la desconcertante experiencia de ver a un mago experto realizar un truco con sus manos ante nuestros propios ojos, que nos dejó atónitos en cuanto notamos que el objeto sólido que estábamos buscando hacía un momento, de repente desaparece y se convierte en otra cosa. Nos sentimos avergonzados, al ver nuestros sentidos arrojados a la confusión, mientras el prestidigitador sonríe de oreja a oreja ante nuestra manifiesta estupefacción, que con su habilidad superior nos dejó en ridículo.
Esta comparación es muy apropiada si la adaptamos a los modernistas de la Iglesia de hoy. Con una astuta ambigüedad, doble lenguaje o haciendo uso de técnicas para dejarnos en ridículo, transforman el bien en mal y el mal en bien delante de nuestros propios ojos, obligándonos a cuestionar nuestra propia razón y sentidos o incluso nuestra propia espiritualidad y catolicidad.
El recién concluido Sínodo de la Familia ha sido una obra maestra en este sentido, coronado por el discurso de clausura del Santo Padre (cuyo juego de manos fue muy hábilmente «descodificado» por un colaborador de The Remnant) claramente señalando y denigrando a los devotos católicos por su fidelidad en la salvaguardia del depósito de la fe y de los mandatos morales que dio el mismo Cristo, condenando como malvada a la forma en que la Iglesia siempre ha salvaguardado y enseñado la fe y que requiere de nosotros, y sin embargo exaltando como bueno al equivalente del indiferentismo moral que la Iglesia siempre ha condenado.
Mientras que los católicos estamos obligados a ser respetuosos con la Dignidad Papal, ese respeto no excluye una crítica católica y objetiva de las declaraciones categóricas y públicas del Santo Padre. Por el bien de nuestras almas y las de los demás, los católicos estamos de hecho obligados a oponernos al error cada vez que trate de imponerse de esta manera.
Antes de pasar por algunos contundentes y esclarecedores pasajes de los Diálogos de Santa Catalina de Siena que tratan de los actuales errores modernistas con relación a las enseñanzas morales de la Iglesia y a la forma en que debe defenderlas la jerarquía, vamos a examinar un ejemplo de la mencionada prestidigitación durante el discurso de clausura del Santo Padre en la conclusión del Sínodo sobre la Familia.
Estos comentarios -representativos de unas fuerzas que obraban dentro del Sínodo, que lucharon por lograr al menos unas concesiones sobreentendidas si no expresas con respecto al futuro de la praxis en el asunto de la Sagrada Comunión y a cómo se ve la situación de los divorciados vueltos a casar, así como de quienes cohabitan con ellos- sirven para ilustrar la habilidad con que los modernistas deforman y desnaturalizan todo sentido de la vida y de la predicación de nuestro Señor Jesucristo; hasta el punto de reducir a Cristo -que es el Logos, el Alfa y la Omega- a una mera caricatura sentimental y unidimensional del Dios-Hombre.
En sus observaciones finales, Francisco dijo: «[El Sínodo] Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.” “[…] Queridos hermanos: La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón.”
Aquí Francisco, con un hábil juego de manos y con palabras cuya verdadera intención es la de avergonzar, transformará como mago unas intenciones puras y la fidelidad de quienes se esforzaron por mantener las enseñanzas de Cristo durante el Sínodo en «superficialidad», en «corazones cerrados», y en » juzgar con superioridad”; cuando con verdadero amor por las almas de sus semejantes, trataban de ser fieles a las enseñanzas de Cristo.
Con una destreza impresionante, [Francisco] transformará como por arte de magia el testimonio fiel, en traición: «Habiendo puesto sus cerrados corazones» y acusándolos de «esconderse detrás de las enseñanzas de la Iglesia o de las buenas intenciones», en lugar de hacer exactamente aquello a lo que fueron obligados eternamente por Cristo, en su último mandato antes de la ascensión: «Id, pues, y enseñad a todas las naciones… enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado.»
Además, esta declaración de Francisco constituye en sí una de las dicotomías más atroces y falsas, las cuales las han señalado no pocos católicos preocupados. ¿Cómo funciona exactamente eso de que el «espíritu» de Cristo difiere de la «letra» de su doctrina (no la nuestra) en las enseñanzas que el mismo Cristo impartió a su Iglesia? Solo por citar algunas:
Marcos 10,2-12 (que es el Evangelio del Leccionario según el Novus Ordo, y que casualmente cayó en el domingo 4 de octubre, en la misa de apertura del Sínodo):
Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: « ¿Puede el marido repudiar a la mujer?» Él les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él l los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.»
Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Y…
Mateo 5,17-20, 27-30: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.»
«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehena.»
Y…
Juan 8,11: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»
El papa Francisco ha tildado repetidamente de fariseos de estos últimos tiempos a los católicos que manifiestan preocupación por que las enseñanzas de Cristo sean confirmadas por su Iglesia. Pero tengamos en cuenta que, en realidad, los fariseos originales hacían lo contrario; trataban de burlar la Ley de Dios en lo referente a la indisolubilidad del matrimonio tendiendo una trampa a Nuestro Señor con esa pregunta; no querían defender y salvaguardar la ley como los católicos fieles de hoy.
De hecho, esa comparación denigrante que hace Francisco con tanta frecuencia comparando a los católicos fieles con los fariseos es otro juego de manos. Precisamente fue por semejante traición -la de estudiar formas de eludir la Ley con la casuística o de servirse de ella en beneficio personal- por lo que Nuestro Señor condenó a los fariseos. La verdad tiene que decirse: Francisco y su coalición reformista tratan de hacer exactamente lo mismo que los fariseos. Son ellos los que tientan a nuestro Señor con su engaño de una falsa misericordia que no es más que el consentimiento antes del pecado. Mientras que los católicos fieles son los que desean a toda costa defender las Leyes de Dios por amor a Él y tratan de ayudar a otros a hacerlo también.
¿Y cómo respondió Nuestro Señor a los fariseos cuando le tentaron en lo relativo a la cuestión del matrimonio? Afirmando inequívocamente que divorciarse y volverse a casar constituye adulterio. No se pone a improvisar sobre por qué todavía se podrían hacer excepciones por la dureza de corazón, por las que deberíamos dar una oportunidad de acostumbrarse a esta ley sobre el matrimonio y «acompañarles» en su viaje hacia la «plenitud» del matrimonio al tiempo que permite que persistan impunemente en su adulterio, y hasta proponiendo que se les ayude a «integrarse» mejor en la comunidad de fe hasta que se consideren listos para abstenerse de su adulterio.
Todo lo contrario: el Señor llega al extremo de decirnos que debemos arrancarnos un ojo o cortarnos una mano si nos incitan a pecar antes que arriesgarnos a caer en el fuego eterno.
Efectivamente: Cristo era intransigente con el pecado -¡y de forma apremiante!- mientras que todavía dejaba abierto el camino de salvación a los pecadores arrepentidos que estaban dispuestos a dejar atrás toda transgresión contra las leyes de Dios. ¿Por qué? Porque el pecado está por debajo de nosotros y nos envilece – nos separa de la vida de la gracia de Dios, que debe infundir e informar a todo nuestro ser. Elegir al pecado por encima de nuestra unión con Dios es indignar a Dios, ya que sería valorarlos a Él y a su voluntad como algo inferior a la nada de las criaturas; sería el subordinar su divinidad a nuestra depravación; sería como decirle que esperase mientras decidimos si Él es lo suficientemente importante para nosotros como para renunciar a nuestros pecados.
Nótese bien que no estamos hablando de los extravíos de pecadores que están fuera de la Iglesia y no pueden entender estas cosas hasta que encuentren a un sacerdote honrado y santo que esté dispuesto a decirles la verdad. No; Francisco y sus secuaces están sugiriendo que estas mismas prevaricaciones -y su «tierno acompañamiento» de los pecadores en sus pecados, mientras deciden si conforman o no su vida a las leyes de Dios- deben ser un modelo pastoral para el tratamiento de las almas dentro de la «nueva» Iglesia.
No obstante, mientras esperamos su decisión, deberá aceptárseles como padrinos, padrinos de confirmación, lectores, catequistas y todo lo que se tercie, sin dejar de rechazar las enseñanzas de la misma Iglesia que es tan condescendiente con ellos («84. Los bautizados que están divorciados y vueltos a casar civilmente deben estar más integrados en las comunidades cristianas en los diversos modos posibles… es necesario por ello discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas.” Sínodo sobre la Familia, Relatio final, 2015)
Jamás podrá decir ningún buen católico que a las almas desafortunadas de los que se han divorciado y vuelto a casar por lo civil hay que tratarlas con desprecio y no se las debe recibir con los brazos abiertos para que den culto a Dios en la misa, con la esperanza de que la Gracia los lleve a tomar todas las medidas necesarias para volver a los sacramentos de una manera que se ajuste a la enseñanza perenne hasta ahora de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio. Somos -cada uno de nosotros- pecadores; y cada uno tenemos necesidad de conversión continua y de generosidad para responder a las exigencias de las leyes de Dios. Sin embargo, Cristo nunca se relacionó con ningún alma sin invitarla a la conversión. Y la Iglesia que Él fundó con ese objeto deberá hacer lo mismo.
En cambio, esta «nueva Iglesia» de la «misericordia» no es más que un velado repudio de la Iglesia que Cristo fundó; la Iglesia que convierte al mundo y que trajo a los hombres la libertad de los hijos de Dios mediante la Ley del Evangelio, rompiendo en pedazos la esclavitud que tenían del pecado y ¡transformando civilizaciones enteras! Cristo declaró que es la verdad lo que nos hace libres.Mientras que Francisco y su coalición de reformadores se burlan de la verdad como si fuese mera doctrina sin vida impuesta a las masas que sufren por culpa de unos fariseos duros de corazón que no saben nada de «ternura».
Estamos siendo testigos de una diabólica caricatura de la Iglesia hecha por unos hombres que están decididos a rehacerla de acuerdo con su retorcida visión. Y los frutos destructivos de esa visión son palpables en la viña devastada que dejó Francisco en la Argentina.
Pero los que conservan la fe de nuestros padres saben que el pecado es la lepra del alma. ¿Quién de nosotros no carecería de amor -por nosotros y por el prójimo- si no obedeciésemos los mandatos de Cristo, dejando atrás rápidamente la esclavitud y servidumbre del pecado y animando a otros a hacer lo mismo?
A modo de confesión, voy a reconocer que yo también era una de esas almas descarriadas cuando aún era muy pequeña. En los años sesenta y setenta, sin los beneficios que reporta la fe católica tradicional para iluminar el entendimiento, mi familia y yo estuvimos sin Iglesia hasta que nos encontramos con el contundente testimonio del catolicismo tradicional, de los sacerdotes y laicos tradicionalistas.
Al menos dos de esos sacerdotes tradicionalistas no se anduvieron con rodeos y me explicaron lo que nos exige Dios si queremos ganar el cielo. Sus encendidas reprensiones no cayeron en saco roto, y en un tiempo muy breve me llevaron a la conversión.
A su valiente testimonio de la verdad sin concesiones debo las luces que provocaron mi conversión. ¿Hasta cuándo, me pregunto a menudo, se mantendría mi alma lejos de Dios si esos sacerdotes hubiesen sido tan «tiernos» que no me hubieran dicho lo que tenían que decir; si no nos hubiésemos encontrado con la fe de siempre, sin diluir, con su convincente testimonio de lo divino y lo eterno?
No escribo, pues, como un fariseo ni como un ideólogo de corazón frío este artículo sobre por qué es tan importante que la Iglesia siga llamando a los pecadores con urgencia a la conversión, como única manera de restablecer en sus almas la vida de la gracia. Todos, -cada uno de nosotros- debemos hacer sacrificios si queremos entrar en el Cielo. El cielo tiene un precio: mortificar la concupiscencia y superar nuestra naturaleza pecaminosa; al precio de cualquier otro ídolo que erijamos en el lugar de Dios.
La gracia de Dios nos permite hacer las obras que nos son obligatorias según su Ley. La declaración postsinodal de Francisco de que la salvación es totalmente gratuita y en absoluto nos salvamos por las obras -las obras producidas por la operación de la gracia en nuestra alma; gracia que se puede resistir sin duda alguna cuando por nuestra perversidad decidimos no cooperar con Dios- no es ni más ni menos que la herejía de Lutero, condenada por el Concilio de Trento.
Sin embargo, los modernistas prefieren acallar conciencias con palabras tranquilizadoras y una situación en sus parroquias a hablar palabras duras que es preciso decir por el bien de las almas inmortales. ¿Qué imperiosa necesidad sentirán las almas que viven en adulterio de convertirse una vez que estén completamente regularizadas y cómodas en su parroquia?
¿Por qué iban a elegir seguir el camino heroico de la continencia, que Dios les exige en su segundo «matrimonio» si ya tienen todos los beneficios aparentes de su situación como católicos? ¿Cómo se se les va a poder iluminar en cuanto al concepto que tiene en el alma la naturaleza de la gracia y la necesidad de estar libre de delitos graves ante Dios a fin de avanzar en su relación con Él, si la Iglesia los acoge sin las evidentes expectativas o convicciones para que ajusten su vida a las leyes de Dios con relación a la indisolubilidad del matrimonio?
No se entenderá nada de las realidades sobrenaturales, de las enseñanzas de la teología moral y al final hasta de la Iglesia. Nos habremos convertido en protestante, por haber abandonado la misión que tiene la Iglesia desde el primer momento de llamar a las almas a la conversión:
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos está cerca…» Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
Entonces salía hacia él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Mas viendo a muchos fariseos y saduceos venir a su bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que viene? Producid, pues, frutos propios del arrepentimiento. Y no creáis que podéis decir dentro de vosotros: «Tenemos por padre a Abraham»; porque yo os digo: Puede Dios de estas piedras hacer que nazcan hijos a Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo, por mi parte, os bautizo en agua para el arrepentimiento; mas Aquel que viene después de mí es más poderoso que yo, y no soy digno de llevar sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. La pala de aventar está en su mano, y va a limpiar su era: reunirá el trigo en el granero, y la paja la quemará con fuego que no se apaga.» (Mateo 3:1-12)
Lo que me lleva a la porción final del presente artículo. Leamos lo que reveló el padre Eterno a Santa Catalina de Siena sobre la necesidad apremiante de corregir a las almas y llamarlas con urgencia huir de la muerte del pecado mortal. Sus palabras deberían avergonzar a los modernistas:
Los prelados colocados en sus prelacías por Cristo en la tierra me hacían sacrificio de justicia con santa y honesta vida, resplandecía en ellos y en sus súbditos la perla de la justicia con verdadera humildad y ardentísima caridad, y luz de discreción. En ellos, digo principalmente porque me tributaban lo que se me debe, esto es, gloria y alabanza a mi nombre, y a sí mismos se aborrecían, y estaban desagradados de su propia sensualidad, despreciando los vicios, y abrazando las virtudes con mi caridad y la del prójimo. Pisaban con humildad la soberbia, e iban como ángeles a la mesa del altar, con pureza de corazón y de cuerpo, y con alma limpia celebraban encendidos en el horno de la caridad.
Y porque antes habían hecho justicia consigo mismos, por eso la hacían con sus súbditos, queriendo verlos vivir virtuosamente, y les corregían sin ningún temor
servil, porque no se atendían a sí mismos, sino a mi honra, y a la salud de las almas como buenos Pastores, imitadores del buen Pastor mi Verdad, al cual os di para que os gobernase a vosotros, ovejas mías, y quise que pusiese la vida por vosotros.
Estos han seguido sus pisadas, y por eso corrigieron y no dejaron podrir los miembros por falta de corrección, sino que les aplicaban caritativamente el ungüento
de la benignidad, y quemaban la llaga del delito con la aspereza del fuego, con la reprehensión y penitencia, poco o mucho, según la gravedad del pecado, y no temían la muerte, con tal que se corrigiesen y dijesen la verdad.
Estos eran verdaderos hortelanos, que con diligencia y temor santo arrancaban las espinas de los pecados mortales, y plantaban olorosas plantas de virtudes. Por lo cual los súbditos vivían en santo y verdadero temor, y se criaban como flores olorosas en el cuerpo místico de la Santa Iglesia, porque corregían sin temor servil, pues no le tenían; y porque en ellos no había culpa de pecado, por eso tenían la Santa Justicia, reprehendiendo humildemente y sin ningún temor.
Esta era y es aquella perla en quien la justicia resplandece, que daba paz, y alumbraba los entendimientos de las criaturas, y hacía perseverar el santo temor, y
los corazones estaban unidos; y así sabe que por ninguna cosa han venido tantas tinieblas y división en el mundo entre Seculares y Religiosos, Clérigos y Pastores de la Santa Iglesia, como por haber faltado la luz de la justicia, y nacido las tinieblas de la injusticia.
Ningún estado puede conservarse en la ley civil y en la Divina Gracia sin la Santa Justicia; porque el que no es corregido ni corrige, es como el miembro que se ha empezado a pudrir, que si el mal Médico aplica inmediatamente solo el ungüento, y no cauteriza la llaga, todo el cuerpo se inficiona y pudre.
Así el Prelado o los otros Señores que tienen súbditos, viendo que el miembro de su súbdito se infecta por la podredumbre del pecado mortal, si le aplica solamente el ungüento de la lisonja sin la reprehensión, jamás le sanará, sino que infectará a los otros miembros inmediatos que es tan unidos al mismo cuerpo, esto es, con un mismo Pastor.
Pero si fuera verdadero y buen Médico de las almas, como lo eran estos gloriosos Pastores, no aplicará el ungüento sin el cauterio de la reprehensión; y si el miembro se obstinare en obrar mal, le cortará y separará de la congregación, para que no infecte a los otros con la pestilencia del pecado mortal.
Pero no lo hacen así los Pastores de hoy día, antes bien hacen como si no vieran. ¿Y sabes por qué? Porque está muy viva en ellos la raíz del amor propio , de donde proviene el perverso temor servil; pues por no perder el estado, las cosas temporales o la prelacía, no corrigen, sino que proceden como ciegos , y no conocen como se conserva el estado y dignidad; pues si viesen que se conserva por la Santa Justicia, la mantendrían en su vigor; pero por que están sin luz no lo conocen.
Mas creyendo que se conserva con la injusticia, no reprehenden los defectos de sus súbditos, sino que se engañan con su propia pasión sensual, y de la ambición del dominio o prelacía, y no corrigen porque hay en ellos o los mismos o mayores delitos. Se ven comprendidos en la culpa, y por eso pierden el atrevimiento y la seguridad.
Y atados con el temor servil, hacen que no ven; y aunque vean, no corrigen, antes bien se dejan atar con palabras lisonjeras y con muchos presentes, y ellos mismos hallan excusa para no castigarlos. Cúmplase en los tales lo que dijo mi Verdad: “Son ciegos, y guías de otros ciegos; y si un ciego guía a otro, ambos caerán en el hoyo.”
No lo hicieron así, ni lo hacen en el día si hay alguno de mis dulces Ministros, de los cuales te dije que tenían la propiedad y condición del Sol: y verdaderamente son Sol; porque en ellos no hay tinieblas de pecado ni ignorancia, porque siguen la doctrina de mi Verdad, ni son tibios, porque arden en el horno de la caridad, y desprecian las grandezas, estados, y delicias del mundo, y por eso no temen corregir y reprehender, pues quien no apetece el dominio o prelacía, no teme perderla, antes bien reprehenden varonilmente, pues a quien no le remuerde la conciencia no teme.
– Diálogos de Santa Catalina de Siena, «Tratado de la Oración«
María, Auxilio de los cristianos, Madre de la Iglesia, ¡ruega por nosotros! San José, Patrono de la Iglesia Universal, ¡intercede por nosotros!
[Traducción de Miguel Tenreiro. Artículo Original]