Numerosas veces se suele comparar los errores de la época actual de la Iglesia con la etapa de la gran crisis del arrianismo, donde, en palabras de San Jerónimo, «nos acostamos católicos y nos despertamos arrianos». Se sabe, además, que en ese momento los Obispos católicos fueron perseguidos, e incluso deportados y removidos de sus sedes, por la intromisión del poder temporal dentro de los asuntos eclesiásticos. Por otra parte, los Obispos que se enfrentaron al poder civil y que combatieron con sabiduría este error trinitario y cristológico hoy brillan como Padres y Doctores de la Iglesia: San Atanasio, San Basilio Magno, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Niza, San Hilario, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, etc.
Sin negar esta afirmación, habría también que comparar nuestra etapa actual con los males de otras épocas, tal como, por ejemplo, San Pedro Damián escribe el Liber Ghomorrianus contra la introducción de homosexuales en el clero de su época; el aburguesamiento de las costumbres del Renacimiento; el sometimiento servil del clero juramentado a las disposiciones revolucionarias y masónicas de la Revolución Francesa; la actual connivencia entre gran parte del clero con el terrorismo comunista, ya sea bolchevique antes, o chino en la actualidad; entre otros graves y terribles males.
Otro de los puntos de comparación con la situación actual de los Pastores son los errores denunciados por San Bernardo en su obra De Consideratione, dirigida al Papa Eugenio III, su hijo espiritual. Muy lejos de la falsa obediencia que hoy envuelve a sus súbditos en relación a sus superiores, el gran Santo cisterciense le escribe a este Sumo Pontífice que gobernó la Iglesia entre el 1145 y el 1153. Recomendamos la lectura entera de esta pequeña obra. Aquí colocamos solo un extracto de la obra citada.
18. «No dudes que te verás privado de estos bienes y tendrás que soportar todos estos males si, dividiendo tu espíritu, quieres entregarlo a la vez a las cosas de Dios y a los pequeños negocios de tu casa. Debes buscarte alguien que mueva por ti la muela del molino. Por ti, he dicho, y no contigo. Habrá cosas que debas realizarlas tú solo; obras, tú ayudado por otros; y algunas, por medio de otros y sin ti. Quien sea sabio, que lo entienda. No encontrarás razón alguna para que tu consideración se entretenga en estas menudencias. Creo que el gobierno de tu casa corresponde a ese orden de cosas que he colocado en tercer lugar. Por eso, se encargará de ellas otro y no tú.
Pero si no es fiel, te robará; y si no es competente, se dejará robar. Para confiarle la administración de tu casa debe reunir ambas cualidades: la fidelidad y la precaución. Con todo, serán insuficientes si no posee una tercera. ¿Quieres saber cuál? La autoridad. Pues, ¿de qué le sirve que desee y sepa disponer lo necesario si no puede llevarlo a cabo? Para ello necesita que delegues en él, y así pueda actuar según su criterio. Si crees que no sería razonable darle esas atribuciones, recuerda que se trata de un hombre fiel que sólo intenta obrar razonablemente. Piensa además que es una persona prudente y sabe proceder con madurez. Mas el que posee un espíritu fiel y capaz, será activo y eficiente si cuenta con medios para decidir sin contrapisas y si es obedecido por todos, sin entorpecimientos. Todos acatarán sus órdenes. Nadie le negará su colaboración ni le preguntará: ¿Por qué has hecho esto?
Por sí mismo podrá admitir o excluir a quien quiera, cambiar los sirvientes, darles otra ocupación cuando le parezca oportuno. Así será respetado por todos para bien de todos. A todos gobierna, a todos sirve y se sirve de todos. No des acogida a las acusaciones encubiertas que se tramen contra él; debes tomarlas como detracciones. Quisiera que adoptases esta norma general: ten por sospechoso a todo el que tema denunciar públicamente lo que te ha susurrado al oído. Si decides que debe acusarlo ante los demás y se niega, considéralo como un chismoso, no como un acusador.»
19. «Sea uno solo el que mande a todos lo que deben hacer y a él le rendirán cuentas. Deposita en él toda tu confianza y tú entrégate de lleno a ti mismo y a la Iglesia de Dios. Si no encuentras a nadie que sea fiel y capaz, es preferible que le des el cargo al que por lo menos sea fiel; esto es lo más seguro. Si no hallaras una persona idónea, te recomiendo que soportes al que no es del todo fiel. Cualquier cosa menos perderte tú en ese laberinto. Recuerda que el Salvador aguantó a Judas como administrador de la bolsa. Lo más impropio de un obispo es ocuparse del ajuar de la casa y de sus dineros; escrutarlo y averiguarlo todo; dejarse recomer por las sospechas y perder el equilibrio por las cosas que se pierden o estropean. Lo digo para vergüenza de algunos prelados que cada día recuentan todo lo que poseen, lo revisan todo y piden cuentas hasta del último céntimo. No obró así aquel egipcio, que lo confió todo a José y ya no quiso saber ni lo que tenía en su casa. Debería caérsele la cara de vergüenza a un cristiano que no se fía de otro cristiano para entregarle la administración de sus cuentas. Un hombre sin fe se fió de su siervo y le puso al frente de su casa, aun sabiendo que era un extranjero.»
20. «Es de lo más extraño. Resulta que los obispos encuentran rápidamente a muchos sacerdotes a quienes entregar las almas. Y no hallan uno solo a quien confiar sus módicos bienes. Por lo visto son óptimos administradores, porque se consumen por lo más minucioso y descuidan e incluso abandonan lo más importante. Pero tiene una explicación muy sencilla: es que toleramos con más paciencia las pérdidas de Cristo que las nuestras. Diariamente hacemos el más riguroso balance de nuestras economías y desconocemos totalmente los daños del rebaño del Señor. Todos los días se discute con los criados el precio de los víveres y el número de los panes consumidos; pero es rarísimo que se convoque una conferencia con los presbíteros sobre los pecados del pueblo. Se cae un asno, y hay quien lo levante; se pierde un alma, y a nadie le preocupa. Es natural, cuando ni siquiera advertimos nuestros continuos defectos. ¿Acaso no nos corroe la rabia, la comezón y la ansiedad por la marcha de nuestras cuentas? ¡Cuánto más tolerable debería ser para nosotros la quiebra material que la del espíritu! Así nos interpela San Pablo: ¿Por qué no sufrís mejor la injusticia de un fraude?
Mira: tú que enseñas a otros, aprende, si no lo has hecho ya, a preocuparte más de ti mismo que de lo tuyo. Haz que pasen delante de ti, sin poseerte, todas esas realidades que son transitorias, porque para ti no son estables. La corriente del río va excavando su cauce. De la misma manera, el vivir sumergido en las cosas materiales perfora la conciencia. Si por un imposible el torrente pudiese anegar los campos sin dañar los sembrados, podrías confiar en que al familiarizarte con los bienes materiales no se vería perjudicado tu espíritu. Te aconsejo que hagas todo lo posible por no caer en esos atolladeros, adoptando muchas veces la actitud del que no entiende, actuando en otras ocasiones como si no te dieras por enterado y alguna vez como si lo hubieses olvidado.» (De Consideratione, L. IV, cc. 18-20)
Los Santos todos podrían decir con San Juan Bosco: «Da mihi animas et cetera tollet» (“Dame almas y quítame lo demás”). Muchos de los Pastores actuales, por el contrario, piden lo demás y dejan perder las almas. Porque son mercenarios.
Fr. Esteban Kriegerisch, op