A mediados de Abril, una escritora invitada vino a hablar sobre poesía en mi programa de escritura creativa. Ella se sentó en la mesa durante el taller, miró alrededor y dijo: “Creo que vamos a ir alrededor de la mesa, y cada uno puede decir su nombre, qué tipo de escritura hace y sus pronombres preferidos.”
Esas últimas palabras me golpearon como una bofetada en la cara.
Mientras que la universidad a la cual asisto apoya mucho el actual ataque liberal contra el género y la identidad, en la mayor parte he sido capaz de evitar los enredos directos con la implementación de esta agenda. En este salón, sin embargo, fui forzada de repente a ello. A medida que cada compañero de clase hablaba en su turno, consideraba rehusarme a dar pronombre alguno – pero entonces me di cuenta que esta elección podría ser interpretada como una “preferencia de género” del vasto espectro que el mundo moderno ha inventado. Cuando llegó mi turno, tuve que declarar que yo utilizo el pronombre “ella”, para evitar desafiar al profesor y quizás descarrilar la clase a un debate sobre género.
Como una mujer católica normal, me esfuerzo bastante en vestir y actuar de esta manera para que no haya duda que soy mujer y conservadora para lo cual he tomado la decisión de no utilizar pantalones, reviso mis dobladillos y escotes. Considerando estos esfuerzos en transmitir mi identidad a través de mi apariencia, fue sorpresivamente denigrante el que se me exigiera declarar que me gustaría que se refirieran a mí como “ella”. Más tarde, reflexionando sobre la experiencia me di cuenta que, de hecho, constituía en un tipo de persecución.
El mensaje liberal consiste en que todos deberían tener una voz, que la libertad de expresión absoluta y la búsqueda de la propia identidad es el objetivo hacia el cual la sociedad debería dirigirse. Sin embargo, al presionar a otros a conformarse con los estándares de este mensaje, el movimiento deja sin voz a todos aquellos que no están de acuerdo. En este contexto, no había espacio para detener la conversación y explicar mi esperanza de que la sociedad automáticamente debería elegir los pronombres femeninos al referirse a mi persona, porque yo creo que el lenguaje expresa la realidad.
En la noche anterior a este suceso, estuve hablando con varios compañeros de clase y dos de mis profesores, después de otro taller del programa. El tema era una próxima entrevista, organizada por mi programa con una escritora de Seattle. Ella resultó ser católica, por lo que mi profesor inicialmente quería que fuera parte del equipo entrevistador, para así poder preguntar sobre este tema. Mientras que escuchábamos la discusión, el profesor mencionó el hecho que la escritora en cuestión originalmente se había convertido al catolicismo durante el pontificado de Benedicto XVI. Se hicieron algunos comentarios despectivos sobre su estricta enseñanza moral, y eventualmente alguien me preguntó qué pensaba sobre el Papa Francisco. Expliqué que prefería la actitud de Benedicto, y que me sentía muy ambivalente sobre gran parte de las enseñanzas y aparentes creencias del actual papa.
Un compañero de clase arqueó una ceja hacia mí. “Wow”, dijo él. Había un inconfundible tono de desprecio en su voz. “Tú no eres sólo católica, sino también súper conservadora, y sin embargo aquí estas, escondiéndote en medio de nuestro programa de MFA.”
Encogí los hombros. No me estaba escondiendo, le dije. Era solamente que nadie se había molestado en preguntar lo que realmente pensaba.
Después de ese fin de semana, reflexioné por un largo tiempo sobre lo que (si acaso) debería hacer en respuesta a estas leves interacciones discriminatorias. La próxima vez que me presionen a asignarme pronombres a mí misma, quizás podría arreglar una reunión en privado con el profesor para explicarle mis creencias. La próxima vez que alguien mencionara al Papa Francisco tal vez podría iniciar un análisis sobre su postura problemática de: “¿Quién soy yo para juzgar?”
Al final del trimestre de invierno, me pidieron llenar para mi universidad una encuesta anónima de diversidad sobre la vida en el campus. En una de las casillas, observé que los grupos religiosos y sus miembros a veces son implícitamente objeto de burla o proponentes del extremismo. Recordando esta observación, me pregunté si debería trabajar en ser más franca. Me visualicé haciendo campaña para buscar una mayor justicia sobre las posiciones católicas. Si el hombre que trágicamente se ha confundido con una mujer y se le es permitido reclamar pronombres femeninos al hablar, ¿No deberían a los católicos, que entienden que el género es determinado por el sexo biológico, permitirles solicitar a los demás que reconozcan esta realidad al usar el lenguaje? Podría volverme más elocuente en alegar por la equidad absoluta para la verdad católica. Ya que la era moderna intenta erradicar la persecución y opresión de las minorías, no hay duda que la fe católica debería obtener beneficio de esta tendencia.
Con la temporada de pascua encima de nosotros, y los recuerdos frescos de la Semana Santa en mi memoria, sin embargo, contemplé los sufrimientos de Cristo. “Despreciado y rechazado de los hombres” lo llamó Isaías. Cristo mismo declaró que “el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. En Su pasión cuando el mundo entero se levantó para perseguirlo, Él tomó el aspecto de un cordero llevado al matadero. Además, Él mismo les advirtió a Sus apóstoles y discípulos que el mundo supondría que serviría a Dios al perseguir a los seguidores de Cristo.
El texto de la última y más desafiante bienaventuranza se lee, “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.” La persecución del mundo moderno es insidiosa. En lugar de ser arrastrados ante altares paganos y pedirnos que quememos incienso ante las efigies de los emperadores, somos juzgados más sutilmente y luego repudiados discretamente por tomar la decisión incorrecta, o por apreciar al papa incorrecto, o por suponer que es anormal rechazar el propio sexo de nacimiento.
Esta es la era del activismo, donde los campeones de varios comportamientos e identidades se elevan, derecha e izquierda, listos para defender sus propias decisiones y las de los demás, sin importar que tan atroces o enfermas sean. En tal ambiente, es fácil quedar atrapado y suponer que la Iglesia Católica también necesita activistas. Sin embargo, reflexionando en los Evangelios, no vemos a Nuestro Señor como activista. Por el contrario, Él simplemente ejemplificó la verdad en todo momento, yendo a predicar el reino de los cielos a los judíos, y amonestando los comportamientos pecaminosos cuándo aquellos que venían a Él mostraban penitencia verdadera.
En general, Él no buscó activamente a los fariseos para corregirlos; Él no se presentó en medio del sanedrín para discutir; Él no protestó contra los policías imperiales en frente del palacio del gobernador romano. A menudo simplemente asistía a los diferentes eventos, sea por invitación, debido por las obligaciones de la ley judía. Cuando María Magdalena llegó a la casa de Simón el Fariseo, Nuestro Señor estaba presente como una celebridad y como invitado, pero ciertamente no con el propósito de arengar a Simón por su falta de caridad. Cuando se dió la oportunidad, señaló que la actitud de Simón era mucho menos generosa que la de esta mujer pecadora, pero en todos los demás aspectos Él fue cortés y discreto.
Últimamente en la ciudad de Spokane, mientras voy en el autobús y por el campus de mi universidad, he observado hombres de pie en las esquinas de las calles o en parques, usando micrófonos para dar el mensaje de Jesucristo como salvador personal. Otros residentes de la ciudad o estudiantes de la universidad pasan por el lado, a veces se detienen a discutir, pero en la mayoría de los casos, inclinan la cabeza avergonzados y se escabullen. Una tarde, me senté en el autobús, esperando la hora de salida y observé a uno de estos hombres. Se me ocurrió que hay algo admirable en su disposición a deshacerse de todo sentimiento de pena o respeto humano, en un esfuerzo por difundir la palabra de Dios.
Sin embargo al mismo tiempo me pregunto qué tan efectiva es su labor. Cómo dije, muchas personas evitan asiduamente el contacto visual con estos predicadores callejeros, y se alejan tan rápido como pueden de su cercanía. Aquellos que se detienen usualmente han sido provocados hasta la ira, por lo que perciben como un ataque ideológico. Como dice el viejo adagio “Las acciones hablan más que las palabras”, puede ser una mejor estrategia en estos días y era, más que tales exhibiciones públicas.
Las personas han sido confirmadas y validadas en su comportamiento pecador y puntos de vista agnósticos desde hace muchas décadas, tanto que ellos no tienen más la fibra moral necesaria para escuchar racionalmente a alguien que les dice que su posición es errada o sugiere que se están haciendo a ellos mismos más daño que bien. Es desafortunado, pero verdad, que su reacción a tales declaraciones será probablemente de ira o auto-justificación, o la conclusión que la persona que se atreve a confrontarlos es un intolerante de mente pequeña. Por otro lado, he descubierto que si uno trabaja lo más duro posible para vivir de acuerdo con los estándares de la fe católica, las personas a su alrededor eventualmente lo notarán y hasta harán preguntas vacilantes.
En mi trabajo como tutor de escritura, me he hecho amiga de una mujer de Arabia Saudita que está trabajando en su maestría en educación. Ella aparece una o dos veces a la semana para hablar sobre la concordancia gramatical de sujeto/verbo y otros temas de la gramática inglesa. He llegado a la conclusión que ella es una devota musulmana, después de escuchar lo que ella escribe, sobre su país y su sistema educativo; el hecho que diligentemente use el hiyab y cubra cada pulgada de su piel excepto sus manos y su rostro solo subraya este hecho. A medida que se ha sentido más cómoda conmigo, ha empezado a hacer preguntas. “¿Estás casada?” fue una, y cuando respondí no, y le expliqué que estoy buscando a alguien que crea lo que creo, lo cual a veces limita mis opciones, ella me preguntó sobre mi religión y si los católicos creen (así como los musulmanes, según ella me informó) en la castidad antes del matrimonio.
Una vez el tema de la religión se abordó, comenzó a hacer más preguntas, las cuales culminaron hace pocos días, cuando ella finalmente se armó de valor para preguntar por la medalla milagrosa que siempre llevo puesta. De repente las dos estábamos hablando sobre Nuestra Señora, las monjas católicas, el poder intercesor de la oración, junto con la necesidad de encontrar una forma de ser testigos del hecho de que uno cree en Dios.
Además del aspecto del activismo que es tan prevalente en nuestro mundo, otra tendencia subyacente es asumir la mentalidad de víctima. Tú eres perseguido, nos dicen los liberales, porque eres mujer, o no-blanco, homosexual, o demócrata, o inmigrante. La lista continúa. El resultado es una dolorosa sensibilidad en casi todas las minorías. Estos días, incluso hombres blancos, conservadores y heterosexuales (el único grupo que no recibe sentimientos de lástima en nuestro mundo) se sienten excluidos y ellos también afirman pertenecer al grupo de las llamadas víctimas. Aquellos que son culpados como perseguidores se sienten atacados; las mismas víctimas se sienten atacadas. Vivimos en un estado de enemistad.
Cuando hablaba con la mujer de Arabia Saudita, sin embargo, no me sentí como una víctima. En cambio, me di cuenta que estaba siendo llamada a ser una especie de mártir— “testigo/a” como es la palabra original en griego. Los mártires no se quejan, no protestan, no son agitadores. Al contrario, ellos existen simple y gozosamente en la práctica diaria de su fe. Ellos reciben golpes y colocan la otra mejilla; saben cómo ejemplificar lo que creen sin atacar o culpar a los demás.
En mi caso, luchar y discutir con mis compañeros de clase y profesores probablemente no me lleve a ninguna parte. Si algo, el ser excesivamente quisquillosa y defensiva sobre mi fe probablemente alejará a aquellos que, de lo contrario, podrían hacer preguntas. Por otra parte, llevar una medalla milagrosa, u orar antes de las comidas, o no comer pescado los viernes mientras que ceno con mis compañeros de clase—estos son el tipo de cosas que hace que la gente sienta curiosidad y los lleve a hacer preguntas.
Quizás en este este momento en la historia, ninguno de nosotros sea llamado frente a algún gobierno y ejecutado por causa de nuestra fe. Seremos, sin embargo, martirizados de maneras más sutiles, ya que el mundo deja claro que no tiene ningún uso para la verdad y la bondad. Pero la sangre de los mártires es la semilla de la fe. Al cargar pacíficamente esta cruz de injusticia social y llevarla con resignación y gozo para cualquier fin que Dios tenga reservado, quizás podemos atraer a otros a que nos sigan en el camino de la salvación.
Claire Wilson
(Traducido por Andrés de San José y la Inmaculada. Artículo original)
Nota del Traductor: MTA quiere decir Master of Fine Arts o en español, Maestría en Bellas Artes