“El que tenga oídos para oír, que oiga” (Lc 4, 4-15)

Los dramáticos acontecimientos de estos días guardan relación con la máxima del Evangelio citada en el título. ¿De qué manera? Lo veremos más adelante en el curso de este artículo. Lo que está sucediendo está lleno de incógnitas, poblado de oscuros presagios y requiere mucha atención.

La primera reacción de la multitud de los indolentes, que constituye gran parte de la humanidad, es la de agarrarse torpemente a la ciencia, a esos fetiches, en este caso aquellos como la tecnología, los algoritmos, e-mails, whatsapps, los hashtags, las webs, los facebooks y mercancía de este género. Estos son fetiches que, en términos más apropiados, deben ser definidos como dueños de nuestra voluntad, sin que la mayoría de la humanidad se dé cuenta.

Un ejemplo significativo nos viene de la así llamada “globalización”, que, además de la anulación de la capacidad crítica del individuo particular, constituye un campo minado sin salida. Con los aviones, los barcos, los coches que corren por ahí con absoluta libertad, los habitantes de muchos Países civilizados contemplan impotentes este profundo desorden que no tiene fronteras, ni controles sanitarios, ni pasaportes, originado por el “permisivismo” de personajes como Soros, que favorecen una heterogénea inmigración de individuos que no tienen derecho a ello. Son fenómenos que se transmiten de un País a otro a la velocidad de la luz. Ya no hay esperanza de controlarlos. Y después nos maravillamos del fenómeno de la expansión del coronavirus.

Entendámonos, nada que objetar sobre el concepto del desarrollo tecnológico, con tal de que, y aquí está lo difícil, quienes lo dirigen, como decíamos, no sean cínicos gestores de nuestras existencias. Miles (sic) de hombres, comprendidos ilustres científicos y engreídos hombres que se llaman a sí mismos políticos se fatigan en la oscuridad más absoluta para llegar al fondo de calamidades como el coronavirus.

En este momento de la escultura del monumento al dios CAOS miremos en torno nuestro. Es patético ver a tantos supuestos cerebros de premio NOBEL que se afanan divagando sobre elementos de investigación todavía desconocidos. En compensación, los predichos cerebros añaden, como si fuera azúcar, que “seguramente dentro de un año o dos se encontrará la vacuna antivirus”.

Hoy, el estupor ancestral del hombre frente a las catástrofes naturales de tan grandes dimensiones, muele agua. Son acontecimientos sucedidos ya en el pasado. Basta pensar en el diluvio universal, en Sodoma y Gomorra, pestes, cólera, terremotos, etc.

¿No son estos también para ellos señales para el hombre? Dios castiga y busca misericordiosamente también abrir los oídos y los ojos de Sus misérrimas creaturas, comenzando por Adán y Eva. Tarea no sencilla dirigida a la humanidad anestesiada desde hace decenios de modernismo, que no tiene ya los anticuerpos para reaccionar. El mensaje evangélico citado al comienzo sirve precisamente para reafirmar que existe un Dios Creador y un sensus fidei que no puede ser atacado.

Signos inconfundibles del citado desorden es el aletear del olor a azufre dentro y fuera de la Iglesia.

Basta referirse a aquellos que se llaman a sí mismos círculos intelectuales, los bares del Deporte, a los templos de la sabiduría masónica, a las mesas redondas, cuadradas o rectangulares, animadas por individuos que se exhiben en programas televisivos con el único fin de hacer referencia a sí mismos ante millones de desprovistos espectadores (yo he puesto a la TV el sobrenombre de “striga popoli”, bruja de los pueblos) y servirse de ella como pasarela para hacerse pasar por expertos de turno.

Entre tantas futilidades del modernismo está el jueguecito ya citado llamado globalismo, gran invención de las finanzas masónicas internacionales. Pues bien, dicho juguete ha abolido toda frontera física y moral y toda otra diferencia que la Providencia ha puesto como protección del A.D.N. de cada pueblo particular. Es una imagen que refleja explícitamente la extorsión a la que son sometidos aquellos que no se pliegan a la voluntad de las finanzas mundiales. El coste es muy elevado, basta leer los boletines sanitarios de las últimas semanas.

En este punto querría proponeros una consideración. No pretendo convencer a nadie (de eso se ocupará otro), sino simplemente invitar a reflexionar.

Preguntas: “¿Puede cualquier embarcación navegar sin el auxilio de un timón, de una brújula, de un faro en la costa, si el cielo no es sereno y se carece de la orientación astronómica?”. Obviamente, no; la embarcación acabaría chocando contra las rocas antes o después. Incluso nuestros más lejanos antepasados sentían la necesidad de una señal, incluso material, pero con valor trascendental, separada para dicha exigencia de la materialidad, de las divinidades a las que dirigirse con fe para pedir ayuda y esperanza. En pocas palabras, esto significa teocentrismo. Pero hoy, ¿es reconocido todavía dicho valor? Habría dado saltos de alegría si hubiera oído en esta BABEL sabionda una sola voz autorizada, por ejemplo la del OBISPO DE ROMA, que hubiera hecho referencia a la posibilidad de una “advertencia de Dios” a esta humanidad frágil, indefensa y soberbia. Habría sido un soplo de oxígeno divino para los muchos indolentes de este mundo. La advertencia evangélica tiene precisamente esta finalidad: acordarse de que existe un Ser Supremo que nos ha dado el sensus fidei, que no puede ser atacado por ningún virus y que es sostenido por la gracia caritativa e la MADRE CELESTE que nos ampara bajo Su manto.

El amanuense

(Traducido por Marianus el eremita)

SÍ SÍ NO NO
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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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