Antes de las vacaciones de verano pasé por la así llamada Librería católica (“así llamada”, porque ni siquiera el suelo es católico: todos los libros de los modernistones, como don Gallo, Mancuso, Augias, E. Bianchi y compañeros están allí hermosamente expuestos), y encontré, entre las pocas cosas buenas, el hermosísimo libro de Louis De Wohl, novelista fiel a la historia, El mensajero del rey, dedicado a la figura de S. Pablo Apóstol.
Desde las primeras páginas, De Wohl hace ver todas las complicaciones religiosas y políticas de judíos, fariseos, griegos, romanos y tantos otros que desde el comienzo intentaron con todas sus fuerzas y de todas las maneras obstaculizar a Jesús y la predicación de su Evangelio. En Jerusalén, en Antioquía, en Corinto, en Roma y demás sitios, existía una verdadera “mafia”, una verdadera “masonería” de la época (precursora de la masonería actual) aliada contra Jesús con todos los medios.
Los más feroces de todos eran los judíos con sus intrigas y su dinero, “el becerro de oro” (¡“mammona” decía Jesús!), que hicieron de todo hasta mover a los emperadores romanos, en principio no hostiles, contra Jesús y contra la Iglesia naciente. Pienso, con fundamento, que hoy también, en el fondo de las hostilidades contra Jesús, contra la Tradición católica, está precisamente el judaísmo, como justamente pensaban santos como don Bosco y Maximiliano Kolbe y mentes rectas, ilustres y lúcidas de Judíos convertidos a Jesús en la Iglesia católica.
Sin embargo -esto es precioso- Jesús, el “pequeño Jesús”, nacido en un establo y muerto en una cruz, pero resucitado al tercer día, se abrió camino en medio de politiqueros, de viciosos de todo tipo, venció la potencia del dinero, los instintos más brutales de la lujuria, las maquinaciones de los políticos, masones y demás endurecidos en su pertinacia.
Jesús se abrió camino en la historia intrincada de los hombres, El el Crucificado, pero el Vencedor, al que nadie puede detener, El, que aun hoy, en medio a la “traición de los clérigos” (“La trahison des clercs”, título de un libro famoso ya en los años sesenta del pasado siglo) se reserva y se forma para Sí a sus amigos, a sus predilectos y hace de ellos los eslabones vivientes de la santa Tradición católica, que nunca desaparecerá.
¿No es acaso maravilloso? Nosotros también, solitarios de Dios, somos los eslabones de esta Tradición gloriosa que transmite a los que vienen detrás la Verdad, a Cristo Camino, Verdad y Vida, único Salvador del mundo. Somos también unos atribulados, pero con Jesús somos unos vencedores con la fuerza de la Fe, de la Esperanza, de la Gracia santificante. Somos vencedores con Jesús, no obstante que desde hace más de 50 años, “entre ciertos hombres de Iglesia se sienta el tintineo de las 30 monedas que fueron entregadas a Judas” (entre comillas refiero las palabras de un Obispo italiano, ¡muy distinto de Galantino!)
El humilde surco en el que trabajamos, haga buen tiempo o nos granice sobre la cabeza, también de parte de quien debería defendernos, es nuestra pequeña trinchera, en la que combatimos la buena batalla de la fe, es el lugar fecundo en el que nacen, de nuestras semillas sembradas en la tierra negra, las nuevas espigas y las nuevas flores de la Iglesia.
No somos inútiles, no somos “desperdiciados”, no somos unos fracasados -diga lo que quiera el mundo- somos “llamados “ por Jesús con una verdadera vocación, somos “mandados” con una verdadera misión, somos apóstoles. No exulto de alegría, pero me entusiasma todo esto, vivir con Jesús, que continúe Jesús en mí, que no tenga ni siquiera una mota de polvo de aquellas 30 monedas. Me entusiasma que, aunque no valga nada, no he traicionado jamás a Jesús, que no he vendido a Cristo.
Insurgens
[Traducción de Marianus el Eremita]