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Mateo, ¿por qué esa obsesión por la vieja liturgia?

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Mateo, ¿por qué esa obsesión por la vieja liturgia?

Como todos los viernes nos juntamos en mi casa a ensayar con el conjunto de cámara. Estamos preparando el recital de música que tendremos a fin de año. De los cuatro miembros del conjunto, sólo mi mujer es músico profesional, los demás somos todos aficionados. Habíamos concordado en que hoy nos dedicaríamos a ensayar la primera parte del repertorio, y si bien puedo decir que mi interpretación no estuvo tan mal, yo no quedé conforme y los demás músicos tampoco. Quienes toquen un instrumento sabrán que hay días en los que las cosas no salen y no resultan como a uno le gustaría que fueran. Esto me pasó hoy a mí. No estuve a la altura porque mi mente divagaba y no pude concentrarme como debiera. Ángeles, mi esposa, lo notó de inmediato y me lanzaba miradas de interrogación cada vez que de mí violín no salía la afinación óptima. Un dedo puesto con un milímetro de error en alguna de las cuerdas hace que la afinación decaiga y un oído avezado se da cuenta de inmediato. Por mi culpa tuvimos que terminar antes de tiempo porque, aunque lo intenté, estaba en uno de esos días en que nada resulta como uno quiere. Un insulto para el compositor, para los demás músicos y para mi pobre violín. Lo sentí mucho porque amo tocar.

Una vez que se hubo marchado nuestro violoncellista, me quedé en el living conversando con Manuel, mi cuñado y el pianista del conjunto, mientras Ángeles nos preparaba un té y algo para comer.

-Definitivamente hoy no es tu día Mateo. Cualquiera que te hubiese escuchado tocar pensaría que estás en tercer año de violín y no en segundo de intérprete superior. Otro viernes más perdido…- dijo Manuel acomodándose en el sofá mientras le colocaba tabaco a su pipa. Siempre ha sido franco conmigo y eso se agradece. Las amistades lisonjeras no son buenas y de ellas no se pueden cosechar frutos para el alma.

-Mira, Manuel, lo siento mucho, pero no siempre a uno le salen las cosas como desea – dije yo mientras guardaba mi violín en el estuche. En eso entró Ángeles con la bandeja del té y le largó una mirada de reproche a Manuel. A ella no le gusta que se ponga a fumar su pipa en la casa, por mi problema al corazón, pero yo, que por supuesto nunca podré fumar una, agradezco al menos sentir el fragante aroma del tabaco. – Ya, mujer, deja que fume que no me voy a morir por un poco de humo. – Ella se acercó a mí, me besó la frente y luego le besó la mejilla a Manuel para despedirse.

-Tengo que ir a dar una clase a la casa de un alumno, volveré en una hora o tal vez un poco más. Pórtense bien ustedes dos y me cuidan a los niños – y ella salió de la habitación dejándonos a mi cuñado y a mí sumidos en un largo silencio interrumpido por el resoplar de la pipa de Manuel y por el tic tac del reloj grandfather que, alto y macizo como un roble, ha sido testigo de miles de conversaciones que hemos tenido los dos desde la infancia.

– Bien, bien…- dijo rompiendo el silencio – ¿pudiste conseguir la capilla de la universidad con el Gran Canciller?

Mis padres estarán, dentro de poco, de aniversario de matrimonio y querían celebrarlo con una misa tradicional. El año pasado mi hermano cura rezó la misa de aniversario, pero ahora él no está en el país y el oratorio está cerrado, de modo que mi papá me había pedido que me consiguiera la capilla de la universidad donde ellos se casaron. Mi papá estaba muy ilusionado por poder renovar sus votos con mi mamá en la misma capilla donde se habían casado y más todavía porque Sebastián, mi antiguo compañero de colegio y ahora cura tradicional, iba a rezar la misa. Solamente faltaba obtener el permiso para la capilla, misión que se me había encomendado porque soy profesor y ex alumno de la universidad. Sabía que no iba a ser una tarea muy fácil, pero alguna esperanza tenía dado que el obispo hasta el momento, no tenía problemas con que se dijera la misa tradicional en la diócesis. El obispo ha delegado su puesto en la universidad en un monseñor que actúa en su reemplazo como gran canciller y tenía que hablar con él. Lo conocía de vista y habíamos tenido algunos encuentros en común en conferencias y seminarios que mi instituto organizaba, pero él sí me ubicaba a mí perfectamente y sabía de mi “carisma” por llamarlo de alguna manera. Para él soy un verdadero caso, algo así como un espécimen digno de estudiar por la paleontología.

– Creo, Manuel, que la causa de mi distracción con la música está precisamente relacionada con el asunto de la capilla.

-¿Te fue mal entonces? No pudiste conseguirla, ¿verdad? – me dijo Manuel con total naturalidad, pues a esta altura de la vida, uno se acostumbra a que cada vez que alguno de nosotros, léase fiel tradicional, pide algo a la autoridad eclesiástica, sale trasquilado o lo menos que recibe es un portazo en la cara. Entonces, comencé a relatarle a mi cuñado la conversación que había tenido con el monseñor aquel.

Una vez que hube terminado la clase que doy en la sede central de la universidad, me dirigí a la oficina del canciller que se ubica a unos cuantos metros de mi aula. Afortunadamente justo eso día se encontraba en su oficina porque no va siempre ahí y no tiene un horario fijo para atender al público. La secretaria me pidió que me sentara por un momento y lo esperara porque estaba ocupado con una delegación de un centro de alumnos de la universidad. Al cabo de unos quince minutos el monseñor salió de su oficina, sonriente y bromeando con los estudiantes. Se despidió de ellos muy cariñosamente. Se sorprendió al verme sentado ahí esperándolo y me miró con curiosidad. Entré a su oficina después que me diera un afectuoso apretón de manos. Yo me quedé de pie.

-Por favor tome asiento profesor – me dijo señalándome un cómodo sillón situado enfrente de otro donde él se dejó caer.

-No se preocupe monseñor, no quiero quitarle mucho tiempo. Vengo con una petición que espero tenga a bien recibir. Monseñor, mis padres van a cumplir un nuevo aniversario de matrimonio y quieren celebrarlo renovando sus votos con una misa acá en la capilla de la universidad. Me gustaría saber si es posible que usted nos autorizara para poder rezar la misa en la capilla, pues ellos se casaron ahí.

– ¿Rezar la misa? – me dijo el monseñor con la voz chillona y con las cejas levantadas como si hubiera dicho algo impertinente.

– Sí, rezar, porque será una misa tradicional. Nos hubiera gustado que fuera cantada, pero…- ahí me interrumpió muy alterado.

-No, no, no, un momento. Yo encantado le presto la capilla, pero no para arqueologismos litúrgicos. Persiste en esto de la liturgia antigua, es como una verdadera obsesión estética y elitista para usted, con todos esos gestos y extravagancias que ahora están en desuso. Esto de tener un rito distinto al ordinario no ayuda a unirnos como católicos, sino todo lo contrario, nos separa y además escandaliza a los fieles que no entienden este retroceso – intenté interrumpirlo, pero me frenó en seco lanzándome una serie de advertencias que a propósito de nada para él sí venían al caso. Es como si hubiese estado aprovechando la oportunidad para poder darme un discurso – No Mateo, usted me va a escuchar, así que por favor cállese la boca. Yo he tenido mucha paciencia con usted. Me han llegado una serie de comentarios acerca de lo que enseña en sus cátedras, de su apego a la misa pre conciliar y de las conferencias que da a sus alumnos, y todo esto no está en armonía con el Concilio y con las últimas enseñanzas del Santo Padre. Le advierto que si usted no modera su lenguaje, no tiene nada que hacer en esta universidad porque parece que usted es más bien seguidor de una secta y de un capricho estético litúrgico que un católico fiel a la Iglesia. La Iglesia por fin se pone a tono con lo que la gente desea de ella y usted sigue pegado en un pasado, en ese pasado oscuro de la Iglesia que tanta división causó entre los hombres. Nosotros queremos avanzar y ustedes retroceder, saboteando y torpedeando todo lo que nosotros hacemos. – El hombre estaba tan alterado que escupía cada palabra. Fue como si mi presencia le hubiera servido de catarsis para largar para afuera su rabia y su impotencia ante los católicos tradicionales que siendo tan poquitos les causamos una tremenda conmoción, como si fuésemos una amenaza espantosa, como un cáncer o un grupo de fanáticos oscuros. Amenazar con echarme de mi trabajo, a sabiendas que tengo una familia numerosa y grandes compromisos económicos, por mis convicciones religiosas es cruel y más aun viniendo de un religioso que para colmo se declara, como todos sus compañeros progres, un luchador por la libertad religiosa y por la “solidaridad” entre los hombres. Entrar en discusiones con un cura progre es como darse contra un muro. Me quedé ahí parado mirándolo mientras él resoplaba con furia. Al cabo de un rato y dado mi silencio, volvió a hablarme.

-¿Eso no más era lo que quería hablar conmigo Mateo?

– Deduzco, monseñor, que no me facilitará la capilla.

-¿Qué cree usted? Usted no siente con la Iglesia, no participa de ninguna de las actividades ecuménicas a las que se le ha invitado. Usted no parece católico, sino miembro de una secta, como esos lefevbristas cismáticos.

– Usted sabe que no soy de la Fraternidad, pero tengo simpatía por ellos y además la Fraternidad San Pío X no es cismática…- y volvió a interrumpirme.

– No me interesa…estoy ocupado Mateo, tengo muchos asuntos pendientes que atender. Le pido que me deje solo – El tono en que me habló era de fastidio más que de enojo o de ira. Se notaba molesto con este diálogo y quería despacharme de ahí lo antes posible.

Manuel, que parecía estar durmiendo con la pipa en la boca más que escuchando mi historia, de pronto abrió los ojos, se puso rojo y me dijo:

-Yo que tú, amigo, le hubiera dicho un par de cosas a ese monseñor. ¿Cómo te quedas ahí de pie como un idiota boquiabierto mientras te grita, te humilla, te amenaza y más encima, como se creen los dueños de los bienes de todos los católicos, no te presta la capilla? Si yo hubiera estado ahí presente, le habría cantado un par de verdades a ese monseñor. ¿¡¡Por qué te quedaste callado!!?

– Bueno, cada uno se queda de pie como es no más – Manuel se puso más serio todavía.

-Déjate de bromas y dime ¿por qué te quedaste callado? ¿Acaso cambiaste y ahora prefieres irte para dentro y guardarte la verdad y no luchar por los fieles del Rito Extraordinario? – sentí como si me estuviera dando una puñalada en el estómago y él de inmediato notó mi molestia.

-¿Qué? ¿Por qué me miras así?

-Sabes que no me gusta que le llames a la Misa Tradicional de esa manera

– Pero si el mismo Benedicto le llamó así en el Summorum Pontificum, hasta los más tradi lo…

-Alto, lo sé, lo sé. Es un asunto mío, una cosa aquí dentro de lo más profundo de mi alma se remece y sufre intensamente al escuchar llamar a la misa tradicional como algo extraordinario, como una excepción. Sé que la llaman así y que me perdonen mis amigos y todos los que asisten conmigo a misa y que usan este término, pero yo…yo no puedo, lo siento mucho, pero no puedo y evito usar esa palabra. Es un problema mío, pero por favor no le llames así frente a mí.

– Está bien, disculpa entonces, se me olvidó que te molesta. Por un lado creo que tu sensibilidad semántica por el uso de las palabras te lleva a veces a los extremos, pero por otra parte pienso que al menos eres honesto en este caso. Porque supongo que hay muchos como tú a los cuales el término también les produce comezón, pero prefieren hacer vista gorda. En fin, ¿qué hiciste cuando te largó de la oficina? ¿Seguiste de pie en silencio esperando a que te sacara a empujones?

– No, por supuesto que no. Yo no iba con la intención de pelear y discutir con él, solamente iba a pedirle la capilla. Tampoco me iba a poner a dar un discurso argumentativo sobre lo que es la misa tradicional. Lo único que hice fue tocar un par de puntos que hacían referencia a mi propia vivencia sobre ella.

Él se había acercado a su escritorio y comenzaba a revisar su correspondencia. Yo me acerqué a su mesa y con toda tranquilidad le dije lo que opinaba al respecto.

– ¿Todavía aquí Mateo? Sabe hijo, me encantaría verlo en la capilla de su facultad, a compartir la mesa del Señor con la comunidad universitaria en una eucaristía ¿Por qué está tan obsesionado? – había cambiado el tono y creo que hasta le di pena.

– Monseñor, sé que es difícil para usted entender mi posición. Yo no pretendo imponerle nada a nadie con respecto a la misa tradicional, no como a mis padres y a mis abuelos a quienes se les impuso el nuevo rito, desconcertando a muchos católicos a los cuales les cambiaron la misa y se les obligaron a aceptar una misa que les era tan ajena. Desde la publicación del motu proprio he tenido la posibilidad de asistir a ella y desde ahí mi vida espiritual se ha visto enriquecida y un mar de gracias se han derramado en mi corazón. No entiendo los muchos prejuicios que hay contra ella por parte de personas que ni siquiera han asistido a una misa tradicional. Estoy seguro que si estas mismas personas fueran al menos para saber cómo es, quedarían admiradas y terminarían amándola tanto como la amo yo. Aquí no se trata de cuál misa es mejor que la otra, eso es una tontería. Por otra parte, usted no puede negar que la Iglesia atraviesa por muchas crisis y que en vez de buscar el remedio en la doctrina de Cristo, cree que va a encontrarlo en el mundo. Yo no quiero ser del mundo, porque en la medida que soy del mundo me alejo de Cristo y por tanto creo que el mejor antídoto para que nosotros, los de la Iglesia doméstica, no caigamos y nos veamos infectados de progresismo, modernismo, liberalismo, confusión y error es Misa Tradicional. Y digo Iglesia doméstica porque a esta altura de la vida no veo que la Iglesia quiera volver atrás, no creo que vaya a haber una restauración. Recuerde usted que la historia avanza cíclicamente, en línea recta, pero onduladamente hasta llegar a la Parusía y cada día nos acercamos más, a Dios gracias.

– Nadie sabe cuándo volverá el Señor y no nos compete saberlo. Es increíble lo que me acaba de decir Mateo. Algo así como que si ya la Iglesia no quiere cambiar, entonces me salvo yo y mi pequeño grupo de tradicionalistas domésticos. Es una actitud soberbia y rebelde. ¿Piensa acaso que la gente que va a la misa nueva, como le llama, no ama a Dios, no le adora o lo hace con menos devoción que usted?

– Lejos de ser soberbio creo que Dios nos ha dado la inteligencia para leer los signos de los tiempos y pienso que hay muchas cosas que están señaladas en las Sagradas Escrituras que se están cumpliendo. Puede que me equivoque, puede que no, pero como dice Newman, prefiero equivocarme en la espera que no esperar en nada la Venida de nuestro Señor. Ahora lo segundo que me plantea y que dice relación con la devoción de los fieles que van a la misa nueva, le digo que yo no soy nadie para juzgar el fuero interno de estos feligreses. Al final de cuentas la relación de cada alma con Dios es una relación tan íntima que nadie puede inmiscuirse en ella. Lo único que digo es que si hago un contraste de lo que se ve cada domingo en las misas nuevas y lo que se ve en la misa tradicional hay un mundo de distancia. El uso de los reclinatorios en las bancas, por poner un ejemplo material que ni siquiera va al fondo de la cuestión, en las iglesias nuevas ya ni se ven y en las antiguas los han retirado, y los fieles no se arrodillan nunca, ni siquiera en la consagración, y a propósito de ésta, he escuchado a gente que repite hasta en voz alta las palabras de la consagración mientras el sacerdote las dice. Si las dijera, como en la misa tradicional, en secreto esto no pasaría y no se generaría confusión de roles. Pero no quiero hacer de esto una enumeración de las diferencias ni tampoco quiero seguir contrastándolas porque, usted Monseñor, me lo va a tomar a mal, como ya me lo han tomado a mal un millar de veces. Lo único que me resta decirle es que mi amor por la Misa Tradicional no es porque me sienta más a gusto en ella, ni porque sea una obsesión por las cosas antiguas, sino porque en esta misa se me manifiesta y se me hace presente, con mayor devoción y con mayor sentido de mi pequeñez, el adorar a Dios como Él se merece. Aquí encuentro el silencio necesario para que yo rece y me sumerja con todo mi ser en la presencia de Cristo en el altar, dejando ahí mis miserias, mis pecados, entregándome por completo para que Él sea mi Señor. Me empapo en el misterio de la Presencia Real que la misa nueva no me otorgaba porque, cuando iba antes, había mucha bulla, como en esas fotos que tienen ruido por la sobreexposición de luz o por las sombras que impiden ver bien las imágenes. No niego que pueda haber fieles que experimenten lo mismo que yo en la misa nueva, pero yo no puedo. Hay demasiadas distracciones para mí y queda muy poco para el misterio de lo sagrado– hice una pausa porque comencé a sentirme físicamente un poco cansado y sin agregar más, me despedí de él- Le agradezco que se haya dado el tiempo para escucharme, mi intención no ha sido alterarlo, sino que entienda un poco la mirada de un fiel tradicional – estiré mi mano y él se levantó de su puesto y me acompañó a la puerta.

-Estamos en las antípodas Mateo, y no nos vamos a poner nunca de acuerdo. Vemos las cosas desde perspectivas distintas. Una pregunta: ¿no cree Mateo en el enriquecimiento recíproco de ambos ritos?

– Creo que uno, el antiguo, podría llegar a enriquecer al otro, y no viceversa y además, sin ser pesimista ni desesperanzado sino que observando tal como son las cosas, soy más bien escéptico, porque mayoritariamente el clero no quiere hacerlo, no hay intención de hacerlo y exigiría también reeducar a los fieles y, en muchos casos, sacarlos literalmente del presbiterio, y no creo que a algunos eso les parezca muy bien. Usted me pregunta y yo le respondo según mi opinión personal.

-Adiós Mateo y una última cosa: yo puedo facilitarle la capilla siempre y cuando usted se lo pida al Sr. Obispo y él me autorice.

-Muchas gracias, veré qué hago.

Manuel se había puesto de pie y acercado al piano a improvisar una canción. Yo volví a sacar el violín del estuche para acompañarlo, pero antes él me habló.

– Al menos te dejó una ventana abierta. Estuvo bien lo que le dijiste, porque no sé qué más podrías haberle dicho. ¿Vas a hablar con el obispo?

– No lo sé, quizás lo haga, quizás no- me quedé pensando por unos segundos y luego le dije más tranquilo – a fin de cuentas el lugar no es lo más importante después de todo. Ya hemos visto que se han rezado misas sobre iglesias en ruinas – y dicho esto nos pusimos a tocar.

Beatrice Atherton