Acerca de la disposición que debemos tener para que nazca Cristo en nuestras almas por medio de la gracia

Meditación de Nochebuena

PUNTO PRIMERO. En espíritu, posa tus ojos en la Bienaventurada Virgen y en el glorioso San José en la ciudad de Belén, entrada ya la noche, en pleno invierno, fatigados del camino, buscando posada de puerta en puerta, sin hallar quien los reciba: ponte en lugar de alguno de aquellos posaderos, y haz de cuenta que te piden un lugar en tu casa: contempla dichoso a los que llegan a tus puertas y oye aquellas palabras del Divino Esposo, que se las dice a tu alma: Ábreme, esposa mía, porque mi cabeza está cubierta del sereno de la noche[1]; y medita cuál será tu respuesta, y la felicidad sin medida que ha de embargarte, si mereces recibir y tener a semejante huésped en tu casa. Abre las puertas de tu corazón y pídele a coro con Abraham, que te haga esta gracia de no pasar de largo sin honrar tu pobre casa, y descansar un rato en ella: enciende la luz de la consideración, y escudriña todos los rincones de ella, y mira si encuentras algo que ofenda a la Divina Majestad o que estorbe su entrada, y bárrela, y límpiala, y adórnala como conviene al arribo de Señor tan grande: pide a Dios que envíe sus ángeles para disponer la posada como conviene a la Divina Majestad; y a la Santísima Virgen María, que disponga tu alma, como dispuso la suya, para que merezcas recibirle: ruega al glorioso San José, que se digne de albergarse en tu casa, ofreciéndole cuanto hay en ella, tu alma, tu vida y tu corazón.

PUNTO II. Considera lo excelso del Señor que viene al mundo y que va a nacer, y desea aposentarse en tu alma, y la disposición que en ella pide: primero que nada, pureza de corazón; es decir, que desarraigues los vicios, y plantes las virtudes. Porque como es la suma pureza, no puede soportar el mal olor de las costumbres corrompidas de los pecados. Mete la mano en tu pecho, y mira los vicios que has atesorado en él toda la vida, y que ha sido una cloaca de pecados, y cuán indigno eres de recibir a este Señor. Destierra de ti los ídolos de tus gustillos y deleites, riega con lágrimas el aposento adonde entrará el Señor. Golpéate  el pecho, y dí con entrañable contrición: Señor, yo soy indigno de que vuestra Majestad entre en mi pobre morada. Mi casa ha sido una cueva de leones y un lugar de inmundicias y vicios. A mí me pesa de todo corazón de haberte ofendido. Te suplico que perdones mis ignorancias y flaquezas,  me des tu gracia, y me hagas digno de recibirte en mi alma.

PUNTO III. Considera cómo se dispuso la Santísima Virgen para recibir a este Señor, y procura tú imitarla para disponer tu alma; vuelve los ojos a las meditaciones pasadas, y hallarás que la Reina del Cielo, se dispuso con pureza de cuerpo y alma, retirándose del mundo, con recogimiento y oración, con silencio, obediencia, penitencia y mortificación, con humildad y desprecio de sí y aprecio de su prójimo, con mucha mansedumbre, paciencia y supremas virtudes, que te conviene procurar y adquirir para ser digna posada del Señor. Las zorras tienen cuevas y los pájaros nidos, dijo el Redentor, y el hijo del hombre no tiene adonde reclinar su cabeza[2]. Las zorras tienen sus cuevas en lo más escondido y seguro, y los pájaros sus nidos en los árboles y torres altas, trabajándolos en lo interior con blandas plumas para criar a sus hijos, y en lo exterior guarneciéndolas con espinas para defenderlos de las culebras y aves de rapiña: sin ruido de palabras, Cristo nos pide que labremos esta posada en nuestra alma, lejos del bullicio del mundo a lo seguro del retiro, recogimiento y oración, y adornando nuestras almas en lo interior con la blanda mansedumbre, piedad, misericordia y devoción, y en lo exterior con lo áspero del silicio y ayuno y mortificación, que nos proteja de los enemigos infernales. Oh, Señor, quién fuera capaz de albergarte dignamente en mi alma y tener estas pascuas contigo… Envía tus ángeles que me dispongan, y tu gracia y santidad que me haga digno de Ti.

PUNTO IV. Finalmente, considera las riquezas inestimables que atesora el que recibe a Cristo en su casa, y la ceguera del mundo en prodigar tanto tiempo y cuidados en albergar a los poderosos de la tierra, y, contrariamente, el olvido y descuido en hospedar al Rey de los cielos; siendo así que todo cuanto el mundo puede ofrecer es frágil, falso y perecedero, mientras que lo que da este Señor es verdadero y eterno. Considera que, por estar el Arca de la Alianza  tres meses en casa de Obededón, Dios derramó su bendición sobre él y su descendencia, y una inigualable herencia de riquezas espirituales y temporales. Y que entrando Cristo Redentor nuestro en casa de Santa Isabel y estando en las entrañas de María Santísima,  llenó con su presencia toda esa casa del Espíritu Santo, y santificó al niño Juan en las entrañas de su madre. De la misma manera que el sol baña de luz los lugares en los que entra, así también este sol divino baña de espirituales luces y de incalculables riquezas a todos los que visita y le reciben dignamente. Pide, pues, al Señor que te visite, y obsequie alguna parte de los tesoros celestiales que trae consigo para enriquecer al mundo.

Padre Alonso de Andrade, S.J 

[1]Cant. 5

[2]Mt. 8

Meditación
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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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