El adulterio que viene… y que comulga

Confussionis Laetitia la llaman, porque el alboroto en que ha sumergido a la Iglesia es de las dimensiones del que se armó cuando se armó la de Dios es Cristo. Los obispos han empezado a dar instrucciones a sus sacerdotes respecto a la aplicación de la encíclica Amoris Laetitia: unos diciéndoles que “deben” absolver a los que, según la doctrina de la Iglesia, tras haber disuelto por su cuenta el matrimonio indisoluble que contrajeron, viven en concubinato y no están arrepentidos de su pecado. Y que además “deben” administrarles la Comunión. Algunos sacerdotes entienden que su obispo les está ordenando la profanación de ambos sacramentos. Otros obispos en cambio, están dando instrucciones para que sus sacerdotes actúen conforme a la doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia. Tanto unos obispos como otros, invocan la Amoris Laetitia.

Ante esta tremenda confusión, los cardenales Raymond Burke, Walter Brandmüller, Carlo Caffarra y Joachim Meisner hicieron pública la carta que habían dirigido al Papa Francisco pidiendo aclaraciones sobre la confusa doctrina de la última encíclica. El documento titulado La búsqueda de la claridad: una súplica para desatar los nudos de la Amoris Laetitia, se dio a conocer ante el silencio del Santo Padre, que no quiso o no pudo contestar a las cuestiones que le plantearon tan serios y sabios purpurados.

Y se desencadenó la tempestad. No por la confusión que ha generado la encíclica, sino por la osadía de los cuatro cardenales, de pedirle al Papa que dirima el conflicto a que dan lugar las interpretaciones claramente contrapuestas. Los mismos que cuestionaron por sistema los posicionamientos morales de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, son los que ahora ponen el grito en el cielo por la insolencia de los cuatro cardenales, y afirman que quienes plantean esas dudas están prácticamente fuera de la comunión católica. Ahí está Fragkiskos Papamanolis, presidente de la minúscula Conferencia Episcopal Griega, quien en una carta abierta acusó nada menos que de herejía y de apostasía a los cuatro autores del “escándalo”, indignos de formar parte del Colegio Cardenalicio. También D. Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona, se mostraba escandalizado y pedía el capelo, que no la cabeza, de los cuatro preguntones… Que dimitan, que dimitan, si no están acuerdo con el Papa, se exclamaba. ¿Pero qué es estar de acuerdo con el Papa, si unos entienden que ha dicho blanco, y otros entienden que ha dicho negro? ¿Quiénes son los que están de acuerdo con él? ¿Los que dicen blanco o los que dicen negro?

El hecho de que la Amoris Laetitia suscite interpretaciones altamente contradictorias con la doctrina y la tradición de la Iglesia; que desde las más altas instancias eclesiales se afirme misericordiosamente el derecho a comulgar de los concubinarios, adúlteros y aiuntados , con la única referencia de la propia subjetividad del que se encuentra en paz con Dios; y que además dé lugar a la suspensión a divinis de los discrepantes ; todo ello hace que los dubia de los cuatro cardenales sean completamente pertinentes. Ahora es el Sucesor de Pedro el que ha de pronunciarse, aclarando las dudas y confirmando en la fe católica a sus hermanos.

Y es que parece repetirse la situación de aquella clase del Curso Introductorio del Seminario Conciliar de Barcelona, donde los maestros de la confusión dirigían el cotarro. La impartía Josep Mª Jubany, preboste de la pastoral obrera y ahora rector de la parroquia pijo-separatista de San Ildefonso, perorando sobre la resurrección de Cristo: que si el deseo de verlo vivo de los apóstoles creó en sus mentes la idea de la resurrección, que si la permanencia de sus enseñanzas a través de la historia es esa “vida nueva” que trae Jesucristo… hasta que al final uno de los seminaristas, el más echao palante, supongo, le preguntó: Pero cuál es su conclusión, ¿Jesús resucitó o no? A lo que Jubany, visiblemente irritado, respondió: Mira, con esa pregunta me demuestras que no has entendido nada. Por eso no puedo aprobarte ni ahora ni en septiembre ¡ni nunca!

No entendemos, no… la Amoris Laetitia. Deben ser la rigidez y la incapacidad de discernimiento, sólo atenta a la casuística moral, lo que nos impide comprender que ya nada es lo que parece, sino todo lo contrario. Debe ser alguna insatisfacción anímica o frustración personal la que al ofuscarnos, no nos permite ver, a través de los adulterios flagrantes y los concubinatos manifiestos, la misericordia de un Dios al que le importa un rábano el sacramento del matrimonio y por eso perdona sin arrepentimiento a los que lo profanan. Un Dios que por su infinita misericordia para con el hombre, ha arrumbado sus Diez Mandamientos. Un Dios, en fin, que ya no es el de la Cruz de Cristo, ni tan siquiera el de la Eucaristía, sino el que se tira desde el pináculo del Templo entre los aplausos y parabienes de aquellos que quieren convertir la Iglesia en un decrépito club de polo que ha perdido todos los partidos.

Gerásimo Fillat Bistuer

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