Desde Adelante la Fe queremos felicitar a nuestro querido padre Alfonso Gálvez por su 59 aniversario de Ordenación Sacerdotal, cumplidos en el día de ayer. En estos tiempos de abandono masivo de la vocación, el padre Alfonso es un ejemplo, estímulo y espejo donde ver una vida por y para Cristo. Contradiciendo la costumbre, en esta ocasión es el propio homenajeado quien nos ha realizado el obsequio de esta hermosa homilía que no deben dejar de escuchar.
Gracias padre Alfonso por toda la luz que nos da todas las semanas.
Adelante la Fe
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59º Aniversario de Ordenación del P. Alfonso
(Misa de Jesucristo Sacerdote)
«59 años de fidelidad a Cristo»
Recuerdo con gran emoción la mañana de mi ordenación. Dios carga sobre el sacerdote una tarea durísima y pesadísima. Para ello contamos con la gracia de Dios. Si no fuera por la gracia de Dios sería imposible hablar de Él.
Fueron seis años de preparación en el seminario. Seis largos años que parecía que nunca se iban a acabar.
Al igual que Cristo, que conforme pasaban los años iba creciendo en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres, la vida del sacerdote es muy similar. Cuando uno empieza su sacerdocio, la idea que tiene del mismo es muy incompleta, y por supuesto muy diferente a la que tiene 59 años después. Cuando uno es joven, tiene ansias de conquistar muchas almas, ser fiel a la Iglesia…, pero conforme van pasando los años uno se da cuenta que vivir el sacerdocio es mucho más difícil. Uno se va dando cuenta que lo único importante en la vida del sacerdote es amar a Dios; y las demás cosas vendrán como añadidura. No es que amar a Dios sea lo primero; y lo segundo sean las demás cosas, no; amar a Dios es lo único importante.
Conforme van pasando los años uno se va dando cuenta de que cada vez está más lejos de amar a Dios de verdad. Y cuando uno se va acercando ya al final de su vida, entonces es cuando se da cuenta que cualquier tiempo que no se haya dedicado a amar a Dios es tiempo perdido.
Cuando uno es sacerdote joven está ilusionado con predicar, catequizar, atender a los enfermos, confesar…, conforme pasan los años uno comprende que lo realmente importante es asimilar cada vez más la vida de Cristo.
Y no digamos de la vivencia de la Santa Misa. Al principio uno la hace siguiendo las rúbricas y con gran devoción; pero hace falta que pasen años para que uno llegue a entender y vivir que cada Misa es una participación propia en la muerte de Cristo en la cruz. La Misa se transforma para el sacerdote anciano en un auténtico “tormento” pues en ella ha de morir junto con Cristo; y sólo así dará fruto.
Igual ocurre con la confesión. Cuando uno es joven busca atender al penitente, buscar que la confesión sea íntegra…, uno tiene muy presente que el sacerdote en el confesionario ha de ser padre, juez y médico. Cuando pasan los años, el confesionario se transforma en un auténtico suplicio pues hay una profunda transmisión de energía entre el sacerdote y el penitente. El penitente confiesa sus pecados, pecados que ahora son cargados por el sacerdote, al igual que Cristo hizo. Y ese es el único modo de que la confesión dé paz al penitente.
Y lo mismo ocurre en la predicación. Cuando uno es joven quiere comerse al mundo a través de su predicación. En cambio cuando uno es viejo, la predicación, a quien primero hace daño es al mismo sacerdote. Y es entonces cuando la predicación convierte. Uno no habla para gustar a la gente o para quedar bien. El sacerdote viejo saca las enseñanzas de las vivencias que hay en su corazón; vivencias que están muy por encima de sus propias fuerzas.
Las lágrimas del sacerdote son de fracaso y de alegría; igual que la vida de Cristo, pues Él fracasó en la cruz, y fue a través de su muerte como nosotros fuimos salvados.
Puede que al final de nuestros días hayamos hecho poco; pero lo importante es haber sido fiel. Entonces será cuando oigamos decir al Señor: “porque has sido fiel en lo poco, entra al banquete de tu Señor”.