He aquí un fragmento del libro «Una maravillosa historia de Fe. Beata Ana Catalina Emmerick», del padre Ángel Peña, O.A.R, que nos muestra unos pasaje para reflexionar:
Un día Brentano [escritor que transcribió sus visiones] le dijo que para él la Iglesia era la Comunidad de todos los hijos de Dios sin distinción de denominaciones, pero ella inmediatamente lo refutó y dijo: «Sólo hay una Iglesia, la Iglesia católica. Aunque no hubiera en la tierra sino un solo católico, ése sería la Iglesia única y universal… Pero muchos sacerdotes no saben lo que son, muchos fieles desconocen su propio carácter e ignoran lo que es la Iglesia de la que forman parte. Ninguna potestad humana puede destruir la Iglesia. Mientras quede en la tierra un solo sacerdote debidamente consagrado, vivirá Jesucristo como Dios y como hombre en la Iglesia en el Santísimo Sacramento del altar; y el que, habiendo sido absuelto de sus pecados por el sacerdote, reciba este sacramento, estará verdaderamente perdonado y unido a Dios».
Ana Catalina le dijo a Brentano: «Mi guía espiritual me ha reprendido por haberme excedido en alabar a los cristianos no católicos que son piadosos. Me dijo si no sabía quién era y a quién pertenecía. Y recalcó que soy una religiosa consagrada a Dios y a la Iglesia, ligada por santos votos; que debo alabar a Dios y a la Iglesia, orando llena de compasión por los infieles; que debería saber mejor lo que es la Iglesia, que es su Cuerpo místico, pero a los que se han desprendido de su Cuerpo y le han causado profundas heridas, a ellos debo compadecerlos y pedir a Dios que se conviertan, ya que alabando a estos desobedientes me hacía partícipe de su culpa; que esa alabanza no era caridad, porque con ella se enfría el verdadero celo por la salvación de las almas. Verdad es que entre ellos hay muchos buenos, de los cuales me compadezco, pero veo que llevan el sello de su origen: están separados de la Iglesia y divididos entre sí. Cuando brota en ellos alguna devoción, se levanta al mismo tiempo en sus almas un sentimiento de arrogancia y desvío de su madre Iglesia. Quieren ser piadosos, pero no quieren ser católicos.
Por esta razón, aun entre los mejores, veo algo defectuoso, veo juicio propio, dureza y orgullo. Sólo van por buen camino los infieles que, no conociendo a la única Iglesia santificadora, viven tan piadosamente como pueden… Cuando en mis visiones veía herejes bautizados que se unían con la
Iglesia, me parecía verlos salir de entre los muros de la iglesia y aparecer en el altar ante el Santísimo Sacramento. Mientras lo no bautizados, los judíos, turcos o paganos, que se convierten, los veía entrar por la puerta del templo» (Páginas 91, 92)