Un artículo reciente de Antonio Socci en su blog ha suscitado interrogantes y polémicas entre sus lectores. Reproduzco seguidamente los puntos esenciales del texto:
«Me duele hondamente la aspereza de las polémicas que se han desatado en los últimos días entre católicos (sin faltar la contribución escandalosa de la prensa laica). No es que no me gusten los enfrentamientos, incluso ardientes y polémicos, pero asistimos a una especie de guerra civil entre católicos, a una recriminación recíproca que no tiene mucho de cristiano. Y no funciona. Así no se puede avanzar. Se intercambian muchas palabras duras y ofensivas entre ambos bandos. Y he podido constatar que en las controversias sobre el papa Bergoglio, sobre todo en el aspecto social, se utilizan expresiones totalmente inaceptables.
»Es verdad que algunos se quejan de ser a su vez blanco de algunas expresiones que emplea el Papa, en particular en las homilías que pronuncia en Santa Marta, aludiendo a ciertos católicos (a los que llama “rígidos”), y se sienten ofendidos. Pero eso no es razón para utilizar palabras y emitir juicios que van más allá de una crítica normal y correcta. Pienso que la Iglesia vive momentos verdaderamente delicados y dramáticos. Por lo que a mí respecta, no tengo la menor intención de contribuir a este clima de guerra civil entre católicos.
»Por eso, de ahora en adelante he decidido no participar en esa trifulca (en la cual, desde hace tiempo, me llevo mi parte de insultos). (…) Como seguramente lo que digo suscitará reacciones instintivas erróneas, recomiendo a todo el que tenga objeciones al actual pontificado que relea la entrevista que concedió a Il Foglio el cardenal Caffarra (o las del cardenal Burke) y adoptar su estilo, que es el de los verdaderos pastores, que dan auténtico ejemplo de padres. Necesitamos esa mansedumbre, ese amor a la Verdad y esa caridad. No basta con dar testimonio de la Verdad (como es nuestro deber); también es preciso hacerlo bien.»
Los comentarios que he oído con más frecuencia son de quienes sostienen, decepcionados, que Socci ha decidido tirar la toalla. No tengo motivos para interpretar el pensamiento de Socci, pero creo, salvo que él mismo me desmienta, que sus palabras deben entenderse de otra manera. Vaya por delante que en general tengo un prejuicio favorable hacia quienes defienden la fe, y siempre desfavorable hacia los que quieren disolverla, como los modernistas contemporáneos. En el caso de Socci, hay que reconocerle el mérito de haber sido de los primeros en darse cuenta de los catastróficos efectos del presente pontificado y haber tenido el valor de decirlo públicamente. Que la crisis actual no hunda sus raíces en el papado bergogliano, sino que éstas se remonten al menos al Concilio Vaticano II, si no antes, es otra historia. En cuanto a este punto puedo disentir de Socci, aunque estoy convencido de que su honradez intelectual lo llevará a reconocer que los antecedentes de la Amoris Laetitia están en la constitución conciliar Gaudium et Spes. Pero volviendo a su texto, no creo que Socci pueda negar que se está librando una guerra civil en el seno de la Iglesia.
La comparación con una guerra civil es evidentemente una metáfora que señala un clima de desencuentro doctrinal que se da por primera vez en la historia moderna de la Iglesia: obispos contra obispos y cardenales contra cardenales. El cardenal Gerard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afirma que Amoris laetitia debe interpretarse a la luz de la doctrina de la Iglesia, y que no se puede autorizar que se administre la comunión a los divorciados vueltos casar. El cardenal Reinhard Marx, su sucesor en la diócesis de Munich, le responde que no entiende que pueda haber interpretaciones de Amoris Laetitia distintas a las del episcopado alemán, que admite la posibilidad de recibir la Eucaristía para los que conviven more uxorio.
El desacuerdo no es sólo hermenéutico. Hay un enfrentamiento entre dos modos opuestos de concebir la moral católica. Que un mismo documento sea interpretado de maneras diversas demuestra hasta qué punto está justificado hablar de confusión, término contra el cual protesta el director del Sismógrafo, Luis Badilla. ¿Podría decirse que reina la claridad en la Iglesia? Las dudas de los cuatro cardenales están más que justificadas, y una corrección fraterna al Romano Pontífice se hace necesaria si persiste en una actitud que fomenta la difusión de la herejía.
No me parece que Socci niegue nada de esto, ni tampoco que quiera abandonar la lucha. Lo que lamenta es precisamente el exacerbado tono de la polémica, fruto de una rabia y una frustración crecientes en el mundo católico, y que a veces olvidan la necesidad de ese espíritu sobrenatural que infunde paz al corazón, firmeza a la voluntad y equilibrio en las palabras y las acciones.
Laicistas y modernistas se valen del insulto, la mentira, la calumnia y la desinformación. El estilo de los que defienden la Verdad debe ser diferente, tanto en las palabras como en los hechos. Por otra parte, no hay que olvidar que el responsable de la confusión y el escándalo es, por desgracia, un papa que gobierna legítimamente la Iglesia, al menos hasta que se demuestre lo contrario.
Se pueden criticar sus errores en materia de doctrina y de pastoral, pero guardando el debido respeto a la institución que representa, por lo menos hasta que él mismo demuestre de modo manifiesto que desea abandonar su misión. Por el momento, el papa Francisco representa en su persona el misterio de la Iglesia, santa e inmaculada en su esencia, pero a veces fragilísima en los hombres que la representan. Al citar como modelos a los cardenales Burke y Caffarra, Antonio Socci parece darnos a entender que pretende luchar de ese modo. Igual que nosotros.
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)