«Te dormiste»

El aria, llamada Nessum Dorma y perteneciente a la opera Turandot, de Puccini, bien podría ser el grito que acompañe a este artículo, pero no un Nessum Dorma (nadie duerma) al modo del ordenado por la princesa China, Turandot, y que buscaba averiguar el nombre del príncipe, Calaf, sino un “nadie duerma” ante una cuestión máximamente capital para nosotros.

El estado de desconexión mental que nos lleva a expresar que alguien está dormido es usado para significar algo parecido aunque en una situación en la que la persona está despierta. Parece contradictorio, pero no. En lo que está el símil es en la falta de reacción.

Aclaro lo anterior. Al menos aquí en Argentina se suele utilizar la expresión “te dormiste”, en relación al hecho de haberse demorado alguien en hacer algo, y que, fruto de eso, se ha perdido la chance u oportunidad que se presentó. No se tuvo la reacción que uno esperaba o que otros esperaban de uno. “Hermano, te dormiste,” le dijeron los amigos a Pablo, para significar que la chica que le presentaron para que conociese, ahora estaba siendo conocida por otro que se le adelantó. A los ojos de esos amigos, Juan no tuvo la reacción que esperaban: se durmió.

Me dio que pensar eso de “te dormiste” estando uno despierto. Me hizo llevar la idea a otras situaciones, caer en la cuenta que hay una pereza más común de lo que pensamos y que puede desarrollarse triunfalmente en una vida que alguien puede suponer enteramente ocupada. En otras palabras, alguien puede estar ocupado las veinticuatro horas del día en ciento de cosas y padecer la peor pereza. Y cuán triste sería que al final de todo oiga a la hora del balance: “te dormiste”.

Podemos estar despiertos, muy despiertos, ser activos como el tramontana, más ocupados que hormiga negra, y vivir dormidos, muy dormidos para lo que tiene que ver con lo principal de nuestras vidas: salvar el alma viviendo en la amistad de Dios. Es aquello que nos enseñaron de niños en el catecismo: “al final de la vida aquél que se salva sabe, y aquél que no, no sabe nada”. Me resulta entonces que hay una real pereza consistente en vivir con entera despreocupación de la salvación eterna, indiferentes, como si no importase tan gran y definitorio negocio, y respecto de la cual esa otra pereza que comúnmente se identifica con dormir un poco de más en la cama, viene a ser una nadería.

Hay quienes se vuelven locos si llegaron tres minutos más tarde al trabajo o quienes se desmoronan si no llegaron a atender a un cliente y eso por haberse quedado bajo las sábanas más de lo que su día le permitía, pero parecen no temer pasar por la existencia como si no hubiere un más allá.

No debe confundirse el significado de: “que descanse en paz”. Algunos cavilan –y no son pocos- que tras la muerte uno queda relajado como lechuga en ensalada por los siglos de los siglos. Equiparan el descansar en paz con el hecho de ya desentenderse por siempre de los trabajos y penurias de esta vida, y punto. “Se acabó todo”, dicen, y terminan aquí en la Tierra creyendo que la muerte es una suerte de irse a dormir sabiendo que uno no se despertará más. Vivir en el pecado es estar muerto en vida, y morir en pecado es estar vivo sufriendo. ¡Y cuántos, tristemente, se han dormido y se duermen así en la vida, para despertarse en una vida donde no tendrán un solo segundo de paz, porque ingresaron en el lago del fuego y del rechinar de dientes!             

El que realmente estuvo en esta vida despierto para las cosas del cielo, las cosas sobrenaturales, será no solo merecedor de la expresión que “descanse en paz”, sino, lo que es mucho más importante, podrá realmente descansar en paz. Y dormirse en ese descanso pacífico, en gracia, no es otra cosa que estar seguro ya de vivir en Dios por toda la eternidad.

En el hecho que nos muestra a Cristo dormido en la barca y a sus discípulos asustados y gritando, contemplo dos cosas (la última es una escena profundamente cargada de ternura). De alguna manera uno descansa de los problemas existenciales cuando “busca el reino de Dios y su justicia” pues sabe que todo lo demás “se os dará por añadidura”. Y dije que me resulta la escena cargada de una misteriosa ternura, pues me fascina pensar que la barca es María, y que, al dormirse Jesús en ella, lo hacía recordando los abrazos de su Santísima Madre; así también nos da ejemplo de que estando en María, descansando en Ella, en los brazos de tan misericordiosa y protectora Señora, es imposible, imposible y mil veces imposible que uno acabe mal.

Recuerdo una historia que contó San Alfonso María de Ligorio en su célebre libro ‘Las Glorias de María’. Un sacerdote es llamado, casi al mismo tiempo, para asistir a dos personas que se hallaban en sus últimos momentos de vida. Solo puede acudir a una, y para la otra le envió a su vicario. Él llega a la casa enorme de un hombre rico, rodeado de sus familiares, amigos y criados. Intenta moverlo al arrepentimiento. Por permisión divina el prelado ve un montón de demonios que esperan para llevarse al moribundo. Finalmente así lo hacen, pues el hombre muere en pecado mortal. El otro padre fue a la casa de una mujer pobre, tan pobre que estaba postrada en la paja de su ranchito, a punto de morirse, sin familiares, sin amigos, sin criados que la acompañasen. Pero antes de que el hombre de Dios ingresase a la morada, ve salir por todos lados una bellísima luz, y junto a la moribunda una dama hermosísima, la Virgen María. La Señora le hace señas al padre de que pase, le indica tomar asiento, y así le da a la anciana los sacramentos. Al cabo de unos minutos la pobre mujer muere en los brazos de la más dulce de las Madres. Tenemos entonces un alma que vivió indiferente a la eternidad sin advertir que la eternidad jamás es indiferente con nadie, y otra alma, amiga de María, preocupada por bien morir, que goza ahora del verdadero descanso.

Queda así expuesto el significado de nuestro Nissum Dorma, agradeciendo a Turandot su contribución, y también a Pablo (al que finalmente le resultó favorable su postura, cosa que ya queda en el campo de la curiosidad y que no nos interesa aquí).

La hermosa paradoja de no vivir dormidos para las cosas de Dios es que llegará el día que nos dormiremos para comenzar realmente a vivir. Qué horrible sería escuchar “te dormiste sin Mí”, mas que alegría inacabable será oír: “te dormiste en Mí, en mi Madre y en San José”.

Bajo la luz que usé para alumbrar este escrito, sostengo entonces: No podemos dormir en esta vida si queremos vivir en la eternidad.

Tomás I. González Pondal
Tomás I. González Pondal
nació en 1979 en Capital Federal. Es abogado y se dedica a la escritura. Casi por once años dictó clases de Lógica en el Instituto San Luis Rey (Provincia de San Luis). Ha escrito más de un centenar de artículos sobre diversos temas, en diarios jurídicos y no jurídicos, como La Ley, El Derecho, Errepar, Actualidad Jurídica, Rubinzal-Culzoni, La Capital, Los Andes, Diario Uno, Todo un País. Durante algunos años fue articulista del periódico La Nueva Provincia (Bahía Blanca). Actualmente, cada tanto, aparece alguno de sus artículos en el matutino La Prensa. Algunos de sus libros son: En Defensa de los indefensos. La Adivinación: ¿Qué oculta el ocultismo? Vivir de ilusiones. Filosofía en el café. Conociendo a El Principito. La Nostalgia. Regresar al pasado. Tierras de Fantasías. La Sombra del Colibrí. Irónicas. Suma Elemental Contra Abortistas. Sobre la Moda en el Vestir. No existe el Hombre Jamón.

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