El caso de los Franciscanos de la Inmaculada III: Crónica de una persecución anunciada

La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia.”

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a los periodistas en el vuelo hacia Fátima en ocasión de 10º aniversario de la beatificación de Jacinta y Francisco (11 de mayo de 2010)

Los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada nunca tuvieron vida fácil. No podía ser diversamente para una orden que, desde su fundación, estaba destinada a ir contracorriente con respecto al “aggiornamento” abrazado entusiásticamente por la mayoría de las congregaciones religiosas y conferencias episcopales.

 Los antecedentes bajo el pontificado de San Juan Pablo II

En 1997, el Papa Juan Pablo II, hoy elevado a los altares, echó un buen rapapolvo a la Congregación para los Institutos de Vida Consagradas por haber intentado “archivar” el expediente para el reconocimiento del Derecho Pontificio a los Frailes Franciscanos de la Inmaculada (FFI), lo cuales, después de haber pasado cinco años desde el reconocimiento del Derecho Diocesano (22 de junio de 1990) estaban más que listos para pasar a ser una Congregación de Derecho Pontificio. El mismo Juan Pablo II, el 1 de enero de 1998 (solemnidad de la Madre de Dios), firmó la autorización de la forma de vida del Instituto fundado por el Padre Stefano Maria Manelli y el Padre Gabriele Maria Pellettieri, reconociendo así la autenticidad del carisma y la inspiración divina de esta nueva rama de la familia franciscana.

¿Pero por qué tantos obstáculos? En esa época no había cuestiones litúrgicas que se pudieran aducir como pretexto, pues antes del Motu Proprio “Summorum Pontificum” promulgado por Benedicto XVI el 7 de julio de 2007, y de su aplicación el 14 de septiembre de ese año, los FFI nunca celebraron la Santa Misa según el Vetus Ordo. Lo que molestaba, lo que escandalizaba de los Franciscanos de la Inmaculada, mucho antes de la “liberación” de la Misa latina, era la practica estricta de la verdadera pobreza franciscana, la observancia igualmente estricta de una vida religiosa fundamentada en la oración y la penitencia, y la clara orientación hacia la fidelidad a la tradición católica. No obstante el aislamiento al que han estado sometidos dentro de la Iglesia postconciliar y a pesar de los ataques por sus tendencias “preconciliares” (que como bien sabemos es el único pecado que la Iglesia de hoy ni tolera ni perdona), los Franciscanos de la Inmaculada han conocido una rápida y creciente expansión.

Según el trabajo del claretiano P. Ángel Pardilla, publicado en 2005 por la “Libreria Editrice Vaticana”, desde 1965 (cuando se clausura el Concilio Vaticano II) hasta 2005, los Jesuitas perdieron el 45% de sus miembros, los Salesianos el 24%, los Frailes Menores el 41%, los Capuchinos el 29%, los Benedictinos el 35%, los Domínicos el 39%. Y estas cifras han ido aumentando de manera exponencial en estos últimos años. Por el contrario, los Franciscanos de la Inmaculada, han atraído muchas vocaciones y, a finales de 2012, la nueva familia franciscana contaba con casi 400 frailes en 55 casas marianas y otras tantas monjas en 48 casas diseminadas por todo el mundo (aunque ninguna de ellas en España).

Hermenéutica del Concilio Vaticano II y los frutos de la Tradición bajo el pontificado de Benedicto XVI

En los últimos años, dentro de la Orden se había incrementado también una gran labor de investigación teológica y filosófica para individuar y combatir las causas de la agudísima crisis que azota a la Iglesia. Bajo el pontificado de Benedicto XVI, los FFI promovieron incansablemente varios simposios y congresos cuyos títulos ya indican la línea muy poco teológicamente “correcta” seguida por Padre Manelli y sus hijos: Karl Rahner: un análisis crítico (Florencia, 2007), Infierno y alrededores. ¿Es posible la damnación eterna? (Florencia, 2008), El sacerdocio ministerial: el amor del Corazón de Jesús (Roma, 2009), Don Dolindo Ruotolo y San Pablo (Nápoles, 2009), Concilio Ecuménico Vaticano II. Un Concilio Pastoral. Análisis histórico-filosófico-teológico (Roma, 2010), La Virgen María asunta al cielo porque Corredentora en la tierra (Frigento, 2011), Quaecumque dixero vobis. La Tradición vida y juventud de la Iglesia (Florencia, 2011), San Maximiliano M. Kolbe. El Santo de la Inmaculada. Maestro y mártir de la fe y de la caridad (Roma, 2012), y La masonería entre esoterismo, ritualidad y simbolismo (Florencia, 2012).

En la estela del ejemplo de San Maximiliano Kolbe, que recomendaba la utilización de todos los medios de comunicación al servicio del apostolado, los FFI han sido igualmente infatigables en una intensa actividad editorial materializada en la publicación de importantes obras de teología, mariología, espiritualidad, liturgia y apologética, además de varias revistas tanto divulgativas como especializadas, entre las cuales destacamos la revista de apologética teológica “Fides Catholica”, la revista de mariología “Immaculata Mediatrix” y el popular “Il settimanale di Padre Pío”. En la misma dirección y con los mismos objetivos, los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada han abierto y gestionado una radio y una televisión en internet. En 2011, produjeron y realizaron la película Duns Scoto. Lamentablemente, veremos más adelante cómo fue precisamente en el área de la gestión de los medios de comunicación donde se engendró la conspiración contra el Padre Manelli y los órganos directivos de la Orden.

La profundización del estudio de la Tradición, no sólo franciscana, sino de toda la Iglesia, llevó a los Franciscanos de la Inmaculada al redescubrimiento de la belleza litúrgica y de la riqueza espiritual del Vetus Ordo, en plena sintonía con el espíritu y la letra del Motu Proprio “Summorum Pontificum”. Empujado por los fundadores, el Consejo General y los superiores de los Seminarios de Teología y Filosofía, el Instituto sostuvo y difundió, desde el 14 de septiembre de 2007 (fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz) hasta el 11 de agosto de 2013 (día de Santa Clara) la celebración de la Santa Misa según el Rito Romano Antiguo y, con ella, una ulterior profundización del depositum fidei, es decir, de aquel depósito del que habla San Pablo en las dos cartas a Timoteo ( 1 Tim 6, 20 y 2 Tim 1, 14) en relación con la noción de “doctrina de la fe” y que indica propiamente el patrimonio de fe, el cual, confiado a la Iglesia, exige ser transmitido por ella fielmente y explicado sin errores. Porque, en virtud del axioma “lex orandi, lex credendi», y como ha sobradamente demostrado la historia, no se puede modificar la celebración del rito central de la religión cristiana sin cambiar sustancialmente la misma religión. Tiene razón la escritora italiana Cristina Siccardi (desde el comienzo, en primera línea mediática para denunciar las razones y modalidades de este ataque arremetido no tanto y no sólo contra una orden religiosa, sino contra toda la Tradición Católica[1]) cuando escribe:

El Vetus Ordo no es una realidad encerrada en sí misma. Vivir la Santa Misa antigua significa tener un estilo católico diverso, auténtico: en la nueva [Misa] se vive la comida colectiva, la ‘asamblea’ convocada banqueta y participa del sacerdocio, en la antigua, el celebrante lleva a cabo, en ‘persona Christi’, el Santo Sacrificio del Calvario y los fieles que asisten beben a la fuente de la Gracia eucarística. No se trata simplemente de gustos estéticos más refinados y elegantes; paramentos sagrados más bellos o paramentos más feos; más flores en el altar, más o menos velas encendidas; de órganos o guitarras; de coros angélicos o coros rock… se trata de vivir o no la Santa Misa como Sacrificio propiciatorio”.

Sitio y caída de Papa Ratzinger: la pasión de la Iglesia y la hora de los traidores

De todos modos, hasta principios de 2012, todo parecía ir sobre ruedas: las vocaciones crecían, las misiones se multiplicaban, los fieles esquivaban el desastre eclesial amparándose en las parroquias llevadas por los FFI… Pero, siempre hay un pero… Según la ley dramática del conflicto tiene que haber un antagonista (individual o múltiple) que persiga otro objetivo y que, para conseguirlo, interrumpa bruscamente la situación de equilibrio y armonía para generar una acción que, como se aprecia en las obras de los grandes dramaturgos, transforma siempre el cosmos en caos. Así que, como en toda fábula, también en la historia real de los Franciscanos de la Inmaculada, apareció un antagonista (en este caso múltiple) decidido a aguar la fiesta y ganar con ello mucho más que treinta monedas de plata.

A cinco frailes “filoprogresistas” (encargados de la sacristía de la Basílica romana de Santa María la Mayor y activos en el área de las comunicaciones) no les gustó para nada el giro demasiado “tradicionalista” que había tomando su Orden ni tampoco los frutos que estaba dando a la Iglesia. Los cinco frailes (de cuyos nombres no quiero acordarme, pero que aquí los podéis encontrar), animados quizá por las mismas “buenas intenciones” que empujaron a su antiguo cofrade el Iscariote, decidieron vender a su Superior General, Padre Stefano Maria Manelli, a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y también, por si acaso, a la Congregación para la Doctrina de la Fe (como si ser “filotradicionalista” fuera una herejía, la única reconocida como tal en el tercer milenio). El 31 de enero de 2012, los cinco frailes “críticos” escribieron a las susodichas congregaciones y recibieron de ellas inmediato crédito, tanto que el 5 de julio de 2012 el Vaticano nombró a Mons. Vito Angelo Todisco Visitador Apostólico del Instituto.

Todavía el Papa Benedicto XVI estaba reinando. Sin embargo, se encontraba cada vez más boicoteado desde dentro de la Curia e incluso por sus más estrechos colaboradores, más aislado, contestado y perseguido por todos los medios de comunicación, esos mismos medios que ahora pierden literalmente la baba, día sí y otro también, por todo lo que dice y hace el Papa Francisco. Cuando se llegue a escribir la historia del pontificado del penúltimo Papa (si es que quedará alguien, en un futuro cercano o lejano, aún interesado a la historia en general, y la historia de la Iglesia en particular), entonces saldrá a la luz la red de complots que urdió la caída final de Benedicto XVI con la clara intención de atacar también la institución misma del Papado. Entonces, y sólo entonces se verá hasta qué punto las sospechas denunciadas por algunas voces empeñadas a gritar en el desierto como, por ejemplo, la de Antonio Socci[2], estaban en lo cierto (véase aquí y aquí).

Sin entrar en la trama de esta historia, ante la cual las pésimas novelas del género “thriller morbo-clerical” se quedan cortas, en 2011, resultaba ya bastante evidente que Benedicto XVI se encontraba muy debilitado, tanto en el ejercicio de su función como también en su salud, y por los pasillos de la Curia circulaba, con insistencia sospechosa, la voz de que quería dimitir nada más cumplir los 85 años, es decir en abril de 2012. A estos rumores, se debe añadir la virulencia de las renacidas esperanzas de los cardenales que no habían podido lograr, por un puñado de votos, la elección de Bergoglio en el cónclave de 2005 y que estaban trabajando activamente en la elección del “nuevo” pontífice. Para dejar claro que al Papa Ratzinger no le quedaban alternativas, estos “príncipes” de la Iglesia con ínfulas de conspiradores revolucionarios no dudaron en utilizar métodos mafiosos, filtrando, a comienzos de febrero de 2012, la noticia de un presunto complot para matar al Papa antes de noviembre de ese mismo año.

En este clima emponzoñado, con el Papa Benedicto sitiado por esos “lobos” a los que ya había aludido en la homilía de la Santa Misa de inicio de su pontificado, los cinco Judas, echados sus cálculos y contando seguramente con el apoyo de las corrientes vaticanas hostiles a Ratzinger, escribieron a las dos Congregaciones anteriormente citadas justo el 31 de enero de 2012 acusando a su Padre fundador y Superior General de haber impuesto el Vetus Ordo, en contradicción con el espíritu originario de las constituciones de la Orden, poniendo en dudas sus actuaciones en materia de formación de los religiosos y elección de los candidatos al sacerdocio y, para más inri (¡nunca mejor dicho!), aludiendo de manera sibilina a “problemáticas” relaciones con las Monjas Franciscanas de la Inmaculada.

Con esta carta empieza formalmente una persecución contra Padre Manelli y la gran mayoría de sus hijos fieles. Persecución que dura hasta el día de hoy y que conviene analizar en sus diversas y sucesivas fases, para lograr así una visión de conjunto más completa.

Para ello nos será de gran ayuda San Juan Bosco, cuya memoria cae precisamente (tanto en el Misal antiguo como en el actual) el 31 de enero. Es notorio que el santo piamontés fue favorecido durante toda su vida por visiones y mensajes celestiales, entre los cuales destaca el famoso “sueño de las dos columnas”. El 30 de mayo de 1862, San Juan Bosco contó a veintidós neo-salesianos un “sueño” tenido unos pocos días antes en el cual había visto una multitud de navíos dispuestos a la batalla, cargados de todo tipo de armas y también de libros, que se dirigían contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible. Esa nave majestuosa, rodeada de otras más pequeñas, es azotada por un viento adverso, mientras que la agitación del mar parece favorecer a los enemigos.

DON_BOSCO-sueño_de_las_dos_columnasEn medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum (Auxilio de los Cristianos). Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium (Salvación de los que creen). El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas.”

La borrasca sigue impetuosa y los ataques de los barcos enemigos son cada vez más violentos, sobre todo cuando el Pontífice intenta dirigir la nave hacia el espacio entre las dos columnas, de las que penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas. Pero a pesar de la embestidas, “la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen”. Enfurecidos por el fracaso de los ataques, “los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate”.

Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice es herido por segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse. El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.”

El sueño de San Juan Bosco vaticinaba la recrudescencia de los feroces ataques liberal-masónicos que la Iglesia tendría que soportar en la segunda mitad del siglo XIX, empezando por el fin del Estado Pontificio y la pérdida del poder temporal de los papas en 1870, y encuadraba esta batalla dentro del marco seguro de salvación que la Iglesia siempre tendría a su disposición mientras se mantuviese anclada a las dos columnas del Santísimo Sacramento de la Eucaristía y de la devoción a la Santísima Virgen. Precisamente los dos pilares del carisma de los Franciscanos de la Inmaculada.

Quizás tampoco Don Bosco, que en 1862 había previsto los últimos dos concilios de la Iglesia (el Vaticano I y el Vaticano II) y las durísimas pruebas que le esperarían a la Iglesia en el futuro; tampoco ese gran santo y místico, decíamos, hubiese podido predecir que llegaría un tiempo en el que la misma Iglesia, en vez de amarrarse a esas columnas inconmovibles, se uniría a las naves de los enemigos para —si fuera posible— derribarlas (cosa, sin embargo, imposible porque Nuestro Señor Jesucristo prometió expresamente: “Portae inferi non praevalebunt”). A un peligro de ésta índole, pareció aludir el entonces cardenal Ratzinger en la novena estación del dramático Vía Crucis de 2005: “Señor, a menudo tu Iglesia se parece a un barco que está a punto de hundirse, un barco que hace agua por todas partes. Y también en tu campo de trigo vemos más cizaña que trigo.”

Recordando precisamente el “sueño de las dos columnas” y las inquietantes palabras del futuro Benedicto XVI, en su libro sobre El cuarto secreto de Fátima, Antonio Socci escribe:

Hoy —a la luz del Fátima— podemos decir que no se trata sólo de una llamada devocional, sino de un giro, de una ‘conversión’ de la Iglesia moderna, en su manera de concebirse ante el mundo y ante Dios. […] Se trata de un retorno a la Eucaristía, un anclaje que significa también una clara ‘conversión’ a la ortodoxia doctrinal tras las espantosas desbandadas que siguieron al Concilio y, considero, un retorno también a la adoración, y por ende un retorno a la liturgia milenaria de la Iglesia, que fue liquidada con un golpe de mano en el post-Concilio (noto de paso que estas ‘conversiones’ corresponden exactamente a las líneas del pontificado de Benedicto XVI).

Dos columnas a las que amarrarse y que darían de verdad un rostro distinto a la Iglesia de hoy: más en adoración que mundana; más esperando de Dios la gracia y la salvación que ocupada en sus propios planes y proyectos; con más latidos que debates. Una Iglesia que lo espere todo de Cristo y no de la habilidad política, del activismo y de la manía de ‘aggiornamento’; una Iglesia ya no más ahogada en la ‘basura’ y la ‘cizaña’ (como denunció el cardenal Ratzinger). En suma, se prefigura una ‘metanoia’. Sólo después de un retorno de este tipo y de un anclaje a Jesús y a María, tal y como ha sido profetizado, se dará el triunfo de los dos corazones en la historia humana presente, lo cual coincide también con la promesa final de Fátima: “Mi Corazón Inmaculado triunfará’.”

María Teresa Moretti

[1] Cristina Siccardi ha escrito más de cuarenta obras, entre biografías de varios miembros de la Casa Real de Saboya, santos, papas y otros eminentes personajes de la historia de la Iglesia. Entre sus libros más recientes recordamos: Nello specchio del cardinale John Henry Newman, Maestro in sacerdozio. La spiritualità di Mons. Marcel Lefebvre, Giovanni Paolo II. L’uomo e il Papa, Fatima e la passione della chiesa, L’inverno della Chiesa dopo il Concilio Vaticano II, Rita da Cascia. La santa degli impossibili, Don Bosco mistico. Una vita tra cielo e terra y el último San Pio X. Vita del papa che ha ordinato e riformato la Chiesa. Cristina Siccardi colabora también con diversos periódicos de carácter cultural y religioso; es miembro de las Academias “Paestum”, “Costantiniana”, “Ferdinandea”, “Archeologica italiana”, y es socia fundadora del CESCOR (Centro Studi Storici sulla Controrivoluzione).

[2] Antonio Socci es, junto con Vittorio Messori, el periodista y escritor católico italiano más conocido. Cuenta con un curriculum de intensa y amplia actividad periodística tanto en la prensa como en el medio televisivo. Ha publicado más de una veintena de libros, entre los que se han traducido al español: Los nuevos perseguidos. Investigación sobre la intolerancia anticristiana en el nuevo siglo del martirio, El genocidio censurado. Aborto: mil millones de víctimas inocentes, El cuarto secreto de Fátima y El secreto de Padre Pío. Acaba de salir en Italia su último, polémico, libro: Non è Francesco.

María Teresa Moretti
María Teresa Moretti
Nacida en Italia, vive y trabaja desde hace más de veinte años en España. Es profesora de nivel universitario. Doctora en Antropología Social y Cultural, se ocupa de las problemáticas relacionadas con la transformación de los paradigmas que afectan a las concepciones de la naturaleza humana y del cuerpo, así como de las manifestaciones literarias y artísticas de la llamada “posthumanidad”.

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