En 1880, el gobierno francés comenzó una áspera legislación anticlerical, por medio de procedimientos contra las Congregaciones religiosas y con la expulsión de los Jesuitas. En las elecciones políticas de 1881, las corrientes extremistas del parlamento francés se habían reforzado y se asistió a un recrudecimiento, que caracterizó durante alrededor de 20 años las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Francia. El Papa, en esta Encíclica, previó los males que se derivarían del error laicista puesto entonces en acto por la legislación francesa, y ofreció los remedios, que, sin embargo, no fueron escuchados ni aceptados. Es, por tanto, interesante estudiar el escrito del papa León XIII a la luz de lo que enseñan la doctrina política y la historia de las relaciones entre Estado e Iglesia en Francia.
El Papa Pecci comienza recordando que Clodoveo, en el 495, se convirtió al catolicismo romano y con él toda la nación de los Galos, la cual se puso al servicio de la Iglesia como “brazo armado de la Iglesia desarmada”. Francia es llamada por León XIII “Hija primogénita de la Iglesia” (aunque Armenia e Italia antes que Francia se constituyeron como naciones oficialmente católicas), ya que fue una de las primeras naciones que protegió con su poder temporal y armado a la Iglesia de Roma.
Desde la conversión de los Francos (población germánica de fe arriana que habitaba la actual Francia) se siguieron numerosas conversiones de los pueblos bárbaros germánicos al catolicismo.
Por este motivo, Dios colmó a Francia de múltiples dones, pero si ella se olvida de la vocación (de catolizar a los bárbaros y de defender a la Iglesia) que el Señor le concedió con la conversión de Clodoveo, reniega con ello de la misión que Dios le confió. Pues bien, hasta los tiempos modernos, Francia no se desvió de su vocación por mucho tiempo o completamente. En cambio, a partir del Iluminismo y de la Revolución francesa, se asiste a un cambio sustancial en la política de la Galia hacia la Iglesia, que dura hasta la época en que León XIII escribe esta Encíclica.
El nuevo Derecho francés, o sea, el laicismo o el separatismo entre Estado e Iglesia, rechaza la autoridad divina de la Iglesia y reniega de la antigua vocación de los Galos. De este “nuevo Derecho” han nacido varios errores: el liberalismo y las sociedades secretas, que han intentado destruir la Iglesia y la Sociedad cristianamente constituida. Este complot contra la Iglesia dura por lo menos 2 siglos. Por parte de Francia, en los tiempos modernos, se asiste, por tanto, a un auténtico renegar (y por mucho tiempo) de la vocación que Dios le había dado a ella.
El Papa intenta hacer comprender a sus fieles franceses que cuando se quita la religión, el Estado se resiente de ello y se marchita, especialmente en Francia, cuya vocación había sido la de ser el primer muro de defensa de la Iglesia. Se asiste, entonces, a un doble desvío: 1º) el despotismo en los Príncipes y 2º) la rebelión en los súbditos.
Si la Sociedad civil aleja a Dios de sus estatutos, no es auxiliada por el cielo. En efecto, la Sociedad civil es una entidad natural, un conjunto de varias familias que forman un pueblo y de varios pueblos juntos que forman una nación. Pues bien, como todo ente de naturaleza (y el hombre es un animal social por su naturaleza), también la Sociedad civil debe estar sometida a Dios. En efecto, el hombre es una creatura de Dios y Le debe adoración y obsequio. El Estado, un conjunto de varios hombres y de varias familias, debe igualmente a Dios su adoración. Si la niega, falta al 1º Mandamiento y atrae sobre él la cólera divina.
Esta es la deplorable situación en la que se encuentra viviendo Francia en tiempos del papa León XIII. Si ella quiere salir de este impasse, deberá volver a los principios que animaron su vocación, o sea, a la sumisión, no sólo a Dios, sino también a la Iglesia fundada por Él en esta tierra. Entonces, y sólo entonces, las revoluciones serán erradicadas, es decir, cuando las naciones, y no solamente los hombres, observen públicamente las enseñanzas de la religión católica.
Uno de los principios fundamentales de la Sociedad cristiana o de la Cristiandad que se conoció en la época medieval es el deber de dar a los niños y a la juventud una educación que sea compatible con la recta razón natural y no obstaculice la religión revelada, antes bien le haga de sierva. La escuela debe ser confesional, como lo es la creatura humana, su familia y el Estado. En efecto, tarea de la familia y del Estado es dar una conveniente educación e instrucción a sus súbditos. Por este motivo, la escuela neutra o laicista conduce necesariamente al indiferentismo y al laicismo. La Iglesia, por este mismo motivo, ha condenado siempre la educación y la escuela laicas, o mejor, laicistas o neutras en religión.
Finalmente, el Papa recomienda a los fieles franceses que estén unidos entre ellos bajo las directivas de la Santa Sede, recordándoles que los enemigos de Dios desean sumamente que los católicos estén divididos en cuanto que, como enseña el Evangelio, “todo reino dividido entre sí irá a la ruina”. El remedio a tantos males es sólo la oración y la penitencia.
Leo
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)