10º Domingo después de Pentecostés
(2 de agosto de 2015)
(Lc 18: 9-14)
“Si realmente amáramos a Jesús nos alegraríamos de ser pequeños”
El evangelio de hoy nos cuenta la parábola del fariseo y del publicano. Ambos personifican la imagen de aquel que se considera justo (el fariseo) y de aquel que se considera pecados (el publicano).
Al grupo de los “fariseos” pertenecemos la gran mayoría; en cambio el grupo de los “publicanos” pertenecen muy pocos.
El fariseo:
• Se considera el centro de su mundo.
• Se considera justo, desprecia y juzga a los demás (considerándoles pecadores).
• Ve la paja en el ojo ajeno, pero no ve la viga que hay en el suyo.
• Siempre se cree que tiene razón.
• Se atreve a opinar en todo, y en todo se cree tener razón; se considera víctima, incomprendido, rechazado..
• Es duro en reconocer su pecado, y peor todavía no reconoce la malicia del pecado.
• Es también bastante hipócrita, siempre echa la culpa de todo lo malo que ocurre a los demás: políticos, iglesia, corruptos…
• Al fariseo le gusta fingirse humilde, pobre…, cuando en realidad es un demagogo.
• Nunca se arrepiente, pues no se considera pecador.
Por todo ello, al fariseo le cuesta hacer una confesión bien hecha.
El publicano:
• Se coloca en el último lugar: Jesús en el lavatorio de pies de la Última Cena.
• Se considera pecador: y entonces recibe las caricias de Dios. El Espíritu Santo, que es Espíritu de la Verdad se vuelca sobre los que son realmente humildes.
• Se siente agobiado y abatido por el camino, por eso acude a Jesús.
• Se siente fracasado, como Cristo al final de su vida. El mismo Cristo se sintió humanamente fracasado: “Si os he dicho la verdad, ¿por qué no me creéis?”. Si así nos ocurre, entonces oiremos las palabras del Señor: “siervo bueno y fiel, porque fuiste fiel en lo poco entra en el banquete de tu Señor”.
• Está “alegre” pues tiene la alegría sobrenatural que Dios da al pecador arrepentido. Sentirse pecador es estar en la verdad, pues somos pecadores, y si estamos en la verdad, Dios está con nosotros (pues Él es la Verdad). Sentirse pecador es el primer paso del arrepentimiento sincero. Cuando nos sentimos pecadores y lloramos nuestros pecados entonces es cuando notamos las “caricias de Dios”, como en el caso del hijo pródigo o de la oveja perdida.
• La humildad es una de las virtudes más excelsas. Acordaros de San Francisco de Asís…