Del corto número de los que se salvan (padre Juan Croisset, S.J, 1854)

«el temor de Dios es el principio de la sabiduría» (Prov. 1,7)

En estos tiempos de confusión la idea de que la inmensa mayoría se salvará, la cual no tiene base alguna evangélica ni magisterial, ha infectado incluso a muchas mentalidades tradicionales de fieles y sacerdotes, que, de una u otra forma, tienden a callar, oscurecer o difuminar esta realidad.

Así pues, viene siempre bien recordar la clarísima doctrina evangélica al respecto, que nos ayudará a mejorar y perseverar en nuestros esfuerzos, y a salir de las tinieblas a los confusos. En esta ocasión es una meditación del padre Juan Croisset S.J, en su monumental y reconocida obra «Año Cristiano«, que puede acompañarse con el sermón de San Leonardo de Porto Maurizio publicado en esta web. Las negritas son nuestras.

Adelante la Fe

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MEDITACIÓN

Del corto número de los que se salvan

por el padre Juan Croisset, S.J, 1854, Edición librería religiosa, Barcelona, Tomo agosto, pags. 199-202

PUNTO PRIMERO: Considera que hay pocas verdades en el cristianismo mas claras y mas sólidamente establecidas que esta: Entrad por la puerta angosta, nos dice el Hijo de Dios, porque la que conduce a la perdición es ancha y espaciosa, y es grande el número de los que entran por ella; pero la que conduce a la vida es estrecha, y pocos entran por esta puerta. Pauci sunt qui inveniunt eam. En otra parte dice: Muchos son los llamados, y pocos los escogidos. Pauci vero electri. Lo mismo y en los propios términos lo vuelve a repetir otra vez. Como el Salvador repetía tantas veces a sus discípulos esta terrible verdad, le hicieron en una ocasión esta pregunta: Señor, ¿y es posible que sea tan corto el número de los que se salvan? El Hijo de Dios por no aterrar demasiado a los que le preguntaban y a los que le oían, mostró eludir la pregunta, y se contentó con darles esta respuesta: Hijos míos, la puerta del cielo es estrecha; haced esfuerzos para entrar por ella. Toda la Escritura está llena de figuras, pruebas y ejemplos de esta espantosa verdad; y basta un buen entendimiento para convencernos de este corto número. No hay mas que un camino para el cielo, porque no hay mas que un Evangelio; pero ¿son muchos los que van por este camino? ¿son muchos los que siguen las máximas de este Evangelio? ¿Qué concepto formaríamos de la verdad y la santidad de nuestra Religión, si después de todo lo que Jesucristo nos dijo, después de todo lo que hicieron los Santos, fuera muy grande el número de los escogidos? Pero ¿seré yo de este corto número? Eso se ha de juzgar por la conformidad de nuestra vida con las máximas del Evangelio que seguimos tan mal. ¡Cosa extraña! Corre la voz de que se ha perdido un navío; ¡cuántos se asustan! ¡cuántos se sobresaltan! Aunque haya diez mil navíos en el mar, la noticia de que uno sólo naufragó hace entrar en cuidado a todos los negociantes. ¡Pues qué! Sabemos que de todos los que actualmente viven en el mundo muy pocos arribarán al puerto de la salvación eterna, y que la mayor parte naufragará miserablemente. ¿Quién me ha dicho a mi que no he de ser del número de estos infelices? Fundada la seguridad en que no se tienen una vida totalmente perdida y estragada. Las vírgenes necias la tenían muy pura, y con todo eso fueron reprobadas. El siervo perezoso no había hurtado los bienes ajenos; pero no había negociado con los propios, y fue arrojado a las tinieblas exteriores.

Ciertamente, cuando no tuvimos otro motivo para temer que esta fatal seguridad, esta perniciosa insensibilidad con que vivimos, ¿no sería muy sobrado para hacernos temblar y estremecer sobre nuestra futura suerte?

PUNTO SEGUNDO: Considera que para salvarse hay preceptos que obedecer, reglas que observar, y máximas que seguir. Para salvarse es menester domar las pasiones, hacer violencia al natural, resistir a la inclinación, y tener una vida pura y mortificada. Los Fariseos eran unos hombres de un exterior muy compuesto y arreglado: su proceder parecía irreprensible; hacían larga oración, y ayunaban mucho. Con todo eso, según el oráculo del mismo Jesucristo, si nosotros no observamos la Ley más exactamente que ellos; si nuestra virtud no es más sólida y más perfecta que la suya, jamás entraremos en el cielo. Mucho es, a la verdad, el no vengarse; todavía es mucho más perdonar las injurias; con todo eso, para salvarse es menester hacer alguna cosa más perfecta y más heroica; porque es preciso amar a los mismos que nos persiguen, aun a aquellos mismos que nos maltratan. No basta condenar las malas obras; es menester mirar con horror hasta los malos pensamientos. No sólo no es lícito retener los bienes ajenos, es preciso socorrer a los pobres con los propios, y renunciar con e afecto o con el efecto lo que se posee por amor de Jesucristo. Es preciso vivir inocente o penitente; y si no, esperar sin remedio la condenación eterna. Ningún cristiano se puede dispensar de la cristiana humildad; su modestia ha de ser enemiga de todo fausto. No basta haber abrazado el estado religioso; para salvarse necesariamente se ha de vivir según su espíritu, guardar sus constituciones y observar sus reglas. Infiere de todos estos principios, si serán muchos los que se salvan: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo. Este es el primero y el máximo de los mandamientos, basa y fundamento de todos los demás. ¿Halláranse hoy muchos cristianos aun entre aquellos que hacen profesión de virtud, que guarden verdaderamente este precepto? Un solo pecado mortal nos arrebata en un momento todo el mérito de la más santa vida. ¿Son muchos los que viven hoy con inocencia? Ninguno hay que pueda estar seguro de su penitencia. Pues vuelve otra vez a inferir si serán muchos los que se salvan. La gracia final, que es la que propiamente constituye los escogidos, es un don gratuito que nunca podemos merecer. Esta gracia decisiva de nuestra eterna suerte ¿se franqueará con frecuencia en la postrera hora a los que apenas acertaron a obedecer a Dios en toda su vida? Y ¿puedo yo prometérmela prudentemente considerando el desorden de la mía?

Todo me aterra, gran Dios, todo me espanta; mas ni por eso es capaz de disminuir un punto la confianza que tengo en vuestra infinita misericordia. Estas mismas reflexiones que ahora hago por vuestra divina gracia, son pruebas concluyentes del deseo que tenéis de mi eterna salvación. Voy a trabajar seriamente en ella, mediante vuestro poderoso auxilio; y por corto que sea el número de los que se salvan, confío, mi Dios, que no he de ser excluido de él.

JACULATORIAS: Tuyo soy, Dios mío, sálvame (Psalm. CXVIII). No me arrojes, Señor, de tu presencia, ni se aparte jamás de mi tu santa gracia (Psalm. L)

PROPÓSITOS

1. Pocos se salvarán, y es preciso que así sea. Con efecto, si con tales leyes y tales máximas nos dejara nuestra Religión grandes esperanzas de salvarnos, haciendo lo contrario de lo que ella manda, y viviéndose como ordinariamente se vive, ¿qué concepto haríamos de ella? ¿No se reduciría entonces a una pura ceremonia? Pero, gracias a Dios, la primera que condena esta oposición enorme es nuestra misma Religión. Reprueba la monstruosa desemejanza que se encuentra entre sus máximas y nuestras costumbres; condena ese universal desorden, y aunque sea tan crecido el número de los cristianos cobardes y relajados, no justificará su cobardía ni su relajación. Corto es el número de los ajustados y de los buenos; procura ser de este número. La muchedumbre se pierde; pues guárdate de mezclarte con la muchedumbre. Aunque toda tu comunidad, aunque todos tus amigos se dispensen en la observancia de las más santas reglas, aunque fueses tú sólo el que las observases, no deliberes un punto en distinguirte de los demás por esta religiosa puntualidad. Te tendrán por un impertinente reformador, por un mudo censor de su inobservancia; no importa; déjalos decir; sé fiel, y diles con resolución, que por mucho que se haga por la salvación, nunca será demasiado.

2. Has de ser sumamente exacto en el cumplimiento de las mas mínimas obligaciones y de las observaciones comunes; pero no te has de contentar con ellas solas. Aún en las comunidades más observantes siempre es corto el número de los fervorosos; aspira al mismo fervor, e imponte una ley de que te cuenten entre ellos; sin olvidarte de las más esenciales, practica con perseverancia las de supererogación. Frecuenta los Sacramentos: confiésate muy a menudo, y aliméntate con el pan de los fuertes en esta vida enemiga; conserva ineltarablemente la gracia; ten una extrema delicadeza de conciencia; cumple con puntualidad todos los deberes de tu estado; no te descuides en el ejercicio de las buenas obras. Haz limosna; sean todas tus oraciones acompañadas de espíritu y de devoción; profésale muy tierna y muy afectuosa a la Santísima Vírgen, persuadido a que esta devoción es una de las señales menos equívocas de predestinación. Visita con mucha frecuencia el santísimo Sacramento, y pon en él toda tu confianza. No hay condición, no hay estado en que no se puedan hacer todos estos ejercicios; y ellos son un medio muy seguro para ser contado en el corto número de los que se salvan.

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