Nativo de Berlín y profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Múnich, Robert Spaemann es miembro de la Academia Pontificia para la Vida. Experto en el pensamiento de Fénelon y autor de una famosa crítica de la utopía política así como de numerosas obras sobre la moral (incluyendo Felicidad y benevolencia, PUF, 1997), es gran amigo del papa emérito Benedicto XVI. Recientemente, captó la atención por unos comentarios muy críticos sobre Amoris Laetitia. Aprovechamos las vacaciones para presentarles las reflexiones que dio al p. Claude Barthe sobre la liturgia, por la obra Reconstruire la Liturgie publicada por Editions Francois-Xavier de Guibert en 1997, es decir, 10 años antes del motu proprio Summorum Pontificum. Aquí, explora la dirección de la celebración, un asunto que ha sido objeto recientemente de una fuerte y clara intervención por parte del cardenal Sarah, nombrado por el papa Francisco como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, y al cual regresaremos en cartas futuras.
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- Claude Barthe – Usted se ha hecho eco frecuentemente de la profunda insatisfacción de los católicos que no están felices con las nuevas formas de adoración. Usted ha contribuido con muchos de ellos en el redescubrimiento de la práctica de la liturgia tradicional en la Alemania actual.
Robert Spaemann – He notado que muchos de los que no están felices con la situación que encuentran en sus parroquias, experimentan diversos sentimientos frente a la opción de asistir a la ‘misa tradicional’. Entre ellos, pueden identificarse dos categorías: quienes asisten a esta misa por primera vez en sus vidas, y quienes la conocieron en su infancia. Los primeros deben regresar varias veces para acostumbrarse a la ‘misa tradicional’ porque al principio les resulta muy extraña, por ejemplo en cuanto al latín o al canon recitado en voz baja, pero al perseverar encuentran que ya no pueden dejarla. Personalmente, yo tuve la siguiente experiencia: al principio la nueva misa no me chocaba particularmente; pero con el correr de los años me encontré más y más a disgusto en ella. Mientras que con la ‘misa tradicional’ fue exactamente lo contrario. Pero lo que más me sorprende son las reacciones de las personas mayores, que guardan una especie de nostalgia por la vieja misa. Cuando estas personas entran en una iglesia donde se está celebrando la vieja misa, reaccionan de dos maneras. Algunos quedan fascinados y lloran de alegría; mientras los otros se incomodan y dicen: “¡No! Esto ya no es posible, ya no pueden hacer esto”. […] Su reacción es decirse a sí mismos: “¿Cómo es que estas personas continúan celebrando la ‘misa tradicional’ cuando nosotros hemos tenido que pagar un precio tan alto? Ha sido todo en vano, nosotros también podríamos haber continuado haciendo lo que ellos hacen.” Y no quieren aceptarlo. Como han pagado ese precio, quieren que las cosas cambien para todos.
Dicho esto, debo concluir que en sí misma, la ‘misa tradicional’ no tiene una forma definitiva. Es permisible desear ciertos cambios, por ejemplo la posibilidad de recibir ocasionalmente la sagrada comunión en ambas especies en el transcurso de nuestra vida. Encuentro que esto se corresponde con lo que quería Nuestro Señor.
¿Cuál sugeriría como punto de partida para modificar la experiencia liturgia de los feligreses comunes?
Creo que el mayor problema es la celebración versus populum. La misa de cara al pueblo cambia profundamente el cómo vivimos la ceremonia. Sabemos, en gran parte gracias a los escritos de monseñor Klaus Gamber, que esta forma de celebración no existió nunca como tal en la Iglesia (1). En tiempos antiguos, tenía un significado completamente diferente. Hoy, con el sacerdote de cara al pueblo, tenemos la sensación de que dice las oraciones para hacernos rezar, pero no parece que él mismo estuviera rezando. No digo que no lo haga, de hecho algunos sacerdotes logran celebrar la misa versus populum rezando visiblemente. Esto trae a la memoria a Juan Pablo II: no se tenía nunca la impresión de que se estuviera dirigiendo al pueblo durante la misa. Pero es muy difícil de hacer.
Una vez asistí a una procesión del Corpus Christi en la diócesis de Feldkirch en Austria, presidida por el obispo, miembro del Opus Dei. En los altares de cada estación, el obispo daba la espalda a la custodia mientras recitaba las oraciones (2). Me dije a mí mismo que si un niño lo hubiese visto, ya no podría seguir creyendo que el Señor está presente en la hostia sagrada, porque el pequeño sabe muy bien que cuando se habla con alguien no se le da la espalda. Cosas como esta son muy importantes. No tiene sentido que el niño estudie su catecismo si frente a sus ojos contradicen lo que él aprende.
Por tanto, creo que lo primero que hay que hacer es girar el altar. Me parece que esto es más importante que volver al latín. Personalmente, tengo muchas razones para valorar el latín, pero no es la cuestión más importante. Por mi parte, preferiría una misa tradicional en alemán que una nueva misa en latín.
Al comienzo usted dijo que la liturgia tridentina no tiene en sí misma una forma definitiva. Podría haber cambiado y aún podría hacerlo.
Los cambios deben ser tan graduales y tan imperceptibles que una persona en el final de su vida tendría la impresión de que aún se utiliza el mismo rito que en su niñez, incluso si ese rito en verdad ha cambiado. No sé si usted conoce la carta en la que el cardenal Newman relata su primer viaje a Italia. Había entrado en la catedral de Milán y había quedado anonadado por la cantidad de ceremonias que se realizaban simultáneamente: una pequeña procesión a un costado, misas celebradas en los altares laterales, cánones recitando el oficio divino en el coro. Uno tenía la impresión de que todos estaban concentrados en lo suyo, pero en definitiva era todo parte de una misma cosa. Newman quedó atónito por esta clase de pluralidad, porque la influencia protestante en Inglaterra era tan fuerte que todos tenían que hacer la misma cosa al mismo tiempo.
¡Libertad católica! ¿Entonces usted está a favor de diferentes métodos de participación?
En realidad creo en la importancia de que haya diferentes maneras de participar en la misa. Y antes que nada, me parece un escándalo que todos los fieles reciban la comunión siempre, porque es imposible suponer que cada persona se considera estar siempre en estado de gracia—con las disposiciones correctas para comulgar. Cuando se discute el tema de los protestantes practicando la inter-comunión con nosotros, nadie dice nada sobre si ellos se confiesan. Por supuesto que una persona puede permanecer en estado de gracia a lo largo de toda su vida, pero no podemos darlo por sentado. Y sin embargo esto nunca se discute. Uno debiera poder asistir a la misa sin recibir la comunión. Por eso, personalmente me parece que las personas que siempre se consideran con la disposición correcta para recibir la sagrada comunión, ocasionalmente debieran abstenerse de recibirla, por ejemplo una vez al mes, para habilitar la posibilidad a otros de abstenerse. Y si alguno me dijera: “Yo necesito absolutamente recibir la sagrada comunión”, le diría: “Recíbala los lunes.” Aquellos que realmente necesitan la sagrada comunión con frecuencia asisten a misa en la semana. Si no van a misa en la semana no pueden decir que absolutamente necesitan comulgar.
Debe ser posible participar en mayor o menor medida en la misa. Cerca de la puerta está el lugar del publicano. Y este lugar debe ser respetado sin que la persona que lo ocupa se encuentre obligada a hablar o incluso escuchar lo que se dice en el micrófono. Conocí una jovencita no católica que se sentía muy atraída por la Iglesia. Pero cuando entraba a una iglesia y veía micrófonos sobre el altar ya no quería dar el siguiente paso. Decía: “Si hay un micrófono allí, significa que no es algo serio, porque Dios no necesita un micrófono para escucharme.” Es muy importante saber que en una iglesia es a Dios a quien nos dirigimos.
Sí, hay una falta de libertad en la liturgia actual, y de hecho esta es una de las características de la Iglesia de hoy.
Traducción Marilina Manteiga. Artículo original
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(1) Gamber Klaus, Tournés vers le Seigneur! Éditions Sainte-Madeleine, 1993. Monseñor Gamber y Joseph Ratzinger fueron profesores de la Universidad de Regensburg durante la reforma litúrgica, una mala experiencia para ambos.
(2) En el rito tradicional, la celebración ni siquiera da la espalda a la custodia para las “salutaciones” al pueblo (Dominus Vobiscum, etc.), sino que se paran de costado.