En las últimas décadas, sobre todo después de la clausura del Concilio Vaticano II, se ha debatido bastante en el seno de la Iglesia sobre la “piedad popular”, es decir, la forma que el pueblo tiene de interpretar y manifestar su vivencia de la Fe. Sin duda alguna, y a lo largo de los siglos, la tradición católica ha recogido como muy positivas algunas expresiones de ese “sentir” que incluso se han adelantado a la proclamación de algún dogma, como el caso de la Inmaculada Concepción de María (sobre todo en España donde ya se creía y hasta se hacía voto de sangre en su defensa desde dos siglos antes de su promulgación). No obstante, es necesario, y hasta urgente, hacer una valiente revisión de esta piedad popular para que la misma no llegue a convertirse en una especie de “piedad paralela” a la piedad realmente cristiana y que ha sido durante la historia el hilo conductor de nuestra creencia. Por ello, como intitula la carta, bendita sea la piedad popular si nos lleva a Dios, lo cual ha de examinarse con humildad y sano espíritu de enmienda en lo que sea preciso. Básicamente la piedad popular es para Gloria de Dios (para salvación de las almas) si asume en si misma un triple carácter: sacramental, catequético y exhortativo. Veamos:
- Carácter Sacramental: La piedad popular no puede estar alejada de la vida sacramental cuyo centro ha de ser siempre el Santo Sacrificio de la Misa, unida y/o precedida de la Confesión. Es contradictorio todo ejercicio de piedad popular que no deje espacio a la asistencia en la Santa Misa, sobre todo la Dominical. Dedicar un domingo, o día de precepto, todo ello a una peregrinación, procesión…..etc sin acudir a Misa (ni ese día ni la víspera) supone ofender a Dios (pecado mortal) a través de “cosas de Dios”, lo que hace, si cabe, más inaudita esa ofensa. Aquí no vale el uso (abusivo) del argumento típico: “a través de esas manifestaciones llevamos a las almas a la vida sacramental”, si acaso en alguna ocasión extraordinaria, antes más bien hay que advertir que esas manifestaciones piadosas, una vez se conviertan en “tradición” (por su repetición durante varios años) serán un sutil antídoto contra la vida sacramental mínima que Dios nos pide a los católicos, ya que supondría una especie de sustitutivo con efecto “placebo” en las almas asentadas falsamente en una vida de fe ajena a la misma Fe.
- Carácter Catequético: La piedad popular no puede basarse solo en la experiencia emotiva, o sentimental, que toque la fibra sensible del cristiano para dejarlo indiferente frente a la Palabra de Dios y las exigencias de la misma en la vida moral. Una piedad popular sin catequesis se convierte fácilmente en una “afición” sin Dios, donde de forma inconsciente se busca la propia satisfacción (aún con ropaje de auténtica religiosidad). Es por tanto preceptivo que los encargados de orientar estas manifestaciones de piedad popular sean previamente formados en la doctrina católica para que, de ese modo, eviten que la misma “piedad” derive a extrañas formas de idolatría más propias de tiempos anteriores a Cristo. De manera concreta: cuídense mucho de evitar esa “espiritualidad de las promesas” donde, con perdón de la palabra, tratamos a Dios como un “negocio”: yo te doy a cambio de que tu me des el precio que antes he establecido…..; no deja de ser muy triste que cristianos formulen promesas a Dios, o a su Santísima Madre la Virgen María, a cambio de “dádivas” que se exigen previamente. Eso es convertir a Dios en un ídolo.
- Carácter Exhortativo: La piedad popular ha de mover a las almas en un sentido de perseverancia y no de sola vivencia fuerte según calendario o evento especial. Mucho cuidado con esto: la piedad popular no puede separarse de la vida cotidiana en sus efectos. Hay ciertas manifestaciones de piedad que, al terminar, concluyen con un extraño saludo: “hasta el año que viene”….por ejemplo, que muestran el carácter meramente puntual de la celebración. La exhortación a la fidelidad es, por supuesto, del todo necesaria para que se de la continuidad entre lo desarrollado en un momento y lo que se ha de vivir tras ese momento por muy extraordinario que haya sido.
Bendita sea la Piedad Popular: claro que si, pero si es, ante todo y sobre todo, una piedad que nos lleve a Dios, a la Salvación Eterna, al Apostolado, a la coherencia con la vocación a la Santidad recibida en el Bautismo. Caminemos en esa dirección.