¿Mantenemos la firmeza con los hombres de buena voluntad?

Puer natus est nobis et filius datus est nobis…

«Porque, este día, les ha nacido un Salvador, quien es Cristo el Señor, en la ciudad de David.

Y esto será una señal para ustedes. Encontrarán al Niño envuelto en pañales, en un pesebre.

Y súbitamente hubo con el ángel una multitud de huestes celestiales,

alabando a Dios y diciendo:

“Gloria a Dios en las alturas; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.»

Otra vez, Lucas 2:11-14 se plasmará en todas las tarjetas navideñas de este año; pero les apuesto que, en uno de los lugares en que este pasaje se reproducirá exactamente, como se debe, es aquí en The Remmant. Que se juegue rápida e inexactamente con los pasajes bíblicos no es nada nuevo, por supuesto, pero éste es el abuelo de todos. «Paz en la tierra, a los hombres»- según la deformada versión protestantizada de él, en verdad que se cae de la lengua; mientras que «…y en la tierra, Paz a los hombres de buena voluntad», parece inventado y equivocado, tanto en los labios como en los oídos modernos; y en más de un sentido.

Una búsqueda rápida en Google Search revela que, sólo el Douay Rheims, todavía lo tiene bien; tan concienzudos fueron los modernos exegetas al reescribir las Escrituras para que se adecuaran a su narrativa. Pero, en el mundo, una Biblia sí y otra también, ilegitiman este pasaje. Evidentemente, tenemos el derecho inalienable a la paz sin buena voluntad; así como, tenemos el derecho inalienable a la misericordia sin arrepentimiento. Todo forma parte del gran paquete de los beneficios masónicos.

Después de todos estos años desnaturalizando orwellianamente la Palabra de Dios, a veces me pregunto, hasta qué punto, todos nosotros hemos sucumbido al espíritu de alteración que esta época busca acomodar. ¿Todavía puede decirse de nosotros, por ejemplo, que estamos entre los “hombres de buena voluntad” para quienes la Paz no es ninguna rareza y que Dios sigue siendo Dios? O nos hemos comprometido con aquellos que exigen la Paz al mismo tiempo que destierran a Dios del hogar y dejan caer bombas por todo el mundo.

¿Dónde estamos? Hoy en día, hay tanto desasosiego en el mundo, que es fácil amargarse y perder el sentido de quienes somos y en qué creemos todavía. El Padre Pío anticipó esta situación, allá por el año 1917, cuando dijo: “Si no tienes suficiente oro ni incienso para ofrecérselos al Señor, por lo menos, tendréis la mirra de la amargura. Y percibo que Él, voluntariamente, lo acepta”. Así lo espero, a veces parece que la mirra de la amargura es todo lo que nos queda; amargura por lo que hemos perdido, por lo que nos ha sido robado y por lo que nosotros, en nuestra debilidad, hemos intercambiado voluntariamente por un plato de comida.

Durante los últimos años, lo he sentido aún más fuertemente que nunca: cierta sensación de desasosiego, confusión, dolor, incluso de duda… Estaríamos mintiendo si dijéramos que somos inmunes a todo ello. Justo ahora, todas las fuerzas del infierno están trabajando en la falta de fe de los hijos de Dios: “Señor, creo. Ayúdame con mi incredulidad”.

Con su Vicario en la tierra calentándose en los fuegos de sus enemigos mortales, hasta Dios mismo parece que se está volviendo silencioso ante la apostasía continuada. ¿Qué castigo más grande puede haber que, Aquel que es la Fuente de toda esperanza y consuelo permanezca en silencio? ¿Es que hay en todo el mundo, una perspectiva más aterrorizarte que el silencio sepulcral del Calvario y todo lo que presagia?

¿Qué fue lo que hizo, entonces, la “gente pequeña”? Él dijo que era Dios y, sin embargo, allí estaba, colgado en una horca mientras sus enemigos se burlaban hasta que murió.

A menudo, mi padre, escribía acerca de la “gente pequeña” y del “lenguaje del silencio”. ¿Por qué? Creo que porqué él sabía que sólo el espíritu de la “gente pequeña” -aquellos que, primero, creyeron silenciosamente en Belén y luego estuvieron al pie de la Cruz- nos ayudará a preservar hasta el amargo final.

¿Podemos seguir contándonos en su humilde compañía o nos hemos vuelto patéticamente aceptables para los altos cargos y romanos en las altas esferas? ¿Hemos empezado a mezclarnos con la multitud que perseguía a aquellos que más importaban en la vida de Jesucristo?

Mientras mi padre, en los oscuros días después del Concilio Vaticano II, lidiaba su solitaria batalla para la restauración de la antigua Misa Latina, advertía a sus lectores sobre los peligros de volverse presuntuosos en nombre del servicio dado a una causa justa.

Casi 50 años después a veces temo que, como no queda nadie del pasado para proporcionarnos las advertencias pertinentes, corremos el peligro de apartarnos de la compañía de la “gente pequeña” -los pastores anónimos, por ejemplo, contentos pasar la noche mirando a sus ovejas o ir con los ángeles a la habitación de un niño-Rey- o cualquier cosa que Dios les pidiera.

Por todas partes, la Navidad trata de la “gente pequeña”,  por lo que parece justo que nos acordemos de su ejemplo y nos comprometamos a quedarnos en la plácida compañía de aquellos quienes: “…no sólo confunden a los sabios y hacen a los malvados levantar el vuelo cuando quieren hacerlo; pero aquellos cuyo poder es tal que Nuestro Señor Él mismo los señala para una atención especial, declarando que, incluso el Cielo, les considera como un adorno especial”.

Hoy en día, ¿aún se puede decir esto de nosotros? ¿Permaneceremos fieles, verdaderos y entregados como ellos, a un noble principio y una justa causa; o, como paganos de los tiempos modernos, sucumbiremos al espíritu maligno del egoísmo angosto y a las pequeñas discusiones sin amor, que se han vuelto el distintivo de nuestros tiempos, y amenazan con engullir y destruir todo lo que fue el Occidente Cristiano?

Dicho abiertamente, ¿tendrá éxito no el Espíritu de Cristo, sino el del Anti-Cristo y penetrará también entre nuestras filas? ¿Habrá “tradicionalistas” que, sin diferencia de los modernistas, serán persuadidos y creerán y actuarán como si poco les importase que nosotros mismos somos reformados y renovados en Cristo Jesús y que, más bien, son la Iglesia y la sociedad los que deben ser reparados y reconstruidos, en primer lugar, a nuestra imagen y semejanza?

Cuando nos inclinamos a recordarle al mundo que “estábamos en lo cierto” y que todos los demás estaban equivocados, ¿le hacemos honor a la memoria de la “gente pequeña”? ¿Tenemos aún el derecho de ser contados entre ellos, cuando nos volvemos desmesuradamente fatuos y orgullosos? No tenemos ningún mandato especial, ningún encargo real o directo de Jesucristo para reformar o reconstruir su Iglesia establecida y sostenida divinamente. Nuestro trabajo es sencillo: permanecer fieles a Dios, fieles los unos a los otros y a las promesas de nuestro bautismo. Mirar y esperar. Mantener la Vieja Fe.

No podemos abandonar a la Santa Madre Iglesia sin importarnos la vileza de los hombres que ahora la tienen cautiva. ¿Adónde iríamos? No podemos empezar nuestra propia Iglesia. Nada más que una pequeña parte de la Esposa de Jesucristo debe serlo todo para nosotros. Ella es nuestra y ahora debemos mantenernos al pie de la Cruz, agarrándonos fuertemente a sus pies ensangrentados, como hizo María Magdalena con los de Él. No hay gloria terrenal en ello pero, para la “gente pequeña” no hay honor más sublime. Y no hay excusa para ceder a la desesperación o a la arrogancia, porque ellos no tenían ningún lugar ni en el establo de Belén ni en la cima del Calvario. La “gente pequeña” lo sabía y nunca debemos olvidar lo que significa, incluso ahora, mientras todo el mundo se vuelve en contra de los seguidores de Jesucristo.

En primer lugar: ¡debemos dejar de quejarnos! Dios nos puso aquí por alguna razón. Y, especialmente en la Navidad: ¡Sursum corda! (¡levanten sus corazones!). La Misa, la Misa de Cristo, es indestructible. El Calvario, así como Belén, no puede ser expulsado ni borrado de los corazones de aquellos quienes le aman. Cristo Vive, Él Reina, Él Es y siempre Lo Será. ¡Y no hay nada que Washington o Roma puede hacer para cambiarlo!

Segundo: no somos héroes…, así que dejemos de pretender serlo. La Iglesia de Cristo, ha tardado más de 2.000 años en hacerse y continuará con o sin nosotros. Cumplir con nuestro deber no merece la corona de mártir, por menos, todavía no. El reto es aprender el idioma del silencio.

Mantengamos nuestro rol en todo esto en perspectiva. Decidámonos a ayudarnos mutuamente, como lo hicieron nuestros padres en el pasado, en tiempos de la persecución; mantengamos la Vieja Fe, la caridad y la esperanza ardiendo en nuestros corazones y nuestras almas para que, posiblemente, podamos ayudar a la “gente pequeña” a mover montañas, sobrevivir a los imperios paganos y rescatar y alentar espiritualmente a los, espiritualmente, desanimados y abatidos alrededor del mundo.

Ahora, lo que se necesita urgentemente, no es escribir, tweetear ni enviar mensajes vía Facebook; sino una renovación del espíritu de la “gente pequeña” quienes, a pesar de este mundo, de la carne y del demonio, se quedaron prendados con el fervor de alzar sus mentes y sus corazones a Cristo, Rey del Mundo, lo reconozca éste o no.

¿ISIS? Para aquellos que se han alistado en el ejército de Cristo, es sólo un cuento de terror para niños. Así que, ¡alistémonos!

El arzobispo Fulton Sheen dijo una vez que, la marca del cristiano es su disposición a: “Buscar lo Divino en la carne de un bebé en la cuna y siguiendo a Cristo bajo la apariencia del pan en un altar, en una meditación y en una oración con una sarta de cuentas”.

Todo está en la inclinación, en el entusiasmo, en ser como niños por amor a Él; niños a los que el mundo odia, que Roma rechaza, pero a quienes Dios llama como Suyos Propios. No hay excusa para hacer menos de esto. Él sabe lo que significa ser humilde y pequeño. Fue empobrecido, despreciado por el mundo, reconocido sólo por aquellos que no importaban.

Su Padre y Su Madre fueron perseguidos por el Estado y forzados a huir de los rufianes del Viejo Orden Mundial. Él, que es Amor, sin embargo, fue acusado de “crímenes de odio”. Se le educó en casa y sabe que es ser ridiculizado, burlado y matado como un preso común. Y, sin embargo, sigue siendo el único Deseo de naciones y Esperanza del mundo entero. ¿Qué motivo tenemos para preocuparnos o temer a este mundo, si le pertenecemos a Él?

Así, nuestro valiente mundo nuevo está, nuevamente, al borde de la guerra, la apostasía y el desastre. ¡Claro que lo está! Aquellos que están en guerra con Cristo no conocerán nada más que la muerte y el caos. Pero esto no cambia nada para nosotros. Nuestra resolución queda igual: estar humildemente con los pastores  para que, algún día, nos ganemos el derecho a arrodillarnos con los ángeles ante el pesebre de un Rey. A la poderosa Roma no le importamos, así es que vayamos a Belén para salvar nuestras almas.

En su famoso discurso navideño de 1942 el Papa Pío XII señaló que: “Vamos a Belén donde Su Luz puede sobreponerse a la oscuridad, los rayos de Su amor pueden conquistar al egoísmo helado que mantiene a tantos alejados de ser grandes y conspicuos en su vida más elevada”. Un egoísmo helado, el orgullo, el fariseísmo; el equipaje que todos debemos desechar en las zanjas camino al establo.

Pío retó a un mundo ya en guerra a “Declararle la guerra a la oscuridad que viene de desertarle a Dios”. Nos advirtió que nuestra es la “lucha para la raza humana, quienes está gravemente enferma”. Llamó a los cristianos a combatir “el mal del cual sufre la sociedad”, para ser consolada e inspirada renovada por “la estrella que se posa sobre la Gruta de Belén, la primera y la perenne estrella de la Era Cristiana”.

En otras palabras: incluso en medio de la guerra mundial, la Iglesia sostuvo a un Niño como la única esperanza para el mundo.

“Si los ejércitos acampados prevalecieran en contra mío, mi corazón no temerá. Donde brille la estrella, allí Está Cristo. Con Él como líder, no nos desviaremos, con el Niño que ha nacido hoy podremos regocijarnos para siempre”. Nada ha cambiado, excepto nosotros, quizás, si es que nos apartamos de la compañía de los pequeños.

Entonces, esta Navidad, levantemos una copa al Cristo Niño y a la “gente pequeña” a quienes Él hizo herederos de Su Reino y quienes, por favor Dios, algún día nos darán la bienvenida allí también, si es que podemos lograr tan sólo un simple objetivo: el de mantener la vieja Fe y nunca perder la esperanza, venga lo que venga.

Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo de la familia de Michael J. Matt.

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[Traducido por Tina Scislow. Artículo original]

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Michael Matt
Michael Matthttp://remnantnewspaper.com/
Director de The Remnant. Ha sido editor de “The Remnant” desde 1990. Desde 1994, ha sido director del diario. Graduado de Christendom College, Michael Matt ha escrito cientos de artículos sobre el estado de la Iglesia y el mundo moderno. Es el presentador de The Remnant Underground del Remnant Forum, Remnant TV. Ha sido Coordinador de Notre Dame de Chrétienté en París – la organización responsable del Pentecost Pilgrimage to Chartres, Francia, desde el año 2000. El señor Michael Matt ha guiado a los contingentes estadounidenses en el Peregrinaje a Chartres durante los últimos 24 años. Da conferencias en el Simposio de Verano del Foro Romano en Gardone Riviera, Italia. Es autor de Christian Fables, Legends of Christmas y Gods of Wasteland (Fifty Years of Rock n' Roll) y participa como orador en conferencias acerca de la Misa, la escolarización en el hogar, y el tema de la cultura, para grupos de católicos, en forma asidua. Reside en St. Paul, Minnesota, junto con su esposa, Carol Lynn y sus siete hijos.

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