Desde que el Discípulo Amado en el Calvario vio fluir sangre y agua del costado traspasado de Nuestro Señor Jesucristo, innumerables creyentes han contemplado en espíritu a quien han perforado. El Papa Pío XII aludía a ello cuando dijo:
«solamente tienen una comprensión propia de Jesucristo crucificado quienes han penetrado los secretos místicos de su corazón».
Todo lo que es el Sagrado Corazón de Jesús se podría resumir en esta maravillosa invocación: abismo de todas las virtudes, ahora más que nunca, cuando en el seno mismo del Cuerpo Místico de Nuestro Señor se pretende rebajar a su Cabeza, el Salvador [1].
«Hay gente satánica. Son apóstatas y pretenden que los demás corran la misma suerte. Por eso atacan de mil maneras. Pero ante la impotencia surge el desprecio, la blasfemia».[2]
Abismo de todas las virtudes: ¿se puede hablar de las virtudes de Jesús, ya que Él es Dios? ¿No están las virtudes del lado de la Iglesia, de la respuesta de amor de sus hijos al amor que procede del Padre y se ha manifestado en Jesús? ¿No son parte del arsenal espiritual que recibe el cristiano con la gracia de su bautismo? Y sin embargo, sin duda, es posible hablar –aunque sea brevemente de las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo.
San Luis María de Montfort enseñó que
en Él habita toda la plenitud de las virtudes, lo mismo que las gracias y perfecciones,[3] el Corazón de Jesús es la fuente única de todas las virtudes.[4]
Y suplicaba:
Dadme Dios de bondad, las virtudes de vuestro Corazón.[5]
Pensamos en un abismo como una profundidad inconmensurable. Usamos la palabra con frecuencia en un sentido figurado, tanto del bien como del mal. Así, se habla de un abismo de amor, de bondad, como también de un abismo de malicia, de vicio.
Al llamar al Sagrado Corazón de Jesús, abismo de todas las virtudes queremos decir en esa invocación litánica que Él posee todas las virtudes en tal grado de perfección que no podemos comprender su grandeza ni sondear su profundidad. No hay virtud, no importa cuán difícil sea su práctica y cuán extraña entre los hombres, que no se encuentre en Él, ninguna que no esté presente en Él en toda su perfección posible, sin defecto o deficiencia, solamente en la Persona de Nuestro Señor Jesucristo todas las virtudes están presentes de manera armónica y perfecta.[6]
El Doctor Angélico [7]nos muestra cómo Jesucristo en la Cruz es el modelo de todas las virtudes.
«La pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo allí apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes».
El Corazón de Jesús es el Corazón de Dios, compendio de todas las perfecciones humanas y divinas. ¿Quién puede imaginar las grandezas sublimes que el Verbo comunicaba al corazón humano de Jesús? ¿Cuáles serían los sentimientos que el alma perfectísima de Jesús comunicaba a su corazón? Examinad los frutos de esta unión: amor infinito al Padre y a los hombres, abismos de gracias y virtudes, la eucaristía, la Iglesia…
Aunque Jesús nos llama la atención sobre dos de sus virtudes en particular: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt. 11:29), aprendamos de los Santos que bebieron de ese torrente de delicias que brota del corazón abierto de Jesús: [8]
- Amor. Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
- Celo. ¡Cómo sentía Jesús en su corazón cuanto afectaba el honor del Padre! El Jesús manso y paciente arroja a latigazos a los que comerciaban en el Templo, porque le consumía el celo de Dios (Mt 21, 12-13). Se indigna con San Pedro, que le quiere apartar de la Pasión: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres (Mt 16, 23).
- Obediencia. Toda su vida fue ejemplo de sumisión: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió (Jn 4, 34). Obediencia a José y María y les estaba sujeto (Lc 2, 51).
Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno -es decir, de Adán- todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos (Rom 5,19).
- Humildad. ¡Qué difícil y maravillosa armonía entre estos dos abismos: humildad y divinidad! Dice San Pablo que se anonadó hasta tomar como forma de esclavo (Fil 2, 7). Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
- Compasión. ¡Qué entrañas de misericordia las de Jesús! Vio una gran muchedumbre y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor (Mc 6, 34). Se conmovió profundamente ante la pobre viuda que iba a enterrar a su único hijo (Lc 7, 11); lloró ante el sepulcro del amigo fallecido (Jn 11, 33). Movido de compasión hace un milagro y les devuelve la vida.
- Ira. Ante las injusticias e hipocresías de los fariseos su corazón ardía de santa ira. Circumpiciens cum ira, miró con ira a los que ante los milagros endurecían su corazón. ¡Qué terrible la mirada de Jesús! (Mt 3, 5). Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas…! Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehenna? (Mt 23, 13-33).
- Paciencia. Si buscas un ejemplo de paciencia encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo en la cruz sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión “no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca” (Hch 8,32). Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: “Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia” (Heb 12,2).
- Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenas, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de los señores, en quien está encerrados todos los tesoros del saber y el conocer (Col 2,3), desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas (Mt 27,35); ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado” (Mt 27,29); ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre (Jn 19,28-29)
El Corazón de Jesús es el abismo de todas las virtudes y la solución a todos los males de la humanidad.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Cf.: http://remnantnewspaper.com/web/index.php/fetzen-fliegen/item/2578-francis-discovers-heresy-while-uttering-it
[2] ROYO MARÍN, OP, P. ANTONIO, El Corazón de Jesús.
[3] MONTFORT, San LUIS MARIA GRIGNION DE, Tratado de la Verdadera Devoción, 61.
[4] MONTFORT, San LUIS MARIA GRIGNION DE, Cántico 130, 8.
[5] MONTFORT, San LUIS MARIA GRIGNION DE, Cántico 4, 21.
[6] CF.: BISKUPEK, SVD, P. ALOYSIUS, Heart of Jesus.
[7] DE AQUINO, Santo TOMÁS, Exposición del Credo.
[8] Cf.: ROYO MARÍN, OP, P. ANTONIO, El Corazón de Jesús.