De forma muy habitual en la celebración de la Santa Misa (me refiero al Novus Ordo, pues en el rito tradicional es imposible el abuso) constatamos los siguientes actos por parte del sacerdote celebrante que nos recuerda más a una asamblea luterana que a una liturgia católica:
1: Al terminar de proclamar el evangelio el sacerdote eleva el leccionario mientras dice “Palabra del Señor”.
2: La homilía se hace no solo larga sino bastante pesada, y, además, se predica todos los días y no sólo en días de precepto, fiesta o solemnidad.
3: Tras el ofertorio se dice la plegaria II, llamada de forma muy poco documentada de “san Hipólito”, o sea la más corta de todas.
4: En la elevación del Cuerpo y Sangre de Cristo el sacerdote hace gestos muy raros como de compartir alimentos con una elevación mínima de la Hostia consagrada y del cáliz.
Ahora analicemos estos actos para mejorar nuestra formación y ayudar a otros a que no comulguen con ruedas de molino:
En ninguna rúbrica se ordena que haya que elevar el leccionario al terminar de proclamar la Palabra de Dios. En algunas ocasiones he visto elevaciones tan exageradas que me he preguntado si el sacerdote se ha empinado para que el libro suba lo más posible. Esta práctica tiene un fondo ideológico: exaltar la presencia de Cristo en la Palabra para que sea IGUAL o casi igual que la presencia REAL en la Eucaristía. Primer sello protestante.
La homilía es preceptiva todos los domingos y días de precepto. Es aconsejable en solemnidades y fiestas que no sean de precepto y si acaso se sugiere una homilía breve en los llamados tiempos fuertes (adviento, cuaresma y pascua). Pero predicar a diario supone redundar la Palabra para potenciar la parte de catequesis en la Misa frente al Misterio que se va eclipsando. Segundo sello.
La reiteradísima plegaria II es tan breve que, literalmente, no deja casi tiempo de entrar en el milagro de la transubstanciación. Es una plegaria cortísima que casi deja indiferente. Aquí la intencionalidad es comprimir al máximo el sentido de sacrificio, de misterio, de milagro, de cruz. Tercer sello.
Se indica en la rúbrica que el sacerdote celebrante debe inclinarse un poco al recitar las palabras de la consagración, para luego elevar. Se pierde toda la unción cuando el sacerdote, en vez de limitarse a elevar, hace unas extrañas piruetas circulares al mostrar el Cuerpo y la Sangre de Cristo a los que asisten como pueblo a la Misa. El tema aquí es claro: exaltar el sentido de “cena” para que pierda el de “santo sacrificio”. Cuarto sello protestante.
Toda esta praxis no deja de ser una contradictoria exaltación de la Palabra a la vez que se rebaja la adoración al Autor de la misma Palabra, desde una concepción teológica modernista y filo-protestante que va causando los perniciosos efectos en las conciencias de los fieles:
- Elegimos la Misa en base a quien tiene la mejor pedagogía verbal y no en base a quien celebra con mejor unción
- Creemos que la presencia real de Cristo es idéntica en su Palabra que en sus especies consagradas
- Asumimos que la Santa Misa es una cena compartida donde TODOS somos invitados a tomar el Cuerpo de Cristo sin examinar previamente el estado de gracia o pecado de nuestras almas
- Valoramos cada vez menos el milagro de la transubstanciación