Del acuerdo firmado el 22 de setiembre entre el Vaticano y Chin se ha dicho sólo que se refiere al nombramiento de los obispos. Sus cláusulas son secretas. Pero entre entonces y ahora han ocurrido tantas cosas, que permiten comprender demasiado cómo funciona ese acuerdo.
El cardenal Zen Ze-kiun (en la foto), de 88 años, voló deliberadamente desde Hong Kong a Roma para entregar personalmente al papa Francisco una apasionada carta-apelación de su autoría, de siete páginas, sobre la dramática situación en la que está sumergida en China, después del acuerdo, la Iglesia Católica llamada “underground” o clandestina.
Para la otra parte de la Iglesia china, la oficial, reconocida por las autoridades de Pequín, por el contrario, todo parece desarrollar a beneficio del régimen.
También los últimos siete obispos impuestos a la fuerza contra la voluntad de Roma han sido reconocidos por el Papa, quien los ha liberado de la excomunión producida en el momento de su ordenación ilegítima, a pesar de la ausencia de cualquier pedido público suyo de perdón y el hecho que dos de ellos tenían amantes e hijos. El papa Francisco se ha inclinado incluso a levantar la excomunión a un octavo obispo nombrado exclusivamente por el gobierno, fallecido en enero de 2017, pero que las autoridades de Pequín han querido verle rehabilitado a toda costa.
Más aún, el Papa se ha visto obligado a tragarse el envío a Roma justamente de uno de los siete obispos excomulgados, Guo Jincai, como delegado de la Iglesia china al sínodo mundial celebrado en octubre pasado. El anuncio de su envío lo han dado primero las autoridades chinas y sólo después el Papa lo incluyó en la lista de sus invitados.
Guo Jincai es desde hace años un perfecto hombre del régimen. Es miembro de la Asamblea del Pueblo, el parlamento chino, promovido a ese rol por el Departamento Central de la Organización del Partido Comunista, y es secretario general y vicepresidente del Consejo de los obispos chinos, es decir, la seudo Conferencia Episcopal, hasta ayer jamás reconocida por Roma, conformada únicamente por los obispos oficialmente reconocidos por el gobierno, al que ahora le corresponderá, según el acuerdo, indicar al Papa el nombre de cada futuro obispo, elegido previamente mediante una votación “democrática” por parte de representantes de las respectivas diócesis, todos ellos a su vez designados y amaestrados por funcionarios del Partido Comunista.
Acosado por los periodistas luego de la noticia del acuerdo con China, Francisco dijo que en todo caso será siempre el Papa el que tenga la última palabra.
Pero por lo que ha acontecido hasta ahora, resulta que los que “hablan” son siempre y únicamente las autoridades chinas, con el Papa que se limita a decir “sí” cada vez. Quizás incluso anticipando los deseos de otros, como ocurrió con la erección, por parte de la Santa Sede, de la nueva diócesis de Chengde, anunciada el mismo día de la firma del acuerdo sin que se dijera el por qué.
El motivo se lo entendió poco tiempo después, con la asignación de esta nueva diócesis precisamente a Guo Jincai, el emisario enviado por el régimen al sínodo. Quienes determinaron los límites de ésta y de otras 96 diócesis fueron, desde hace años, las autoridades chinas, por iniciativa unilateral de ellos, copiando los límites de las provincias y arrojando a la basura las 137 diócesis de la geografía vaticana. La Santa Sede jamás había aceptado esto. Pero ahora el primer paso ha sido dado por el papa Francisco. Y a partir de esto se conseguirá, vista la reducción del número de diócesis, la progresiva puesta en fuera de juego de casi treinta obispos clandestinos.
Sobre los cuales la presión del régimen se ha hecho todavía más pesada después de la firma del acuerdo.
Alguno de ellos ya ha claudicado, como el obispo de Lanzhou, Han Zhihai, cuyo acto de sometimiento ha coincidido con su promoción a presidente de la local Asociación Patriótica de los Católicos Chinos, es decir, del histórico instrumento de control del régimen sobre la Iglesia, que hasta ayer la Santa Sede siempre juzgó “inconciliable” con la doctrina católica, pero a la cual están obligatoriamente inscriptos todos los obispos oficiales.
Otros, por el contrario, resisten sin doblegarse, como el obispo de Wenzhou, Shao Zhumin, llevado por la policía a mitad de noviembre para una enésima e inútil jornada de adoctrinamiento en una localidad desconocida. Es la quinta vez en los últimos dos años que las autoridades chinas lo han secuestrado, al punto que en junio de 2017 incluso la embajada de Alemania en Pequín protestó públicamente en defensa suya.
Es a esta Iglesia en resistencia que el cardenal Zen la ha dado voz, en su apelación a Francisco, para que no se sienta abandonada por Roma.
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Esta nota ha sido publicada en “L’Espresso” n. 51 del 2018, en los kioscos el 16 de diciembre, en la página de opinión titulada “Settimo Cielo” confiada a Sandro Magister.
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La nota ya había sido impresa en L’Espresso cuando llegó una noticia ulterior que la confirma plenamente.
En el hotel Diaoyutai de Pequín, que el Estado chino reserva a sus propios huéspedes, el enviado vaticano Claudio Maria Celli ha oficializado el traspaso, como cabeza de la diócesis de Mindong, del obispo “clandestino” Vincenzo Guo Xijin al “oficial” Vincenzo Zhan Silu, uno de los siete al que el papa Francisco levantó la excomunión el día de la firma del acuerdo.
De aquí en adelante Guo Xijin figurará solamente como auxiliar del nuevo ordinario de la diócesis.
Al mismo tiempo, en la otra diócesis de Shantou, el anciano obispo “clandestino” Pietro Zhuang Jianjian se ha jubilado y en su lugar ha sido incardinado el obispo “oficial” Giuseppe Huang Bingzhang, otro de los siete excomulgados.
Tanto Zhan Silu como Huang Bingzhang son también vicepresidentes de la seudo Conferencia episcopal puesta a los pies de las autoridades chinas.
Ya hace un año monseñor Celli se había dirigido a Pequín para obtener esta doble sustitución, a pesar de que los dos obispos ahora promovidos todavía estaban excomulgados. Pero había encontrado fuertes resistencias, que el cardenal se había apurado también entonces en hacer notas al papa Francisco. Al intentar convencer a los dos obispos “clandestinos”, Celli había dicho que el Papa en persona les pedía este paso atrás, “porque de otra manera el acuerdo entre China y el Vaticano no puede firmarse“.
Hoy el acuerdo existe y la operación ha llegado a puerto. Todo se lleva a cabo.
Sandro Magister, L’Espresso – 16 de diciembre 2018
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