El catecismo de la Iglesia Católica, de acuerdo con el dogma de la presencia real de Cristo en la Eucaristía proclamado de forma especial en el concilio de Trento y enseñado siempre por la tradición cristiana, expresa que:1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella «como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina «real», no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente»
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641)
Ambas citas no dejan lugar a dudas. Los que pongan en duda o nieguen abiertamente la presencia real de Cristo en la Eucaristía quedan fuera de la comunión con la Iglesia. En este artículo quiero llamar la atención sobre el uso de la bandejita al dar la comunión por parte del acólito o ayudante que se ubique al lado del ministro ordenado: ese uso es imprescindible para evitar que CRISTO, su presencia real, no acabe tras cada Misa por los suelos, barrido y/o pisado por la gente y tratado como vulgar basura…¿estoy exagerando?; soy sacerdote y siempre tengo alguien a mi lado para poner la bandejita de comunión y, lo aseguro, en todas las Misas dominicales encuentro alguna partícula eucarística en la bandeja cuando voy a purificar. Es más: habitualmente (no siempre) la encuentro en Misas de diario donde la asistencia en mucho menos que en precepto, y hasta en Misas de asistencia mínima (de menos de 10 fieles) he encontrado alguna partícula. Sin embargo es un hecho cierto (y tremendo) que en no pocas Misas NO se use bandejita. Se debería usar en todas y que fuese obligatorio hacerlo. La realidad es que cada día, cada domingo…..son muchas las partículas eucarísticas que caen al suelo al no haber bandejita de comunión. Y este hecho terrible parece no ser importante; existe un gran indiferencia al respecto y conozco laicos de mi confianza que me han comunicado con gran sorpresa acudir a Misas donde jamás se ha puesto la bandejita. En el fondo hay un signo de falta de FE: de protestantización clara de la liturgia desde la óptica modernista que niega, de forma sutil, la presencia real de Cristo y propone fórmulas heterodoxas como la transignificación solapando la transubstanciación. La cuestión es que CRISTO está por los suelos y tratado como vil basura, y esta barbaridad parece no importar ni ser prioritaria.
Estamos en una época llamada de “sinodalidad”: ¿trataremos estos asuntos tan graves o se dará prioridad a asuntos más propios del mundo civil como el uso de energías renovables, la crisis migratoria o la ecología?
Desde estas líneas invito a todos los laicos que me lean a solicitar, de forma correcta y a la vez firme, que se use la bandejita de comunión en todos aquellos templos donde no se use o donde se use solo en ocasiones “solemnes”….lo entrecomillo ya que no hay nada más solemne que UNA sola Santa Misa aunque hubiera un solo asistente (pues en cada Misa se hace presente TODA la Iglesia celestial). También me atrevo a invitar a todos mis compañeros sacerdotes a dar ejemplo y usar siempre la bandejita. Si no lo hacemos además de la ofensa enorme a Jesús Sacramentado imagino que en el día del juicio será horrible la visión de la vida pasada con la responsabilidad moral concreta en el maltrato a Su Divina Majestad a causa de falta de fe, de fe debilitada, de cobardía y/o de tibieza en lo más esencial de la vida sacerdotal.