Traducimos a continuación la entrevista que Marco Bongi realizó a Don Alberto Secci, sacerdote diocesano de Novara (Piamonte, Italia), y que fue publicada en italiano por Una Vox y Una Fides, y en inglés por Rorate Caeli, entre otros sitios.
El malestar, las dificultades espirituales, las batallas y el coraje de un sacerdote auténticamente católico que se ve obligado a convivir con una realidad eclesial a menudo incomprensible.
Entrevista a Don Alberto Secci
del clero de Novara
Entrevista a cargo de Marco Bongi.
Don Alberto Secci y sus dos hermanos, Don Stefano Coggiola y Don Marco Pizzocchi, todos del clero de Novara, saltaron a los titulares, a pesar de sí mismos, cuando se comprometieron a adherir fielmente al Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, en 2007.
La oposición a la celebración de la Santa Misa según el Rito tradicional fue decisiva y violenta por parte de la Curia de Novara, tanto como para meter en serias dificultades a los tres sacerdotes especialmente en relación con sus feligreses. La lógica era simple: la celebración de la Santa Misa tradicional debía ser una excepción, por lo tanto queda prohibida a los párrocos.
Sobre esto habló bastante la prensa, local y nacional (ver – ver – ver), y los tres sacerdotes fueron presentados como testarudos y provocadores.
Incluso ciertos ambientes sedicentes “tradicionales” los llamaron a la moderación, recordando que la causa tradicional requiere el ejercicio de la virtud de la obediencia; aunque ello implique el desconocimiento de las leyes de la Iglesia, la burla de la Santa Misa católica y el desprecio por el bien de las almas. Obviamente, esto siempre se le pide a los más débiles: a los sacerdotes y a los fieles; sobre todo cuando se encuentran frente a obispos que se comportan como si fuesen los amos de sus iglesias particulares, mientras la autoridad romana no se arriesga a poner freno a estos obispos auto- referentes ni tampoco se arriesgan a hacer respetar los derechos de los sacerdotes y los fieles aún cuando se derivan directamente de las leyes actuales y universales de la Iglesia.
Una vieja historia, que sólo recordamos porque, como acaece modernamente, el reclamo de obediencia cae fácilmente en obediencismo, al mismo tiempo que la infalibilidad de hoy se reduce a mero infalibilismo. Es con estas desviaciones que en los últimos 50 años se ha distorsionado la liturgia y la doctrina católica.
Pero el Señor ve y provee, y nuestros tres sacerdotes siguen en la misma huella, la de la fidelidad a la Santa Tradición de la Santa Iglesia Romana.
Además de en sus iglesias de Vocogno y de Domodossola, hoy es posible seguir el apostolado de Don Alberto Secci y de Don Stefano Coggiola a través de su sitio en Internet: Radicati nella Fede.
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Don Alberto, su figura sacerdotal, vuelta a la Santa Misa de siempre en ocasión del Motu Proprio, ha hecho hablar mucho a los medios en los años 2007 y 2008. Hoy, después de mucho tiempo de aquellos hechos convulsivos, le pedimos que nos responda algunas preguntas que puedan permitir a los fieles italianos conocer mejor su historia y el apostolado que está encarando.
¿Puede decirnos cómo y cuándo nace su vocación sacerdotal y cómo fue su formación en el seminario?
Yo nací en Domodossola, pero mi familia se mudó a Biella, mi padre era carabinero, y allí pasé mis años de la infancia en una buena parroquia, dirigida por un viejo párroco, ¡nacido en 1890! Un patriarca, con una fortísima devoción por la Madona, definitivamente fue allí donde apareció el primer germen de vocación. El servicio al altar, el mes de mayo, el santuario de Oropa… junto a la fidelidad de mi madre a sus tareas cotidianas y a la Misa, al sentido del deber y el orden de mi padre y tantas otras cosas positivas que marcaron mi infancia católica.
Luego me fui a Domodossola con mi familia, me inscribí en el liceo científico estatal… buenos recuerdos, aunque en 1977 el clima era, también en el interior, muy laicista. En aquel liceo viví una intensa militancia católica en Comunión y Liberación. Éramos pocos, pero muy aguerridos. Recuerdo aquellos años: oración (decíamos laudes, vísperas y completas, rosario, Misa diaria —¡a los 15, 16 años!— y estudiamos varios libros de los adoptados por los profesores, para defender a la Iglesia y su historia). El amor a la Iglesia, con el conocimiento de ella, crecía continuamente. Leíamos a los grandes autores espirituales, como San Benito, Teresa de Ávila… para mí fue natural y abrumadora la evidencia de mi vocación sacerdotal. Cristo es todo, la Iglesia es su Cuerpo: ¿cómo no dar la vida por esto?
En el seminario entré tras la graduación a los 19 años. Tuve gran ayuda de mi padre espiritual, catolicísimo, mucho menos de la teología, que sin embargo estudié con pasión. ¿La culpa? En aquellos años todo era una cantera de opiniones personales, ideológicamente ancladas en la teoría de Rahner. Pero atravesé serenamente esos años, habituado al liceo y a “combatir” positivamente por la fe. Yo no culpo a nadie, recuerdo con simpatía a todos los docentes, pero yo ya estaba preparado por la militancia católica anterior a discernir cualquier enseñanza. Cada día en el seminario lo atravesaba mirando hacia el horizonte, atento a la restauración católica… ¡que no llegaba más!
¿Cuáles fueron los ministerios a su cargo en los primeros años posteriores a su ordenación?
Ordenado sacerdote, me enviaron, con veinticinco años, a una gran parroquia, muy católica, con un gran auditorio, donde yo era asistente. No fue fácil: enseñaba religión en el secundario y todo el resto de la jornada la pasaba entre el auditorio y la iglesia parroquial, un gran trabajo era enfrentarse con líneas eclesiales muy distintas de la mía, ya marcadamente tradicional. Espero haber hecho un poco de bien y poco mal.
Luego fui a Francia por cerca de un año, atraído por la experiencia canonical, porque sentía la necesidad de un sustento sacerdotal mayor: los canónigos regulares, como los monjes, habían hecho la Europa cristiana, me pareció encontrar una solución para un mejor servicio a Dios y a las almas. Regresé, porque en la abadía reencontré las luchas teológicas y el tedio del seminario: el clima de confusión no queda fuera de los conventos, como no queda fuera de nuestros corazones.
Entonces llegué al valle de Vigezzo, donde todavía estoy, primero como asistente en un santuario y luego como párroco. En todos estos años, continué enseñando religión en la escuela.
¿Cómo fue su encuentro con la Santa Misa tradicional y qué lo llevó a abrazar, a pesar de las dificultades, este rito en forma exclusiva?
Es difícil de responder. Es como si siempre hubiese estado. Recuerdo no poder soportar más un cierto modo de celebrar, recuerdo haber advertido el ridículo de muchas liturgias, esto desde siempre. Era como saber que si éste era un momento de confusión, casi dramático, no quedaba más que volver a casa. Todo en la iglesia me hablaba de la liturgia antigua, sólo ella faltaba, y me esperaba.
De vicario parroquial y luego como párroco hice todo aquello que en aquel momento me parecía imposible: el altar ad orientem, el canto gregoriano con los fieles, la comunión en la boca, el uso constante del hábito talar, los encuentros de doctrina para adultos, el catecismo tradicional para niños. Pero no alcanzaba, era la misma Misa la que estaba en cuestión, ¿ pero cómo hacer cuando ya estaba bajo “investigación” desde hacía años por lo que poco que había hecho?
En 2005 introduje en la Misa de Pablo VI, antes del ofertorio, el canon de la Misa de siempre.
Esperé con paciencia el tantas veces anunciado Motu Proprio, que parecía nunca llegar, y el 11 de julio de 2007, era martes, comencé a celebrar sólo la Misa de siempre. Debo decir que el golpe final lo dio mi hermano: en un viaje a las montañas un día antes me dijo “no sé qué estás esperando”… era señal de que debía comenzar.
¿Por qué, a diferencia de otros sacerdotes que han acogido Summorum Pontificum, usted rechaza el llamado “birritualismo”?
Seré brevísimo: me parece absurda la obligación del birritualismo. Si uno encuentra la verdad, lo mejor, lo que expresa más completamente la fe católica, sin ambigüedades peligrosas, ¿por qué seguir celebrando algo menor? En el birritualismo, de hecho, un rito muere y el otro queda. En el birritualismo el sacerdote se estanca en la tristeza de una especie de esquizofrenia, y el pueblo no es edificado, educado, consolado en la belleza de Dios. Evito el discurso teológico-litúrgico, no es el caso en una entrevista, sólo digo que el que se queda con el birritualismo, tarde o temprano abandonará la Misa de siempre y se fabricará razones para quedarse en el mundo de la reforma, aunque lo viva en modo conservador, con una tristeza dentro, como si hubiese traicionado el amor de juventud por Dios.
Debo agregar que me fue de mucha ayuda la lectura de La reforma litúrgica anglicana de Michael Davies. Texto fundamental, clarísimo: la ambigüedad del rito lleva a la herejía de facto. ¿No es eso lo que nos sucedió?
¿Cómo reaccionaron sus feligreses cuando se enteraron de su decisión de volver a la Misa antigua?
Nadie se sorprendió. Los simpatizantes dijeron: ¡por fin! Los contrarios dijeron: ¡ya lo habíamos dicho! Pero yo diría que casi la totalidad de la gente se puso a trabajar: tomaron el folleto, querían saber… un bello clima de fervor.
Siempre recibí la ayuda de un grupo de fieles, simples y fuertes, que estuvieron siempre dispuestos a trabajar conmigo; pienso especialmente en aquellos que en 1995 comenzaron con las pruebas de canto.
Entonces comenzaron a decir que desobedecíamos al obispo, y luego al Papa, y todo se hizo más complicado, pero al principio no fue así.
Todos sabemos de las incomprensiones con el obispo y de la sucesiva solución de otorgarle una especie de capellanía en Vocogno. ¿Cómo fueron, en aquellos momentos, más allá de los desacuerdos con la curia de Novara, las relaciones con los otros párrocos?
Desaparecieron todos. Algunos desaprobaron, la mayoría permaneció en silencio, alguno te decía en privado que no estaba en contra pero que públicamente no podía hacer nada. Era el horror a la desobediencia oficial. De nuestra parte, yo y Don Stefano —el sacerdote que ha tomado el mismo camino y con el cual trabajo— habiendo campos de apostolado diferentes, nunca hemos faltado a las reuniones sacerdotales del vicariato, participando con pasión, como siempre.
Hoy en día, afortunadamente, las tensiones se han templado, ¿cómo son las relaciones con el obispo y sus hermanos?
Todo parece tranquilo, aunque sepamos que hay mucho que resolver, ya que siempre se ha evitado una discusión profunda sobre las razones de nuestra elección. Es como si se quisiese permanecer en la superficie, a un nivel puramente jurídico. Esperamos cosas mejores con el tiempo.
¿Cómo juzga, desde su punto de observación, la situación de la Iglesia y cuál cree que será en el futuro el papel de la FSSPX?
La Iglesia es de Dios, entonces debo esperar. Aunque creo que esta crisis, profunda y tristísima, será larguísima. Existe dentro del cristianismo un pensamiento que no es cristiano, ¡lo decía Pablo VI!, y hoy es Vulgata popular. Muchísimos que creen ser católicos, ya no lo son. Es terrible. Es el abandono de Jesucristo estando dentro de la Iglesia, ¡más ambiguo que eso!
La Fraternidad debe continuar la obra de Mons. Lefebvre, custodiar el sacerdocio, la fe, la Misa de siempre… un día será evidente para todos su función providencial. Amar la Iglesia exige custodiar el tesoro de la fe y de la gracia que le ha confiado Nuestro Señor Jesucristo y que la constituye, esto lo ha hecho desde siempre la Fraternidad, y por esto bendigo a Dios.
El territorio de Ossola tiene grandes tradiciones religiosas. ¿Piensa que la Santa Misa tradicional pueda extenderse aún más en esta zona y en las regiones vecinas?
No sé. Sólo sé que la vida en nuestras montañas toma forma de la Misa católica, la de siempre. La vida de la gente de aquí fue formada por la liturgia tridentina a estar de frente a Dios dramáticamente, esto es con una positividad que informa toda la vida. Pero el mundo “americanizado” llegó aquí, también por desgracia vía la Iglesia, y ha hecho un desastre en lo humano.
¿Cómo es su apostolado en la actualidad, cuántos fieles asisten habitualmente a la iglesia de Vocogno?
La Misa diaria, las dos Misas de los domingos, las confesiones todos los días media hora antes de Misa, la escuela de Domodossola con 13 clases este año, los encuentros de doctrina católica de los viernes, el catecismo para niños, las pruebas semanales de canto… y luego un poco de vida retirada, un poco monástica si me permite, porque si el sacerdote quiere hacer un poco de bien no debe estar metido en todo.
Vivo una gran fraternidad sacerdotal con Don Stefano, quien también se ha volcado a la Misa tradicional, que celebra para sus fieles en la iglesia del hospicio de Domodossola: es una fraternidad operativa, donde también nuestros feligreses tienen momentos comunes. Todo esto hizo nacer un boletín y un sitio web que documenta nuestra vida.
¿Cuántos fieles frecuentamos? No sé. El número varía. Pueden llegar a 120 los domingos de verano, en invierno la asistencia cae, dadas las distancias en este lugar. Pero he aprendido a no contar: los reyes de Israel eran castigados cuando realizaban censos.
¿Cómo calificaría la reciente instrucción Universae Ecclesiae sobre el uso del Misal antiguo?
Ha reafirmado que la Misa de siempre no ha sido jamás vedada y que no puede ser prohibida. Pero aquellos que no quieren admitirla, seguirán confundiendo las cartas.