Nota del director: Le estamos muy agradecidos a nuestro amigo el juez Andrew Napolitano (comentarista judicial jefe del canal Fox de noticias), por autorizarnos a publicar este importante artículo. Que Dios continúe bendiciéndolo con ese valor para alzar la voz en tiempos en los que la magnitud de crisis lleva a tanta gente buena a guardar silencio.
Michael J. Matt
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¿Y si las cosas no siempre son lo que parecen?
¿Y si el popular papa Francisco es popular precisamente porque es menos católico que sus dos predecesores inmediatos? ¿Y si su teoría de gobernar consiste en debilitar la doctrina para ampliar la Iglesia, atrayendo más gente al hacer que temporalmente resulte más fácil ser católico?
¿Y si, en lugar de resistir al modernismo, con sus veleidades que son pan para hoy y hambre para mañana, el Papa cree que la Iglesia debe hacer concesiones e integrarse para no dar la impresión de que está desfasada?
¿Y si eso es exactamente lo contrario de sus obligaciones como Vicario de Cristo? ¿Y si rechaza su misión de encarnar la defensa de la Verdad (con mayúscula) y cree que puede desentenderse de algunas verdades?
¿Y si piensa, como los grandes personajes del Gobierno, que puede cambiar cualquier regla, modificar cualquier costumbre y abrazar la herejía para promover su novedosa versión del catolicismo? ¿Y si ya lo ha hecho?
¿Y si su revisión radical del proceso de nulidad matrimonial no es más que la legalización del divorcio católico? ¿Y si facilitar la reconciliación de quienes han abortado para que participen de los sacramentos disminuye la gravedad de matar niños en el vientre de su madre y fomenta más asesinatos? ¿Y si permite que los católicos que se han vuelto a casar por fuera de la Iglesia después de divorciarse reciban la comunión mientras siguen válidamente casados con el cónyuge original?
¿Y si la teología de la liberación, condenada por San Juan Pablo II y por Benedicto XVI, hace un revuelto de marxismo con catolicismo –que son esencialmente contrarios– del que sale un producto extraño que se burla de la Misa, rechaza el Magisterio, distribuye el Santísimo Sacramento a los no creyentes, niega la necesidad de la confesión auricular y sostiene que la historia del mundo no es más que una continua explotación de los pobres por parte de los ricos? ¿Y si antes de su visita a Estados Unidos recibió en privado al fundador de ese cristianismo pervertido? ¿Y si lo abrazó y felicitó?
¿Y si una de las razones de su buena acogida en EE.UU. fue el buen recibimiento que ha tenido en los medios de comunicación? ¿Y si los medios lo apoyan precisamente porque su versión del catolicismo no se acomoda a la Tradición? ¿Y si la prensa que lo apoya no es católica? ¿Y si la semana pasada se mostró más preocupado por nuestro trato a la Tierra que por cómo nos tratamos los unos a los otros?
¿Y si su pasión por el medioambientalismo exagerado no encuentra lugar en el dogma católico?
¿Y si un obispo amigo mío revisó la semana pasada todos los discursos pronunciados por el Papa –en misas y en otras circunstancias– y descubrió que sus declaraciones sobre el cuidado de la Tierra las hizo a todo pulmón, de forma rotunda y con gran efectismo? ¿Y si el mismo obispo encontró que las declaraciones del Papa sobre el aborto fueron débiles, ambiguas y ni siquiera mencionó la palabra?
¿Y si el capitalismo en que se formó el Santo Padre en su juventud, la actividad económica que según dijo al Congreso él favorece, es en realidad el fascismo argentino de las décadas de los cincuenta y los sesenta? ¿Y si ese fascismo –propiedad privada y control del gobierno sobre la actividad económica– es parecido a los que hacen las grandes empresas hoy día, y que tanto favorecen los dos partidos políticos de EE.UU?
¿Y si la cosa es bilateral? ¿Y si las empresas que están agobiadas por el gobierno también se benefician de él? ¿Y si el gobierno queda prestaciones sociales a los pobres y descuentos impositivos a la clase media es el mismo que otorga rescates financieros a empresas escogidas? ¿Y si el Papa lo sabe y lo apoya, con vistas a promoverlo mediante la influencia moral que tiene como pontífice?
¿Y si, cuando hizo hincapié en la caridad cristiana en su discurso ante el Congreso no se refería a la obligación moral de las personas, sino al deber de los gobernantes? ¿Y si el aguado mensaje pontificio de que somos guardianes de nuestros hermanos no iba dirigido a nosotros en el sentido personal judeocristiano, sino al Gobierno en un sentido autoritario?
¿Y si el Papa argumentaba que el Gobierno tiene la obligación moral de ser caritativo con el dinero de los impuestos y el tomado en préstamo a nombre de los contribuyentes? ¿Y si la caridad nace del corazón y no del gobierno? ¿Y si es imposible ser caritativo con la plata ajena? ¿Y si dando de lo que se tiene a los pobres se puede ganar el Cielo? ¿Y si no hay mérito personal cuando el Gobierno te quita el dinero y lo regala en tu nombre?
¿Y si el pontificado de Juan Pablo II, que liberó a millones del yugo del comunismo, y el de Benedicto XVI, que suscitó piedad y fidelidad a las enseñanzas tradicionales a muchos que hoy se preparan para el sacerdocio, lo ha rechazado Francisco en favor de experimentos novedosos pensados para atraer a los que rechazan las enseñanzas tradicionales?
¿Y si este pontificado de las novedades es tan infructuoso como el Concilio Vaticano II y los templos no tardan en vaciarse porque la Iglesia se ha vuelto veleidosa, abraza el culto a la personalidad y no se interesa por la Verdad?
¿Y si la Verdad es inmutable? ¿Y si lo novedoso-novedad es lo contrario de la Verdad?
Andrew Napolitano
[Traducción de Marilina Manteiga. Imagen Andrew Napolitano ]