Perseverancia en la oración

«¿Permitirá Él que resbale tu pie? ¿O se dormirá el que te guarda? No por cierto: no dormirá, ni siquiera dormitará el Custodio de Israel» (Salmo 121,3-4).

¿Se durmió realmente el Señor en la barca cuando hubo aquella tempestad en el lago? Siendo Jesús hombre además de Dios, es evidente que se cansaba. Tenía sueño, hambre y sed como cualquiera de nosotros. Es perfectamente comprensible que más de una vez, en plena digestión del almuerzo, dormitase o hasta se echase a dormir una siesta en la barca, acunado por el leve oleaje del lago. Lo que no me entra en la cabeza es que si había una tormenta y la embarcación se zarandeaba con un oleaje embravecido estuviera dormido tan fresco, sin despertarse. Precisamente porque además de Dios era hombre. No hay hombre que duerma como un tronco en esas condiciones. Se hacía el dormido. Estando el Señor en el pesquero, éste no podía zozobrar. Pero claro, los apóstoles se pusieron muy nerviosos porque parecía que se iban a hundir. Y esto pasa muchas veces en la vida. Nos angustiamos pensando que es el fin, que estamos perdidos, que va a ocurrir lo peor, cuando el Señor está aquí mismo con nosotros y no va a dejar que nos pase nada; por lo menos nada que no sea para nuestro bien. Lo que pasa es que le gusta probarnos. Quiere ponernos a prueba, y obligarnos a confiar en Él. Porque si todo fuera siempre como una seda nos despreocuparíamos. Entonces seríamos nosotros los que nos echáramos a dormir, y esta vez de verdad. Pero no quiere que nos durmamos en los laureles, o en la comodidad. Así, nos vemos obligados a recurrir a Él y pedirle ayuda, y entonces, cuando todo parecía perdido, nos saca a flote. Y además, así nos enseña a perseverar en la oración y no desistir. ¡Ánimo! No perdamos la esperanza. «Y así, esperando con paciencia, alcanzó la promesa» (Heb. 6, 15).

Por cierto, ¿en que embarcación estaban? ¡En la nave de San Pedro! Entonces, aunque la Iglesia atraviese por una profundísima crisis, no perdamos la esperanza. Sursum corda. Él la fundó, y no va a dejar que naufrague. Tiene que durar hasta el fin de los tiempos. Las fuerzas del infierno no prevalecerán contra ella. Si nos ponemos las pilas, hacemos lo que podamos y le imploramos con toda el alma, no dejará de intervenir. «Mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del mundo» (Mateo 28, 20).

Les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer, diciendo: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él diciendo: Hazme justicia contra mi adversario. Por mucho tiempo no le hizo caso; pero luego se dijo para sí: «Aunque, a la verdad, yo no tengo temor de Dios ni respeto a los hombres, mas, porque esta viuda me está cargando, le haré justicia, para que no acabe por molerme». Dijo el Señor: Oíd lo que dice este juez inicuo. ¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar? Os digo que hará justicia prontamente. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8).

Bruno de la Inmaculada

Bruno de la Inmaculada
Bruno de la Inmaculada
Meditaciones y estudios desde el silencio claustral y la oración.

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