Petición. Dadme, Jesús mío, imitar vuestro silencio y virtud.
Punto primero. Ven, hija mía, a contemplar un espectáculo el más cruel y desgarrador que han presenciado los siglos; verás a un inocente castigado, aun varón santísimo y justísimo condenado con sentencia injustísima, cruelísima y afrentosísima. Después que el buen Jesús fue llevado a casa de Anás, y recibió la afrentosa bofetada de un siervo del pontífice por su respuesta mensurada; después de se llevado a casa de Caifás, sumo pontífice aquel año, y callar Jesucristo a las acusaciones que se le dirigían; después de recibir aquella noche sangrienta toda clase de injurias y tormentos, como fue escupirle en el rostro aquella chusma de soldados y pueblo y ministros de Satanás; vendarle sus divinos ojos para más a salvo herirle y escarnecerle; herirle con las manos, ya dándole puñaladas y golpes en la cabeza y en el rostro, pechos y espaldas, con gran rabia y porfía, ya con las palmas dándole de bofetadas, que es más ignominioso; mesarle las barbas y arráncale los cabellos con crueldad excesiva, decirle palabras afrentosas cuando le daban bofetadas y puñadas diciéndole: “Profetízanos, Cristo, ¿quién es el que te hirió?” y otras muchas blasfemias, las cuales dejan los Sagrados Evangelistas a nuestra consideración; después de irse a reposar los príncipes y sacerdotes dejando al mansísino cordero Jesús atado en aquella sala a merced de lobos carniceros, hecho el Hijo de Dios gusano y no hombre, oprobio de los hombres y desecho de la preve, harto de penas y lleno de oprobios y de desprecios; llevaron a Jesús atado, luego en siendo de día a Poncio Pilato, presidente, por medio de las calles de Jerusalén, con grandes voces y alaridos… Judas, al ver esto, pesóle de lo que había hecho, y fue al Templo, y dijo a algunos sacerdotes: “Pequé entregando la sangre del Justo.” Ellos respondieron: “¿Qué se nos da a nosotros de eso? Miráraslo primero…” Esto mismo dice el diablo al pecador después de su pecado. Y Judas, arrojando los dineros en el Templo, fuese y ahorcóse. ¡Qué fin, hija mía, tan desgraciado! Es el que merecía su obstinación.
Punto segundo. Presentado Cristo Jesús ante Pilato en su pretorio, salió el presidente y preguntó a los judíos: “¿Qué acusación traéis contra ese Hombre?” Ellos respondieron: “Si no fuera malhechor no lo entregaríamos a ti…” Así es juzgado el santo de los Santos, y calla. “Tomadlo y juzgarlo según vuestra ley.” “A nosotros, dijeron los judíos, no nos es lícito matar a alguno.” Entonces le comenzaron a acusar: “Lo hemos cogido alborotando la gente con mala doctrina, prohibido dar el tributo al Cesar, y diciendo de sí ser Cristo-Rey.” Le imputan falsamente tres crímenes públicos los más odiosos y calumniosos. Mas sabiendo Pilato que por envidia le habían entregado, dijo a los judíos: “Yo no hallo en Él ninguna causa para condenarle…” No obstante, perseverando en acusarle los sumos sacerdotes, Cristo no respondía, y díjole Pilato. “¿No ves de cuántas cosas te acusan y cuántos testimonios dicen contra Ti? ¿Cómo no respondes algo?” Con todo esto Jesús no respondía palabra, sino callaba, de modo que el Presidente se admiró vehementemente… ¡Oh hija mía! admira el silencio de Jesús. Admirable es Jesús por su mansedumbre, admirable por su paciencia y sufrimiento, pero no sé si es más admirable por su silencio.
Punto tercero. Las acusaciones eran muchas y falsas, en cosas gravísimas y de gravísima deshonra, opuestas por personas de mayor calificación, para condenarle a muerte la más cruel e ignominiosa. El juez le provocaba a dar su descargo, porque conocía su inocencia y quería darle libre; mas Jesús, calla, nada responde… No temía Jesús la deshonra, los tormentos y la muerte, pues ni aun hablar quiso para defenderse de ella, y esto admiró a Pilato, y te ha de admirar a ti, hija mía, que como hija de Eva, sabe maravillosamente excusarte y defender tus culpas… Menester era tal silencio de un Hombre Dios para castigar tu parlería, para darte ejemplo eficaz de callar, sufriendo con paciencia las injurias… ¡Oh mi amado Jesús! Pon guarda a mi boca, y puerta muy justa a mis labios, y no permitas que mi corazón se incline a palabras de malicia para dar vanas excusas de mis pecados. Y ya que nunca me pueden culpar sin culpas como a Ti, oh silencioso e inocente Jesús, cuando las malas lenguas se levanten contra mí callaré y enmudeceré, humillándome para que me perdones mis pecados de lengua tantos y tan graves.
Padre nuestro y oración final.
Fruto. No hablaré sin pensarlo bien y encomendarlo antes de veras al Señor.
San Enrique de Ossó