Del fin para que hemos sido criados (San Enrique de Ossó)

Meditación I

[Los puntos suspensivos están puestos por el autor para hacer una pausa y meditar lo dicho]

Composición de lugar. Imagina que ves salir todas las criaturas de Dios, y tú una de ellas.

Petición. Señor, dame a conocer mi fin.

Punto primero. Dime, hija mía: treinta, cuarenta, cien años atrás, ¿dónde estabas? … No había memoria de ti… y hubieras eternamente estado en la nada, si Dios entra millones de criaturas posibles no te hubiese mirado con amorosos ojos, y, apiadándose de ti, no te hubiese llamado por tu nombre… ¡Qué fineza de amor ha usado contigo nuestro buen Dios! ¿Se la has agradecido como debes?

Más ¿para qué te ha puesto en este mundo? ¿Crees que será tan sólo para comer, dormir, trabajar, regalarte o divertirte?… en eso sólo te asemejarías a los animales… y tú vales infinitamente más que todo lo criado… Pondera la excelencia de tu entendimiento, capaz de conocer la verdad… y la nobleza de tu voluntad, criada para amar el bien… y lo portentoso de tu memoria para recordar los beneficios… y comprenderás, hija mí, que tú has sido criada para fin más alto: así lo dice la razón; así lo enseña la fe… tú has sido criada para conocer a Dios, amarle, adorarle y servirle… y mediante esto salvar tu alma. Dios, suma verdad: he ahí el objeto de tu entendimiento… Dios, infinita bondad: he ahí el objeto que sólo puede llenar tu voluntad, saciar tu corazón.

¡Oh alma mía! admira la alteza de tu fin. Conocer a Dios… amar a Dios… alabar a Dios… gozar de Dios…¡Capaz de todo un Dios eres, alma mía! y ¡ay de ti si contentas con menos que Dios!… serás infeliz en el tiempo y por toda la eternidad.

Segundo punto. Pondera más aún la alteza de este fin. Quiere ser el mismo Dios tu recompensa eterna, grande en demasía… Quiere admitirte a su reino, sentarte a su mesa, hacerte partícipe de su misma felicidad… Sí, en el cielo, hija mía, serás rica con las riquezas de Dios, participante de su naturaleza… conversarás con El cara a cara, como acostumbra un amigo con otro amigo… ¿Puede darse, hija mía, fin más sublime? No puede Dios señalarte otro mejor… ¿Cómo, pues no te aprecias en mucho, cómo no das honor a tu alma según su mérito? … Exclama con el Profeta: ¿Qué tengo que ver yo en el cielo, y para mí que cosas puede haber en la tierra dignas de mi atención y amor, fuera de Vos, Dios mío, Dios de mi corazón, mi porción, mi herencia y mi último fin?

Punto tercero. ¿Qué has hecho, hija mía, para conseguir tu último fin? Quizá todo ha ocupado tu espíritu y tu atención menos Dios y las cosas que a Él conducen. ¡Qué locura! Examinar tu vida… Así no puedes vivir feliz, porque nadie ha habido que resistiese a Dios, y gozase de paz. Nuestro corazón está hecho expresamente para amar a Dios… y sólo en Él halla descanso. Si no por gratitud… por justicia… a lo menos por egoísmo, por interés propio, oh hija mía, debes resolverte a servir a Dios y buscar en Él solo tu último fin. De otro modo no tendrás en esta vida paz y buena conciencia, ni en la otra gozo y felicidad eterna… ¡Oh Dios de mi corazón, mi gozo, mi descanso y mi último fin! ¡en qué ceguedad he vivido! En la satisfacción de mis caprichos he constituido mi último fin… ¡Qué locura! ¡qué ingratitud! ¡qué injusticia!

Huía de Vos, oh Dios de mi corazón, en busca de la felicidad, y cuanto más creía hallarla lejos de Vos, más tormentos encontraba mi corazón… ¡Perdón, Dios mío! Propongo con vuestra gracia no olvidarme jamás de mi último fin, que sois Vos… Todo por Vos… nada sin Vos… Todo para vuestra gloria… ¡soy de Dios! A Dios tan sólo debo adorar y servir. Húndase todo antes que olvidarme de mi último fin. Así será, Dios mío, con la ayuda de vuestra divina gracia.

Padre nuestro y la Oración final.

Fruto. Cuando se me ofrezca alguna ocasión de ofender a Dios, apartándome de mi último fin, repetiré con mi Madre Santa Teresa de Jesús: Húndase el mundo antes que ofender a Dios, porque más debo a Dios que a nadie.

Examen de la meditación, que es muy provechoso hacer todos los días después de ella, para aprender a meditar bien.

  1. Antes de empezar la meditación, ¿he reflexionado a qué iba y a qué fin?
  2. ¿La he comenzado con deseo eficaz de hacerla bien y aprovecharme de ella?
  3. ¿He prevenido antes los propósitos que debía hacer, y las gracias especiales que debía pedir?
  4. ¿He avivado la fe en la presencia de Dios, creyendo que iba a hablar con el mismo Dios, que es mi Padre muy amado?
  5. ¿Le he ofrecido la meditación, y he pedido gracias para hacerla con fruto?
  6. ¿He descuidado la composición de lugar?
  7. ¿He leído con determinación los puntos, pensando que Dios me hablaba, y he aplicado lo que leía al estado presente de mí alma?
  8. ¿He sacado de aquí propósitos prácticos?
  9. ¿He guardado la conveniente compostura del cuerpo?
  10. ¿Me he dejado vencer del sueño o de la pereza?
  11. ¿He dado lugar a pensamientos inútiles?
  12. ¿Me he envanecido por el fervor sensible?
  13. ¿Me he inquietado por las sequedades o desolaciones?
  14. ¿He dejado los coloquios y súplicas?
  15. ¿Me he detenido demasiado en discurrir, o en otra operación del entendimiento?
  16. ¿Me he detenido poco en la moción de los afectos?
  17. ¿He abreviado la meditación por motivos de sequedad, tentación u otro pretexto?
  18. ¿Qué propósitos he sacado? ¿Pienso hoy mismo ponerlos en práctica? ¿en qué ocasiones?
  19. ¿He pedido para este fin la gracia que necesito?¿He dejado de rogar por quienes estoy obligado y por toda la Iglesia?

Si se halla haber faltado, se pedirá perdón y se propondrá la enmienda; y si no se encuentra falta alguna, se dará gracias a Dios por ello.

Por fin, aquello que más habrá movido se recogerá como una flor para tenerla en el corazón todo el día a fin de animarnos a la práctica de la virtud o vencimiento de algún vicio, en especial de la pasión dominante.

San Enrique de Ossó

(1) Dígase, antes de cada meditación, la Oración preparatoria.

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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