Ortodoxia

Durante el año pasado el poco tiempo con el cual he contado, lo he dedique a leer a Chesterton y a Pieper, vale decir que en cada página que he recorrido de la mano de ellos no he hecho más que constatar de donde proviene y hacia donde fluye la ortodoxia.

Ambos maestros bebieron de las aguas del Occidente Cristiano, obviamente cada uno en su medida y en una forma determinada providencialmente, y ambos fueron evidentemente ortodoxos.

Ciertamente vale señalar que para estos filósofos la ortodoxia es, existe de manera ideal pero existe. Surge de la afluencia de la vida divina atemporal, sobre el tiempo y empapa la Iglesia y a los miembros que desean empaparse.

Y sobre esto último es necesario hacer hincapié. La ortodoxia de la doctrina católica, recae íntegra y gravitatoriamente sobre la Iglesia por mandato divino, esto es desde la inconmensurabilidad de Dios hacia la limitación material de la Iglesia militante. Se podrá objetar que la Iglesia como tal es asistida por el Espíritu Santo, siendo esto real y constatable, ahora bien, el error no es en detrimento de la ortodoxia. Pues la ortodoxia implica de suyo verdad, el error es carencia de verdad, por tanto el error no es ortodoxia. Retomaremos la consecuencia de esto hacia el final y veremos lo clarificante que resulta tenerlo en cuenta.

Ahora, volviendo a la asistencia del Espíritu Santo en la Iglesia hay que hacer dos distinciones, la que recae en la Iglesia como Cuerpo de Cristo y la que recae en cada sujeto como miembro. La asistencia en la Iglesia como parte constitutiva de Cristo es innegable y ciertamente no admite matices si estamos dispuestos a admitir la Palabra Divina que nos indica que “las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt 16, 18).

Ahora la cosa cambia sustancialmente en tanto nos referimos a la asistencia particular que da el Espíritu Santo a cada miembro de la Iglesia. Pues esta asistencia esta condicionada por cada hombre que la recibe. Si no estamos empapados en nociones básicas de antropología o teología esto podrá sonarnos raro, pero Dios elige someterse al libre albedrío del hombre. Esto es, nos crea como seres racionales de lo cual se desprende nuestra capacidad intelectiva, volitiva y electiva. El hombre elige oír o desoír a Dios, aceptar o ignorar la asistencia de Su gracia. En otro lugar distinguiremos si esto es culpable o inculpable, por lo pronto, no interesa a los fines de este modesto artículo hacerlo, nos basta con entender que podemos elegir no oír a Dios.

Si retomamos la idea que indica que la ortodoxia implica de suyo verdad, sea revelada o elaborada y la emparentamos con la idea de la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia como cuerpo de Cristo y a los miembros de ese Cuerpo, podremos concluir lo siguiente. La Iglesia será la ortodoxa es decir será la verdad, sea revelada o deducida de esa revelación, siempre que se una a Quien es la Verdad y este es Cristo. Afirmamos esto puesto que si la Iglesia manifiesta un error como verdad, esto no hace que el error se convierta en verdad ni que surja de la Verdad. Será solo un error, por tal, excluido automáticamente de la Ortodoxia cristiana, pues esta radica en la Iglesia por su Divino Fundador y no por ser expresada en el contexto eclesial.

Aclarado esto, podemos avanzar y decir que la ortodoxia de los miembros radica en la misma cuestión, en la adhesión a las inspiraciones fruto del amor divino. Y que esta adhesión y por tanto nuestra ortodoxia son fruto de la elección que realicemos en dirección a Dios. Podríamos afirmar que quien elije a Dios, vive en la Ortodoxia de su amor.

La consecuencia última es que pertenecer a la Iglesia de manera inactiva y acrítica no garantiza nuestra adhesión a la ortodoxia de Cristo, es necesario (siempre lo fue y nuestra época no es la excepción) el realizar un acto libre y determinado, orientado a penetrar e incorporar como nuestras las verdades que el Divino Pedagogo ha enseñado siempre.

Gabriela J. Villagra

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