Breve análisis y respuesta a los desafíos heterodoxos actuales

1)- En lo que hace a la Eclesiología, los resabios trasnochados del marxismo liberacionista que infectó la teología en los años setenta no cesan de aparecer plasmados en expresiones tales como “Iglesia del Pueblo”, “ de los pobres”, “de los marginados”, etcétera, que intentan trasladar las diferencias sociales al orden sobrenatural creando ficticias dicotomías pretendidamente fundamentadas en el mensaje evangélico. Hay una flagrante confusión entre la pobreza de espíritu y la pobreza material amparada en un discurso demagógico-populista similar al usado por politiqueros de baja estofa. Se intenta también “democratizar” la Iglesia con el pretexto de la “sinodalización” y resquebrajar la estructura jerárquica piramidal tradicional en desmedro del auténtico ministerio petrino.

2)- La actual decadencia litúrgica proveniente fundamentalmente de la reforma del rito de la Misa y otros sacramentos posteriormente al Concilio, ha llegado a niveles alarmantes a punto tal que a cualquier cristiano de a pie le es a veces difícil distinguir entre una misa católica y algunas celebraciones evangélicas. La protestantización del verdadero culto católico inficionado a partir del Concilio ha finalmente distorsionado, por usar un eufemismo, el auténtico sentido sacrificial expiatorio del sacramento convirtiéndolo en una diluida anamnesis sentimentaloide y vacua. Se necesitarán generaciones para revertir esta lamentable atrofia sacramental que al presente padecemos.

3)- El ecumenismo y el diálogo interrreligioso han recorrido un largo camino desde los decretos conciliares sobre el ecumenismo y la libertad religiosa hasta el “pachamamismo” bergogliano. El espectro a analizar es un mosaico variopinto donde han convivido desde las buenas intenciones hasta los dislates mas espeluznantes, indudablemente inferidos del abandono dogmático del postulado profesado tradicionalmente de que “extra Ecclesiam nulla salus.”(1)  Por el afán de una unidad a toda costa no se ha vacilado en sacrificar la verdad y ni así y todo se ha podido avanzar hacia una “catolicidad” ni siquiera ficticia. En términos hegelianos: la tesis católica confrontada con la antítesis protestante-ortodoxa- evangélica no ha ni remotamente alcanzado la supuesta síntesis sincrética ya no de conversión sin concesiones , tal como detallaba la encíclica “Mortalium Animos” de S.S. Pío XI, sino que no ha podido formar un organismo eclesial aglutinante que merezca siquiera ser denominado “Iglesia”.

4)- En el terreno moral, el laxismo en que nos encontramos inmersos se ha identificado con un hiper probabilismo que todo lo tolera en aras de los derechos humanos, la libertad y el obsesivo deseo de adaptarse a los tiempos y al mundo actual. Así vemos florecer la sodomía, el asesinato de niños en el vientre de las madres y la eutanasia como fenómenos a ser comprendidos y tolerados. Lo paradógico es que estas posturas no se derivan exclusivamente de una pseudo intelectualidad progresista, parasitaria no solo de los gobiernos populistas, sino que también cuentan muchas veces con una anuencia implícita proveniente de las máximas autoridades eclesiales, que a gusto o disgusto incurren frecuentemente con temerarios juicios en esta materia.

5)- Tal vez desde la ciencia filosófica podría encontrase aún algún tipo de esperanza para enfrentar estos males. Lamentablemente tampoco en este campo será posible honrar el sentido común. Desde el punto de vista cristiano el abandono de la metafísica tomista, sobre todo en los seminarios, trajo aparejado la plena asunción de la gnoseología kantiana, el existencialismo y el idealismo hasta los retoños del gnosticismo y el neo ecologismo que desembocaron en la “filosofía” de la Nueva Era, panteísmo idolatrado de cultores satánicos encubiertos. En síntesis: el giro antropológico en la filosofía y teología actuales, premonitoriamente descripto por Cornelio Fabro hace ya varios años, se ha afincado como una metástasis en el cuerpo agonizante de la cristiandad occidental.

6)- Ni siquiera la Bienaventurada Vírgen María pudo salir ilesa de este fárrago calamitoso de desviaciones doctrinales. Causa verdadero estupor la impiedad que ha profesado la máxima autoridad de la Iglesia al predicar un minimalismo absolutamente contrario al justo culto de hiperdulía que se le debe a la Inmaculada. Indudablemente que cometer semejante despropósito es parte del precio pagado al ecumenismo el cual siempre ha encontrado en la Santísima un escollo insuperable a su ciego afán de unidad. Demás está decir que las doctrinas próximas a una definición que se encuentran esperando hace muchísimos años, tales como su papel como co-redentora y la condignidad de sus méritos deberán esperar futuros pontificados.

A pesar de lo sombrío y breve del presente diagnóstico es posible superar la aparente irreductibilidad y esbozar o al menos vislumbrar cierta luz entre tantas tinieblas iluminados por las sabias palabras del Padre R. Garrigou-Lagrange:

“Para saber qué cosa es el dogma, no son las necesidades actuales de las almas lo que es preciso estudiar, sino el mismo dogma, y su estudio nos permitirá descubrir y suscitar en las almas aspiraciones mucho más profundas e interesantes que las necesidades actuales de que nos hablan.” (2).

Efectivamente, el aferrarnos a los principios claramente enseñados por los Concilios, las epístolas, catecismos, el Magisterio ordinario y extraordinario papal anteriores a las “reformas” del Concilio Vaticano II, nos proveeran de un blindaje dogmático capaz de hacer frente a esta alianza modernista-progresista que se ha apoderado de gran parte de la teología y de la jerarquía eclesiástica actuales.

Esto no significa ser relevados de nuestro deber de orar por el papa, los obispos, los sacerdotes, los fieles extraviados y por todos aquellos que nos acusarán de integristas, fanáticos, ultra conservadores y otros epítetos semejantes. El deber de caridad cristiana implica el sacrificio de ejercitar con estos las virtudes de la paciencia y la moderación e intentar, confiados en la gracia de Dios, iluminar sus caminos de regreso a la ortodoxia que nunca debieron abandonar.

Concretamente esto podría ejercitarse sobre cada uno de los campos arriba mencionados:

1)- Mantener una concepción eclesiológica más cercana a la encíclica “Mystici Corporis Christi” de Pío XII que a la eclesiología conciliar del “pueblo de Dios”, mucho más propensa a desviaciones equívocas entre el orden natural y el sobrenatural. Sostener firmemente los principios dogmáticos de la constitución “Pastor Aeternus” del Concilio Vaticano I sobre los poderes y formas de ejercicio del ministerio petrino a fin de mostrar las limitaciones de la “sinodalidad” y su necesaria subordinación a la primacía papal.

2)- Permanecer incólumes junto a la celebración de la Misa bajo el rito extraordinario y luchar a toda costa por evitar cualquier tipo de mitigación o cercenamiento de los fieles a su derecho a participar en la misma. Considerar absolutamente inaceptable una mixtificación o “convivencia litúrgica” de ambos ritos a fin de que las autoridades eclesiásticas se dignen a una aplicación sin concesiones del Motu Proprio “Summorum Pontificum”.Del mismo modo asistir o participar exclusivamente en la medida de lo posible a la celebración del resto de los sacramentos bajo la forma del rito tradicional anterior a la reforma conciliar.

3)- En torno al ecumenismo y al diálogo interreligioso es nuestro deber el mantenernos firmemente en la convicción de que pertenecemos a la única y verdadera Iglesia de Cristo fuera de la cual no existe salvación posible. Es imperativo hacer entender el justo alcance de estos conceptos a todos aquellos cristianos no católicos y a los que profesan otras religiones con la máxima educación pero con la  suficiente solidez para que entiendan lo inclaudicable de nuestra posición, ofreciendo los argumentos teológicos, bíblicos y dogmáticos necesarios. A nadie se deberá convertir forzosamente a nuestra postura pero se deberá dejar bien claro la imposibilidad de mantener una convivencia más allá de los límites que marca el respeto o incursionar en ambiguos sincretismos como nos han mostrado los encuentros de Asís, la erección de estatuas de contumaces herejes o ridículos ídolos paganos en la misma Santa Sede.

4)- Decía Dante Alighieri que los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral, así que en este terreno la constancia de nuestras convicciones deben ser expuestas sin cortapisas. No es posible ningún tipo de concesión ante los males contra natura que pretenden erigirse en “normales” o frutos ineludibles del avance de los derechos humanos, las aberraciones sexuales cometidas por miembros del clero y la repudiable práxis laxista ejercida por muchos sacerdotes. Es nuestro deber mostrar el diabólico trasfondo de los mismos instando a tiempo y a destiempo a renunciar a estas calamidades por ser absolutamente contrarias a la voluntad de Dios. Esto conllevará la amargura de la incomprensión, la marginación social o laboral, pero es un precio que bien  vale la pena pagar a fin de detener males mayores.

5)- Decía el ínclito Francisco Suarez que no puede ser que alguien llegue a ser teólogo consumado si no pone antes firmes bases metafísicas.(3) Este es el drama de la filosofía y teología actuales. La carencia de un substrato ontológico que actúe axiológicamente a la manera que lo hizo durante siglos la metafísica tomista conducirá irremediablemente a un empobrecimiento epistemológico de magnitudes alarmantes que afectará por igual a la filosofía y a la teología. Son perfectamente válidas otras alternativas metafísicas ajenas a un tomismo de estricta observancia, con el cual la Iglesia no se ha “casado” sacramentalmente, pero sin embargo, transitar otros caminos filosóficos conlleva riesgos que deben ser sopesados a fin de no caer en peligrosos relativismos escépticos, inmanentismos de corte idealista o de alguno de los estructuralismos sincretistas que proliferan actualmente.

6)- No existe ingratitud que no pueda ser perdonada por el Inmaculado Corazón de la Santísima Vírgen María. Sin embargo hay pastores, fieles y corrientes dentro de la teología que se avergüenzan de Ella, intentan relegarla al olvido y se hunden en el más furibundo de los desagradecimientos. Afortunadamente la enorme mayoría de los católicos no cesa de agradecer a la Santísima el infinito caudal de gracias que su poder impetratorio significa, su incansable intercesión por la salvación de nuestras almas y su incondicional asistencia en los padecimientos de nuestra actual existencia signada por el pecado. ¿Qué significan Lourdes, Guadalupe y Fátima, por nombrar solo unas pocas apariciones, más que los testimonios incuestionables de su providencial y permanente actuar en favor de sus hijos?

Deseo concluir citando la sabiduría del Apóstol:

“Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” Rom 12,2.

Anselmo A. González

Profesor en Teología

Buenos Aires, Argentina.

Notas

1)- Es dogma de fe proclamado por el IV Concilio de Letrán bajo Inocencio III que “una sola es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva.”

2)- R. Garrigou-Lagrange, “El sentido común”, Descleé, Buenos Aires, 1944, Pág. 238.

3)- “Fieri nequit ut quis theologus perfectus evadat, nisi firma prius metaphysica iecerit fundamenta.” Meta. ad lectorem V.25.

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