Viernes, 6 de diciembre de 2013
Homilía de la Misa en Santa Marta
“Rezar es «molestar» a Dios hasta que nos oiga”
La oración, cuando es cristiana en serio, oscila entre la necesidad, que siempre comporta, y la certeza de ser escuchada, aunque no se sepa con exactitud cuándo. Y esto es así porque el que reza no teme molestar a Dios y nutre una confianza ciega en su amor de Padre. Ciega como los dos ciegos del Evangelio de hoy, que gritan en pos de Jesús su necesidad de ser curados. O como el ciego de Jericó, que invoca la intervención del Maestro con voz más alta que los que querían callarlo. Porque el mismo Jesús nos enseñó a rezar como el amigo molesto que pide pan a medianoche, o como la viuda con el juez corrupto.
No sé si esto quizá suene mal, pero rezar es como “molestar” un poco a Dios, para que nos escuche. El lo dijo: como el amigo a medianoche, como la viuda al juez… Rezar es atraer los ojos y el corazón de Dios hacia nosotros… Y eso también lo hicieron los leprosos que se le acercan: ¡Si quieres, puedes curarnos! Y lo hacen con bastante seguridad. Jesús nos enseña a rezar así.
Cuando rezamos, a veces pensamos: Sí, yo digo esta necesidad, se la digo al Señor, una, dos, tres veces, pero no con tanta fuerza. Luego me canso de pedirlo y se me olvida. Pues estos gritaban y no se cansaban de hacerlo. Jesús nos dice: Pedid, y también nos dice: Llamad a la puerta, y quien llama a la puerta hace ruido, molesta, fastidia. Así pues, insistir hasta molestar.
Y luego, una certeza inquebrantable. Los ciegos del Evangelio siguen dándonos ejemplo. Se sienten seguros de pedir al Señor la salud porque, a la pregunta de Jesús si creían que Él podía curarlos, le responden: Sí, ¡Señor, lo creemos! ¡Estamos seguros!
Y es que la oración tiene estos dos aspectos: está necesitada y está segura. Oración necesitada siempre: la oración, cuando pedimos algo, está necesitada: Tengo esta necesidad, escúchame, Señor. Pero también, cuando es verdadera, está segura: ¡Escúchame! Creo que puedes hacerlo porque tú lo has prometido.
Él lo prometió: esta es la piedra angular donde se apoya la certeza de la oración. Con esa seguridad, contamos al Señor nuestras necesidades, seguros de que puede hacerlo. Rezar es sentir dirigida a nosotros la pregunta de Jesús a los dos ciegos: ¿Tú crees que puedo hacerlo? Sí, claro que puede hacerlo. Cuándo lo hará, cómo lo hará, no lo sabemos. Así es la seguridad de la oración.
Necesidad de pedir de verdad al Señor. Estoy ciego, Señor. Tengo esta necesidad. Tengo esta enfermedad. Tengo este pecado. Tengo este dolor…, pero siempre de verdad, tal y como estén las cosas. Él escucha nuestra necesidad, y oye que pedimos su intervención con seguridad. Pensemos si nuestra oración está necesitada y segura: necesitada, porque decimos la verdad de nosotros mismos, y segura, porque creemos que el Señor puede hacer lo que le pedimos.