Carta abierta al Papa Francisco a raíz de su Motu Proprio Traditiones custodes

“Anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es toda- vía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida” (San Vicente de Lerins)

“Salve María, Virgo Fidelis, Virgo Potens, Mater Ecclesae, Regina Confessorum. Reparación a tu divino corazón por tantas ofensas contra él cometidas.”

Papa Francisco:

 Desearía que todo lo que está sucediendo ogaño en la Iglesia fuere una simple pesadilla, mas con honda tristeza y dolor uno sigue comprobando que todo es una compleja realidad, la realidad ya anunciada desde hace varios siglos por el Apóstol Pablo: “Vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina.” (II Timoteo 4, 3).  

 Usted dio a conocer su ‘Motu Proprio Traditiones Custodes’, y también una carta a él vinculada, la que tituló: “Carta del Santo Padre Francisco a los obispos de todo el mundo para presentar el Motu Proprio ‘Traditionis Custodes sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la reforma litúrgica de 1970”. Sobre ambas cosas quería hacerle llegar, respetuosa y caritativamente, ciertas apreciaciones meditadas con profundidad a la luz del Depósito Revelado, del Magisterio Infalible y de los Santos Padres.

 Pienso francamente que se comete una injusticia con Usted dado que muchos parecen hacerle pagar los platos rotos por tantas novedades que hoy vemos circular y que nunca antes se vieron en toda la Historia de la Iglesia. Pero la verdad es que muchas de esas novedades, como en líneas venideras intentaré demostrar, vienen principalmente desde el Concilio Vaticano II, y, digámoslo en honor a la justicia, de antes también. No en vano el Papa San Pio X promulgó su infalible Encíclica Pascendi Dominici Gregis contra el modernismo,en septiembre de 1907.

 Años atrás, el mismísimo Padre Pío, el santo de los estigmas, el mismo a quien algunos  le hicieron cosas tremendas y a quien le atribuyeron falsas expresiones nunca pronunciadas por él, lleno de preocupación le manifestó al Cardenal Bacci: “El Concilio, por piedad, terminadlo pronto” (Chiron Ives, El Padre Pio, ed. Palabra, España, 1999, p. 346).  

 Sería muy bueno que todos, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, conociesen “El Conmonitorio (Apuntes para conocer la fe verdadera)” escrito por San Vicente de Lerins, pues es un libro esclarecedor sobre todo lo que hoy se está viviendo. Y que se conociese el libro “El

Rin desemboca en el Tíber (Historia del Concilio Vaticano II)”, libro escrito por Ralph M. Wiltgen S.V.D., en el cual con objetividad incuestionable refiere lo que se llevó a cabo en el único Concilio pastoral (todos los otros han sido dogmáticos: se definía algo o se condenaba algo); en dicho libro queda expuesta con meridiana claridad, la lucha que se libró en el mencionado Concilio, lucha entre el ala progresista que quería apoyar la novedad, y el ala conservadora que se le oponía. De 1962 a 1965 tenemos a dicho Concilio. En palabras de Yves Chiron: “La III sesión del Concilio Vaticano II iba a empezar. ‘Conservadores’ y ‘progresistas’ se enfrentaban en cuestiones esenciales: la constitución de la Iglesia, la liturgia, la vida religiosa. ¿Eran los pastores y los fieles los que tenían que ser llamados al orden o había que reformar las estructuras y el lenguaje de la Iglesia? Restauración o reforma, reconquista de las almas o apertura al mundo: la elección que hiciera el concilio iba a comprometer a la Iglesia entera para los decenios que vendrían” (ob. cit. p. 339). Un tercer libro fundamental que debería ser leído por todos es el

“Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae”, escrito por los Cardenales Ottaviani y Bacci, donde allí se da cuenta de todo lo que implica la misa experimental o normativa, más conocida como Nueva Misa. Por último, sería excelentísimo que todos conociesen la infalible Encíclica Pascendi del Papa San Pio X, encíclica que siempre el ala progresista ha querido silenciar y lo sigue haciendo, pues allí se condena tajantemente al modernismo o progresismo. Con esos libros y esa Encíclica bastaría para que se entienda por qué estamos como estamos.

 En temas como los que aquí se abordan, me parece que las quejas a escondidas le guiñan el ojo a la complicidad. Por eso van estas francas líneas, excogitadas en el bien y que no tienen más intención, Dios lo sabe, que la defensa de la Inmaculada Esposa del Cordero, la Iglesia Católica. ¿Por qué no me puedo quejar al Papa de aquello que mi mente, mi conciencia y mi corazón, hace tiempo ya, me muestran que descamina de lo católico? ¿No le escribía Santa Catalina de Siena a los Papas, haciéndoles llegar sus quejas, sugerencias, consejos, amonestaciones? ¿No fue ella quien le escribió a S.S. Gregorio XI (1370-1378) quejándose de la “soberbia e inmundicia”, “las cuales abundan hoy en el pueblo cristiano y singularmente en los prelados, en los pastores y en los rectores de la santa Iglesia, los cuales se han hecho devoradores de las almas; no digo convertidores sino devoradores”? (Cartas al Papa, ed. Iction, Buenos Aires,

1980, p. 31). ¿No fue ella la que le escribió al Pontífice referido diciéndole que “no es costumbre de los siervos de Dios que por algún daño corporal o temporal, y aunque la vida se perdiese, quieran abandonar el ejercicio y la acción espiritual”? (ob. cit. p. 51). ¿Y no fue ella la que a S.S. Gregorio XI le escribía “con deseo de veros hombre viril (…)”, ya que “desea el alma con inestimable amor, que Dios por su infinita misericordia os arranque toda pasión y tibieza de corazón y os reforme como hombre nuevo”? (ob. cit. p. 59) ¿No le escribió a ese Romano Pontífice exhortándolo a “usar de vuestra virtud y potencia, y si no queréis usarla, mejor sería renunciar a lo que habéis tomado; más honor de Dios y salvación del alma vuestra resultaría de ello”? (ob. cit. p. 60) ¿Acaso ella no le escribió al Papa indicado, insistiendo sobre lo anterior e indicándole: “Mirad por lo que amáis vuestra vida, que en ello no cometáis negligencia: ni os burléis de las operaciones del Espíritu Santo, que se os exigen, pues lo podéis hacer”? (ob. cit.

págs.. 60 y 61) Y ella le escribió diciéndole “Haced que no me queje de vos a Cristo Crucificado” (ob. cit. p. 61), y al Papa Urbano VI (1378-1389) le escribió para decirle que “en el templo de Dios que es lugar de oración, han hecho guarida de ladrones, con tanta miseria, que es maravilla que la tierra no nos trague; todo por las faltas de los malos pastores.” (ob. cit. p. 88) Bien… Yo ni por asomo le llego a la uña del meñique del pie a tan gigantesca santa, pero le he pedido a mi hermana Catalina me ayude un poco con este escrito, para no caer en lo que ella no quería, a saber, el silencio cómplice, silencio al que le había puesto un “Basta”: “¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas, porque por haber callado, el mundo está podrido!”. Igual “basta” pidió San Pio X a través de su Encíclica Pascendi, punto II: “Basta pues de silencio; prolongarlo sería un crimen.” 

1. Sobre el “Motu Proprio Traditiones Custodes”

      En él puede leerse: “Custodios de la tradición, los obispos, en comunión con el Obispo de Roma…”. Es significativo que en orden al intento de clausura total de la Misa Tridentina, se presenten como “custodios de la tradición”. Qué paradójico: custodios de la Tradición pero buscan hacer desaparecer la Misa de la Tradición Católica; custodios de la Tradición mas amantes del aggiornamento. Como expuse en líneas anteriores, en Concilio Vaticano II habían dos bandos: el ala progresista y que buscaba las innovaciones, y el ala conservadora que defendía a la Tradición. Ganó el ala progresista, los que no querían la Tradición. Mas, ahora, reitero, llamativamente se presentan como Custodios de la Tradición. Para la diócesis de la Provincia de San Luis, Usted designó a Gabriel Barba, el cual, fue dispuesto a barrer con lo tradicional que quedaba de la mencionada jurisdicción, y, recientemente, en su homilía dada con ocasión de su primer aniversario como obispo diocesano, insistió en los cambios, el las salidas, en dejar “estructuras caducas”. Claramente no es custodio de ninguna tradición, más bien es un celoso custodio de la novedad. Usted, no hace mucho, también dio a conocer la Encíclica Fratelli Tutti, en donde desde el comienzo de la misma, apartándose de la Tradición, en el punto ‘8’ manifiesta soñar con “una única humanidad”, en la que todos caminemos “cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz”. Volveré más luego sobre esto último, pero, ¿en qué parte de la Tradición Católica se ha visto alguna vez ese lenguaje? ¡Nunca! 

     ¡Qué notable! Dice Usted en su Motu Proprio que “llevó a cabo una amplia consulta a los obispos en 2020”, y que, gracias a eso, aparece la decisión adoptada contra la Misa Tridentina. ¿Pero que iban a decir la mayoría de los obispos cuando ellos y las Conferencias Episcopales son amigos y amigas de las novedades? ¿Qué dirá sobre la Misa Tridentina un obispo como Gabriel Barba, que desde que llegó a San Luis está obsesionado con la comunión en la mano? La respuesta está a la vista de quien quiera verla. 

¡Qué notable que todo un Motu Proprio que no solo se da como custodio de la tradición sino que incluso se ha venido a llamar Traditionis Custodes, se encargue concretamente de hacer que todos adhieran a la novedad engendrada en el Concilio Vaticano II, y que se impida a los fieles en nombre de la Tradición seguir a la Tradición!

   Concilio Vaticano II no fue dogmático –no tuvo la intención de definir nada ni de condenar nada -sino pastoral, deviniendo así en el único Concilio pastoral en toda la Historia de la Iglesia (“Un concilio pastoral que renunciaba deliberadamente a toda declaración dogmática (…)” cf. Gambra, Monseñor Lefebvre (Vida y Doctrina de un obispo católico), ed. Del Grial, Buenos Aires, 2001, p. 24)

     Sostiene en el artículo 1 de su Motu Proprio que “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”. Calculo que un Custodio de la Tradición daría a conocer lo que realmente ha dicho un Custodio de la Tradición, a saber, San Pio V, el cual en su Bula Quo Primum Tempore, refiriéndose al Misal sostuvo que se debe observar “lo que les ha sido transmitido por la Iglesia Romana, Madre y Maestra de todas las otras iglesias y para que en adelante y para el tiempo futuro perpetuamente (…) no se canten o no se reciten otras fórmulas que aquellas conformes al Misal que Nos hemos publicado”, agregando que “Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros sacerdotes de cualquier nombre que sean designados o los religiosos de una Orden cualquiera, no pueden ser obligados a celebrar Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que jamás nadie, quienquiera que sea podrá contrariarles o forzarles a cambiar de misal o a anular la presente intrusión o a modificarla , sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza”, y que “absolutamente nadie (…) pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.” Quiero resaltar dos cosas: que el Misal Tridentino se conforma de lo que “ha sido transmitido por la Iglesia Romana”, a diferencia del Novus Ordo que es una elaboración principalmente mentada  por el ala progresista del Concilio Vaticano II; en segundo lugar la advertencia de San Pio V, de que “nadie (…) pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso”, permiso, claro está, referido a la Misa Tridentina. Conclusión lógica: la Misa Tridentina es la verdadera expresión de la lex orandi del Rito Romano, dada que ella “es lo que ha sido transmitido por la Iglesia Romana”. 

     Contra el artículo 1 que viene a pretender invalidar la antigüedad por seguir la novedad, tenemos lo enseñado por el Santo Padre de la iglesia San Vicente de Lerins. Hablando de los

“graves males a que puede dar lugar un dogma inventado” (piénsese por ejemplo en el falso ecumenismo), sostiene: “¿Y cuál fue la causa de todo esto? Una sola: la introducción de creencias humanas en el lugar del dogma venido del cielo. Esto ocurre cuando, por la introducción de una innovación vacía, la antigüedad fundamentada en los más seguros basamentos es demolida, viejas doctrinas son pisoteadas, lo decretos de los Padres son desgarrados, las definiciones de nuestros mayores son anuladas; y esto, sin que la desenfrenada concupiscencia de novedades profanas consiga mantenerse en los nítidos límites de una tradición sagrada e incontaminada” (El Conmonitorio. Apuntes para conocer la fe verdadera, ed. Palabra, España, 1976, págs. 17 y 18). La solución entonces al artículo 1 nos la da el Santo Padre de la iglesia referido: “Anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es toda vía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida” (ob. cit. p. 40).

      La drástica persecución que supone el Motu Proprio contra lo que huela a Misa Tridentina o contra lo que sea toda Misa Tridentina, lo lleva a decir que el obispo de cada lugar debe “indicar uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos puedan reunirse para la celebración de la Eucaristía (no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales”. ¡Ya nada de Iglesias Parroquiales para ellos! Si fueran Custodios de la Tradición, tal y como se presentan, deberían saber que los verdaderos Custodios de la Tradición abren de par en par todas las Iglesias para que se celebre algo llamado Misa Tridentina, y que es ella misma ¡custodia de la Tradición viva!

 No solo el Motu Proprio pretende hacer desaparecer lo Tradicional que claramente no custodia, sino que indica a los obispos: “Cuidar de no autorizar la creación de nuevos grupos.” ¿A qué le temen? No hay problema si la gente se va de yunta a celebrar un rito judío, o anglicano, o budista, o que se vuelva pachamamero; no hay problema si se levanta un nuevo grupo en donde el Cuerpo de Cristo sea arrojado al piso. El problema es con los que rinden culto a Cristo en una Misa que lo respeta desde el “Introivo ad altare Dei” hasta el “Ite Missa est”. 

 Saquemos a la luz algunas cosas que están bajo el polvo. En el libro de Ralph Wiltgen, leemos: “el Cardenal Ottaviani se dirigió al Concilio para protestar contra los drásticos cambios que se estaban sugiriendo para la Misa: ‘¿Queremos suscitar el asombro o tal vez el escándalo en el pueblo cristiano, introduciendo cambios en un rito tan venerable, aprobado durante tantos siglos y ahora tan familiar? No se debe tratar el rito de la Santa Misa como si fuese un vestido adaptado a la moda caprichosa de cada generación” (El Rin desemboca en el Tíber. Historia del Concilio Vaticano II, ed. Criterio Libros, Madrid, 1999, p. 34). Ya vemos algo que hoy se quiere tapar: el ala progresista, en plenas sesiones de Concilio Vaticano II, bregaba por desterrar el Rito “aprobado durante tantos siglos”, para dar lugar al “vestido adaptado a la moda caprichosa”.

Pocos saben lo que se dice en el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae aparecido en 1969: “el Novus Ordo Missae (…) se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, cual fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento” (Ottaviani, Alfredo, Bacci, Antonio (Cardenales), ed. Iction, Buenos Aires, 1980, p. 7).

 Notable también que un Motu Proprio que se pretende custodio de la Tradición no contenga una sola nota a pie de página que lo vincule con algo de la Tradición, y, en cambio,  todas sus notas arrancan con expresiones del Concilio Vaticano II en adelante. Quizá la mejor explicación nos la da Benedicto XVI, cuando siendo cardenal y perteneciendo al ala progresista del Concilio, hablando del documento conciliar Gaudium et Spes, manifestó: “Si se busca un diagnóstico global del texto, se puede decir que es (junto con los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones en el mundo) una revisión del Syllabus de Pio IX, una especie de contraSyllabus (…). Es suficiente que nos contentemos con comprobar que el texto juega un papel de un contra-Syllabus en la medida que representa una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser después de 1789” (Ratzzinger, Les Principes de la Théologie Catholique, ed. Tequi, Paris, 1985, p. 427).

      ¿Cómo es la historia? Resulta que los que hacen celebraciones ecuménicas con, por caso, los protestantes, acusan de protestantes a los católicos que se oponen a ese falso ecumenismo con los protestantes. Resulta que son los impulsores del falso ecumenismo -esos que se juntan a celebrar y a orar con otros cultos-, los que acusan de no ser católicos a los católicos que se oponen férreamente a ese mamarracho que lleva a dejar a la Esposa Cristo rebajada. 

 Hay gente moderna que se va al hinduismo, o se pasa a los musulmanes o al judaísmo, mas ninguna de esas creencias sostuvo que debe modernizarse para hacerse atractiva. Solo el modernista ha querido rifar las riquezas espirituales de la Iglesia Católica, para así coquetear con el mundo. Y así les fue y así les va: el mundo los va tragando. Se suma el modernista a la idea de ver oscurantismos en el pasado de la Iglesia. Nada más falso. Brilló allá la luz con singular fuerza, mas hoy, precisamente a causa del modernismo, abunda la oscuridad, porque al decir de S.S.

Pablo VI, “el humo de Satanás ha ingresado por una grieta a la Iglesia”. 

Dijo el Santo Padre de la Iglesia, San Vicente de Lerins: “En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos” (El Conmonitorio. Apuntes para conocer la fe verdadera, ed. Palabra, España, 1976, p. 18). Pregunto, por ejemplo: ¿en dónde en todas partes, siempre y por todos se ha visto a Papas juntarse a orar con otros cultos? Nunca. 

      Esclarecedoras son las siguientes palabras de San Vicente de Lerins. Se pregunta: “¿Cuál debería ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal?” Y responde: “No cabe duda de que deberán anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso” (El Conmonitorio. Apuntes para conocer la fe verdadera, ed. Palabra, España, 1976, p. 19). Y se vuelve a preguntar: “Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?” Responde: “En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna mentira» (ob. cit. p. 19)

        Dando “ejemplos históricos de recurso a la universalidad y a la antigüedad contra el error”, San Vicente cuenta que “cuando el veneno de la herejía arriana contaminó no ya una pequeña región, sino el mundo entero (…) casi todos los obispos latinos cedieron ante la herejía, algunos obligados  con violencia, otros sacerdotes reducidos y engañados” (ob. cit. págs. 22 y 23).

   El mencionado santo, enseñándonos a conocer la fe verdadera, nos trae el pasaje de San Pablo a los Gálatas: “aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema. Y notemos bien qué deduce el Santo Padre de la Iglesia: “¿Y por qué dice San Pablo ‘aun cuando nosotros mismos’, y no dice ‘aunque yo mismo’?” (ob. cit. p. 37) ¡Atención a la respuesta!: “Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (ob. cit. p. 37). Y continua diciendo San Vicente sobre las palabras paulinas: “Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni así mismo ni a los otros Apóstoles” (ob. cit. p. 37). Y esto es lo que sucedió en gran medida en Concilio Vaticano II y se ha continuado hasta nuestros días. Se introdujeron novedades jamás antes vistas, algunas de las cuales he venido mencionando. Y uno se pregunta: ¿cómo tal cosa fue posible? Atendamos al santo: “Dios permite maestros en la Iglesia que prediquen nuevos dogmas: porque te está probando Yavé. Es una gran prueba ver a un hombre tenido por profeta, por discípulo de los profetas, por doctor y testigo de la verdad, un hombre sumamente amado y respetado, que de repente se pone a introducir a escondidas errores perniciosos (…); se tiene  de tal hombre un juicio favorable a causa de una enseñanza anterior, y se resiste uno a condenar al antiguo maestro al que nos sentimos ligados por el afecto” (ob. cit. p. 45). Recuerdo que el Papa Honorio I (no un antipapa, un Papa), fue anatematizado por el VI Concilio Ecuménico, por el Papa San León II, y eso debido a que el Papa Honorio I favoreció con su negligencia a una herejía:

“Anatematizamos a Honorio (Papa) que no iluminó a esta Iglesia apostólica con la doctrina de los Apóstoles, y permitió, mediante una traición sacrílega que fuese mancillada la Fe inmaculada (…) sin extinguir, como convenía a su Autoridad Apostólica, la llama incipiente de la herejía, fomentándola por su negligencia” (Denz-Sch. 563 y 561.) Algunos después del Concilio han intentado buscarle otra vuelta al texto, pero pienso que es contundente: traición sacrílega que permitió se mancille la Fe inmaculada. Advierto dos cosas que deben ser notadas para medir el alcance del anatema, cosas que por más vueltas que le intenten dar algunos historiadores del posconcilio, son insoslayables: por un lado, está la negligencia (pasividad), y por el otro la traición sacrílega (actividad): con la negligencia, Honorio fomentó la herejía, mas con la traición sacrílega le asestó un golpe a la Fe inmaculada. ¿Qué otra cosa es la traición sino un quebrantamiento de la fidelidad? Alguien puede dejar a su esposa y en tal abandono fomentar que ella caiga en manos de otro; pero la traición se ve más cuando alguien ofende a su esposa mirando con malos deseos a otra mujer o yéndose con ella. Guste o no guste, repito de nuevo lo de San Vicente: “si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (El Conmonitorio, p. 37).

 Ante lo dicho, y solo por poner un ejemplo: ¿Qué diría el referido Santo Padre de la Iglesia, San Vicente de Lerins, él junto a toda la antigüedad Católica, frente a su reivindicación de la Pachamama hecha por Usted?

 En la Encíclica Pascendi leemos que el modernismo es “la suma de todas las herejías”. No solo con el falso ecumenismo se ve eso mismo en cuanto al contenido en el que se basan, sino que, literalmente en la práctica, prueban sobradamente que sus re-uniones con otros cultos son sumatorias de las herejías profesadas por sus distintos integrantes. 

  El inmenso G.K. Chesterton fue lapidario: “No es capaz de entender la naturaleza de la Iglesia, o la nota sonora del credo descendiendo de la antigüedad, quien no se de cuenta de que el mundo entero estuvo prácticamente muerto en una ocasión a consecuencia de la abierta mentalidad y de la fraternidad de todas las religiones” (El Hombre Eterno, ed. Cristiandad, Madrid, 2011, p. 233). Podemos ser pocos los que alzamos la voz, podemos ser un frágil e insignificante puñado los que nademos contra la corriente; podemos ser (¡levanto la mano!) recientes pródigos en regresar a Casa, mas “una cosa muerta puede ser arrastrada por la corriente, pero sólo algo vivo puede ir contra ella” (ob. cit. p. 331).

2. Sobre algunos puntos de la Carta que acompañó a su Motu Proprio. Mi defensa de Monseñor Marcel Lefebvre, un obispo católico: Caballero de la Fe.

Hay quienes pretenden que como se han dado ciertas divisiones entre los que celebran la Misa Tridentina, luego de ahí concluyen: “Vieron, no son católicos, se asemejan más a los protestantes, todos divididos”. A estos tales, que tan precipitadamente y sin basarse en los hechos históricos tal como fueron, les respondo: los que se juntaron con los protestantes para la elaboración del Novus Ordo, no han sido los de la FSSPX, sino los del ala progre del Concilio, y así lo dejó consignado el historiador Ralp Wiltgen.en su obra El Rin desemboca en el Tiber. Amén de eso, la realidad lo confirma sin dejar lugar a dudas: ¿quiénes son los que se juntan con los protestantes y demás confesiones religiosas en actos donde se promueve el falso ecumenismo? ¿Los de la FSSPX o los que siguen aquello iniciado en 1962 y extendido hasta 1965? Pero hay algo más, y es que las cantidades de divisiones han aparecido tras el Novus Ordo, pues bajo tal lex orandi se dio una lex credendi distinta, una lex credendi que habilitó, como nunca antes en la historia de la Iglesia, el hacer de todo: y así, unos dan la comunión en la mano y otros no; unos cantan rock, otros tocan panderetas, otros aplauden, otros usando el “Despacito” de Luis Fonsi, otros metiendo a Mercedes Sosa, otros hablando “lenguas” carismáticas y otros oponiéndose a eso; otros obispos promoviendo el movimiento LGBT+; otros justificando las relaciones prematrimoniales antes del matrimonio; otros avalando el uso de preservativos y pastillas anticonceptivas; otros permitiendo comulgar en pecado mortal con la condición de que si luego “te confesás rapidito” eso vale; otros consagran con Coca Cola. En fin: ¡me baso en otra realidad palpable, evidente, incuestionable, y es la inmersa deserción de vocaciones que se dio tras Concilio, en donde casas religiosas se vinieron a pique, cientos y cientos de sacerdotes y religiosos abandonaron su sacerdocio, y todo eso en nombre de un Concilio que al tiempo que buscó “unidades” ecuménicas  falsas, perdía día a día a sus propios hijos. 

Dos hechos notables se han dado en la década del 80 respecto a la cuestión “excomunión”. Uno, que fue quitada del Nuevo Código de Derecho Canónico (1983) la excomunión contra los masones, excomunión que antes sí estaba fijada en el antiguo Código. Adujeron que se trató de una falencia de redacción. Mas si eso fue así y tratándose de algo tan importante, ¿por qué nunca se preocuparon en reestablecer lo que fuera omitido? Justo con los masones vino a fallar la redacción. El otro hecho fue que se lanzó una inválida, injusta y antijurídica excomunión contra un incansable defensor de la Tradición Católica, a saber, Monseñor Marcel Lefebvre. A este último obispo se lo ha transformado prácticamente en una suerte de lepra innombrable. Usted se inspira para su Fratelli Tutti en un ‘ortodoxo no católico’, en un ‘musulmán’, en los no católicos Ghandi y Luther King. Mas, quienquiera diga que tiene inspiraciones movidas por Monseñor Marcel Lefebvre, se lo trata como a paria, como a hombre poco más ya condenado al infierno.

Sucede lo que con justeza ha dicho Gambra: “las únicas faltas castigadas en la Iglesia posconciliar son la desobediencia o críticas al Vaticano II” (Gambra, José Miguel, Monseñor Lefebvre. Vida y doctrina de un obispo católico, ed. Del Grial, Buenos Aires, 2001, p. 25).

Juan Pablo II se ha juntado en octubre de 1986 a rezar con todas las religiones en el encuentro ecuménico de Asís (https://www.focolare.org/espana/eu/news/2015/10/27/el-espiritude-asis/), encuentro nunca antes visto en la historia de la Iglesia, en donde herejes, cismáticos y otros no católicos rezaban juntos, y respecto del cual se quiso hacer creer a todos que eso fue algo valiosísimo, loable y digno de ser imitado. Ahora, ¿tan  malvado ha sido Monseñor Lefebvre que a él sí lo quieren hacer pasar por válidamente excomulgado? Si acaso lo que ustedes tienen por una desobediencia imperdonable llevada a cabo por Monseñor Lefebvre fuere –pongámoslo solo como hipótesis- realmente un acto no católico, están mirando la paja y se tragan la viga. Porque si a una desobediencia que solo pretendió defender la Tradición Católica ustedes la llaman no católica, ¿qué decir entonces de sus falsos ecumenismos contrarios de cabo a rabo a la bimilenaria Tradición Católica? A Monseñor Lefebvre se lo castigó por lo que llamaron “desobediencia”, mas Juan Pablo II pudo reunirse también con la judeo-masonería B’nai B’rith, el 22 de marzo de 1984, y decirles: “Queridos amigos: Me hace muy feliz recibirles aquí en el Vaticano. Son ustedes un grupo de dirigentes nacionales e internacionales de la conocida Asociación judía establecida en Estados Unidos y floreciente en muchas partes del mundo, incluida Roma, Liga Antidifamación ‘B’nai B’rith” (https://www.cejc-madrid.org/index.php/es/juan-pablo-ii/item/218-juan-pablo-iidiscurso-b-nai-b-rith-22-marzo-1984); a una institución claramente enemiga de lo católico se la trata de amiga, y a un obispo fiel a la Tradición se lo pretende fuera de la Iglesia. A Monseñor Lefebvre se lo trató como enemigo de la Iglesia por querer continuar con la Tradición Católica, mas Juan Pablo II trató en su discurso a la masonería Trilateral pronunciado en abril de 1983 de

“queridos amigos” (https://www.vatican.va/content/johnpaulii/es/speeches/1983/april/documents/hf_jpii_spe_19830418_commissionetrilaterale.html), discurso en el que ni una sola vez se lo nombró a Cristo. También Benedicto XVI practicó el falso ecumenismo (https://www.lavanguardia.com/internacional/20090512/53701700305/benedictoxvirezaenelmurodelaslamentaciones.html);  y la comunión en la mano (https://www.youtube.com/watch?v=oDNGNvVQLP4); su libro “La Revolución de Dios” es una suerte de tratado de alabanzas al falso ecumenismo; allí se lee, por ejemplo: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios (…). Guiáis a los creyentes del Islam y los educáis en la fe musulmana” (ed. San Pablo, Argentina, 2005, p. 113), y en su libro “Dios y el Mundo”, cuando se le pregunta “¿Comunión en la mano o en la boca?”, sostuvo “en este ámbito no me gustaría ser estrecho de miras, eso ya existía en la antigua iglesia. Recibir la comunión en la mano con respeto es una forma muy oportuna de comulgar” (Ratzinger, Joseph, ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2005, p. 388). Usted practica con asiduidad el falso ecumenismo, y, por caso, participó y aplaudió con gusto la blasfema representación que se hizo de la Anunciación de María, en la denominada Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (29 de enero de 2019). Y así las cosas, según ustedes, Monseñor Lefebvre es el malo de la película, el no católico, el excomulgado, el que atenta contra la unidad de la Iglesia.

La comunión en la mano fue el gran deseo del protestante Butzer, el cual sostenía que debía ser “retomada la simplicidad de Cristo, de los apóstoles y de las antiguas iglesias, el sacramento ha de ser puesto en la mano del fiel”, así, de este modo, “las buenas gentes serán fácilmente conducidas hasta el punto de que todos recibirán los símbolos sagrados en la mano, se mantendrá la uniformidad en la recepción y se tomará precauciones contra todo abuso furtivo de los sacramentos. Pues, aunque por un tiempo puede hacerse una concesión a aquellos cuya fe es débil, dándoles los sacramentos en la boca cuando así lo deseen, si son cuidadosamente instruidos pronto se pondrán en consonancia con el resto de la Iglesia y tomarán el sacramento en la mano” (Davies, Michael, Un Privilegio de los Ordenados (Algunas precisiones sobre la comunión en la mano), Buenos Aires, 1996, págs. 9 y 10). Y desempolvamos esto: “La práctica de comulgar en la mano fue introducida poco después del Vaticano II en Holanda por sacerdotes con mentalidad ecuménica que querían imitar la práctica protestante” (ob. cit. p. 11). Maltratan al Esposo y denigran a la Esposa.

Como Papa afirmó lo siguiente: “Me reconforta en esta decisión el hecho de que, tras el Concilio de Trento, san Pío V también derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina.” Pero lo que San Pio V derogó son los ritos que no podían presumir de antigüedad probada, mas usted quiere derogar los que no solo presumen sino que tienen probadísima antigüedad, en contra de un rito moderno en el que participaron protestantes en su celebración. 

 Es falso sostener: “Sin ánimo de contradecir la dignidad y la grandeza de ese Rito, los Obispos reunidos en concilio ecuménico pidieron su reforma; su intención era que los fieles «no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada».” Cualquiera que asista al rito tridentino no asiste como extraño al misterio, ni está mudo, y es muy consciente del Sacrificio al que va, y sabe (¡sobradamente se ve!) que allí reina la piedad con la cual se asiste activamente en la acción sagrada. De rondón lo digo: Pretenden clausurar la Misa donde se respeta REALMENTE a Cristo.

Lo que se dice del Nuevo Rito pone en duda la cuestión de la unidad buscada: “os pido que procuréis que cada liturgia se celebre con decoro y fidelidad a los libros litúrgicos promulgados tras el Concilio Vaticano II, sin excentricidades que fácilmente degeneran en abusos.” Sin ir más lejos, con la comunión en la mano le han dado rienda suelta al maltrato mundial de Cristo Eucaristía, y eso con formidables empujes por parte de las Conferencias Episcopales; aquí los abusos son sin cuento, y promovidos en y por el Novus Ordo, el cual es usado como usina productora y promotora de maltrataos eucarísticos. Es esa la línea que se ha querido: la línea de la comunión en la mano, obsesión metida en la mente y la voluntad de muchísimos obispos, caso de Gabriel Barba, el cual desde que llegó a la diócesis de San Luis, a todo ritmo y velocidad, con su “prédica del cambio, de la apertura, de la salida”, se muestra obsesionado con la práctica de la comunión en la mano. Y no es válido venir con la cuestión COVID 19 para justificar la maniobra, porque ya hace años que vienen permitiendo y queriendo la aberrante práctica que no hace más que dejar por el piso al Santísimo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Y, como decía, la práctica (al menos en lo que a Occidente respecta) es casi generalizada, el deseo de eso es generalizado. ¿Unidad? Sí, una unidad en un Novus Ordo que habilita que Cristo sea pisoteado. Mas, ¿dónde Cristo no es maltratado, ni pisoteado?; ¿dónde se le rinde la debida reverencia  y respeto? Precisamente en la Misa Tridentina que Usted viene a perseguir. 

Hay quienes tras las innovaciones que se dieron tras Concilio y habiendo bebido el cuento de la excomunión y cisma del obispo conocido como Monseñor Marcel Lefebvre, obispo que defendió el verdadero espíritu católico con fe intrépida, salieron con el ridículo aforismo de: “Es preferible estar en el error con el Papa, que en la verdad pero sin él”. Esta estupidez solo refleja espíritu servil y cobardía, rebaja, paraliza, y torna superfluo al Sacramento de la Confirmación. El soldado de Cristo está llamado a luchar por la defensa de la fe católica, conforme a la advertencia del apóstol San Judas, quien escribió para “exhortaros a que luchéis por la fe que ha sido transmitida a los santos una vez por todas” (Judas, 3). ¿Se imaginan a Santa Catalina de Siena proclamando que prefiere el estar en el error con un Papa? Bue… sabemos ya cómo ella distribuía la caridad.

Les gusta agitar el fantasma del supuesto cisma y de la supuesta excomunión de Mons. Lefebvre, cosas falsas si se las ve en profundidad. Pero aceptando de momento que sea verdad lo que le endilgan: ¿a título de qué ventilan eso, los que van de reunión ecuménica en reunión ecuménica, practicando el falso ecumenismo? ¿Por qué, por caso, Usted se juntó a rezar y celebrar con los anglicanos? ¿Por qué no destacar el cisma de ellos? ¡Nada dicen! ¿Por qué tanto amiguismo con los judíos juntándose a “orar” con ellos? Al parecer el único demonio de estos dos siglos ha sido Monseñor Lefebvre. En resumidas, ¿a qué agitar lo de la supuesta excomunión de Lefebvre, siendo que ustedes están acostumbrados a juntarse en reuniones ecuménicas con verdaderos excomulgados y cismáticos y rezan con ellos? Si les encanta ese tipo de “unidad”,

¿por qué, según se aprecia, tanto les molesta un “separado más”, Lefebvre y su FSSXP, siendo que con sus ejemplos y hechos dan acabadas pruebas de que les agrada muchísimo reunirse a celebrar con verdaderos separados: hindúes, mahometanos, judíos, protestantes, etc. 

¡Llamativo! Parece broma que al que defiende a capa y espada a la Tradición Católica se le impute haber incurrido en un cisma, y al que se junta a practicar el demoníaco ecumenismo se lo tenga por un fomentador de la unidad católica. 

Si, como enseñó el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, “cismáticos son aquellos que por su propia voluntad e intencionalmente se separan de la unidad de la Iglesia” (Suma Teológica, II-II, q. 39, a. 1), mal puede llamarse cismático a quien por su propia voluntad e intencionalmente deseó con todo su corazón, con toda su mente, con todo su ser, ser un defensor de la Tradición Católica, en donde se halla LA UNIDAD. Y Monseñor Lefebvre fue precisamente uno de esos defensores. La unidad se ve destrozada con el tenebroso ecumenismo moderno. 

Viene a cuenta el elogio que hace Monseñor Carlos María Viganó sobre hombre de Dios al que ya no saben qué cartel hacerle llevar: “Los Pastores están llamados a pastorear el rebaño del Señor, a mantener a raya a los lobos rapaces y a expulsar a los mercenarios que no se preocupan por la salvación de las ovejas ni de los corderos.  Este trabajo, a menudo silencioso y oculto, fue realizado por la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, la cual tiene el mérito de no haber dejado apagar la llama de la Tradición, en un momento en que la celebración de la Misa Antigua, era considerada subversiva y por ello, era motivo de excomunión.  Sus Sacerdotes eran una espina sana en el costado del cuerpo eclesial, [sana espina] en el sentido de ser similar a algo insoportable para los fieles: un reproche constante por la traición cometida en contra del pueblo de Dios, una alternativa inadmisible al nuevo camino conciliar. Y si su fidelidad hizo inevitable la desobediencia al Papa, como consecuencia de las consagraciones episcopales, justamente gracias a ellas, dicha Fraternidad pudo protegerse del ataque furioso de los Innovadores, y su existencia permitió la posibilidad de la liberación del Rito Antiguo, que hasta entonces estaba prohibido.  Su presencia también permitió que emergieran las contradicciones y los errores de la secta conciliar,  tan proclive a hacer permanentes guiños a los herejes y a los idólatras, mientras que se mostraba implacablemente rígida e intolerante, hacia la Verdad Católica.

A Monseñor Lefebvre lo considero un ejemplar Confesor de la Fe, y creo que ahora queda claro cuán fundamentada y oportuna fue su denuncia del Concilio y de la apostasía modernista. No hay que olvidar que la persecución de la que Monseñor Lefebvre fue objeto, por parte de la Santa Sede y del Episcopado mundial, ante todo sirvió de disuasión para los católicos refractarios a la revolución conciliar” ( https://www.marcotosatti.com/2020/09/03/vigano-mons-lefebvre-unconfesor-ejemplar-de-la-fe/).

Lo que en el fondo no le pueden perdonar a Monseñor Lefebvre no fue su “desobediencia” al ordenar obispos, sino que ello haya sido consecuencia inevitable de su defensa de la Tradición Católica.

El proceso para condenarlo fue irregular, anticanónico, y, por supuesto, anticatólico. Sobre el particular hay muchísimo para decir al respecto, más aquí apunto esto: El canón 1323 del nuevo Código de Derecho Canónico, dice que “no es posible ningún castigo a la persona que, al violar la ley o el precepto, actúa movida por la necesidad o para evitar un inconveniente grave”. Monseñor Lefebvre durante años y años les advirtió a los Papas del Posconcilio y a los cardenales, que si seguían con las tendencias modernistas más y más liquidarían la Iglesia. No fue escuchado. Llegó la abominable reunión ecuménica de Asís en 1986, clara señal de la sordera modernista, por tanto: ¿hay duda alguna de que a Monseñor Lefebvre lo movía la necesidad de la salvación de las almas?

Quiso la Providencia llevarse a Monseñor Marcel Lefebvre un 25 de marzo, día de la Anunciación del Ángel a María Santísima. Nada es casual. Encuentro un profundo y sagrado simbolismo, y es este: así como la Dulcísima Siempre Virgen María adoró a su Hijo en el Sagrario de su vientre virginal y luego lo acompañó hasta el Calvario, así también Monseñor Lefebvre adoró toda su vida a Cristo en el Sagrario, a la vez que lo acompañó durante toda su vida sacerdotal y episcopal en el Calvario de cada Santa Misa que ofrecía, la cual, como bien se sabe, no es otra cosa que el Sacrificio incruento de Nuestro Señor Jesucristo. 

A los modernistas se les vino la noche con Monseñor Marcel Lefebvre: pues si lo tienen como obispo católico, deberán admitir entonces la posibilidad de que un obispo católico es santo y está en el cielo; mas si lo tienen por alguien que quedó fuera de la Iglesia, deberán entonces, para ser coherentes con la modernista doctrina ecuménica, admitir la posibilidad de que hay “santos que son de otra confesión”. Como verán, siguiendo sus postulados, a donde miren lo encontrarán al insigne obispo francés. 

Han mantenido la tradición de pedir obediencia para poder así hacer más efectivos sus cambios. Ahora, ya es hora de poner de relieve el hecho de que, contra lo que pretenden, tal modo de usar la obediencia es directamente atentatorio contra el modo Tradicional, Católico, de usar y de exigir la obediencia: porque exigir obediencia para lo que no es católico sosteniendo que eso es católico, es un atentado directo a la virtud, a la justicia y a la caridad. Y es bajo tal maniobra que disparan una y otra vez contra el obispo católico Monseñor Lefebvre, endilgándole haber desobedecido. Pero, ¿en dónde radica una raíz profunda de por qué las innovaciones no pueden obedecerse? En el reconocimiento y advertencia paulina dada a los Gálatas: “Aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema (1, 8). No dice guarden obediencia a las enseñanzas novedosas que no están ni en los Evangelios ni en la Tradición. Si el apóstol se indigna y repele al innovador por causa de sus innovaciones, ¿de dónde, sino de una falsa idea sobre la obediencia que se ha querido inocular por todos los poros de la grey católica, sacan algunos que hay que obedecer las invenciones anticatólicas? 

 Podrán tener Misa Normativa donde entre otras cosas se comulgue en la mano; podrán tener las Iglesias y pretender despachar a la Misa Tradicional a algún perdido galpón; podrán unirse a orar en yunta modernista con verdaderos herejes, cismáticos y no católicos; podrán decir que no es pecado lo que siempre se tuvo por pecado; podrán añorar más inventadas primaveras para seguir acumulando más gélidos inviernos; podrán profetizar cosas, también Caifás lo hizo; podrán tener santos conforme al nuevo procedimiento de canonización y santos de “otras confesiones”; podrán tener milagros, hasta la burra de Balaam habló; podrán tener amigos masones y buscar con ellos la paz universal; podrán tener un nuevo Código de Derecho Canónico donde los masones no estén excomulgados por “error de redacción”; podrán obligar a obediencias a novedades que son reales desobediencias a la Tradición Católica; podrán invocar como fuente a un Concilio, pero no podrán invocar verdaderamente el estar con la Tradición; podrán tener por guía la heterodoxa Fratteli Tutti de Francisco fundada en el modernismo, pero no tendrán por guía la ortodoxa Pascendi de San Pio X fundada en la universalidad y en la antigüedad católica; podrán hablar de amor inspirados en Ghandi, mas no será nunca la caridad de Cristo. Podrán todo eso, mas llevan un gran riesgo que lo advierte San Cipriano: “El Señor nos lo anuncia y dice: ‘Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿No hemos nosotros profetizado en tu nombre, y lanzado demonios en tu nombre, y hecho muchos milagros en tu nombre? Mas entonces Yo les protestaré: Jamás os he conocido; apartaos de mí, operarios de la maldad” (La Unidad de la Iglesia Católica, ed. Curso de Cultura Católica, 1945, págs. 54 y 55).

 No importa si quieren desterrarnos a los galpones, importa que nadie puede desterrarnos la fe viva que se nutre en la Tradición Católica.

3. ¿Y Fratelli Tutti?

Su Encíclica Fratelli Tutti, plagada de innovaciones, hace que me detenga en algunas cosas. Los Papas hasta antes del Concilio Vaticano II se inspiraban para redactar sus documentos en el depósito revelado, conforme a la advertencia paulina: “Oh Timoteo, cuida el depósito, evitando palabrerías profanas” (Timoteo 6, 20). Mas usted, en su referido escrito, nos cuenta de sus inspiraciones: “si en la redacción de la Laudato si’ tuve una fuente de inspiración en mi hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb” (punto 5). También usted confiesa haberse sentido motivado en sus reflexiones sobre la “fraternidad universal” en “hermanos que no son católicos: Luther King, Desmond Tutu, Gandhi” (punto 286). En su documento leemos cosas como: “¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos (8). La verdadera misión, el verdadero ecumenismo, fue siempre llevar la Palabra de Cristo a los infieles, mostrándoles la Verdad para que salgan del error. Usted invita a que la humanidad camine “cada uno con la riqueza de su fe”, y eso es solo otra faceta del falso ecumenismo. Por otra parte, consagra a partir del punto 103, la trilogía masónica “Libertad, Igualdad y Fraternidad” (así está  literalmente), trilogía que se repite en el punto 219. En su capítulo octavo (271) directamente habla de “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”. Ya no se trata de adhesión a la Verdad abandonando el engaño, sino de ver cómo se puede alcanzar una fraternidad mundial, en la que, conforme surge del documento (280), pueda lograrse el “que todos sean uno”. 

¡Y qué increíble! Teniendo en cuenta lo anterior, a los efectos de colgar una pesada carga en la conciencia de los católicos que quieren seguir el Rito Tridentino, ahora sí invoca en su “Carta del Santo Padre Francisco a los obispos de todo el mundo para presentar el Motu Proprio

‘Traditionis Custodes sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la reforma litúrgica de 1970” que el “Concilio Vaticano II, al tiempo que reafirmó los vínculos externos de incorporación a la Iglesia —la profesión de fe, los sacramentos, la comunión—, afirmó con san Agustín que es condición para la salvación permanecer en la Iglesia no sólo «con el cuerpo», sino también «con el corazón». O sea que tenemos esto: si se trata del falso ecumenismo, que “cada uno camine en su fe”. Pero si se trata de los que quieren seguir el Rito Tridentino que respeta y reverencia debidamente a Cristo, ahí viene la clausura y el hacer relucir que solo hay salvación dentro de la Iglesia Católica. Entonces, perfecto: si hay solo salvación dentro de la Iglesia Católica, abandonen pronto el falso ecumenismo, el sostener, por caso, que cada uno camine “con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz…”. ¡Increíble! Todos pueden caminar con la riqueza de su fe, de sus convicciones, cada uno con su propia vos… ahhh… todos menos los seguidores de la Misa Tridentina. Ellos cuanto más a un galpón: son los fratelli galponis

Ante tantas juntadas donde se practica el falso ecumenismo, y ante  tanta tinta volcada en la modernidad en favor de él, me atrevo a decir que el dogma modernista sobre la salvación podría cifrarse así: te salvarás obedeciendo el adorar demonios, pero te condenarás si desobedeces al que te pide no adorar a Cristo. De algún modo le aplico también al falso ecumenismo aquello del Apocalipsis: “como un cordero, pero hablaba como dragón” (13, 11).

Nótese lo siguiente: a los fines de amedrentar a los “futuros rebeldes”, “a los desobedientes” que quieran continuar con la Misa Tridentina, autorizada a perpetuidad por San

Pio V, les saca a relucir (¡ahora sí se sirve de una idea Tradicional!) que solo en la Iglesia Católica se da la salvación. Es decir: si “no me obedecen, corren peligro de salvarse porque están rompiendo la unidad”. Mas, lo repetiré una y cien veces, cuando se trata del modernoso ecumenismo impulsado por Concilio Vaticano II en adelante, seguido por Usted con denuedo, ahí sí puede haber salvación fuera de la Iglesia. Lo enseña Usted. En su homilía ecuménica dirigida a la Comunidad Anglicana de ‘All Saint de Roma’, sostuvo: “Que los Santos de cada confesión cristiana, plenamente unidos en la Jerusalén de allí arriba, nos abran la vía para recorrer aquí abajo todas las posibles vías de un camino cristiano fraternal y común.” (https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2017/documents/papafrancesco_20170226_omelia-visita-allsaints.html). ¿Dónde sino desde la novedad se ha visto ese lenguaje? ¿Santos de cada confesión cristiana? Veamos lo que ha dicho el gran San Cipriano: “No pueden permanecer con Dios los que no quieren permanecer unánimes en la Iglesia de Dios” (La unidad de la Iglesia Católica, ed. Curso de Cultura Católica, Buenos Aires, 1945, p. 53). Y también: “No puede ser mártir, quien está fuera de la Iglesia: no puede llegar al reino quien abandonó a la que ha de reinar” (ob. cit. p. 52). Y esto otro: “Por tanto, ¿qué paz se prometen los enemigos de sus hermanos, qué sacrificios piensan celebrar los émulos de los sacerdotes?; ¿acaso creen que cuando se reúnen entre sí está Cristo con ellos, reuniéndose como se reúnen fuera de la Iglesia Católica?” (ob. cit. p. 51). Compárese lo anterior con la Carta Encíclica Ut Unum Sint del Papa Juan Pablo II, la cual es una espesa concentración de la doctrina sobre el falso ecumenismo; allí, de rondón, se asevera que “cuando los hermanos que no están en plena comunión entre sí se reúnen para rezar, su oración es definida por el Concilio Vaticano II como alma de todo el movimiento ecuménico” (Ut Unum Sint, N° 21) ¡Fíjemonos en qué “alma”! Y también en tal Encíclica se habla de “santos que proceden de todas las Iglesias y Comunidades eclesiales, que les abrieron la entrada en la comunión de la salvación” (Ut Unum Sint N° 84). Contra todo el falso ecumenismo que desde Concilio Vaticano II en adelante se ha venido alentando, confundiendo almas en la novedad modernista, San Cipriano es tajante: ¿Y cómo podrán convenir uno con otro, cuando no convienen con el cuerpo de la misma Iglesia y con toda la fraternidad? ¿Cómo pueden reunirse dos o tres en Cristo, constándoles que están separados de Cristo y de su Evangelio? (ob. cit. p. 48). Y contundente es la siguiente afirmación de Cipriano: “quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia de Cristo, el tal desparrama la Iglesia de Cristo”(ob. cit. p. 35).

Y una vez más la pregunta: ¿cómo se llega a esa novedad nunca antes vista? Esta vez nos los dice la vos de San Cipriano: “Los que despreciando la tradición de Dios, buscan otras doctrinas e introducen enseñanzas de instituciones humanas; a estos increpa y riñe el Señor en su Evangelio, diciendo: Destruís el precepto de Dios, por observar vuestra tradición.” (ob. cit. p. 62). 

Dice usted en su Carta que: “En el Motu Proprio he querido afirmar que corresponde al obispo, como moderador, promotor y guardián de la vida litúrgica en la Iglesia, de la que es principio de unidad, regular las celebraciones litúrgicas. Por tanto, os corresponde a vosotros, como Ordinarios locales, autorizar en vuestras Iglesias el uso del Misal Romano de 1962, aplicando las normas del presente Motu Proprio. Sobre todo, os corresponde trabajar por la vuelta a una forma unitaria de celebración”. La experiencia enseña que más bien lo que regulan los obispos en su inmensa mayoría es el palo para con la Misa Tridentina, para eso sí que parecen bien dispuestos, y a eso usted, Papa Francisco, los está animando a que trabajen en pos de una unificación que termine, si pudiera, con la celebración de la Misa Tridentina. Realmente una barbaridad: enseñan una unificación en el Novus Ordo al tiempo que promueven el caminar con otras confesiones donde cada uno se desplace conforme a su fe en miras a una fraternidad universal, mas los que no pueden caminar según su fe son los seguidores de la Misa Tridentina. ¿Por qué? Porque ellos, siguiendo la Tradición Católica bimilenaria, no quieren esa unificación naturalista modernista en la pretensa fraternidad masónica universal.  

4. Un esbozo del modernista. Algunas advertencias de la Encíclica Pascendi escrita por San Pio X contra el modernismo. Lo que anotó el R.P. Julio Meinvielle.

Le fascina al modernista hacer de ‘su obediencia’ una especie de virtud, cuyo exceso sería a su vez virtuosísimo. En otras palabras, le complace al modernista que todos le obedezcan con sumo exceso, sin reparar en que el exceso conduce a la idolatría humana. ¿Y eso por qué? Porque la obediencia, al no ser una virtud teologal (fe, esperanza y caridad), solo dará con lo virtuoso al llegar al justo medio; fuera de eso, en lo que hace a las virtudes no teologales, puede pecarse por exceso o por defecto. ¿Y qué sucede con la obediencia total al Papa? Se le debe total obediencia cuando actúa conforme a la Tradición Católica. Bien claro lo dice el Concilio Vaticano I, concilio que sí fue dogmático e infalible: “El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que éstos, bajo su inspiración, proclamasen una nueva doctrina; sino para que con su asistencia conservasen santamente y expusiesen fielmente el depósito de la Fe o lo que es lo mismo la Revelación heredada de los Apóstoles” (Concilio Vaticano I, Sesión IV, c. 4, Denz-Sch. 3070).

Quisieron combinar cosas católicas con cosas no católicas, y así se lo presentaron  a la grey católica, como combinación buena y loable. Una vez más recurramos a los “apuntes para conocer la fe verdadera”: “Si se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por todas partes y nada en la Iglesia permanecerá intacto, íntegro, sin mancha; y donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta, precisamente en ese lugar, se levantará un lupanar de infamias y de torpes errores” (ob. cit. p. 90).

Mientras el modernista simpatice con el modernismo es una suerte de desobediente a perpetuidad. Practica la peor de las desobediencias que es desobedecer a la universalidad y a la antigüedad católica, desobedece a la Tradición Católica. Es un desobediente contumaz a la Palabra ordenada por el Espíritu Santo a través de San Pablo: “Oh, Timoteo, guarda el depósito”, “defiende la fe”. Cuando el modernista ocupa altos mandos se torna durísimo para quien le indica sus yerros. Mientras que tiene un singular rechazo por la Tradición, parece que de ella lo único que le importa retener es a la “obediencia”, mas no para que aquél al que se le dirige una orden esté en consonancia con la Tradición, sino para que baje la cabeza y acepte calladito el estar en consonancia con la novedad. Tanto para el modernista que manda como para el modernista mandado, la “obediencia” que practican es algo facilísimo de cumplir, dado que es en el modernismo donde todo se ha vuelto tan laxo, tan light, que todo se permite. ¿Todo? Bueno, no todo, ya lo dijimos: lo que no tiene cabida y que se pena con el “mote monstruoso de desobediente” es el advertir al modernista de su descarrío.

El modernista no entiende esto: que la Tradición Católica es siempre nueva, siempre joven, siempre robusta, siempre hermosa, siempre encantadora, siempre magnífica, siempre santa, siempre gloriosa, siempre saludable, siempre mariana, por una sencilla razón: se funda en la Vid eterna a quien llamamos Cristo. Y por eso al modernista le fascina inventar cosas nuevas, o viajar en el tiempo para traer del pasado cosas que fueron ya podadas; hará cada tanto refritos con expresiones tradicionales, al tiempo que las unirá sin descaro a sus innovaciones.

Atento a que por razones ya más que obvias hoy casi nadie se atreve a hablar de la Pascendi, encuentro sumamente oportuno sacar a la luz algunas de sus nociones, para así aportar más luz a nuestra defensa de la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana.

 Hablando de los modernistas, nos dirá el Papa San Pio X, allá en un lejano 1907, que no deben ser buscados afuera de la Iglesia, sino que ellos “se ocultan (…) en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia”. Y que son “enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales, cuanto lo son menos declarados”. Dirá el santo pontífice referido, que tales enemigos “so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en Filosofía y Teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia”.

 San Pio X es lapidario con los modernistas, y sin ningún reparo, sin ningún fingimiento, derechamente sostuvo “que en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar la propia persona del divino Redentor.” 

 Dirá el Papa Santo que “no se apartará de lo verdadero quien dijera que la Iglesia no ha tenido peores enemigos”.

 Los modernistas “han aplicado la segur, no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma, esto es, a la fe y a sus fibras más profundas”. 

 Y aquí vienen las palabras dolorosísimas de un insigne cura. El R.P. Julio Meinvielle fue doctor en Filosofía y doctor en Teología. Fue un  prolífero escritor y un virtuosísimo sacerdote, el cual escribió advirtiendo sobre los modernistas: “Renovando los intentos del modernismo, que apareció a comienzos del siglo y que fue rechazado con singular fuerza por la Pascendi de San Pio X, el Progresismo ataca todos los dogmas y la moral evangélica, pero los ataca desde dentro de la Iglesia misma. Pareciera que el enemigo hubiera logrado penetrar dentro de la Iglesia, apoderarse de los puestos de comando y desde allí trabajar su destrucción. Con el progresismo aparece un hecho inédito en la historia de la Iglesia: el proceso de autodemolición, como lo ha calificado el mismo Papa Pablo VI. Autodemolición: destrucción desde dentro por manos de la Iglesia misma. Este hecho insólito no tiene explicación si no recurrimos a la hipótesis de que los enemigos de la Iglesia han logrado franquear el recinto sagrado, penetrar en ella y desde allí efectuar esta tarea de destrucción. Porque lo normal es que una institución tienda a conservarse y no a destruirse (…). El progresismo está cumpliendo una acción destructiva que directamente se dirige, no al cristianismo, sino a la cristiandad” (se trata del Apéndice II añadido en la cuarta edición de su libro titulado El Comunismo en la Revolución Anticristiana).

 En fin, San Pio X sostuvo en la Pascendi, que el modernismo “es un conglomerado de todas las herejías”, y que dicho conglomerado “ha destruido la religión católica”.

5. La Primavera de la Iglesia

Al finalizar la Carta dirigida a todos los obispos del mundo, les hace saber que en el Novus Ordo (o nueva misa aparecida tras Concilio Vaticano II), “se conserva la gran riqueza de la tradición litúrgica romana.” Todo aquel que tenga un mínimo de conocimiento de lo que sucedió tiempo antes del Concilio Vaticano II, en Vaticano II y después de Vaticano II, sabe que no es así. Como ya lo he expuesto desde el principio, precisamente la confrontación vivida en Vaticano II fue entre el sector que defendía la Tradición Católica bimilenaria y el ala progresista que a toda costa buscó el aggiornamento de la Iglesia. ¿Cómo decir que se ha conservado la gran riqueza de la tradición litúrgica romana, cuando el mismísimo –también ya lo expuse- Cardenal Joseh Ratzinger, refiriéndose a los documentos emanados del Concilio, esto es, Lumen Gentium, Gaudium et Spes y la Dignitate Humanae, sostuvo que fueron un contra Syllabus y también que fueron “el 1789 metido en la Iglesia”?

Los grandes filósofos católicos Gustave Thibón y Rafael Gambra, nos hablan del “proceso de desintegración en el seno de la Iglesia Católica. El progresismo católico corta los puentes (…) entre el hombre y Dios, la tierra y el cielo. Una religión que disuelve lo enterno en la historia y que rechaza, como adherencia de un pasado para siempre concluso, prácticas y ritos que son el punto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo… tal religión no será más que un vago humanitarismo, sin forma y sin contenido. En ella, la prostitución a los ídolos se reviste del vocablo halagüeño de ‘apertura al mundo’; la mezcolanza y la confusión se presentan como un progreso hacia la unidad (…). Esta será, sin duda, para los últimos fieles, la suprema prueba de la fe. La pureza, el heroísmo de esa fe se medirán por la resistencia del pneuma divino, interior y libre (spiritus flat ubi vult) al viento servil de la historia.” (El Silencio de Dios, ed. Criterio Libros, Madrid, 1998, p. 18).

Nadie debe obediencia a lo que brega contra la Tradición Católica. San Roberto Belarmino enseñó que “es lícito resistir al Pontífice que intentase destruir a la Iglesia. Digo que es lícito resistirle no haciendo lo que ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad” (De Romano Pontífice, Lib. II, c. 29). Recordemos la enseñanza del eminentísimo sabio, R.P. Leonardo Castellani: “La obediencia no se inventó para (…) que se hagan cosas raras, feas o disparatadas (…). Los que llevados de cualquier pasión, o por ignorancia o por malicia, sabiéndolo o no sabiéndolo, quieren hacer un ‘cadáver’ literal de sus súbditos (…) pecan, abusan del don de Dios, desacreditan a Cristo” (Cristo y los Fariseos, ed. Jauja, 1999, págs. 185, 186 y 187).

San Judas nos recuerda que él escribió para “exhortaros a que luchéis por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez por todas” (3). Se nos pide luchar por “la fe que ha sido transmitida de una vez por todas”, mas no que defendamos en nombre de una obediencia modernista una fe que no nos fue transmitida, sino que fue inventada hace unos cincuenta años.

La obediencia a Pedro es la obediencia del católico a Pedro en la Tradición Católica, mas no a Pedro que manda judaizar. Cuando Pedro mandó judaizar, San Pablo no solo no obedeció, no solo le resistió, sino que, caritativa pero firmemente, le increpó su desacierto: «Tiempo después, cuando Cefas vino a Antioquía, le enfrenté en circunstancias en que su conducta era reprensible” (Gálatas 2, 11). Y San Pablo completa: «Cuando advertí que no andaban derecho según la verdad del Evangelio, le dije a Cefas delante de todos: «Si tú, que has nacido judío, te has pasado del modo de vivir de los judíos al de los otros pueblos, ¿por qué ahora impones a esos pueblos el modo de vivir de los judíos?» (Gálatas 2, 14). Está clarísimo: Pedro hizo un desvío en el caminar conforme a la verdad del Evangelio. Pablo resistió a Pedro y se negó a judaizar, y eso por amor a la verdad del Evangelio, porque como nos lo enseñó el Apóstol de los gentiles, cuando el hombre manda cosas contrarias a Dios, “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29-31).  Ahora, Papa Francisco: no soy yo quien le pide que deje de modernizar con el modernismo, sino que es el mismo San Pablo (al que me sumo), el que, como otrora le resistió a Pedro, también hoy le dice al Papa: “No os dejéis llevar de acá para allá por doctrinas extrañas” (Hebreos 13, 9), y, a su vez, “cuida el depósito evitando palabrerías profanas” (Timoteo 6, 20).

Han querido una “Primavera de la Iglesia” sin advertir que hace siglos la Iglesia vive en una inigualable, encantadora y salutífera Primavera. La única y verdadera Primavera de la Iglesia es el Santo Sacrificio de la Cruz, el cual se renueva a diario en cada Misa Católica. La Iglesia vive en su inextinguible primavera porque solo ella ha brotado de la Pascua Florida, esto es, del triunfo rotundo de Cristo Resucitado, vencedor del demonio, del pecado y de la carne. Solo en la Iglesia Católica una flor puede producir un aroma agradable a la Augusta Trinidad, y las flores más hermosas son las que llegan a ser presentadas al trono divino por la Flor de las Flores, la Inmaculada Reina del Cielo, María Santísima. Quien quiera vivir la Primavera de la Iglesia comience a asistir a la Misa de siempre, a la cual ningún invierno, por más frio que fuere, podrá jamás marchitar.      

31 de julio de 2021, festividad de San Ignacio de Loyola.

Tomás Igancio González Pondal

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