El Anticristo y el katechon

¿Cómo será el Anticristo? Sabemos que en Pablo, en las cartas de Juan y en el Apocalipsis, encontramos por todas partes, varias premoniciones de una realidad que la Tradición Católica ha identificado como (cito aquí un libro de teología) “el Príncipe de la Maldad que vendrá y reinará sobre el mundo al final de los tiempos, antes de la venida definitiva del Hijo del Hombre, que establecerá el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra”.

En muchas épocas, los creyentes pensaban que esta misteriosa figura se podía identificar en algún sanguinario personaje histórico: Nerón, Atila, Napoleón, Lenin, Stalin y Hitler.

Sin embargo, existe también una tradición cristiana, aunque solo de una minoría, que define el peligro del Anticristo (“el hombre del pecado” y “el hijo de la perdición” de San Pablo) en la imitación solapada de una persuasiva y atractiva realidad y no en la violencia y la sangre. El libro publicado en 1907 de Robert H. Benson, El Amo del Mundo, ha sido recientemente traducido al italiano y en él, el Mayor Oponente de Jesucristo se presenta a sí mismo bajo la apariencia de “un humanista”, un maestro de la tolerancia, el pluralismo, el Irenismo y el ecumenismo; será un corruptor sonriente, más que un antagonista estridente, del Evangelio; un aniquilador desde dentro, más que un asaltante desde fuera.

Quizá, hasta ahora, pocos sabrán que algunos años más tarde, en 1916, Carl Schmitt volvió a proponer esa tesis. Schmitt murió en 1985, casi a los 100 años de edad, y está entre aquellos sobre los cuales escucharemos hablar en los próximos años: ya hay un indicio de esto (que aumenta cada día) en la inmensa bibliografía de su trabajo que, durante muchas décadas, fue reprimido y exorcizado, ya que se sospechaba que era nacionalsocialista. En realidad, éste brillante jurista y experto político alemán fue rápidamente rechazado por el Tercer Reich (en donde, al inicio, Schmitt vio la realización de algunos puntos de su teoría política) debido a que fue acusado de “anti-semitismo insuficiente y superficial” y más, que nada, por sus “perversiones católicas”.

En realidad -como han confirmado estudios recientes- el catolicismo de Schmitt no era, simplemente, cultural ni determinado por sus estudios religiosos en la escuela, sino que era una fe profesada y vívida hasta el final. Lo que hace a este pensador tan fascinante (redescubierto hoy hasta por ex-derechistas, en su confusa búsqueda de “maestros” después de que todos sus puntos de referencia se colapsaran) es que incluyó (en su trabajo) realismo maquiavélico y hobbesiano y temas religiosos como la culpa, la redención, la salvación, Cristo y el Anticristo. Se dijo que la suya era un tipo de “teología política” aunque, para quienes lo han estudiado profundamente, su trabajo es quizá “política teológica”: una discusión del orden humano de las cosas que, primero, teniendo en cuenta lo trascendente y, segundo, en confrontación con la Historia, es consciente de que no abarca todo el panorama, pero está destinada a fluir hacia un Misterio que le transciende.

Desde 1916, mientras militaba con el ejército bávaro, Carl Schmitt, de 28 años, comenzó su reflexión sobre el Anticristo, con un libro dedicado a Nord-licht (Luces del Norte o La aurora) escrito por Theodor Däubler. El joven Schmitt, en estas páginas, cita un texto que encontró en el Sermón en Latín de fine mundi de San Efrén. Vale la pena citar el singular pasaje original, según el cual, el Gran Engañador provocará la apostasía de muchos antes de la victoria definitiva de Cristo: «erit omnibus subdole placidus, munera non suscipiens, personam non praeponens, amabilis omnibus, quietus universis, xenia non appetens, affabilis apparens in proximos, ita ut beatificent eum omnes homines dicentes: Justus homo hic est!».

Que sería decir: «Turbiamente, él complacerá a todos, no aceptará oficinas o puestos, no mostrará favoritismo hacia las personas, él será amable con todos, calmado en todas las cosas, él rechazará los regalos, parecerá afable con sus compañeros y así, todos los alabarán exclamando: “¡Contemplen a este hombre justo!”». Este extracto, del Latín de San Efrén contiene una perspectiva inquietante: el Anticristo como una engañosa apariencia de un “hombre de diálogo”; ¿un “humanista” pacífico, sobrio y honesto? Es, precisamente, este retrato del Adversario el que Schmitt consiente: para él, el Anticristo surgirá de una sociedad similar a la del moderno Oeste, en donde: “Los hombres son pobres diablos que lo saben todo, mas no creen en nada”; una sociedad en la cual “las cosas más importantes y nuevas son secularizadas: la belleza se ha convertido en un buen bocado, la Iglesia es una organización pacifista en lugar de distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo que es útil y lo que es dañino.”

En tal cultura, el solapado, “dialogante” Anticristo nos hará creer que la salvación depende de la certeza social  y el desarrollo. Más que nada (y ésta es una de las intuiciones más inquietantes del joven Schmitt), el Anticristo no será para nada un materialista, ni un enemigo para la religión: más bien “él proveerá para todas las necesidades, incluyendo las espirituales.”

Satisfará las ansias de transcendencia del hombre, hablando sobre espiritualidad, proponiendo una “religión de la humanidad” en donde todos están de acuerdo con todo y donde toda divergencia será expulsada y, sobre todo, cualquier dogma será visto como un mal radical.

En el momento de su escritura, justo al principio del siglo XX, la premonición de Schmitt pasó prácticamente desapercibida, parecía claramente improbable. Entonces, ¿no es quizá ahora el momento de reflejarse en ella, cuando la verdadera amenaza, en el ámbito religioso es, sin duda, ya no la intolerancia sino, en todo caso, su opuesto: la “tolerancia”, transformada en indiferencia, que se niega a considerar las diversas creencias como algo más que una única vía (diferenciándose sólo por factores históricos y geográficos) de venerar a un mismo Dios? ¿En qué el enemigo ya no es el viejo y honesto materialismo sino, quizá, un insidioso espiritualismo “humanitario”?

El Anticristo, Vittorio Messori

(Del libro Pensare la storia, (Pensando la Historia) San Paolo, Milan 1992, p. 517-519).

[Traducción de Carmen Gaytán. Artículo original]

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[i] Katechon: término empleado por primera vez por San Pablo (2Tes, 2, 6-7), donde explica las tres etapas que impiden la llegada del Anticristo: la iniquidad, la gran apostasía y el hombre de pecado y agrega una cláusula para determinar el tiempo del su llegada: primero será una cosa (to datechon) y después una persona (ho katechon). [V. Enciclopedia Católica (ec.aciprensa.com/wiki/Anticristo)]. El filosofo y jurista alemán Carl Schmitt (1888-1985), recuperó la idea otorgándole significado politolótico y ya en el siglo XX, Marx Scheler lo definió como metapolítica (es.metapedia.org/wiki/El_katechon_como_idea_metapolitica). (N. de la C.).

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