El Papa Emérito Benedicto XVI enseñaba la necesidad e importancia de tener dirección espiritual para lograr la «liberación de uno mismo, o sea, de la propia subjetividad». Desde esta premisa hemos de reflexionar sobre lo que ya es una urgencia en el seno del pueblo de Dios: dejarnos acompañar en el camino hacia la Salvación.
La «dirección espiritual» se define también como «acompañamiento» o como «consejo». Las tres palabras son exactamente lo mismo. Y es conveniente aclarar, desde el método de la «teología negativa» lo que NO es la dirección espiritual, para finalmente reconocer lo que SI es y lo que aporta a nuestra vocación cristiana a la Santidad que recibimos por el Sacramento del Bautismo.
La dirección espiritual NO es pérdida de independencia. El director espiritual no es una persona que nos dice «que tenemos que hacer». Es una persona que nos escucha y conoce nuestro interior, desde la confidencia, y puede ofrecernos orientaciones para caminar hacia Dios, pero las decisiones finales las toma cada dirigido a la luz de su conciencia estando ésta bien formada.
La dirección espiritual NO es pérdida de libertad. El director espiritual no va a imponer al dirigido su forma de vivir la fe, que es personal. Es una persona que nos ha de formar en la fe católica desde la fidelidad al magisterio de la Iglesia, y nunca ha de forzar ni siquiera orientar en todo el amplio abanico de cuestiones que no pertenecen al depósito de la fe.
La dirección espiritual NO es pérdida de personalidad. El director espiritual tampoco va a influir en el dirigido para que desarrolle su vida (familiar, laboral, social…) según sus criterios, sino que precisamente le va a ayudar para que forje una personalidad normal desde la gran aportación que supone vivir una fe coherente.
Entonces: la dirección espiritual es una maravillosa ayuda para que toda persona bautizada se libere de su propia subjetividad a la hora de valorar aspectos fundamentales (que pertenecen al depósito de la fe y al camino a la Santidad) que, «desde fuera» pueden valorarse con una objetividad necesaria para aconsejar, orientar y acompañar.
Ahora bien: ¿quien ha de ser dirigido?…..y….¿quien debe dirigir?
A la primera pregunta hay que responder con un TODA persona bautizada. Ello incluye a laicos, religiosos y sacerdotes. Hay una tendencia muy nociva de sacerdotes que dirigen almas pero ellos NO tienen dirección espiritual. Entonces, como nadie da lo que no tiene…..¿cómo va a dirigir bien alguien que no quiere ser dirigido?……..
A la segunda pregunta, en mi opinión diría que para ser director espiritual se ha de tener una triple condición:
1: El director ha de tener una vida sacramental y espiritual profunda
2: El director ha de tener él mismo un director (desconfiemos mucho de directores que no son dirigidos….)
3: El director ha de ser absolutamente fiel al magisterio y tradición de la Iglesia (recordemos que «cuando un ciego guía a otro ciego ambos caen en el abismo» Mateo 5, 14)
Una buena dirección espiritual nos ayuda a:
– No caer en la tentación de «ir por libre»….que acaba derivando en ser católico «a mi manera»
– Crecer en la virtud de la humildad, imprescindible para estar cerca de Dios; el católico NO es autodidacta
– Formar nuestra conciencia en la verdadera fe católica, evitando nocivas influencias
– Sentirnos acompañados y asumir mejor la «comunión de los santos»
Hoy más que nunca, la necesidad de dirección espiritual se convierte en urgencia para responder más y mejor a la llamada que Dios nos hace de ser «perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mateo 5, 48)