
MEDITACION VI
Para el viernes de la segunda semana de Adviento
PUNTO PRIMERO. Considera cómo dispuso la Divina Providencia, que los santos padres de la Beatísima Virgen fuesen ancianos y estériles, porque había de ser más hija de la gracia que de la naturaleza: tal ha de ser el que Dios escoge con especial gracia para su servicio. Contempla los dilatados deseos de estos siervos suyos, y cómo Dios les dilató esta merced hasta el último tercio de su vida, y cuando menos le pudieran esperar, entonces le recibieron de su mano; porque Dios vende sus dones a precio de clamores, gemidos, oraciones, esperanzas y deseos. Aprende a tener paciencia y esperanza, y a no descaecer en los tuyos, que si Dios te dilata el cumplimiento de ellos, es para probar tu confianza y hacerte más digno de recibir sus mercedes con la paciencia y confianza en su bondad y misericordia, y cuando te halles más imposibilitado de alcanzarlas con las fuerzas humanas, las recibirás de su mano, como los santos padres de la Purísima Virgen.
PUNTO II. Considera el gozo y alegría que tuvieron el cielo y la tierra con el nacimiento de esta celestial Señora; porque la Santísima Trinidad tuvo especial agrado en esta Divina Princesa: el Padre por ser hija: el Hijo por ser madre: el Espíritu Santo por ser su esposa: los ángeles se alborozaron y la reverenciaron como a su señora, y en especial sus santos padres tuvieron cordialísimo gozo, viéndose honrados y enriquecidos con prenda de tan grande valor; y al paso que habían sido grandes sus deseos, fue grande el gozo que tuvieron en recibirla: y así dice la Iglesia, que el nacimiento de la Virgen acarreó gozo a todo el universo mundo: no te quedes tú sólo sin él, más gózate de tener tal Señora tal reina, tal madre y tal patrona para con Dios: entra en su casa en compañía de los ángeles, y dale al Padre las gracias y la enhorabuena por haberle nacido tal hija, y al Hijo por tal madre, y al Espíritu Santo por tal esposa, y a los ángeles por tal reina, y a los hombres por tal patrona, y a sus santos padres por tal hija mejor que muchos hijos, y a todo el mundo, porque ha nacido la aurora que destierra sus tinieblas, y a la misma Virgen dala el parabién de haber venido al mundo para el remedio del mundo; y pídele nazca en tu alma por devoción, afecto y gracia, y que sea tu patrona y amparo delante de Dios perpetuamente.
PUNTO III. Contempla las gracias, y prerrogativas con que nace para ser digna madre de Dios; porque en primer lugar, como dice san Juan Damasceno[1], no causó dolores a su madre como los otros hijos en el parto, sino antes grandes deleite y gozo como quien venía a darle a todo el mundo, y en naciendo resplandeció su rostro como el sol y bañó a todos los presentes de una luz suavísima, causando juntamente devoción en sus almas; y el Espíritu Santo enriqueció la suya con todas las gracias y virtudes, y su purísimo cuerpo con todos los dones que para tan alta dignidad, como era ser madre de Dios, se requieren; y como dijo san Buenaventura, adornó la casa al Verbo Eterno digna de su morada. Los cielos dispuso Dios tan hermosos y llenos de delicias para solar suyo y habitación de los bienaventurados, la tierra con su fertilidad y frutos para habitación de los hombres, y a la Santísima Virgen adornó el Espíritu Santo con todos los dones y gracias que una pura criatura pudo tener para ser morada y madre dignísima del Hijo Eterno de Dios; y el exceso que lleva el Verbo a los ángeles y a los hombres, ese (a nuestro modo de entender) lleva esta celestial morada de María a los cielos y a la tierra y a cuanto hay de precio en ellos. Saca de aquí grandes afectos de júbilo y gozo de que sea tan santa, sublime y adornada esta celestial Emperatriz, y que el día que nace empiece por donde los mayores santos acabaron, y de que se cimente esta casa en los montes de más alta santidad de la Iglesia; y advierte que linaje de santidad se requiere para ser digna morada del Señor, y pide al Espíritu Santo, que como adornó a la Virgen, te adorne, y disponga tu morada, para que seas digno de recibirle en ella.
PUNTO IV. Considera, que si Dios la enriqueció con tantos dones y gracias sobre todos los santos fue para que la venerásemos y amásemos y sirviéramos sobre todos los santos; y así debes tenerla cordialísimo amor y devoción sobre todos cuantos santos hay en la Iglesia, y dedicarte desde luego a su servicio. Mete mano en tu pecho, y considera cuán ingrato has sido a sus beneficios, y cuán tibiamente la sirves: llora tu tibieza y flojedad, y ofrécete desde hoy por su esclavo, aunque indigno de servirla. Pídele perdón de las faltas pasadas, y no ceses de venerarla, rogarla y servirla, recuperando en el resto de tu vida lo que has perdido en la pasada.
Padre Alonso de Andrade, S.J
[1] S, Damasceno, 5 Homilía sobre la Natividad de María.