Domingo de Sexagésima
Lc 8: 4-15
Todos conocemos la parábola del sembrador porque la hemos oído muchas veces. Un sembrador que echó buena semilla en diferentes lugares… produciendo más o menos fruto o incluso ninguno.
El recuerdo de esta parábola me produce mucho dolor después de sesenta años explicándola siempre con el mismo sentido. Ahora me encuentro con que las circunstancias actuales son muy diferentes, pues ¿dónde está ahora el sembrador? ¿Dónde está la buena semilla? Nos encontramos con una realidad desconcertante, la Iglesia actual lleva más de cincuenta años sin recibir la verdadera semilla de la Palabra de Dios. Llevamos demasiados años recibiendo mala semilla y oyendo a malos pastores. Y además, el pueblo cristiano no sólo no recibe la buena semilla, sino que la que recibe está envenenada de modernismo.
El resultado de esta situación es que el rebaño está diseminado y cada oveja ha optado por buscar sus propios caminos. Ello ha llevado a que se implante el reino de la confusión.
Desde que se dice que la Iglesia católica no es la única verdadera, ya no hay un elemento de cohesión, y dentro incluso de la misma Iglesia han surgido multitud de interpretaciones. Esta es la razón por la cual ahora todo el mundo se siente maestro, sabe y juzga de todo.
A mí me confunde el mar de opiniones que existe hoy en día. Todo el mundo sabe y opina. Eso se debe a que no hay un pastor que unifique y conduzca con firmeza y seguridad. Con ello se ha conseguido que la doctrina luterana de la “libre interpretación” impere hoy en la Iglesia. Si a esto le unimos el modernismo y el historicismo, se concluye que ya no hay verdades dogmáticas, sino que la verdad se va adecuando y cambiando según las circunstancias. El resultado de todo esto es que la Iglesia se ha convertido en un auténtico gallinero donde cada uno sigue su camino e interpreta la religión a su manera. Han surgido multitud de grupúsculos, los cuales se enfrentan los unos a los otros: sedevacantistas, lefebvrianos, neocones … La unidad de los católicos ha desaparecido.
¿Dónde están pues el sembrador y la buena semilla? En esta situación de confusión, ¿qué pueden hacer los fieles? ¿Acudir al Magisterio? No se puede, pues ya se ha preocupado el modernismo de destruirlo. De hecho, se rechaza cualquier Magisterio que sea anterior al Vaticano II. ¿Y si acudimos a la Sagrada Escritura? También la herejía modernista se ha preocupado de destruir mediante el historicismo el valor imperecedero de las Escrituras. ¿Acudimos entonces a Jesucristo? Pero tampoco se puede, pues bien se han preocupado de eliminar de Él su divinidad, los milagros, su resurrección e incluso su existencia histórica.
Nuestro catolicismo se ha convertido en una auténtica jaula de grillos llena de “expertos” y donde nadie desea escuchar ya realmente la verdad.
Pero frente a esto tenemos las palabras y las enseñanzas de Jesucristo. Por eso, quien no desee ser engañado tiene los modos de seguir adelante. Para ello tenemos que seguir estos tres criterios:
1.- La seguridad, por más que nos quieran quitar a Jesucristo, que Él es el mismo, ayer, hoy y siempre.
2.- Siguiendo a Gal 1: “Si alguien os evangeliza con algo distinto de los que habéis recibido sea anatema”.
3.- El Vaticano II se abrió con el discurso de Juan XXIII en el que decía que la Iglesia renunciaba a denunciar y condenar el error. ¿Qué sería de un organismo que renunciara a su sistema inmunitario de defensa? Rápidamente sería invadido por los gérmenes y la persona moriría. Eso mismo ha ocurrido en la Iglesia. La Iglesia no se puede abrir a las corrientes del mundo. Cristo nos dijo claramente que no podíamos pactar con el mundo. El apóstol Santiago lo dice claramente: “¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con el mundo os hace enemigos de Dios?
Si seguimos estos criterios podremos estar seguros y nadie podrá infundir en nosotros la confusión o el error.
La semilla que es la Palabra de Dios sigue estando ahí. El sembrador, que es Cristo también lo está. Ya sabemos pues lo que hemos de hacer. No olvidemos nunca que las puertas del infierno no podrán prevalecer contra la Iglesia. Quien quiera puede beber de otras fuentes, pero yo me quedo con Cristo.