Nunca antes me había detenido en una imagen del Niño Dios con la Cruz, o, en la Cruz, hasta que leí que en la Iglesia Oriental durante el tiempo de Navidad existe la práctica piadosa de bordar en la ropa la Señal de la Cruz, contemplando al Divino Infante con los brazos extendidos tal como estaba en la Cruz.
Nuestro Señor Jesucristo desde el momento en que vino al mundo comenzó su obra redentora inundado todo Belén con el espíritu de la Cruz.[1] El Salvador no se abajó para nacer en un palacio real, sino en una cruz. Las puertas cerradas de Belén ya prefiguraron el abandono del Calvario. Muy pronto después de su nacimiento ocurrió el derrame de la sangre de los niños inocentes. Más tarde él mismo, el Cordero inocente, derramará su propia Sangre.
El que en el Calvario daría la bienvenida a todos los exiliados, no mucho tiempo después de su nacimiento ya estaba de camino al exilio. «De esta manera se presenta la unidad del misterio de la Redención. Desde el madero del pesebre hasta el madero de la Cruz el misterio es uno solo. La pobreza, el abandono, el rechazo que sufrió Jesús en la Cruz, los experimentó desde su nacimiento».[2] Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron, (San Juan 1, 11).
En la Iglesia Latina, «tras el Concilio de Trento el pensamiento cristiano descubre que puede acercarse al Niño Jesús y sacar nuevas enseñanzas de su debilidad, dirigiendo su mirada hacia los episodios que mostraban la tierna inocencia de aquel que había nacido para morir en la cruz. Se trató de retrotraer a la infancia de Jesús las características del Jesús adulto, dando lugar a prefiguraciones pasionarias para crear una dialéctica entre la dulzura y ternura infantil con la tragedia del drama pasionario, dando lugar a las imágenes del Niño Jesús de Pasión».[3]
La pedagogía de Dios es esta: hacernos pasar por los signos terrestres para llegar luego a las cosas celestiales. Mientras vivamos en la tierra hemos de contentarnos con descubrir a Dios a través de los signos. La Cruz es el signo del amor sacrificado.
En 1628 en Quito, se le apareció la Santísima Virgen a la monja concepcionista de origen español Madre Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa, que vivió entre 1563 y 1635, en el Monasterio Real de la Limpia Concepción en Quito, que ella había fundado.
Nuestra Señora del Buen suceso le manifestó a la religiosa: «Levanta ahora la vista y mira hacia el cerro de Pichincha, donde será crucificado este Divino Infante que traigo en mis brazos. Lo entrego a la Cruz a fin de que Él dé siempre buenos sucesos a esta República […]».
En 1634, es decir 6 años más tarde, Nuestra Señora le indicó a la mística monja que reprodujera estampas con su visión del Divino Niño: «[…] queremos que, valiéndote del Obispo, reproduzcas en estampas esta visión que tuviste de mi Amadísimo Niño Crucificado, escribiendo en ellas las palabras que oíste de sus labios».
Una contemporánea suya, también concepcionista, la Venerable Sor María Jesús de Ágreda, considerada una de las más grandes místicas, en su obra Mística Ciudad de Dios que produjo en 1670, relata cómo el Divino Niño oraba ya en forma de cruz en las purísimas entrañas de María: «Y tal vez el Niño Dios en aquella sagrada caverna se ponía de rodillas, para orar al Padre; otras en forma de cruz, como ensayándose para ella».[4]
Nuestra Señora misma se lo había manifestado: «desde el primer instante que fue concebido en mi Vientre, no descansó, ni cesó de clamar al Padre, y pedir por la salvación de los hombres. Y desde allí comenzó a abrazar la Cruz, no sólo con el afecto, sino también con efecto en el modo que era posible, usando de la postura de crucificado en su niñez y estos ejercicios continuó por toda su vida».[5]
Cuando entonamos el antiguo Adeste fideles en la especialmente hermosa Misa de Gallo en la que celebramos de la forma más solemne el nacimiento del Salvador, venid y adorémosle son dos palabras que repetimos varias veces. Venid adorémosle, es una invitación a ponernos en camino a Belén para adorar a un Niño llamado Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Lo adoramos besándolo con cariño y sabiendo que adorar según su raíz latina es besar.
Es la misma oración la nuestra durante la adoración de la Cruz del Viernes Santo: Te adoramos, oh Cristo, y te glorificamos. Mientras los fieles procesionalmente caminan hacia la Cruz para besarla, de acuerdo a las rúbricas del Misal se entona el Pange Lingua, que es un himno de gloria precisamente.
Cuando adoremos al Niño la Noche Santa de la Navidad, no olvidemos que el Divino Niño Jesús sigue siendo crucificado en cada niño abortado. La perversa teoría del fin bueno es el motivo por el que cada año, cincuenta millones de niños no llegan a ver la luz a causa del aborto; de ellos, la mitad perecen bajo el amparo de las leyes abortivas.
Así como bajo la Cruz estaba el consuelo de los corazones amorosos, así en Belén él fue saludado con la gozosa bienvenida de corazones sencillos y el canto de los ángeles.
En nuestra vida, marcada por la mezcla del gozo de Belén y el dolor del Calvario, estamos seguros de que el mismo amor que lo hizo venir y lo hizo morir por nosotros, siempre nos acompañará: Mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo (San Mateo 28, 20).
En un mundo lleno de palabras huecas, de afirmaciones sin sentido, y de promesas incumplidas, Navidad es promesa, es presencia de lo invisible, es calor de un amor inextinguible, Navidad es una palabra que encierra intimidad de Dios, que se acerca a quien quiera recibirle, dejemos a un lado juguetes, bebidas espumosas, cenas copiosas, distracciones mundanas y busquemos la Navidad, el nacimiento, el acercamiento de Dios en la pobre gruta de Belén, ahora en la pobre gruta de mi alma.
Germán Mazuelo-Leytón
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[1] cf.: PEÑA MARTÍN, ÁNGEL, Del pesebre a la cruz. El Niño Jesús crucificado
[2] MAZUELO–LEYTÓN, GERMÁN, El Niño y la Cruz.
[3] PEÑA MARTÍN, ÁNGEL, Del pesebre a la cruz. El Niño Jesús crucificado.
[4] DE ÁGREDA, SOR MARÍA JESÚS, Mística Ciudad de Dios, Libro IV. Capítulo VII. 444.
[5] Ibíd., Libro IV. Capítulo XXIX. 700.