Una sociedad hipócrita ya está condenada a muerte

Esta mañana leía en un periódico digital: “Sacerdote de una iglesia del norte de Italia se despide de su comunidad entre aplausos porque va a ser padre”. Y no hace ni una semana, leíamos el eco de una entrevista concedida por el Santo Padre a una “pareja” formada por una mujer y un … ,no sé cómo llamar al otro miembro de la pareja, pues era un tal que había sido hombre y se “había cambiado el sexo”; y a quienes les decía el Papa que “todos cabemos en la Iglesia de Cristo”.

Si seguimos leyendo la prensa, raro será el día en el que algún escándalo de este tipo no salte a la palestra. Hace pocos días veíamos a todo el Estado Español conmovido por la muerte de un cabo del ejército muerto en acto de servicio; pero ese mismo Estado es el que todos los días, a pesar de “autoproclamarse de derechas” asesina a miles de niños en el vientre de sus madres.

Continuamente están las noticias atemorizándonos con los asesinatos perpetrados por el Estado Islámico. Hoy mismo este mismo Estado Islámico solivianta a sus seguidores para que asesinen, aunque sea a palos, a más gentes en Occidente. En cambio, apenas hay periódico, ministro u obispo que se atreva a decir que el peor enemigo de la civilización occidental es ella misma por haber renunciado a sus principios.

Y yo me pregunto ¿cuánto podrá subsistir una civilización que ha renunciado a sus cimientos? Si destruye diariamente todo aquello en lo que no hace tanto tiempo creía ¿cuánto tiempo faltará para que se venga abajo? Vivimos en una sociedad hipócrita. Ella misma se ha puesto la soga al cuello, ya está condenada a muerte. Sólo falta el último empujón.

Veamos la diferencia tan grande que hay entre este modo de proceder y el de Cristo. Asomémonos simplemente al evangelio que corresponde a este domingo 4º del Tiempo Ordinario.

(Mc 1: 21-28)

Entraron en Cafarnaún y, en cuanto llegó el sábado, fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Y se quedaron admirados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas. Se encontraba entonces en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro, que comenzó a gritar: -¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios! Y Jesús le conminó: -¡Cállate, y sal de él! Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos estupefactos, de modo que se preguntaban entre ellos: -¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen. Y su fama corrió pronto por todas partes, en toda la región de Galilea”.

“…fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Y se quedaron admirados de su enseñanza…” Cuando el apóstol enseña lo mismo que Él y lo hace del mismo modo, entonces las gentes quedan maravilladas. Desgraciadamente ya hay pocos que hablan así, y menos en el nombre de Cristo.

Y el espíritu impuro habló a través del hombre poseído diciendo: “¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!” Entre Dios y el demonio hay la misma separación que entre el bien y el mal. En cambio hoy día parece que todo se confunde, el bien ya no se ve y el mal se presenta como algo bueno. Cristo no era ni hablaba así, y los demonios lo sabían. Hoy, como consecuencia del “silencio” de los pastores, los demonios, que andan más sueltos que nunca, prefieren aparentar callados pues ven que así su triunfo es más fácil y rápido.

Y Jesús le conminó: -¡Cállate, y sal de él! Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él”. A Jesús no le gusta “dialogar” con el demonio, Él sencillamente lo expulsa. Sabe muy bien que dialogar con el demonio es una tentación y una falta de tiempo. El mal hay que destruirlo, eliminarlo. Dialogar con el demonio es firmar su propia sentencia de muerte”.

La gente quedó maravillada y estupefacta al ver lo ocurrido, y se preguntaba: “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen”. Esto es lo que hace falta hoy día. En realidad no es ninguna enseñanza nueva, es la enseñanza que Cristo nos dejó pero que muchos ya han olvidado. Tenemos el poder de derrotar el mal; y no sólo eso, tenemos el poder de poner el bien en el corazón del hombre y de hacerlos felices. Lo único que tenemos que hacer es “ser pastores de Cristo”. No traicionemos nuestra vocación.

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Oremos pues hermanos. Acudamos a Dios con confianza y pidámosle que tenga piedad y misericordia de nosotros. Intentemos ser ese “resto fiel” que habla el Evangelio. Si Dios nos encuentra a nosotros haciendo penitencia y vestidos de saco y ceniza, quizá aplaque su ira y nos dé una nueva oportunidad como hizo con Nínive.

Padre Lucas Prados

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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