Al quedar huérfano, (a los 20 años) no obstante estar privado de aquellas dulzuras que solamente se encuentran en el cariño de los padres, Roque podía gozar de grandes satisfacciones que le proporcionarían las inmensas riquezas heredadas y el puesto de gobernador que debía de ocupar.
Los bienes de fortuna, junto con las cualidades físicas y morales, podían hacerlo envidiable, afortunado, feliz según el mundo. Esto pensaban los ciudadanos de Montpellier, y los más nobles habrían gustosos lazos de parentesco con el hijo del gobernador.
El virtuoso joven no se dejó aplastar por el peso de las riquezas ni quiso fueran para él y otros ocasión de perdición. ¿Qué eran todos aquellos bienes? Vanidad de Vanidades, todo es vanidad menos amar y servir a Dios. ¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo si esto fuera con detrimento de su alma? El alto cargo de gobernador no haría más que aumentar su responsabilidad ante Dios y los hombres y tal vez el último de Montpellier lo habría sobrepujado en la gloria del cielo. Bien ponderadas todas estas cosas, Roque resolvió seguir un camino más perfecto que lo llevaría a la verdadera felicidad, a aquella paz de la que al decir de un poeta, el mundo se mofa pero no puede quitar.
El momento era verdaderamente crítico. De su decisión dependía el resto de su vida y la eternidad. Le parecía oír la voz de Dios que lo llamaba como muchos siglos antes la oyera de los labios de Jesús aquel joven de que nos habla el Evangelio. Un joven se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?” Jesús le contestó: “Guarda los mandamientos: no matar, no cometer adulterio, no robar, no levantar falsos testimonios, honra al padre y a la madre. To esto lo he observado desde mi infancia. Añadió el joven. Jesús respondió entonces: Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. Mas el joven oídas estas palabras se fue entristecido porque era muy rico”
No hizo así Roque. Con la ayuda de la gracia divina, escuchó el llamamiento de Jesús, se mantuvo en su propósito y no volvió a mirar hacia atrás.
No se entristeció por tener que sacrificar los bienes terrenos que distribuyó entre los pobres, las viudas, las Iglesias, los Hospitales y los conventos de Montpellier con grande edificación de todos.
Renunció al cargo de gobernador en favor de su tío Juan de la Cruz.
Se desposó definitivamente con la pobreza y abandonó para siempre el mundo.
Desde entonces su única preocupación debía ser la de santificar su alma, servir a los enfermos, dar aposento al peregrino, en una palabra, dedicarse a hacer el bien al prójimo por amor de Dios.
Este acto fue verdaderamente heroico. El mundo no conoce ni sabe apreciar la nobleza de ánimo, porque los mundanos no conocen a Jesús.
Esto explica porque el mundo no tuvo ni tendrá hombres verdaderamente grandes y extraordinarios como lo tuvo siempre la Iglesia Católica.
“VIDA DE SAN ROQUE”
Año 1941