El pasado 12 de septiembre Francisco se reunió en Bratislava con los jesuitas de Eslovaquia. El Santo Padre improvisó una sesión de preguntas y respuestas. El texto de la sesión fue reseñado por Antonio Spadaro el día 21 de dicho mes («Freedom Scares Us»: Pope Francis’ Conversation with Slovak Jesuits).
En el curso de la sesión, uno de los jesuitas señaló que muchos católicos eslovacos consideraban heterodoxo a Francisco, en tanto que otros lo idolatraban. Preguntó al Sumo Pontífice por su reacción cuando alguien lo ve con suspicacia. Aunque la pregunta no tenía nada que ver con la Misa Tradicional ni con el tradicionalismo, Francisco aprovechó la ocasión para presentar las siguientes reflexiones suyas sobre Traditionis custodes:
Espero que ahora, con la decisión de poner coto al automatismo del rito antiguo, podamos volver a las verdaderas intenciones de Benedicto XVI y Juan Pablo II. Mi decisión fue fruto de una consulta que hice el año pasado a todos los obispos del mundo. A partir de ahora, quienes quieran celebrar según el vetus ordo tendrán que pedir permiso, como se hace con el birritualismo. Pero hay jóvenes que al mes de su ordenación van al obispo y le piden permiso. Este fenómeno indica que estamos retrocediendo.
Un cardenal me dijo que dos sacerdotes recién ordenados fueron a verlo a fin de pedirle permiso para estudiar latín de modo que pudieran celebrar bien. Haciendo gala de sentido del humor, el ordinario les replicó: «¡Pero en la diócesis hay muchos hispanos! Estudien español para que puedan predicar. Cuando hayan aprendido español, vengan a verme otra vez y les diré cuántos vietnamitas hay en la diócesis, y les pediré que estudien vietnamita. Y cuando ya sepan vietnamita, les daré permiso para estudiar latín». Les puso los pies en la tierra. Yo voy para adelante, no porque quiera empezar una revolución, sino que hago lo que me parece que tengo que hacer. Hace falta mucha paciencia, oración y claridad.
Eso de «volver a las verdaderas intenciones de Benedicto XVI y Juan Pablo II» es una sofistería jesuítico-peronista que escapa a mi capacidad de comprensión. Con todo, me voy a centrar en el segundo párrafo, en el que Francisco cuenta la anécdota del cardenal que disuadió a sus sacerdotes de aprender latín, porque esas afirmaciones ayudan a entender lo que piensa el Papa del latín. Haré algunas observaciones:
I. Eso de «hay muchos hispanos en la diócesis, aprendan español» revela que el papa Francisco no tiene la más remota idea de lo que es una lengua litúrgica. Entiende el lenguaje litúrgico como algo utilitario, enteramente funcional y desprovisto de todo valor homiléctico. Sin relación con la tradición, ni con la historia ni con la integridad litúrgica. Puro funcionalismo.
II. La idea de que un sacerdote necesite autorización de su obispo para estudiar latín es palpablemente contraria al Código de Derecho Canónico. El canon 249 dice: «Ha de proveerse en el plan de formación sacerdotal a que los alumnos no sólo sean instruidos cuidadosamente en su lengua propia, sino a que dominen la lengua latina, y adquieran también aquel conocimiento conveniente de otros idiomas que resulte necesario o útil para su formación o para el ministerio pastoral». Como vemos, el Código insiste en que hay que estudiar latín además de cualquier lengua extranjera que sea necesaria para ejercer el ministerio. El idioma litúrgico de la Iglesia entra en una categoría aparte de los que puedan ser necesarios para el ministerio. La lengua litúrgica de la Iglesia es esencial para ella, mientras que las otras son coyunturales y tienen que ver con el tiempo, el lugar y las circunstancias. No sólo eso; habida cuenta de que la norma de aprender latín está enmarcada en la legislación de la Iglesia, ningún sacerdote necesita autorización para estudiarla. Al contar la anécdota de esa manera, lo que hace el papa Francisco es ni más ni menos que un guiño a los obispos que privan a los sacerdotes de sus derechos canónicos.
III. Esta línea de pensamiento fomenta una hipocresía intrínseca, porque sabemos que el Papa jamás les diría algo así a los cristianos de otros ritos. ¿Se imaginan al Romano Pontífice disuadiendo a los católicos orientales de aprender el eslavo antiguo? ¿O a los caldeos que aprendan farsi y curdo antes que el arameo, o burlándose de un cristiano egipcio que quiera estudiar copto? Claro que no. Y como semejante actitud jamás se promovería con relación a otros ritos, podemos llegar a la conclusión de que no es sino otra manifestación de prejuicios contra el rito latino.
IV. Los comentarios de Francisco denotan que desconoce los motivos por los que hasta tiempos muy recientes la Iglesia siempre hizo hincapié en la importancia de conservar el latín. Basta con echar un vistazo a la constitución apostólica Veterum Sapientia de Juan XXIII (1962) para fomentar el estudio de la lengua latina. En ella, el padre del Concilio Vaticano II expone exhaustivamente las razones para aprenderla. Veamos algunas citas pertinentes:
El latín da fe de la predicación histórica de la Iglesia: «Lenguas venerables (…) empleadas en los ritos sagrados y en las traducciones de la Sagrada Escritura, permanecen aún en vigor en algunas naciones como expresión de un antiguo, ininterrumpido y vivo uso».
El latín une a los cristianos: «Une entre sí, con estrecho vínculo de unidad, a los pueblos cristianos de Europa».
Es neutro; su universalidad no privilegia a ninguna etnia o nación: «La lengua latina, por su naturaleza, se adapta perfectamente para promover toda forma de cultura en todos los pueblos: no suscita envidias, se muestra imparcial con todos, no es privilegio de nadie y es bien aceptada por todos».
Es singularmente apropiado por su precisión y por la dignidad que exige la expresión teológica: «La lengua latina tiene una estructura noble y característica; un estilo conciso, diverso, armonioso, lleno de majestad y dignidad, que contribuye de una manera singular a la claridad y a la solemnidad».
Al no ser una lengua vernácula, el latín posee una virtud particular para unir el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia: «Puesto que la Iglesia católica, al ser fundada por Cristo supera en mucho la dignidad de las demás sociedades humanas, es justo que no se sirve de una lengua popular aunque sea noble y augusta (…) Además, la lengua latina que podríamos llamar con razón católica, al ser consagrada por el continuo uso que ha hecho de ella la Sede Apostólica, madre y maestra de todas las Iglesias, hay que guardarla como un tesoro… de incomparable valor, una puerta que pone en contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y con los documentos de la doctrina de la Iglesia y, finalmente, un lazo eficacísimo que une en admirable e inalterable continuidad la Iglesia de hoy con la de ayer y la de mañana».
Después de enumerar todas estas razones, Juan XXIII concluye con las siguientes palabras:
«Por este motivo la Sede Apostólica ha procurado siempre conservar con celo y amor la lengua latina, y la ha juzgado digna de usarla como espléndido ropaje de la doctrina celestial y de las leyes Santísimas, en el ejercicio de su sagrado magisterio, y de hacerla usar a sus ministros. Por tanto, el pleno conocimiento y el conveniente uso de esta lengua, tan íntimamente unida a la vida de la Iglesia, interesa más a la religión que a la cultura y a las letras, como dijo nuestro predecesor de inmortal memoria Pío XI, el cual, estudiando sus fundamentos científicos, indicó tres dotes de esta lengua admirablemente adaptadas a la naturaleza misma de la Iglesia: «De hecho la Iglesia, al abrazar en su seno a todas las naciones, y estando destinada durar hasta el fin de los siglos, exige por su misma naturaleza una lengua universal, inmutable y no popular”».
El lector habrá reparado en que ninguno de los motivos enumerados por Juan XXIII tiene que ver con la homiléctica. Dígase lo que se diga del papa bueno, ese hombre tenía claro lo que es una lengua litúrgica, la necesidad que tiene la Iglesia de una lengua así y el carácter no popular del latín, así como del latín en Occidente. Que el papa Francisco no entienda ninguno de estos conceptos es decepcionante, asusta, y es prueba de que una vez más, el Santo Padre habla de cosas de las que no tiene la más remota idea.
V. Afirmar que la lengua litúrgica de la Iglesia sea un impedimento para aprender lenguas vernáculas afrenta a la multitud de grandes misioneros católicos que aprendieron la una y las otras. Al leer estos comentarios de Francisco me acuerdo de San Juan de Brebeuf SJ (†1649), que se afanó durante doce años para compilar un diccionario de la lengua hurón sin dejar de celebrar la Misa en latín. Me acuerdo de los españoles que misionaron en Filipinas, como el P. Francisco Ignacio Alcina (†1674), que con grandes esfuerzos se empeñó durante 37 años elaborar diccionarios de visayo y traducir la poesía de este pueblo al español, sin dejar asimismo de celebrar la Misa en latín. O del fraile carmelita John Thaddeus (†1633) que rezaba la Misa en latín mientras estudiaba persa y turco para ser misionero en Isfahán, en el actual Irán. Tuvo tanto éxito como misionero que llegó a ser amigo y confidente del Shah. Como vemos, el uso litúrgico del latín nunca ha sido óbice para que los sacerdotes católicos aprendan lenguas vivas. Queriendo hacer ver que hay una supuesta competencia entre éstas y el latín, lo que hace Francisco es menospreciar el testimonio de aquellos heroicos misioneros que demostraron la maravillosa complementariedad de estar bien versado en latín al tiempo que se aprenden lenguas vivas para predicar.
VI. Por último, el dilema propuesto por el cardenal de la anécdota que no quería que sus sacerdotes estudiaran latín porque lo que tenían que hacer era dedicarse a aprender otros idiomas se habría podido evitar totalmente si hubieran aprendido latín en el seminario, como tiene que ser. De esa manera, en el momento de su ordenación estarían listos para aprender cualquier otra lengua que fuera necesaria, poseyendo ya una sólida base de latín. El propio cardenal se buscó el problema del que se queja por no haber fomentado el estudio del latín en el seminario.
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En la actual situación, es lamentable que el Jefe supremo de quienes celebran el rito latino sea tan ignorante con respecto al latín. Y no por culpa de algún error sin intención, sino por ignorancia culpable y duplicidad. Lo trágico es que un hombre con semejantes opiniones haya llegado a ocupar la cátedra de San Pedro. Y todo esto nos lleva a plantearnos: si eso es lo que piensa Francisco del latín, ¿tenemos motivo para preguntarnos qué entiende Francisco por rito latino? ¿En qué sentido es latino el rito, si es que lo es?
Traducido por Bruno de la Inmaculada